martes, 4 de diciembre de 2012

Las olas (Virginia Woolf 1882–1941)

"El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.
Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameado, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.
La luz incidió en los árboles del jardín, y dio transparencia a una hoja. Y luego a otra. Un pájaro gorjeó alto. Hubo una pausa. Otro pájaro gorjeó más bajo. El sol dio relieve a los muros de la casa, y se posó como la punta de un abanico cerrado en una blanca persiana, dejando una azul huella digital de sombra bajo la hoja junto a la ventana del dormitorio. La persiana se movió lentamente, pero dentro todo era penumbra sin sustancia. Fuera, cantaban los pájaros su melodía vacía.
(...)

El sol se hundía. La dura piedra del día estaba resquebrajada y la luz se colaba por las grietas. Rayos rojos y dorados, como rápidas flechas con plumas de tinieblas, traspasaban las olas. Sin orden ni concierto, vagaban destellantes rayos de luz, como señales emitidas por islas hundidas, o dardos disparados por entre matas de laurel por muchachos rientes y desvergonzados. Pero las olas, al acercarse a la playa, estaban privadas de luz, y caían en larga percusión, como un muro al derrumbarse, un muro de piedras grises en el que ni una raya de luz había perforado un orificio.
Se alzó cierta brisa. Un estremecimiento recorrió las hojas. Así, estremecidas, perdieron su parda densidad y pasaron a ser grises o blancas, mientras el árbol movía su masa, parpadeaba y perdía su abovedada uniformidad. El halcón posado en la más alta rama abrió y cerró los párpados, se alzó, voló y flotando en el aire se fue muy lejos. La silvestre avefría gritaba en las tierras pantanosas, evadiéndose, trazando círculos, y gritando más y más lejos en su soledad. El humo de los trenes y de las chimeneas crecía y se desgarraba y se convertía en parte del lanudo dosel que cubría el mar y los campos.
Ahora ya habían sido segadas las espigas. Ahora de sus ondulaciones y vaivenes sólo quedaba un corto y rígido vello. Despacio, una gran lechuza se descolgó del olmo, y se balanceó y se alzó en el aire, como atada a un hilo que subiera y bajara, hasta llegar a lo alto del cedro. En las colinas las lentas sombras se ensanchaban y se encogían al pasar. La charca en las tierras pantanosas yacía vacía. No había allí lanuda cabeza que mirase, ni pezuña que chapoteara, ni cálido hocico que se hundiera en el agua. Un pájaro, posado en una rama cenicienta, alzó la cabeza y bebió un sorbo de agua fría. No había sonidos de cosecha ni sonidos de ruedas, sino sólo el súbito rugido del viento dejando que sus velas se hincharan y barriendo las puntas del césped. Un hueso reposaba, desgastado por la lluvia y requemado por el sol, reluciente como una rama pulida por el mar. El árbol que había ardido con el rojo color del zorro en primavera y en la plenitud del verano, que ofrecía obedientes hojas al viento del sur, era ahora negro, negro y pelado como el hierro.
La tierra estaba tan lejos que ya no se podían ver brillantes tejados y destellantes ventanas. El tremendo peso de la tierra ensombrecida había absorbido estos frágiles grilletes de la cadena, estos estorbos quebradizos como cáscara de caracol. Ahora sólo había la líquida sombra de la nube, el repiqueteo de la lluvia, un rayo de sol como un dardo, o la brusca sacudida de la tormenta. Como obeliscos, árboles solitarios marcaban las colinas.
El sol del atardecer, disminuida la intensidad de su fuego, perdido el ardor, daba suavidad a las sillas y las mesas, e incrustaba en ellas rombos castaños y amarillos. Reseguidos de sombras, sus perfiles parecía que hubieran adquirido más peso, como si el color, inclinándose, se hubiera trasladado a un lado. Había un cuchillo, un tenedor y un vaso, pero estaba todo hinchado y alargado, con aspecto portentoso. Rodeado de un círculo dorado, el espejo mantenía la escena inmóvil, como si en su ojo fuera eterna.
Entretanto, las sombras se alargaban en la playa, la oscuridad se hacía más profunda. Las rocas perdieron su dureza. El agua alrededor de la vieja barca era negra, como si contuviera una masa de mejillones. La espuma se había tornado lívida, y dejaba aquí y allá un blanco resplandor perlado sobre la arena neblinosa."

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Golem (Gustav Meyrink 1868–1932)

Prólogo

A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis no para el goce del lector.
La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer.
(...)
Los discípulos de Paracelso acometieron la cración de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Ese hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de la que Adán fue creado. Arnim y Hoffmann conocieron esa leyenda. En el año 1915, el austriaco Gustav Meyrink la renovó para la escritura de esta novela. (...) Todo en este libro es extraño, hasta los monosílabos del índice: Prag, Punsch, Nacht, Spuk, Licht. Como en el caso de Lewis Caroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños... –Jorge Luis Borges–

