viernes, 16 de octubre de 2015

Spinoza y el panteísmo ( Carlos Brandt 1875 – 1964 )

LA CIENCIA
 
Los descubrimientos que se han venido haciendo después de Spinoza, no han hecho más que confirmar la exactitud del panteísmo en todos sus diversos órdenes. De ahí que no falte razón a las autoridades científicas que proclaman al filósofo como padre espiritual de toda ciencia moderna.
Lavoisier, al fundar la física moderna por medio de su trascendental descubrimiento de la constancia de la fuerza, dejó implícitamente demostrado el panteísmo en la física, así como en la química lo dejó también demostrado Robert Mayer con su no menos trascendental descubrimiento de la constancia de la materia. Laplace y Kant, descubriendo el verdadero génesis del Universo, lo mismo que Newton, sorprendiendo las leyes que lo rigen, hablaron también en el lenguaje del panteísmo.
Herbert Spencer se hace acreedor a la gratitud del mundo científico al unir, como afluentes de un mismo río, que son, la biología de Darwin con la filosofía de Spinoza, dando así origen a la sociología moderna. Pues es de observar que el panteísta se adelanta a su tiempo el establecer un sistema filosófico en que habían de encajar maravillosamente, dos y medio siglos más tarde, las teorías de Darwin, haciendo con ello exclamar a Haeckel, gratamente sorprendido: "La claridad, seguridad y lógica del sistema monista de Spinoza es tanto más de admirar, cuanto que a este formidable pensador de hace doscientos cincuenta años, le faltaban los principios empíricos y exactos que nosotros hemos adquirido en la última mitad del siglo XIX"...
He ahí algo curioso: Spinoza fue el primero en fundamentar la filosofía en las matemáticas, y Einstein el primero en fundamentar las matemáticas en la filosofía. Spinoza hizo de la filosofía una ciencia exacta, en tanto que Einstein hizo de las ciencias exactas (las matemáticas) una filosofía, es decir, una ciencia compleja. La idea del mal, que anteriormente era considerada como verdad matemática, con Spinoza pasó a ser una relatividad. Del mismo modo Einstein hizo una relatividad de las ciencias exactas y con ello nos ha hecho pensar que si hasta las matemáticas son de valor relativo, todo concepto filosófico, cual es la idea del mal, con más razón tiene que serlo.
Los que niegan las ventajas prácticas de las especulaciones filosóficas, no deben olvidar que gracias a las Ciencias que tienen por base el monismo o sea el panteísmo, el mundo ha alcanzado ventajas de moral prácticas tan grandes, como no lo soñaron los mismos moralistas dualistas, quienes predicando moral desde el punto de vista puramente sentimental, han debido cerciorarse de lo lento que se marcha con tal sistema... El moderno concepto de la antropología criminal y que implícitamente tiene su base en el panteísmo o monismo, lenta, pero firmemente, ha venido modificando el código penal en todos los países civilizados, emprendiendo así una campaña con éxito cada vez más creciente, hacia la paulatina eliminación del castigo. Y si ese éxito continúa, como necesariamente tendrá que suceder, si es que el progreso ha de continuar su marcha evolutiva, tendremos que al fin se impondrá en el mundo la filosofía del perdón que tan noblemente, pero con tan poco éxito, predicara Jesús de Galilea.
El día en que el perdón llegue a imponerse definitivamente en el mundo, será, antes que todo, debido a la obra espinosista que nos enseña a comprender el destino... Es solamente a través del racionalismo espinosista que el sentido del verdadero cristianismo podrá imponerse en el mundo.
 
 
LA RELIGIÓN
 
Los voceros del fanatismo religioso han acusado a Spinoza de ateísmo; de ser "el más impío de los herejes", para hablar en los términos en que se expresaba uno de sus contemporáneos. La verdad es que si el autor de la "Ética" niegan la existencia de un Dios personal; de un Dios que no sea la Naturaleza misma, en cambio nadie, como él, ha demostrado más racionalmente la existencia del principio universal de todas las cosas. Para tratar de demostrar la existencia de Dios, los teólogos se han basado en milagros y en tradiciones, presentando así los argumentos menos consistentes que se pueda dar. Para demostrar lo mismo, Spinoza se sirve únicamente de la lógica, y es tal su originalidad, que llega a emplear matemáticas para explicar la naturaleza de Dios, y a utilizar la geometría para resolver problemas tan complejos como el del libre albedrío. (...) En resumen diremos que si Spinoza no fue nunca debidamente comprendido, no obstante ello el movimiento intelectual moderno, en todos sus diversos aspectos, está implícitamente basado, como vimos, en la filosofía del panteísta, pues ese movimiento ha servido para confirmar dicha filosofía.  Y esta última ha servido también para demostrar la razón de los principios espiritualistas proclamados por Buda, Zaratustra, Jesús y demás ungidos, sobre el amor al prójimo. Esos principios, cuya importancia ha venido a menos cada día más hasta llegar a lo que son hoy, esto es, simples fórmulas teológicas, terminarán al fin por desaparecer, aun como tales, si la humanidad no se apresura a tratar de comprender el destino asegurando así, definitivamente, el triunfo a la filosofía del perdón proclamada por Jesús. Como lo declaran teólogos eminentes, el espinosismo es el complemento del cristianismo, lo que quiere decir que las prédicas de Jesús no lograrán imponerse definitivamente hasta que la humanidad no haya acabado de comprender la filosofía de Spinoza, que es la única que le da a aquella una base verdadera. 
 
