viernes, 9 de mayo de 2014

La Imaginación (Jean Paul Sartre 1905-1980)


Introducción

"Miro esta hoja blanca que está sobre mi mesa; advierto su forma, su color, su posición. Estas distintas cualidades presentan algunos rasgos comunes: en primer lugar se ofrecen a mi mirada como existencias sólo susceptibles de ser comprobadas y cuyo ser no depende en modo alguno de mi capricho. Son para mí, no son yo. Pero no son tampoco el otro, es decir, no dependen de ninguna espontaneidad, ni mía ni de otra conciencia. Están presentes e inertes a la vez. Esta inercia del contenido sensible, a menudo descrita, es la existencia en sí. Es inútil discutir si esta hoja se reduce a un conjunto de representaciones o si es y debe ser algo más. Lo cierto es que mi espontaneidad no puede producir sin duda la blancura que descubro. Esta forma inerte, que está más acá de toda espontaneidad consciente, que es preciso observar, captar poco a poco, es lo que se llama una cosa. En ningún caso mi conciencia podría ser una cosa, porque su modo de ser en sí es precisamente un ser para sí. Existir, para ella, es tener conciencia de su existencia. Aparece como una pura espontaneidad frente al mundo de las cosas que es pura inercia. Podemos, pues, establecer desde un comienzo dos tipos de existencia: en efecto, las cosas en cuanto inertes escapan al dominio de la conciencia; su inercia las salvaguarda y preserva su autonomía.
Pero hete aquí que, ahora, miro en otra dirección. Ya no veo la hoja de papel. Veo ahora el papel gris de la pared. La hoja deja de estar presente, no está más ahí. Sin embargo sé perfectamente que no ha desaparecido: su inercia la preserva de eso. Simplemente ha cesado de ser para mí. No obstante, hela aquí de nuevo. No he girado la cabeza, mi mirada está siempre dirigida hacia el papel gris; nada se ha movido en la pieza. No obstante la hoja se me aparece de nuevo con su forma, su color y su posición, y sé perfectamente, en el momento en que se me aparece, que es precisamente la hoja que veía hace un instante. ¿Es en verdad ella en persona? Sí y no. Por cierto afirmo que es la misma hoja con las mismas cualidades. Pero no desconozco que esa hoja ha quedado allá: sé que no gozo de su presencia; si quiero verla realmente, tengo que volverme hacia mi escritorio y dirigir la mirada hacia el secante en que está la hoja. La hoja que se me aparece en este momento tiene una identidad de esencia con la hoja que veía hace un instante. Y, por esencia, no entiendo solamente la estructura, sino también la individualidad misma. Sólo que esta identidad de esencia no va acompañada de una identidad de existencia. Es sí la misma hoja, la hoja que está actualmente sobre mi escritorio, pero existe de otro modo. Yo no la veo, no se impone como un límite a mi espontaneidad; no es tampoco algo inerte dado, existente en sí. En una palabra, no existe de hecho, existe en imagen.
(...)
No cabe duda de que una lectura superficial de los innumerables escritos consagrados desde hace sesenta años al problema de la imagen, parece revelar una extraordinaria diversidad de puntos de vista. (...) Descartes, Leibniz, Hume poseen la misma concepción de la imagen. Únicamente discrepan cuando es preciso determinar las relaciones de la imagen con el pensamiento. La psicología positiva ha conservado la noción de imagen tal como la heredó de esos filósofos. Pero, entre las tres soluciones que propusieron para el problema imagen-pensamiento, aquella no supo ni pudo elegir. Nos proponemos mostrar que necesariamente debía de ser así, desde que se aceptaba el postulado de una imagen-cosa. Pero, para mostrarlo más claramente, es preciso partir de Descartes y trazar una breve historia del problema de la imaginación.

Los grandes sistemas metafísicos

La principal preocupación de Descartes, frente a una tradición escolástica que concebía las especies como entidades mitad-materiales, mitad-espirituales, es separar con exactitud mecanismo y pensamiento, reduciendo por entero lo temporal a lo mecánico. La imagen es una cosa corporal, es el resultado de la acción de los cuerpos externos sobre nuestro propio cuerpo por intermedio de los sentidos y de los nervios. Como materia y conciencia se excluyen entre sí, la imagen en cuanto dibujada materialmente en alguna parte del cerebro, no podría estar animada de conciencia. La imagen es un objeto del mismo modo que los objetos externos. Es exactamente el límite de la exterioridad.
La imaginación o conocimiento de la imagen proviene del entendimiento; el entendimiento, aplicado a la impresión material producida en el cerebro, nos da una conciencia de la imagen. Ésta no se halla, por lo demás, colocada delante de la conciencia como un nuevo objeto por conocer, a pesar de su carácter de realidad corporal: en efecto, tal circunstancia extendería al infinito la posibilidad de una relación entre la conciencia y sus objetos. Ésta posee la extraña propiedad de poder motivar las acciones del alma; los movimientos del cerebro, provocados por los objetos externos, aunque no guarden semejanza con ellos, despiertan ideas en el alma; las ideas no provienen de los movimientos, son innatas en el hombre; pero aparecen en la conciencia cuando se producen los movimientos. Los movimientos son como signos que provocan en el alma ciertos sentimientos, pero Descartes no profundiza esta idea del signo al que parece atribuirle el sentido de lazo arbitrario, y sobre todo, no explica cómo hay conciencia de este signo; parece admitir una acción transitiva entre el cuerpo y el alma que lo lleva a introducir o cierta materialidad en el alma o cierta espiritualidad en la imagen material. No se comprende cómo el entendimiento se aplica a esta realidad corporal tan peculiar que es la imagen, ni, inversamente, cómo puede haber en el pensamiento intervención de la imaginación y del cuerpo, ya que, según Descartes, hasta los cuerpos son captados por el entendimiento puro.
(...)
Spinoza afirma aun más tajantemente que Descartes que el problema de la imagen verdadera no se resuelve a nivel de la imagen, sino solamente mediante el entendimiento.
(...)
Mientras que para resolver la oposición cartesiana, imagen-pensamiento, Leibniz tiende a virar la imagen como tal, el empirismo de Hume se aplica, por el contrario, a reducir todo el pensamiento a un sistema de imágenes. Toma del cartesianismo su descripción del mundo mecánico de la imaginación y aislando este mundo, hacia abajo, del terreno fisiológico en el cual se hallaba inmerso, hacia arriba, del entendimiento, lo convierte en el único terreno en el cual el espíritu humano se mueve realmente..."