El Golem

"...Yo, naturalmente, no puedo decir en qué se basa la leyenda del Golem, pero, sin embargo, sí estoy seguro de que en esta parte de la ciudad hay algo que no puede morir, que vive y se mueve a nuestro alrededor y que está relacionado con ella. Mis antepasados han vivido aquí generación tras generación y nadie puede, mejor que yo, retroceder a recuerdos heredados y vividos de la aparición del Golem.
Zwakh dejó de hablar de repente, y se notaba que sus pensamientos retrocedían en el pasado.
Tal y como estaba sentado junto a la mesa, apoyada la cabeza, sus mejillas coloradas y juveniles extrañamente alumbradas bajo la luz de la lámpara y su pelo blanco, comparé mentalmente sin querer sus rasgos con las máscaras de las marionetas, que tantas veces me había enseñado.
¡Qué extraño! ¡Cuánto se parecía el anciano a ellas! ¡La misma expresión y el mismo corte de cara! 
Sentí que hay cosas en la tierra que no se pueden separar de otras y, al recordar el sencillo destino de Zwakh, me pareció de pronto fantasmagórico y terrible que un hombre como él pudiera retroceder de repente –a pesar de que había disfrutado de una educación mejor que la de sus antepasados y de que debía haber sido actor– a su raída y desgastada caja de marionetas para volver de nuevo a las ferias anuales y hacer con los mismos muñecos, que había sido el mismo miserable medio de vida que el de sus antepasados, las mismas rígidas contorsiones y representar las mismas aburridas historias.
Comprendí que él no puede separarse de ellos; forman parte de su vida. Cuando ha estado lejos de ellos se convirtieron en sus pensamientos y vivieron en su mente y no lo dejaron descansar tranquilo hasta que volvió con ellos. Por eso los trata ahora con tanto cariño y los viste orgulloso con lentejuelas.
Zwakh, ¿no quiere seguir contándonoslo? –le rogó Prokop al anciano, mirándonos a Vrieslander y a mí para saber si nosotros también lo deseábamos.
–No sé por dónde empezar –dijo dudando el anciano–, no es fácil captar la historia del Golem. Tal y como ha dicho Pernath hace un rato: sabe exactamente cómo era el desconocido y sin embargo no puede describirlo. Aproximadamente cada treinta y tres años se repite un hecho en nuestras callejas que no tiene en sí mismo nada especialmente excitante y que, sin embargo, produce un gran terror, para el que no existe ni aclaración ni causa justificada. Sucede siempre que un hombre totalmente desconocido, sin barba, de cara amarillenta y tipo mongol aparece caminando desde la calle de La Antigua Escuela por el barrio judío, envuelto en un traje antiguo y raído, con pasos regulares, dando traspiés como si a cada momento fuera a caerse hacia adelante y, de repente..., se hace invisible.
Generalmente da la vuelta a una esquina y desaparece. Se dice que otras veces describe un círculo en su camino y que vuelve al punto de partida: una casa antiquísima cerca de la sinagoga. Algunos, excitados, afirman también que lo vieron doblar una esquina e ir hacia ellos, pero que, al dirigirse claramente hacia ellos, se hacía cada vez más pequeño, igual que alguien que se pierde en la lejanía, hasta que finalmente desaparece. Hace sesenta y seis años fue especialmente grande la impresión que produjo, pues todavía me acuerdo (yo entonces era muy pequeño) de que el edificio de la calle de La Antigua Escuela fue registrado de arriba a abajo. También se comprobó que en esa casa hay realmente una habitación con una ventana con rejas que no tiene acceso. Colgaron ropa de todas las ventanas para poder distinguirla mejor desde la calle y así se identificó la huella de ese hecho real. Como no era posible llegar hasta ella de otra forma, un hombre bajó colgado de una cuerda desde el tejado para verla. Pero apenas había llegado cerca de la habitación, se rompió la cuerda y el desgraciado se destrozó la cabeza en el asfalto. Cuando quisieron intentarlo otra vez, eran tan dispares las opiniones sobre la situación de la ventana que se abandonó el intento.
Yo mismo encontré al Golem por primera vez en mi vida hace treinta y tres años. Lo encontré debajo de un arco que forma una casa sobre la calle, venía hacia mí y casi chocamos. Todavía hoy no comprendo lo que pasó entonces en mí. Pues en verdad nadie tiene continuamente, día tras día, la impresión exacta de que va a encontrarse con el Golem. En aquel momento, sin embargo, estoy seguro, totalmente seguro, algo gritó en mí un momento antes de que llegase a verlo: ¡El Golem! En aquel mismo momento salió alguien a tropezones de la oscuridad del pasaje y aquel desconocido pasó por mi lado. Un segundo más tarde una tormenta de caras pálidas y excitadas vino hacia mí y me atosigaron preguntándome si lo había visto. Al contestar, sentí como si mi lengua se librara de una rigidez que no había notado antes. Estaba verdaderamente asombrado de poder moverme y me di cuenta claramente (aunque sólo durante una fracción de segundo) de que debía haber permanecido en una especie de agarrotamiento. Por mucho tiempo he meditado sobre todo esto y me parece que cuando más cerca estoy de la verdad es cuando me digo: en el transcurso de cada generación aparece siempre, rápida como el rayo, una epidemia espiritual en la ciudad judía, que domina las almas de aquellos que viven por algún motivo, para nosotros desconocido, y que hace que surjan, como un espejismo, los rasgos de un ser característico que quizás hace siglos vive aquí y tiene ansias de poseer forma y figura. Quizás está entre nosotros hora tras hora y nosotros no lo percibimos. Del mismo modo que tampoco oímos el sonido del diapasón que vibra hasta que toca la madera y la hace vibrar también a ella. Tal vez no sea más que algo así como una obra de arte anímica, sin conciencia interna..., una obra de arte que nace de lo informe, al igual que un cristal según leyes inmutables. ¿Quién sabe? ¿No podría ser que, del mismo modo que en los días de bochorno crece la tensión eléctrica hasta hacerse insoportable y formar el rayo, debido a la continua repetición de esos pensamientos, siempre iguales, que envenenan el aire, aquí en el ghetto haya una descarga repentina y súbita, una explosión anímica que sacase a la luz del día nuestro subconsciente para, al igual que allí el rayo, crear aquí un fantasma en todas y cada una de las cosas, el símbolo del alma de la masa, si se pudiera entender correctamente el enigmático lenguaje de las formas? Del mismo modo que algunos fenómenos anuncian la caída del rayo, también aquí hay ciertos terribles presagios de la amenazadora aparición de ese fantasma en el reino de la realidad. El revoque de un muro al derrumbarse toma el aspecto de un hombre al caminar; y en la figuras que configura el hielo se forman rasgos de caras rígidas. La arena de los tejados parece caer de un modo distinto al normal y crea en el espectador receloso la sospecha de que es una inteligencia invisible, que se esconde temerosa de la luz, la que le arroja, e intenta misteriosamente trazar toda una serie de extraños rasgos. Si la vista descansa en un monótono enrejado o en las asperezas de la piel, se apodera de nosotros el desagradable don de ver en todas partes significativas formas premonitorias, formas que en nuestros sueños crecen hasta hacerse gigantescas. Y siempre cruza, como un hilo rojo, en todos estos esquemáticos intentos de los rebaños del pensamiento, reunidos para resquebrajar los muros de lo cotidiano, la angustiosa seguridad de que se nos arranca con premeditación y contra nuestra voluntad nuestro más verdadero y propio interior, sólo para que con ellos pueda tomar forma plástica la figura del fantasma..."

miércoles, 29 de agosto de 2012

Historia verdadera (Luciano de Samósata 125–181)