 
EL PANTEÍSMO
 
La idea panteísta nos viene de tiempo inmemorial: Todas las más antiguas civilizaciones la reconocen, particularmente las de los egipcios, los hindúes, los persas, los chinos, los griegos, etc. De manera especial en el Upanishad Kandogia, una parte de los Vedas, se hace una extensa exposición del panteísmo. En el mundo moderno fue Benedicto Spinoza el primero en reconocer el panteísmo, convirtiendo a éste, a la vez, en el más vulnerable, sintético y consecuente sistema filosófico que se conoce. Sin embargo, hay que recordar que antes que Spinoza, existió otro gran panteísta: Giordano Bruno, y antes que éste, está Leonardo da Vinci, quien sintetiza dicho sistema en esta frase: El mundo es un perfecto organismo. Esta frase encierra los tres postulados del panteísmo así: 1 ) Todo en el mundo, Dios, los hombres, la Naturaleza entera, forman una sola, perfecta e indivisible unidad. 2 ) Consecuentemente, siendo todo parte de Dios y, por lo tanto perfecto, se sigue que el llamado "mal" no existe en realidad, pues es sólo una relatividad, y aun el sufrimiento, el dolor, es necesario aunque en nuestra ignorancia no lo comprendamos así. 3 ) Todo el mundo es la obra de Dios, o sea el Destino. Consecuentemente, no existe voluntad libre, tal cual se lo imagina la mayor parte de la gente. Estos tres postulados son la trípode en que descansa todo el sistema panteísta. Por lo tanto, hay que aceptar o rechazar dichos tres postulados juntos, pues si se rechaza uno solo de ellos, los otros dos serían inexplicables.
Los dioses de todas las religiones, especialmente el Dios bíblico de los judíos y cristianos, carecen de base lógica y sólo se han podido sostener gracias a la superstición que hoy predomina en el mundo. Pero, ante la lógica imparcial, resulta absurdo un Dios a quien al hacerlo semejante a nosotros, le atribuimos figura de primate o simio. Y lo que es aun peor, al atribuirle nuestras propias condiciones espirituales, lo hacemos vengativo, cruel, iracundo, etc. Bien lo expresa Paul Lafargue: "Dieu n`est pas le créateur, mais la créature de l`homme". Nada más cierto: todos los dioses tienen los mismos vicios y las mismas virtudes de los pueblos que los inventaron. (...) En cambio el concepto panteísta de Dios es completamente racional, ideal. Ese dios no tiene formas físicas y su espíritu es la esencia misma de la Voluntad Infinita. Todas las cosas de esta vida, aunque nos parezcan separadas, son una sola. Consecuentemente, no hay un dios fuera de la naturaleza, pues Dios es la naturaleza misma...
Algo semejante pasa con el alma, porque así como a los menos preparados nos parece que Dios y el mundo son dos cosas distintas, así también nos parece que materia y espíritu, no solamente tienen nada en común, sino que se rechazan mutuamente. Hay que comenzar diciendo con San Agustín, que "el cuerpo es también una creación divina". (...) En realidad, como lo he dicho otras veces, el materialismo y el espiritualismo tendrán que hacerse mutuas concesiones, si es que quieren ser útiles a la humanidad. Los extremos son viciosos, y sólo el panteísmo es el que podrá ponerle remedio a esos extremismos que jamás lograrán llevarnos a la verdad. El problema panteísta hay que enfocarlo con gran imparcialidad y libre de todo prejuicio. Espronceda, uno de los más inspirados poetas españoles, y acaso el más profundo de todos, en su famoso poema "El Diablo Mundo", critica así a los filósofos dualistas:
"Y a nadie asombre que afirmar me atreva
que siendo al alma la materia odiosa,
aquí, para vivir en santa calma,
o sobra la materia o sobra el alma".
 