Libro primero

Así como los atletas y los que cuidan su cuerpo no se ocupan sólo de su salud y sus ejercicios, sino que también se proporcionan oportunos descansos –e incluso consideran ésta la parte más importante de su entrenamiento así también creo yo que los intelectuales, después de haberse ocupado largo tiempo en la lectura de temas muy profundos, deben aligerar su mente y prepararla, así, mejor para el esfuerzo futuro.
Pues bien; un descanso adecuado podría ser entregarse a aquellas lecturas que ofrecen un placer delicado y agradable, a la vez que un entretenimiento no indigno de las musas, algo así como lo que pienso opinarán sobre este libro; pues no les atraerá solamente la extrañeza del tema ni la gracia de la intención del autor ni el que narremos una sarta de embustes expuestos de modo convincente y verosímil, sino el que cada episodio aluda, no sin parodia, a algunos de los antiguos poetas, historiadores y filósofos que han escrito acerca de muchos hechos prodigiosos y fabulosos. A éstos los hubiera yo citado por nombre, si los lectores no los pudieran reconocer claramente.
(...)
Al conocer a  todos estos no pude en absoluto censurarles sus mentiras viendo que ello se había convertido ya en algo ordinario incluso entre los que se declaran filósofos; pero lo que me extrañó fue que pensaran que sus engaños pasaran inadvertidos. Por eso mismo, aspirando yo también por ambición a dejar alguna obra a la posteridad, y para no ser el único que no hubiese aprovechado la libertad de inventar historias, puesto que no podía contar ninguna verdadera –pues nada memorable me había sucedido– decidí recurrir al engaño pero con más honradez que los demás. Una sola verdad diré: que digo mentiras. Así creo poder escapar la reproche de mis lectores, al reconocer yo mismo que no digo la verdad. Por lo tanto, escribo hechos que nunca vi, ni nunca me ocurrieron, ni los sé por otros, y además acerca de sucesos que nunca existieron ni pueden llegar a suceder. Por tanto mis lectores no deben otorgarme el menor crédito.
En cierta ocasión zarpé de las columnas de Heracles, en dirección al Océano Hesperia (o sea en dirección al Océano Atlántico, situado más allá de las columnas de Heracles, es decir del Estrecho de Gibraltar) y me embarqué con viento favorable. La causa de mi viaje y su objetivo eran la curiosidad, mi deseo de novedades, mi afán por conocer qué límite tenía el Océano y qué hombres habitaban la orilla opuesta.
(...)
Pues bien, durante un día y una noche navegamos con viento favorable, sin adentrarnos mucho, y con la tierra aún a la vista. Al día siguiente, al amanecer el viento aumentó, el oleaje se hizo más fuerte, el cielo se oscureció y ya no era posible colocar las velas. Abandonándonos al viento, nos dejamos conducir por él y resistimos una tormenta que duró setenta y nueve días; al amanecer el que hacía ochenta, el sol empezó repentinamente a lucir y vimos a poca distancia una isla escarpada y frondosa, a su alrededor resonaba un débil oleaje; la tempestad había amainado casi por completo. Abordamos, desembarcamos y, fatigados, permanecimos largo tiempo tendidos en el suelo; luego, nos levantamos y escogimos a treinta para que guardasen el barco, y yo y los otros veinte nos dispusimos a realizar un reconocimiento de la isla.
Cuando nos habíamos alejado unos tres estadios del mar a través del bosque, encontramos una estela de bronce, escrita en caracteres griegos, confusos y borrados por el tiempo, que decía: "Hasta aquí llegaron Heracles y Dionisio".  Había también dos huellas en la piedra, una de un pletro y la otra más pequeña (...) Después de postrarnos seguimos adelante. Algo más lejos, topamos con un río del que manaba un vino muy semejante al de Quíos. Su corriente era tan abundante y profunda que incluso era navegable en algunos puntos. Este hecho nos obligó a prestar más fe a la inscripción de la estela, viendo las señales del viaje de Dionisio. Resuelto a encontrar las fuentes del río, remontamos su curso, pero no encontramos ningún manantial, sino muchas y extensas viñas, cargadas de racimos; de la raíz de cada una de ellas fluían gotas de vino claro y la unión de todas ellas formaba el río.
(...)
Luego, cruzamos el río por un lugar vadeable y encontramos una extraordinaria especie de viñas: en efecto, a partir del suelo el tronco era robusto y rico en ramas, pero en su parte superior eran mujeres, perfectamente formadas desde la cintura, como los pintores nos representan a Dafne metamorfoseada en árbol cuando Apolo va a cogerla. De las puntas de sus dedos nacían racimos. Además sus cabezas estaban cubiertas de largas cabelleras de pámpanos, hojas y racimos de uva. Al llegar, nos saludaron y dieron la bienvenida, unas en lidio, otras en indio, pero la mayoría en griego. Incluso nos besaron en la boca; mas aquél que recibía un beso, al punto quedaba ebrio y vacilaba en sus pasos. Sin embargo, no nos permitieron coger frutos, porque si arrancábamos uno, ellas sufrían y gritaban. Algunas manifestaron deseos de unirse a nosotros; dos de nuestros compañeros se les acercaron y ya no pudieron separarse; permanecieron sujetos a ellas por sus partes viriles. Efectivamente, quedaron fundidos y entrelazaron sus raíces; pronto de sus dedos nacieron ramas, se vieron envueltos en pámpanos y estuvieron en disposición de dar frutos.
Los abandonamos y huimos hacia la nave, donde explicamos a los que se habían quedado nuestras aventuras y los amores de nuestros compañeros con las viñas. (...) Al romper el día zarpamos con brisa suave. Pero al mediodía, repentinamente, cuando ya la isla estaba fuera del alcance de nuestra vista, se produjo un torbellino que hizo girar la nave, la levantó unos trescientos estadios y ya no la dejó caer sobre el mar, sino que la mantuvo suspendida en el aire, arrastrada por el viento que soplaba contra las velas y henchía la lona.
Estuvimos volando así por los aires siete días y otras noches, y al octavo vislumbramos una gran tierra en el aire, como una isla, brillante y redonda, resplandeciendo con luz deslumbrante; nos acercamos a ella, anclamos y desembarcamos. Al recorrer el país, descubrimos que estaba habitada y cultivada.
(...)
Decidimos adentrarnos en ella, pero fuimos detenidos por los llamados Hipogipos que nos salieron al encuentro. Estos Hipogipos son hombres que cabalgan sobre grandes buitres que les sirven de montura. Los buitres son enormes y tienen tres cabezas. Para ilustrar su tamaño diré que cada una de sus plumas es más larga y gruesa que el mástil de una gran nave mercante. Pues bien, estos Hipogipos tienen la misión de recorrer todo el país y si encuentran algún extranjero llevarlo ante el rey; así, pues, nos detuvieron y condujeron ante éste.

Continuará...

jueves, 14 de junio de 2012

Los sueños (Norman Mackenzie)

El debate sobre los sueños

Para Jung, los sueños son un medio del que se vale el inconsciente para salvar el abismo entre el pasado y el futuro. Ésta es una clave de su concepto acerca de la mente. Veía la constitución psíquica de una persona como un sistema dotado de una estabilidad propia, que trata de establecer su equilibrio en la misma forma en que el cuerpo mantiene el físico mediante sistemas incorporados para el control de la temperatura, la circulación, la actividad glandular, la ingestión y la excreción. Por lo tanto, los sueños tienen también una función compensadora, que enfoca la atención en aquellos aspectos de una situación (o de una personalidad) que se han pasado por alto o desvalorizado en la vida consciente. Al igual como sudamos cuando tenemos calor o jadeamos cuando corremos, el inconsciente debe compensar los excesos de la conciencia. Este proceso sucede en todos los estratos, desde los más triviales a los más profundos.
(...)
Aun cuando la teoría psicológica de Jung es demasiado compleja para ser descrita en detalle, es importante destacar dos aspectos de la misma. El primero es la creencia de Jung de que en todo hombre hay una contraparte femenina (el "anima") y en toda mujer un elemento equivalente de masculinidad (el "animus"). De estos aspectos de la identidad surge una gran riqueza de símbolos, desde la angélica figura guardiana femenina, que aparece en tantos mitos y sueños, hasta la del sabio anciano, imagen tutelar del buen juicio masculino. Además, todo individuo posee lo que Jung llama la "persona", el rostro que presenta al mundo y desea que los demás vean. Se compone de todos los papeles que representa en sus relaciones con otros y es una máscara protectora que oculta las debilidades o inclinaciones que no desea sean detectadas ni siquiera por sí mismo. Lo opuesto de la "persona" es la "sombra", la parte de la personalidad que es "nuestro demonio interior", los aspectos reprimidos e inaceptables de nuestra idiosincrasia que no admitimos conscientemente.
(...)
En la práctica, la actitud de Jung era más prosaica de lo que sugieren sus escritos, porque sus interpretaciones siempre se basaban en una simple pregunta: ¿cuál es el propósito del sueño?  Presumía que era una declaración franca, espontánea y profundamente informada acerca de algún problema o situación que tenía autoridad especial porque era independiente del control de la conciencia. En las regiones desconocidas de la mente de la que surgen los sueños, se encuentra también la fuente de la verdadera individualidad, las fuerzas que guían al hombre en su progreso hacia el propio conocimiento. Estas regiones, que en parte son biológicas, y en parte psíquicas, tienden hacia la integración, hacia el cumplimiento de la promesa original de la personalidad entera.
No obstante, las circunstancias en las que vivimos nos fuerzan a negar gran parte de la promesa, a hacer concesiones y a deformar nuestra propia naturaleza. Según la medida en que neguemos esa humanidad esencial, así negaremos el significado de nuestras vidas y de tal negación surgirán las neurosis.
(...)
Alfred Adler, el fundador de la escuela individual y colega de Freud en Viena, estaba convencido de que los sueños tenían dicha función anticipatoria. Decía que eran "un ensayo general para la vida", en el cual el soñador revela sus esperanzas, temores y planes para el futuro. Los procesos de pensamiento que subrayan este plan (revisión de la evidencia, experimentación con la evidencia a la luz de lo aprendido en el pasado y formulación de cierto número de cursos posibles de acción) no difieren demasiado durante el sueño de los hechos estando despierto. La diferencia reside en el hecho de que el sueño presenta en forma simbólica los problemas y la evidencia con ellos relacionada que el individuo ignora en la vida real porque son demasiado amenazadores o no desea enfrentarse a sus consecuencias. Al igual que Jung, Adler veía los sueños como una compensación de la selectiva parcialidad de la conciencia, Y también, como Freud, veía las distorsiones que presentan los sueños como un recurso protector, si bien, para él, lo que protegía era al "ego" del soñador contra las situaciones de la vida, mientras que para Freud, la distorsión era obra del censor moral que no permitía el paso a los crudos impulsos instintivos de la infancia.

Sueño y ciencia

Aristóteles creía que el despertar y el dormir "son opuestos y el sueño es evidentemente una privación del despertar". Esta es la actitud tradicional ante el dormir y la mayoría de nosotros la aceptamos. Considerar el dormir como un período de olvido, aparentemente necesario para el descanso, pero una interrupción de nuestra vida diaria, parece lo más atinado. Después de todo, un hombre que haya dormido bien durante 70 años de vida, habrá pasado más de 22 de ellos durmiendo. Aun cuando el tiempo así pasado le ha sido beneficioso tanto física como psicológicamente (como comprobará siempre que se le prive del sueño) seguirá ignorando por qué el organismo humano necesita pasar gran parte de la vida insensible al mundo que le rodea. Los científicos no pueden explicárselo todavía, lo mismo que no pueden explicar el enigma del sueño del que se ocupa este libro: por qué soñamos cuando dormimos. (...) Pero, según las cautelosas palabras del doctor Ian Oswald de la Universidad de Edimburgo, cuanto más sabemos, más difícil se hace "llegar a una definición del dormir o a una definición de la conciencia que satisfaga a todo el mundo".  En su apreciable obra Dormir y despertar, no se muestra dispuesto a ir más allá de la siguiente declaración:
"El dormir es una condición recurrente y saludable de inercia y carencia de receptividad. En el individuo normal tal carencia no sólo se manifiesta por un decrecimiento de reacciones manifiestas ante los estímulos, sino también por un decrecimiento de las reacciones no manifiestas. (...) Los impulsos procedentes de los órganos de los sentidos atraviesan los lemniscos, hacia el sistema "retransmisor" del tálamo, luego, hacia las partes de la corteza cerebral que analizan las sensaciones, siendo entonces "traducidos" según las reacciones motrices adecuadas. La eficiencia cortical para interpretar dichos impulsos depende de cierto fragmento del cerebro inferior, llamado "formación reticular" que bombardeando con impulsos vigorizadores la corteza la mantiene en el requerido estado de alerta. Si tales impulsos disminuyen, como sucede durante el sueño, la corteza no produce las mismas reacciones. Hay un impulso que todavía llega a aquella, pero no se traduce en acción adecuada, convirtiéndose en material para un sueño".
¿Cuál es la causa de tal carencia de receptividad? Pudiera ser que algo impida las reacciones habituales ante las señales que recibimos de nuestros sentidos. Inversamente, el algo que suele estar presente cuando nos hallamos despiertos, para ayudar al cerebro a emitir las señales adecuadas de reacción al cuerpo, quizás esté ausente durante el sueño. Oswal, Kleitman y otros especialistas se inclinan ahora por la aceptación de este último punto de vista, en parte porque consideran que la corteza cerebral es imprescindible a la conciencia.
Esta reducción en el recargamiento efectuado por la corteza cerebral explicaría por qué dejamos de responder, cuando dormimos, al estímulo de cualquiera de nuestros sentidos (a menos que se nos despierte en un momento dado, entera o parcialmente) y es también de particular importancia para el estudio de los sueños. Al parecer, cuando dormimos, la parte frontal de nuestro cerebro se comporta como cuando estamos despiertos, pero sus actividades no son traducidas por el mecanismo motriz a reacciones positivas. Cierto es que la facultad de reaccionar parece ser selectiva: una madre despertará al oír llorar a su hijo y sin embargo dormirá durante una tormenta de truenos. Pero normalmente "nos apagamos": podemos soñar que tenemos miedo y corremos, pero no lo hacemos a menos que se trate del tipo de sueño llamado "pesadilla". Todo lo más que hacemos es tener sacudidas. Cuando este proceso inhibidor está seriamente afectado, se produce el fenómeno del sonambulismo.
Además, existe el significativo hecho de que nuestros ojos sean el primer órgano sensorial que suspende sus funciones cuando nos dormimos y el último en funcionar cuando nos despertamos. Pero en 1892 el psicólogo americano profesor George Trumbull Ladd sugirió ya, basándose en su propia experiencia, la posibilidad de que el cerebro esté dotado de un "mecanismo psicofísico para la producción de imágenes visuales" y que lo que llamamos "fantasmas retinales" sea la materia prima de los sueños. Explicado en forma más sencilla: el cerebro deja de "ver" durante el sueño; los ojos, un millón de centros nerviosos cada uno de los cuales recoge cientos de impulsos a cada segundo, dejan de transmitir las señales significativas. Pero la parte del cerebro que opera e interpreta este complejo y delicado mecanismo, continúa portándose como si siguiera "viendo" a pesar de que la percepción sensorial de la realidad ha dejado de funcionar.
En aquella época, la teoría del profesor Ladd pareció otro intento introspectivo de explicar la naturaleza de los sueños como resultado de factores fisiológicos. Se ha averiguado recientemente que había dado con una clave vital: durante el sueño la actividad de los ojos parece estar estrechamente relacionada con lo que llamamos "soñar". Es extraño que tal relación pasara inadvertida cuando el carácter visual de los sueños había sido reconocido desde hacía tanto tiempo. Pero es muy difícil el estudio de los movimientos oculares durante el sueño.
(...)
El Dr. Dement cree que, sea cual fuere el tipo de sueño o de pensamiento visual que se produce en otros estados durmientes, en el sueño REM toda la evidencia señala una relación  entre los movimientos oculares y lo que aparentemente es presenciado por los ojos. Por alguna razón el aparato oculomotor se comporta como si estuviera observando escenas reales. Es decir, dentro del cerebro, lo que sucede es semejante a lo que sucedería si estuviéramos despiertos.
"El sistema nervioso –dice Dement– estaría comportándose como si recibiera una corriente sensorial apropiada a la imaginería onírica." Consiguientemente, el soñar es semejante al despertar activo (y posiblemente, distinto a los procesos mentales inconscientes que se producen fuera del período visual del sueño). En algún lugar del sistema nervioso, la imaginería de los sueños reemplaza la estimulación normal de la retina procedente del mundo exterior.
Llamaremos la atención sobre dos de las posibles implicaciones de esta idea. Cualquiera que sea la causa de estas señales visuales (sustitutos de la realidad), en lo que concierne a algunas partes del cerebro equivalen a lo real. No hay distinción entre la imaginería visual de un sueño y la imaginería visual de la vida consciente. La distinción reside en lo que hace el cerebro. Es indudable que existe algún mecanismo que impide que el cuerpo obre según la información sensoria recibida que, por así decirlo, comunica a áquel: "Esto es solamente un sueño, y la acción es innecesaria." Cuando este mecanismo inhibidor de la acción no funciona debidamente, nos agitaremos, nos moveremos inquietos e incluso andaremos o hablaremos en sueños. Pero si funciona, nuestros sueños pueden en efecto facilitarnos incurrir en fantasías sin correr los riesgos inherentes al obrar según los sentimientos despertados por los sueños.
La segunda implicación es consecuencia de ésta. Puede existir un motivo psicológico así como fisiológico para las imágenes que aparecen ante nuestros ojos; el primero, describiendo el escenario para la representación y el segundo actuando. Una división semejante de labor explicaría el hecho de que los psicólogos y fisiólogos se hayan concentrado hasta ahora en dos aspectos distintos de los sueños.