No, poeta: aquí no sobra nada, sino que más bien falta al mundo sesos para comprender el panteísmo. Ya veremos que al comprenderlo, desaparecerán todas las discrepancias.
La antropología nos ha demostrado hasta la saciedad que todas las que denominamos perversidades, como el odio, la venganza, la iracundia, etc., fueron una vez virtudes en nuestros antepasados, pues fue debido a ellas que pudieron sobrevivir en la lucha por la existencia. (...) Mas, a medida que adelanta la humanidad y se aleja de la idea de las agresiones y las violencias, esas perversidades o virtudes (o como se las quiera llamar), cual las tetillas en el hombre y los músculos en las orejas, van siendo cada vez menos necesarias. De modo que cual dichos músculos, también el odio, la venganza y demás perversidades son realmente resabios del pasado. Obsérvese que a medida que pasa el tiempo, van siendo menos necesarias, y que a medida que van siendo menos necesarias, se van disminuyendo y nos van pareciendo cada vez más malas, más inmorales. (...) Más adelante hablaremos también de la necesidad de las enfermedades agudas que, como las tempestades en las montañas, podrán ser algunas veces peligrosas y hasta desagradables, pero siempre han sido beneficiosas para regenerar la naturaleza. Bien y mal son relatividades, pues están en el tiempo y en el espacio. Ayer fue bueno lo que hoy es malo. (...) En la altamente civilizada Grecia de Pericles, se mataban, al nacer, los niños que venían al mundo defectuosos. Hoy hacer eso sería un crimen. (...) El solo hecho de que la ley, las costumbres, sean distintas en los diversos pueblos y en las diversas épocas es ya prueba suficiente de que la moral es relativa. Filosóficamente, el llamado "mal" es solamente una relatividad, como lo demostró el panteísta. (...) Esto en cuanto a la moral. Ya trataremos el problema de la voluntad libre, que está estrechamente unido al de la relatividad del mal.
Conviene repetir aquí que para el estudio del panteísmo es preciso tener en cuenta la importancia de sus tres postulados: 1 ) Dios y toda la naturaleza  son una sola unidad. 2 ) El mal es una relatividad. 3 ) No existe tal voluntad libre en el hombre individual. Lo que por tal cosa tenemos es sólo una ilusión; algo relativo. Esos tres postulados hay que aceptarlos juntos, pues al rechazar uno solo de ellos, los otros resultarían paradójicos. Mas los tres, unidos, constituyen el principio filosófico más exacto, sintético e invulnerable que jamás haya existido.
 
 
 

miércoles, 22 de abril de 2015

Timeo (Platón [428 a. C. – 347 a. C.] )

"En Egipto hay una provincia llamada Saítica", dijo Critias, "situada en el Delta, en cuyo vértice la corriente del Nilo se divide. La ciudad más grande de esta provincia se llama Sais –en donde también fue rey Amasis (Amasis II, faraón de la XXVI dinastía)– y entre los habitantes de la ciudad se venera a una diosa que es considerada patrona; en la lengua egipcia se llama Neiz, mientras que en la griega, según palabras de aquéllos, se llama Atenea. Dicen que son muy amigos de los atenienses y que, de alguna manera, también son parientes suyos. Solón dijo que fue muy bien agasajado por aquéllos y que llegó a ser muy ilustre entre ellos, y que cuando preguntó en una ocasión sobre hechos antiguos a los sacerdotes más sabios, pudo descubrir que ni él mismo, ni ningún griego, por así decirlo, era entendido en tal clase de asuntos. En una ocasión quiso inducirlos a conversar sobre hechos antiguos, y empezó a hablar de los más antiguos de esta manera: sobre Foreneo, que se dice fue el primer ser, y sobre Níobe; contó el mito de Deucalión y Pirra y cómo vivieron después del diluvio, estableció su genealogía, y probó a contar los años recordando con precisión los que vivió cada uno de los que nombraba. Entonces, uno de los sacerdotes más ancianos le dijo con destreza: "¡Ay, Solón, Solón!, los griegos siempre sois niños, no hay un griego viejo". Tras escucharlo Solón le dijo: "¿Por qué dices eso?". El anciano le contestó así: "Todos sois jóvenes de espíritu pues no tenéis en él un antiguo parecer transmitido a través de una antigua tradición ni un conocimiento envejecido por el tiempo. La causa de esto es que ha habido y habrá numerosas destrucciones de hombres por muchos motivos, la más grande por fuego y agua, otras más pequeñas por innumerables causas. Entre vosotros se dice, en efecto, que en una ocasión Faetón, el hijo de Helios, tras enganchar el carro de su padre y por no ser capaz de guiarlo por el camino que hacía su padre, quemó por completo todo lo que había sobre la tierra y que él mismo pereció siendo aniquilado por un rayo. Se dice que esto tiene forma de mito, pero lo cierto es que es un cambio de los objetos que marchan alrededor de la tierra en el cielo y una destrucción a largo plazo de lo que está situado sobre la tierra con mucho fuego. Entonces, cuantos viven en los montes y en lugares altos y secos, perecen más que los que viven junto a los ríos y el mar. El Nilo, salvador nuestro en otras cosas, nos salva también entonces liberándonos de esa desgracia. Pero cuando los dioses purifican la tierra  inundándola con agua, se salvan los que viven en los montes y los que se encargan de apacentar el ganado. En esta tierra ni entonces ni en otro tiempo anterior, el agua fluye desde arriba sobre la tierra; lo que ocurre es justamente lo contrario, todo brota desde abajo hasta arriba. Por ello se dice que lo que se ha salvado aquí es lo más antiguo. (...) La genealogía de los vuestros, Solón, que acabas de establecer apenas se diferencia de las leyendas de los niños. En primer lugar porque recordáis un solo diluvio de los muchos que se han producido antes; además de esto, no sabéis que la estirpe mejor y más noble de los hombres se ha engendrado en vuestro país, de los cuales procedéis tú, vuestra ciudad y todo lo vuestro actualmente porque sobrevivió una pequeña semilla. Y se os olvidó porque durante muchas generaciones habéis sobrevivido sin conocer las letras..."
 