martes, 3 de abril de 2012

Jesús, el héroe solar (Ramón Hervás)

Los ocultos orígenes de Jesús

Jesús, Mesías de Israel

"Jesús, como legítimo representante del linaje davídico, aspiraba a ocupar un día el trono de Israel. Esta intención aparece manifiesta tanto a través de los Evangelios como en Los Hechos de los Apóstoles, si bien en ninguno de estos escritos dicha intención acaba de ser perfectamente establecida ni tampoco se exponen las motivaciones de Jesús para desear acceder a la realeza. En realidad, esta intencionalidad de Jesús queda difusa, tanto a causa de la deliberada intención de los textos sagrados de no fijar el contexto de la vida de Jesús como a causa de la clara intención de los evangelistas de pintar a un Jesús de origen divino, que desempeña en la tierra una misión estrictamente divina, y que no tiene nada que ver con los avatares de la existencia cotidiana, lo cual hace que esté absolutamente desprovisto de toda connotación histórica con su medio y su tiempo.
(...)
En la vertiente exotérica, la reiterada ocultación de la finalidad real de Jesús, de sus vínculos con las fuerzas políticas que luchaban por librar Palestina del yugo romano, no consigue enmascarar sin embargo su misión real. La ocultación sofoca datos y detalles concretos, pero no puede enmascarar la atmósfera de lucha política, el aura rebelde que envuelve su figura y que perciben nítidamente sus primeros seguidores. El aura de Jesús, en efecto, a partir de su muerte, se extendió rápidamente por toda Judea y Galilea y, desde allí, a todos los confines del Mediterráneo, sobre todo gracias a la ingente obra de Pablo –una proeza de aleccionamiento religioso que hoy haría envidiar a los expertos en marketing político– y, tal vez gracias precisamente al buen cuidado de Pablo en diluir todo el contexto social, cultural, religioso y político en el cual Jesús se desenvolvió a lo largo de su vida.
Ningún cronista cristiano menciona los grupos, personalidades, instituciones y movimientos que bullían en la Palestina de la época, un país del que debía surgir el movimiento religioso que mayor trascendencia ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad. (...) 
Ni el médico Lucas en Los Hechos, ni los evangelistas en su crónicas ni Pablo en sus epístolas mencionan tampoco que el cristianismo primitivo no era sino un quietismo, una escuela más de misterios surgida del judaísmo y que iba más allá de la mera enseñanza y contemplación religiosa puesto que estaba vinculada a los movimientos revolucionarios nacionalistas que, dentro del judaísmo, representaban los celotes. Por supuesto, nadie dice nada tampoco respecto a que, en sus orígenes, el cristianismo no era más que una rama del judaísmo y que la ruptura con su pensamiento religioso se establece en cuanto Pablo aparece en escena. Ni los evangelistas ni los primeros autores cristianos mencionan tampoco (o si lo hacen es rozando levemente el aspecto exterior) las relaciones de Jesús con Salomé o con María de Magdala. A esta última la pintan como a una mujer de vida oscura cuando no era sino la esposa real y al mismo tiempo la "esposa mística" de Jesús: un espejo en el cual el alquimista reflejaría a su soror mística o el cátaro a su "amaxia uxor". En el esoterismo cristiano, Lilit o Haisha es la Mujer Interior, "el ser que está fuera del hombre". Y el héroe perece, es abandonado por los dioses, cuando él abandona a la esposa mística. El hombre no puede renunciar al componente del alma, ese cuerpo sutil que perece si no se une al espíritu. El taumaturgo necesita unirse a una esposa mística.
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¿Dónde nació Jesús?

Mateo, por su parte, sitúa el nacimiento de Jesús en Nazareth: "Y por ello será llamado nazareno", dice en su evangelio. Lo que parece confuso es si realmente lo considera nazareno por haber nacido en Nazareth o si emplea la voz nazarita: joven dedicado al servicio de Dios, según el sentido que da a este término la profecía de Samuel. Por otra parte, la voz nazareno no se aplicaba a los nacidos en Nazareth, lugar de dudosa existencia en tiempos de Jesús, sino a los cristianos primitivos que seguían la llamada "vía árabe".
Y si el lugar de su nacimiento no aparece claro, pues unos lo sitúan en Belén y otros en Nazareth, poblaciones ambas de Judea, algunos más dicen que Jesús había nacido en un innominado lugar de Galilea. Y si elusivo es el lugar donde naciera, tampoco aparece del todo claro quién fue realmente el padre de Jesús. Los cuatro Evangelios canónicos coinciden en atribuir la paternidad de Cristo a José el Carpintero. ¿Tal vez porque el sobrenombre de Jesús era el de "Hijo del Carpintero"?  En arameo, "Hijo del Carpintero" es Bar Nagara, voz que seguramente ya fue malinterpretada al ser transcrita por primera vez en arameo y que luego, plausiblemente, sería sucesivamente corrompida en las siguientes versiones de los textos primitivos.
En efecto, si tenemos en cuenta que los primeros borradores de los evangelios –notas dispersas, escritas en siriaco, en torno a la vida de Jesús– fueron la base para componer los primeros escritos cristianos, los cuales servirían a su vez de base para la redacción de lo Evangelios sinópticos, y si tenemos también en cuenta que la versión latina (traducida de la versión griega procedente del siriaco) no se produce hasta siglos después, y que las versiones sucesivas son encomendadas a los monjes copistas, quienes apenas sabían leer y copiaban palabra a palabra, comprenderemos el remoto parecido que tales versiones debían tener con los primeros borradores de la vida de Jesús.
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Lo que los Evangelios no dicen de Jesús


La familia de Jesús

Los Evangelios pasan muy discretamente sobre el asunto de los hermanos de Jesús, bien aludiendo a ellos de forma generalizada o silenciándolos, excepto en el pasaje señalado del publicano Mateo, pero ante esta revelación, lo mismo que ante tantas otras, el lector debe leer entre líneas para discernir qué se intenta ocultar. (...) Pablo, excepcionalmente, ofrece algunos datos históricos pero nos presenta un Cristo idealizado que apenas tiene nada que ver con la realidad. (...)
Viviendo durante un tiempo a la sombra de su primo Juan, hasta alrededor de los 30 años, Jesús es un perfecto desconocido que durante toda su juventud ha intentado pasar desapercibido, torturado tal vez por el reproche que le hacían sus enemigos respecto a su origen. Ésta era sin duda una cuestión delicada para Jesús, pues si se declaraba abiertamente hijo de Judas de Gamala, no había duda de que le lloverían, si no represalias, sí al menos las suspicacias de las autoridades. Proclamarse hijo de Galaunita, a los ojos de sus seguidores, hubiera representado igualmente un riesgo que pocos de ellos hubieran estado dispuestos a correr. (...) Silenciando el nombre de su padre, lo plausible es que la gente, y más especialmente sus enemigos, lo consideraran hijo ilegítimo o, cuando menos, de dudosos orígenes. Sin duda tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para, finalmente, proclamarse heredero del trono de Israel y reivindicar sus derechos.
(...)

Jesús como dios solar

Si tenemos en cuenta el hecho de que cuando comienza a establecerse el cristianismo no existe una literatura evangélica sino solamente una serie de relatos orales confusos y contradictorios, animados todos ellos por la multitud de grupúsculos que quieren monopolizar la doctrina de Cristo y desacreditar a otros grupos rivales, entenderemos mejor por qué algunos datos –por ejemplo el de a quién corresponde la paternidad de Jesús– se muestran tan vagos y difusos. Cuando en las postrimerías del primer siglo cristiano aparecen los escritos evangélicos, el Apocalipsis, el único libro al parecer escrito o dictado por uno de los apóstoles, no hace referencia alguna ni a la ascensión ni a la resurrección y, aparte de señalar la descendencia davínica de Jesús, presenta Cristo-Pascua como al cordero inmolado "cuya sangre purifica a aquellos que creen en él". En este texto de san Juan subyace la noción de Cristo como dios solar, cuyos avatares terrestres están inscritos en las profecías de la tradición religiosa de Israel.
Como todo héroe solar, necesariamente, Cristo debía nacer de una virgen, Es Juan, sobre todo, quien destaca este carácter solar de Jesús, reflejando, sin duda, el talante original de nuestra religión, muy anterior, por supuesto, al que expresan los Evangelios sinópticos, pues éstos representan la reacción judaica contra el espíritu "helenizante del cristianismo primitivo encarnado en el Cuarto Evangelio" (Edmundo González-Blanco, introducción a Los Evangelios apócrifos, p. 37).  Los escritos que atribuimos a san Juan, ciertamente, expresan la fusión del helenismo politeísta con la forma judaica del monoteísmo, cuya fuente, como es obvio, habría que buscarla en la primitiva religión egipcia. Dicho con otras palabras, el Evangelio de san Juan transpira el pensamiento oriental que antes del nacimiento de Jesús llegó a Egipto procedente de Persia.
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Jesús y sus hermanos

Cuando los Evangelios hablan de los hermanos de Jesús, de su entorno familiar, lo hacen siempre como pasando de puntillas, sin querer detenerse en un tema tan espinoso. Y la clave, más que en Jesús mismo, posiblemente está en Pedro, de cuyo hijo Judas sí se dice en los Apócrifos que es sobrino de Jesús, mientras se omite sistemáticamente en los sinópticos que Pedro y Jesús eran hermanos. Aunque tal vez fueran sólo hermanos políticos, pues Judas podría ser sobrino de Jesús si Pedro estaba casado con una hermana suya.
De cualquier modo, Pedro es la clave del secreto. Pedro (piedra) y clave (sinónimo a su vez de piedra) son la clavícula o piedra angular sobre la que deberá asentarse la Iglesia. Pero ¿una institución tan respetable puede admitir que su fundador, y sus hermanos, fueran hijos de un revolucionario, por un lado, o que no tuvieran padre conocido, por otro, si admitimos que José tenía casi noventa años cuando se casó con María y que ésta –hechos los consiguientes cálculos a partir de la cronología que dan los Evangelios–, contaría entonces cuarenta y, por lo tanto, ya tendría a la mayor parte de sus hijos criados y creciditos, sobre todo si tenemos en cuenta que su primer hijo, Jesús, lo tuvo según la tradición evangélica a los dieciséis años? En este punto de la maternidad de María se produce sin duda un lapsus que revela la verdad, pues la "madrina" de Jesús, Magdalena, contaría unos dieciséis años cuando arribó a Occitania, embarazada por Jesús..."

lunes, 19 de marzo de 2012

El problema del tiempo (John Alexander Gunn 1896-1975)

"Los sucesores inmediatos de Kant se colocaron en la posición en que todo gran pensador deja a quienes vienen inmediatamente después de él, la posición de tener que explicarlo. Ésta no podía ser tarea fácil, y hubo quienes consideraron que el principal objetivo de Kant era una cosa, mientras algunos insistían en que era otra diferente. Aunque él esbozó su propia crítica, su enunciación de los problemas se mantuvo como el rasgo dominante del pensamiento posterior, no sólo en Alemania sino también en Francia y Gran Bretaña. Además de las críticas de Trendelenburg y Ueberweg (los pensadores más vigorosos del siglo XIX), todos tuvieron algo que decir con respecto a su actitud frente al problema del Tiempo.
(...)
Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, estableció veintiocho proposiciones o praedicabilia concernientes al Tiempo:

1. Hay sólo un Tiempo, y todos los tiempos diferentes son parte de él.
2. Los tiempos diferentes no son simultáneos, sino sucesivos.
3. El Tiempo no puede ser pensado, pero todo puede pensarse acerca de él.
4. El Tiempo tiene tres divisiones: el pasado, el presente y el futuro, las cuales constituyen dos direcciones y un centro de diferencia.
5. El Tiempo es infinitamente divisible..
6. El Tiempo es homogéneo y un continuum, o sea que ninguna de sus partes es diferente del resto ni está separada de él por nada que no sea tiempo.
7. El Tiempo no tiene principio ni fin, pero todo principio y todo fin están en él.
8. Contamos en virtud del Tiempo.
9. El ritmo está sólo en el Tiempo.
10. Conocemos las leyes del tiempo a priori.
11. El Tiempo puede ser percibido a priori, aunque sólo en la forma de una línea.
12. El Tiempo no tiene permanencia, pues pasa en cuanto está en un sitio.
13. El Tiempo nunca reposa.
14. Todo lo que existe en el Tiempo tiene duración.
15. El Tiempo no tiene duración, pues toda duración está en él, y es la persistencia de lo que es permanente en contraste con su incesante curso.
16. Todo movimiento es sólo posible en el tiempo.
17. La velocidad está, en espacios iguales, en proporción inversa con el tiempo.
18. El Tiempo no es mensurable directamente por sí mismo, sino sólo indirectamente por el movimiento, el cual está a la vez en el espacio y en el tiempo; el movimiento, pues, del sol y del reloj mide el tiempo.
19. El Tiempo es omnipresente. Cada parte del tiempo está en todo sitio, es decir en todo espacio a la vez.
20. En el tiempo tomado en sí mismo, todo estaría en sucesión.
21. El Tiempo hace posible el cambio de accidentes.
22. Cada parte del tiempo contiene a todas las partes de la materia.
23. El Tiempo es el principio de individualización.
24. El "ahora" no tiene duración.
25. El Tiempo en sí mismo es vacío y sin propiedades.
26. Cada momento está condicionado por el momento precedente, y es sólo porque este último ha dejado de ser. (Principio de razón suficiente de la existencia en el tiempo.)
27. El Tiempo hace posible a la aritmética.
28. El elemento simple en aritmética es la unidad.

Schopenhauer coincide con Kant en que el tiempo es una forma esencial de toda experiencia, y lo llama "la forma primera y más esencial de todo conocimiento o la forma del sentido interno". Elogia a Kant por colocar sus investigaciones sobre el tiempo y el espacio en primer plano dentro de su obra, pues "a la mente especulativa se le presentan estas preguntas antes que otras: ¿qué es el tiempo? ¿Qué es aquello que consiste en mero movimiento sin nada que lo mueva?". Él mismo considera que el tiempo es enteramente dependiente del sujeto y, como una "prueba suficiente" de esto, cita el hecho de que es imposible para la mente pensar en el tiempo, pero sí puede pensar a las cosas en el tiempo. Así como la geometría reposa sobre la intuición pura o percepción del espacio, el cálculo reposa sobre la percepción del tiempo. "Todo cálculo –argumenta– consiste en la afirmación repetida de la unidad. Sólo con el propósito de saber siempre       cuántas veces hemos afirmado ya la unidad, la marcamos cada vez con una palabra distinta: éstos son los numerales. Ahora bien: la repetición es sólo posible a través de la sucesión. Pero la sucesión –o sea, uno tras otro– depende directamente de la intuición o percepción del tiempo. Es una concepción que sólo puede ser comprendida por medio de éste; y, por tanto, el cálculo también sólo es posible por medio del tiempo". Se refiere al criterio de Aristóteles sobre el tiempo como "el número del movimiento", y a su doctrina de que si el alma no fuese, tampoco el tiempo podría ser. "Si la aritmética no tuviese esta pura intuición o percepción del tiempo como su fundamento, no sería una ciencia a priori y, por lo tanto, sus proposiciones no tendrían infalible certeza". Dice Schopenhauer que "en el tiempo, cada momento está condicionado por el precedente. La base de la existencia, como ley de consecuencia, es simple, pues, porque el tiempo sólo tiene una dimensión, y ninguna multiplicidad de relaciones puede darse en él. Cada momento está condicionado por el precedente; sólo a través de este último podemos alcanzar al primero; sólo porque el último fue, y ha transcurrido, el primero ahora existe..."

miércoles, 18 de enero de 2012

La conciencia cuántica (Danah Zohar)