Solón dijo que se había quedado admirado y que tenía muchos deseos de que se tratara a continuación por parte de los sacerdotes de rigor todo lo relacionado con los antiguos habitantes de la ciudad. Así, pues, el sacerdote le dijo:
"Nada impide, Solón, que te lo cuente, por ti y por vuestra ciudad, y especialmente por la diosa que tomó vuestra ciudad, la alimentó y la educó, primero a la vuestra hace mil años, tras tomar la semilla de Gea y Hefesto, a ésta después.
(...)
Numerosos y grandiosos han sido los hechos de vuestra ciudad, aquí escritos, que causan admiración; pero de todos ellos hay uno que sobresale por completo en importancia y mérito. Efectivamente nuestros escritos cuentan cómo vuestra ciudad aniquiló en una ocasión una fuerza que marchaba con soberbia sobre toda Europa y Asia juntas, tras partir desde fuera, desde el mar Atlántico. Entonces aquel mar se podía atravesar, pues tenía una isla delante de la desembocadura que vosotros llamáis, según decís, columnas de Heracles. La isla era mayor que Libia y Asia juntas, y desde ella era posible para los que viajaban en ese tiempo acceder a las otras islas. Desde ellas se podía pasar a todo el continente que está justo enfrente y rodeaba aquel verdadero océano. Esa parte, que quedaba dentro de la desembocadura de la que hablamos, parece que tenía un puerto estrecho que servía como entrada. Aquello era realmente un mar, y la tierra que lo rodeaba podría llamarse con total precisión continente. En esta isla Atlántida se formó una grandiosa y admirable potencia integrada por reyes que dominaban toda la isla, otras más y algunas zonas del continente. Además de esto, gobernaban sobre los que vivían en el interior de Libia (en la antigüedad Libia abarcaba toda la parte de África que estaba situada al oeste de Egipto) hasta Egipto, y de Europa  hasta Tirrenia (parte central de Italia así llamada por los griegos). Toda esta potencia, tras concentrarse en una sola, intentó en una ocasión esclavizar vuestra tierra, la nuestra y la que está situada dentro de la desembocadura en un solo ataque. Fue entonces, Solón, cuando la fuerza de vuestra ciudad llegó a ser manifiesta a todos los hombres en virtud y en poder. Pues aventajó a todos en coraje y en el arte de la guerra; en algunos momentos estuvo al frente de los griegos, en otros,  ella misma se quedó sola por necesidad cuando los otros se apartaron. Estuvo expuesta a los peligros más extremos, erigió un trofeo tras vencer a los atacantes. Impidió que fuesen hechos esclavos los que aún no lo eran, y a todos los otros, los que vivimos en el interior de las columnas de Heracles, los liberó generosamente.
En el tiempo siguiente sobrevinieron un violento seísmo y un cataclismo; sucedió durante un día y una noche terribles, y toda vuestra casta guerrera se hundió bajo la tierra, y la isla Atlántida tras hundirse de igual manera bajo el mar, desapareció. Por ello ahora el mar de allí es inaccesible y desconocido, teniendo como obstáculo el lodo de muy poca altura que la isla asentada produjo".

jueves, 2 de octubre de 2014

Libro del desasosiego (Fernando Pessoa 1888–1935)

2
 
(TRECHO INICIAL)
 
 
18

Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que he sido otro, que he sentido otro, que he pensado otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo.
Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizá más años. Y muchos de ellos me parecen de un extraño; me desreconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí yo, pero fue como en otra vida, de la que hubiese despertado como un sueño ajeno.
Es frecuente que encuentre cosas escritas por mí cuando todavía era muy joven, fragmentos de los diecisiete años, fragmentos de los veinte años. Y algunos tienen un poder de expresión que no recuerdo poder haber tenido en aquel tiempo de mi vida. Hay en ciertas frases, en varios períodos, de cosas escritas a pocos pasos de mi adolescencia, que me parecen producto de tal cual soy ahora, educado por años y por cosas. Reconozco que no soy el mismo que era. Y, habiendo sentido que me encuentro hoy en un progreso grande de lo que he sido, pregunto dónde está el progreso si entonces era el mismo que soy ahora.
Hay en esto un misterio que me desvirtúa y oprime.
Hace unos días sufrí una impresión espantosa con un breve escrito de mi pasado. Recuerdo perfectamente que mi escrúpulo, por lo menos relativo, por el lenguaje data de hace pocos años. Encontré en una gaveta un escrito mío, mucho más antiguo, en que ese mismo escrúpulo estaba fuertemente acentuado. No me comprendí en el pasado positivamente. ¿Cómo he avanzado hacia lo que ya era? ¿Cómo me he conocido hoy lo que me desconocí ayer? Y todo se me confunde en un laberinto donde, conmigo, me extravío de mí.
Devaneo con el pensamiento, y estoy seguro de que esto que escribo ya lo he escrito. Lo recuerdo. Y pregunto al que en mí presume de ser si no habrá en el platonismo de las sensaciones otra anamnesis más inclinada, otro recuerdo de una vida anterior que apenas sea de esta vida...
Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?
 
 
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LA SOCIEDAD EN QUE VIVO
 
Toda de sueño. Mis amigos soñados. Sus familias, hábitos, profesiones y (...)
 
24
 
Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas y arpas, timbales y tambores, dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía.
 
25
 
Hoy he llegado, de repente, a una sensación absurda y justa. Me he dado cuenta, en un relámpago íntimo, de que no soy nadie. Nadie, absolutamente nadie. Cuando brilló el relámpago, aquello donde había supuesto una ciudad era una llanura desierta; y la luz siniestra que me mostró a mí no reveló un cielo encima de ella. Me han robado el poder de ser antes de que el mundo fuese. Si tuve que reencarnar, he reencarnado sin mí, sin haber reencarnado yo.
Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela por escribir, que pasa aérea, y deshecha sin haber sido, entre los sueños de quien no supo completarme.
Pienso siempre, siento siempre; pero mi pensamiento no contiene raciocinios, mi emoción no contiene emociones. Estoy cayendo, desde la trampa de allí arriba, por todo el espacio infinito, en una caída sin dirección, infinítupla (neologismo de Pessoa) y vacía. Mi alma es un maelstrom (corriente marina) negro, vasto vértigo alrededor del vacío, movimiento de un océano infinito en torno a un agujero de nada, y en las aguas que son más giro que aguas boyan todas las imágenes de lo que he visto y oído en el mundo –van casas, caras, libros, cajones, rastros de música y sílabas de voces, en un remolino siniestro y sin fondo.
Y yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino mediante una geometría del abismo; soy la nada en torno a la cual gira este movimiento, sin que ese centro exista sino porque todo círculo lo tiene. Yo, verdaderamente yo, soy el pozo sin muros, pero con la viscosidad de los muros, el centro de todo con la nada alrededor.
Y es, en mí, como si el infierno mismo riese, sin por lo menos la humanidad de los diablos riéndose, la locura graznada del universo muerto, el cadáver rodante del espacio físico, el fin de todos los mundos fluctuando negro al viento, disforme, anacrónico, sin Dios que lo hubiese creado, sin él mismo que está rodando en las tinieblas de las tinieblas, imposible, único, todo.
¡Poder saber pensar! ¡Poder saber sentir!
Mi madre murió muy pronto, y yo no llegué a conocerla..."

1-12-1931
 
 
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Imagen Wikipedia.org
 
 

viernes, 9 de mayo de 2014

La Imaginación (Jean Paul Sartre 1905-1980)