El ser

"La declaración más revolucionaria, y la más importante para nuestros objetivos, que ha hecho la física cuántica sobre la naturaleza de la materia, y quizá sobre el propio ser, es la consecuencia de su descripción de la dualidad onda/partícula; se trata de la afirmación de que todos los seres, a un nivel subatómico, pueden describirse de igual manera como partículas sólidas, como si se trataran de numerosas y diminutas bolas de billar, o como ondas, como ondulaciones en la superficie del mar. Más lejos aún, la física cuántica llega a decirnos que ninguna de las dos descripciones es realmente adecuada por sí misma, y que ambos aspectos del ser, considerados como ondas o partículas, deben tenerse en cuenta cuando tratamos de comprender la naturaleza de las cosas, y que lo básico es precisamente esa misma dualidad. El "material" cuántico es esencialmente ambas, la consideración como ondas o como partículas, simultáneamente.
Esta naturaleza estilo Jano del ser cuántico se resume en uno de los más fundamentales principios de la teoría cuántica, el Principio de la Complementariedad, que afirma que las dos maneras de describir al ser, como onda o como partícula, se complementan la una a la otra, y que el cuadro completo sólo surge del "reparto de paquetes". Lo mismo que los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro, cada descripción suministra una clase de información de que carece la otra. El que en un momento dado el ser elemental se presenta como una o como otra depende de las condiciones del conjunto, que son cruciales y entre las que se encuentra el que haya o no alguien observando o, si es así, qué es lo que se está observando. (...) Tal dualidad, así como el concepto de alguna manera etéreo de materia que aquélla representa, no podía ir más allá de la noción más corriente defendida por la física clásica o newtoniana.
En la física de Newton, lo mismo que en la percepción común nuestra de las cosas de mayor tamaño, se daba por sentado que el ser, a su nivel más básico e inanalizable estaba formado por pequeñas partículas discretas –los átomos– que chocaban, se atraían o se repelían unos a otros. Eran elementos sólidos y separados unos de otros, ocupando cada uno de ellos su propio lugar definido en el espacio y en el tiempo. Por el contrario, los movimientos de las ondas –tales como las ondas lumínicas– se creía que consistían en vibraciones que tenían lugar sobre una sustancia "gelatinosa" (el éter) y que no eran elementos fundamentales en sí mismos. De esta manera, ambas, las ondas y las partículas, desempeñaban un papel en la física newtoniana, pero se creía que las partículas eran más básicas y que era de ellas de lo que estaba constituida la materia.
Sin embargo, para la física cuántica, las dos (ondas y partículas) son igualmente fundamentales. Cada una de ellas es una manera en que la materia puede manifestarse a sí misma, y ambas en conjunto consisten en lo que la materia es. Y mientras que ningún "estado" es completo en sí mismo, y que ambos son necesarios para proporcionarnos un cuadro completo de la realidad, resulta que nunca podemos concentrar nuestro objetivo en ambas a un tiempo. Tal es el meollo del Principio de Incertidumbre de Heisenberg, el cual, lo mismo que el Principio de Complementariedad, es uno de los más fundamentales principios del ser en la teoría cuántica.
Según el Principio de Incertidumbre, las descripciones del ser en ondas y en partículas se excluyen la una a la otra. Mientras ambas son necesarias para conseguir una comprensión completa de lo que es el ser, sólo una de ellas está disponible en un momento dado. De la misma manera, podemos medir la posición exacta de algo como, por ejemplo, un electrón cuando se manifiesta a sí mismo como partícula, o podemos medir su impulso (su velocidad) cuando se expresa en forma de onda, pero no podemos de ninguna manera conseguir una medida de ambos, exactamente al mismo tiempo. (...) La mayoría de los electrones y de otras entidades subatómicas no son ni partículas enteramente ni enteramente ondas, sino más bien una confusa mezcla de las dos, conocida bajo el nombre de "paquete de ondas", y aquí es cuando ha llegado el momento de que haga su aparición por entero la dualidad onda/partícula y el misterio cuántico. Mientras que podemos medir las propiedades de las ondas, o las propiedades de las partículas, las exactas propiedades de la dualidad evitarán siempre cualquier tipo de medida que hubiéramos tenido la esperanza de hacer. A lo más que podemos aspirar con cualquier paquete de ondas dado es a hacer una difusa lectura de su posición y una no menos difusa lectura de su impulso.
Esta vaguedad esencial es la incertidumbre a que hace referencia el Principio de Incertidumbre, que sustituye al viejo determinismo newtoniano, para el que cualquier cosa que se refiera a la realidad física está prefijado, determinado y es mensurable, como un vasto "potaje" del ser en el que cada cosa permanece indeterminada, es de alguna manera fantasmagórica y se encuentra exactamente más allá de nuestro conocimiento.
De la misma manera en que, a menudo, sentimos que no podemos entender a otra persona por completo, que en realidad nunca podemos fijarlo en su esencia, es ciertamente verdad que nunca podemos conocer enteramente una partícula elemental. Es como si estuviéramos condenados para siempre a ver sólo sombras entre la niebla. La naturaleza entera de este indeterminismo cuántico se dirige en derechura al meollo del problema central filosófico suscitado por la mecánica cuántica: la naturaleza de la propia realidad.
Algunos teóricos de la física cuántica, fundamentalmente Niels Bohr y el propio Heisenberg, sostuvieron que la propia realidad fundamental es esencialmente indeterminada, que no existe "alguna cosa" clara, prefijada, por debajo de nuestra existencia cotidiana que pueda llegar a ser concedida alguna vez. Cualquier cosa que se refiera a la realidad es y continúa siendo un asunto de probabilidades. Un electrón pudiera ser una partícula, pudiera ser una onda, pudiera estar en esta órbita, pudiera estar en aquella otra; más aún, pudiera suceder cualquier cosa. Sólo podemos predecir tales cosas basándonos en que son las más probables dados los constreñimientos totales de cualquier situación experimental dada.
Según esta visión, donde las bases esenciales de la realidad según la conocemos consiste exactamente en tan numerosas posibilidades, topamos con el problema central incontestado de la teoría cuántica: ¿cómo puede cualquier cosa de este mundo llegar alguna vez a convertirse en algo real, o prefijado? Se trata exactamente de lo opuesto al dilema suscitado por el universo cuántico de Newton, en el que no existe oportunidad alguna para lo nuevo. Leyendo a Newton, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo puede alguna cosa suceder alguna vez? En la interpretación de la mecánica cuántica realizada por Bohr-Heisenberg, el gran problema se convierte en éste: ¿cómo puede alguna cosa existir alguna vez?
(...)
Por ahora, la indeterminación cuántica es, cuando menos, una poderosa manera metafórica de percibir la realidad. Al nivel de lo cotidiano, podemos ver el Principio de Incertidumbre y el Principio de Complementariedad –la dualidad onda/partícula– ofreciéndonos una elección entre diferentes maneras de observar el mismo sistema. Por ejemplo, podemos pensar que las ondas son ondulaciones masivas de la superficie del mar, o podemos considerar que se trata de "partículas" (moléculas) de agua individuales alteradas. Podemos considerar que una nación es una entidad viva con sus propias características, sus rasgos distintivos y su historia, o podemos dividirla en ciudades individuales, edificios y gentes.
Si llevamos la metáfora aún más lejos, podemos pensar en los ladrillos que constituyen los edificios o en las células que conforman el cuerpo humano, o incluso en la estructura molecular o atómica de cada uno de ellos. Diferentes clases de objetos pueden observarse con una mayor claridad desde diferentes perspectivas, y ¿quién es el que puede decidir cuál de ellas es la más fundamental? ¿Qué o cuál existe más "auténticamente"?
La teoría del campo cuántico nos lleva incluso más allá de la muerte de Newton y del universo silencioso, proporcionándonos un cuadro vivo de fluido dinámico que descansa en el corazón de un ser determinado. Aquí, incluso aquellas partículas que se manifiestan a sí mismas como seres individuales, lo hacen únicamente brevemente.
A suficiente frecuencia, las partículas energéticas pueden nacer a partir de un fondo de energía pura (ondas), existir durante un brevísimo momento, y disolverse a continuación de nuevo en otras partículas o regresar al fondo energético del que habían surgido, a la manera en que uno observa las trayectorias de corta vida en una sencilla cámara de vapor de agua de Wilson, que aparentemente no se originan en ninguna parte, atraviesan un corto espacio en medio de la niebla y, finalmente, vuelven a desaparecer de nuevo. Se conservan algunos de los elementos momentáneos, propiedades de las partículas individuales (la masa, la carga, la órbita), pero en el número y la clase de partículas no son constantes. Lo mismo que el aumento  o la disminución de la población de una nación, o la construcción y el declive de sus ciudades o edificios determinados, esa permanencia está reservada a conservar el equilibrio global de todo el sistema.
Esta pincelada gráfica de la emergencia y el retorno, o del comienzo y el cese, de las partículas subatómicas determinadas a nivel cuántico de la realidad posee profundas implicaciones por lo que se refiere a la manera en que nosotros mismos consideramos la naturaleza y la función de personalidades determinadas, o a la supervivencia del ego individual."