Introducción

"Miro esta hoja blanca que está sobre mi mesa; advierto su forma, su color, su posición. Estas distintas cualidades presentan algunos rasgos comunes: en primer lugar se ofrecen a mi mirada como existencias sólo susceptibles de ser comprobadas y cuyo ser no depende en modo alguno de mi capricho. Son para mí, no son yo. Pero no son tampoco el otro, es decir, no dependen de ninguna espontaneidad, ni mía ni de otra conciencia. Están presentes e inertes a la vez. Esta inercia del contenido sensible, a menudo descrita, es la existencia en sí. Es inútil discutir si esta hoja se reduce a un conjunto de representaciones o si es y debe ser algo más. Lo cierto es que mi espontaneidad no puede producir sin duda la blancura que descubro. Esta forma inerte, que está más acá de toda espontaneidad consciente, que es preciso observar, captar poco a poco, es lo que se llama una cosa. En ningún caso mi conciencia podría ser una cosa, porque su modo de ser en sí es precisamente un ser para sí. Existir, para ella, es tener conciencia de su existencia. Aparece como una pura espontaneidad frente al mundo de las cosas que es pura inercia. Podemos, pues, establecer desde un comienzo dos tipos de existencia: en efecto, las cosas en cuanto inertes escapan al dominio de la conciencia; su inercia las salvaguarda y preserva su autonomía.
Pero hete aquí que, ahora, miro en otra dirección. Ya no veo la hoja de papel. Veo ahora el papel gris de la pared. La hoja deja de estar presente, no está más ahí. Sin embargo sé perfectamente que no ha desaparecido: su inercia la preserva de eso. Simplemente ha cesado de ser para mí. No obstante, hela aquí de nuevo. No he girado la cabeza, mi mirada está siempre dirigida hacia el papel gris; nada se ha movido en la pieza. No obstante la hoja se me aparece de nuevo con su forma, su color y su posición, y sé perfectamente, en el momento en que se me aparece, que es precisamente la hoja que veía hace un instante. ¿Es en verdad ella en persona? Sí y no. Por cierto afirmo que es la misma hoja con las mismas cualidades. Pero no desconozco que esa hoja ha quedado allá: sé que no gozo de su presencia; si quiero verla realmente, tengo que volverme hacia mi escritorio y dirigir la mirada hacia el secante en que está la hoja. La hoja que se me aparece en este momento tiene una identidad de esencia con la hoja que veía hace un instante. Y, por esencia, no entiendo solamente la estructura, sino también la individualidad misma. Sólo que esta identidad de esencia no va acompañada de una identidad de existencia. Es sí la misma hoja, la hoja que está actualmente sobre mi escritorio, pero existe de otro modo. Yo no la veo, no se impone como un límite a mi espontaneidad; no es tampoco algo inerte dado, existente en sí. En una palabra, no existe de hecho, existe en imagen.
(...)
No cabe duda de que una lectura superficial de los innumerables escritos consagrados desde hace sesenta años al problema de la imagen, parece revelar una extraordinaria diversidad de puntos de vista. (...) Descartes, Leibniz, Hume poseen la misma concepción de la imagen. Únicamente discrepan cuando es preciso determinar las relaciones de la imagen con el pensamiento. La psicología positiva ha conservado la noción de imagen tal como la heredó de esos filósofos. Pero, entre las tres soluciones que propusieron para el problema imagen-pensamiento, aquella no supo ni pudo elegir. Nos proponemos mostrar que necesariamente debía de ser así, desde que se aceptaba el postulado de una imagen-cosa. Pero, para mostrarlo más claramente, es preciso partir de Descartes y trazar una breve historia del problema de la imaginación.

Los grandes sistemas metafísicos

La principal preocupación de Descartes, frente a una tradición escolástica que concebía las especies como entidades mitad-materiales, mitad-espirituales, es separar con exactitud mecanismo y pensamiento, reduciendo por entero lo temporal a lo mecánico. La imagen es una cosa corporal, es el resultado de la acción de los cuerpos externos sobre nuestro propio cuerpo por intermedio de los sentidos y de los nervios. Como materia y conciencia se excluyen entre sí, la imagen en cuanto dibujada materialmente en alguna parte del cerebro, no podría estar animada de conciencia. La imagen es un objeto del mismo modo que los objetos externos. Es exactamente el límite de la exterioridad.
La imaginación o conocimiento de la imagen proviene del entendimiento; el entendimiento, aplicado a la impresión material producida en el cerebro, nos da una conciencia de la imagen. Ésta no se halla, por lo demás, colocada delante de la conciencia como un nuevo objeto por conocer, a pesar de su carácter de realidad corporal: en efecto, tal circunstancia extendería al infinito la posibilidad de una relación entre la conciencia y sus objetos. Ésta posee la extraña propiedad de poder motivar las acciones del alma; los movimientos del cerebro, provocados por los objetos externos, aunque no guarden semejanza con ellos, despiertan ideas en el alma; las ideas no provienen de los movimientos, son innatas en el hombre; pero aparecen en la conciencia cuando se producen los movimientos. Los movimientos son como signos que provocan en el alma ciertos sentimientos, pero Descartes no profundiza esta idea del signo al que parece atribuirle el sentido de lazo arbitrario, y sobre todo, no explica cómo hay conciencia de este signo; parece admitir una acción transitiva entre el cuerpo y el alma que lo lleva a introducir o cierta materialidad en el alma o cierta espiritualidad en la imagen material. No se comprende cómo el entendimiento se aplica a esta realidad corporal tan peculiar que es la imagen, ni, inversamente, cómo puede haber en el pensamiento intervención de la imaginación y del cuerpo, ya que, según Descartes, hasta los cuerpos son captados por el entendimiento puro.
(...)
Spinoza afirma aun más tajantemente que Descartes que el problema de la imagen verdadera no se resuelve a nivel de la imagen, sino solamente mediante el entendimiento.
(...)
Mientras que para resolver la oposición cartesiana, imagen-pensamiento, Leibniz tiende a virar la imagen como tal, el empirismo de Hume se aplica, por el contrario, a reducir todo el pensamiento a un sistema de imágenes. Toma del cartesianismo su descripción del mundo mecánico de la imaginación y aislando este mundo, hacia abajo, del terreno fisiológico en el cual se hallaba inmerso, hacia arriba, del entendimiento, lo convierte en el único terreno en el cual el espíritu humano se mueve realmente..."

martes, 25 de febrero de 2014

"La Eneida" (Virgilio 71 a. de J. C. – año 19 de la misma centuria)

Prólogo a cargo del editor
 
 
"Virgilio se inspiró en la Ilíada y la Odisea, de Homero, para componer su poema, partiendo de uno de los episodios más importantes de aquéllas: la guerra de Troya.
A Virgilio, el poeta de las Bucólicas y de las Geórgicas, le sedujo vivamente, como no podía menos, la dramática narración de las aventuras corridas por un grupo racial, los aenidos o troyanos, personificado en un héroe, Eneas, para llevar a cabo la alta empresa de fundar un pueblo en lugar muy alejado de las tierras nativas. (...) Virgilio toca en su poema las cuerdas del amor y del odio, de la alegría y de la tristeza, de lo noble del alma humana y de lo peor que ésta encierra; todo ello con poderosa fantasía y con una esperanzadora confianza en los destinos del hombre..."    

 

La profecía de Júpiter
 
Ya era terminado el día cuando Júpiter, mirando desde lo alto del firmamento las tierras y las playas y los remotos pueblos y el mar cruzado de rápidas velas, clavó sus ojos en los reinos de Libia. Hallábase Júpiter en la cumbre del Olimpo, Venus, extremadamente triste y con los ojos arrasados en lágrimas, le habló de esta manera:
"¡Oh tú que riges los destinos de los hombres y de los dioses con perpetuo imperio y los dominas con tus rayos! ¿En qué pudo ofenderte mi Eneas y los troyanos para que después de tantos trabajos como han pasado se les cierre el paso a Italia? Tú que me prometiste que de ellos, andando los años, saldrían los romanos, guías del mundo, descendientes de la sangre de Teucro, los cuales extenderían su imperio sobre el mar y la tierra. ¿Qué te ha hecho, ¡oh padre!, mudar de opinión?
Esta promesa tuya me consolaba de la caída de Troya y de su triste ruina, encontrando compensación en los hados adversos con los prósperos; pero ahora, a los mismos desventurados les persigue idéntica suerte. ¿Qué término, ¡oh dios!, darás a sus desgracias? Antenor logró salvarse pasando por entre los griegos y llegar al corazón del país de los liburnos y a la fuente de Timavo, de donde precipitándose por nueve bocas desde lo alto de la montaña cae al mar con gran estruendo, fertilizando los campos. Allí edificó la ciudad de Padua y las viviendas de los teucros, fijando en ellas las armas de Troya; ahora descansa gozando de la paz. Y nosotros, progenie tuya, a quienes concedes morar en los alcázares del cielo, perdemos nuestros barcos únicamente porque así lo quiere una sola diosa iracunda y nos vemos constantemente alejados de las costas de Italia. ¿Es éste el premio que nos reservas? ¿Es así como repondremos nuestro señorío?"
 
El padre de los hombres y de los dioses, mostrando en su rostro aquella apacible sonrisa que serena los cielos y las tempestades, besó a su hija y dijo:
"No tengas miedo, ¡oh Citerea! Los hados de los tuyos te protegen. Verás la ciudad y las murallas prometidas por Lavinio y verás elevarse hasta las estrellas al magnánimo Eneas. Mas para aliviar tu pena voy a descubrirte, tomándolos desde el pasado, los arcanos del porvenir. Eneas sostendrá en Italia grandes guerras y dominará pueblos feroces y les dará leyes y murallas; tres veranos pasarán y tres inviernos antes de que reine en el Lacio y logre sojuzgar a los rútulos. El niño Ascanio, que ahora lleva el sobrenombre de Iulio (Ilo se llamaba, mientras existió, el reino de Ilión), llenará con su imperio treinta años largos, un mes tras otro, y trasladará la capital de su reino de Lavinio a Alba Longa, que guarnecerá con grandes puertos militares; allí reinará por espacio de trescientos años el linaje de Héctor, hasta que la reina sacerdotisa Ilia, fecundada por el dios Marte, diere a luz en un parto dos hijos, Rómulo y Remo. Después, Rómulo, engalanado con la roja piel de la loba, dominará aquel pueblo y levantará las murallas de la ciudad de Marte, dando su nombre a los romanos.
No habrá límites ni plazo para las conquistas de este pueblo. La misma Juno, que hoy revuelve con tanta ira el mar, la tierra y la atmósfera, se vendrá a razones y favorecerá a los romanos, señores del mundo. Así lo quiero. Andando el tiempo, habrá una edad en que la casa de Asáraco subyugará a Ftías y a la ilustre Micenas y dominará a la vencida Argos. De este noble linaje troyano nacerá Julio César, nombre derivado del gran Iulo, y extenderá su imperio hasta el océano, y su nombre y fama, hasta las estrellas. Seguramente tú le recibirás algún día en el Olimpo cargado con los despojos de Oriente; entonces, suspensas las guerras, se amansarán los ásperos tiempos y la cándida Fe y Vesta y Quirino, su hermano Remo, dictarán las leyes. Quedarán cerradas las puertas del templo de la guerra y dentro el furor impío; sentado sobre crueles armas y atadas las manos detrás de la espalda bramará con sangrienta boca."
Dicho esto envió a Mercurio para que las puertas de Cartago se abriesen para asilar a lo teucros, no fuese que, ignorante Dido de lo dispuesto por los hados, los rechazase. Tiende el mensaje su vuelo por el inmenso éter, batiendo las alas, y al llegar a las playas de Libia cumple el mandato; los penos deponen su actitud de habitual fiereza y la reina se apresta a recibir a los teucros con suma benevolencia.
 

jueves, 3 de octubre de 2013

El cuento del Grial –Chrétien de Troyes– (1135-1190)

Prólogo de Juan Renales

Al extinguirse la Edad Antigua, el hombre se fue forjando una cultura nueva, es decir, tuvo que enfrentarse a la tarea de inventar moldes en que verter los contenidos nuevos surgidos de una transformación total del mundo.
En literatura, vuelta la espalda a los géneros clásicos, nace de la liturgia cristiana el teatro, y también, al menos en parte, la poesía lírica. La narrativa se abrió primero paso a través de la épica. Más tarde, abandonando este camino, se inició lo que después sería la novela. Subsistían elementos del mundo grecolatino, sí, pero habían cambiado de lugar, de significado, y con ello de aspecto: como esas columnas de villas romanas que aparecen, de cuando en cuando, engastadas en las iglesias de la primera Edad Media.
(...)
Chrétien fue escritor cortesano, teñido del espíritu trovadoresco que reinaba en la corte de Champaña. Tradujo a Ovidio, para mejor internarse en la descripción psicológica del amor, que coexiste en sus obras con la ingenuidad bretona, y suele dotarlas de una tesis, propuesta o impuesta, generalmente, por sus protectores los condes.
La novela que tenemos delante es un caso aparte entre las de Chrétien. Es una obra inconclusa; quizá la última de las que escribió. (...)
"Perceval, li contes del Graal" vuelve la vista hacia el pasado; hacia la época brumosa del surgimiento de los reinos célticos independientes y hacia la antigüedad clásica, aunque de ésta no haya una visión directa, salvo por dos o tres alusiones dispersas. Los nombres de los lugares nos llevan a la Britania preanglosajona, a Gales, a la pequeña Bretaña. Los personajes son conocidos en la literatura céltica desde sus primeras manifestaciones: Peredur, el Perceval de Gales, ya es nombrado en el canto de Gododdin, de Aneirin, escrito hacia el 600 en la frontera de Escocia.
(...)
En las islas que se encuentran más allá del mar situaban los celtas el paraíso, si puede hablarse de paraíso entre unas gentes que desconocen el infierno. El viaje del alma hacia esos países debió tener unas etapas fijas, unas estaciones a través de las cuales se llegaba a la tierra de la juventud, de la vida, de las delicias. Levemente cristianizado, todo ello se encuentra en los ínrama, narraciones irlandesas de viajes por mar. (...)
La estructura fija del viaje al otro mundo, descoyuntada ya, desplazados sus elementos, transplantados a otros lugares dentro de la narración, conservando unos su carácter sagrado, profanizados otros, aparecen el la novela caballeresca.
(...)
No es la travesía de la tierra yerma y solitaria la única prueba que debe superar el alma en su ascenso, como un neófito en el curso de la iniciación. Pues en medio de estos desiertos, nuevos peligros le acechan. Quizá de ellos el más espantable sea el puente peligroso que las almas han de atravesar a riesgo de caer en las ondas de un río infernal. Sólo las almas puras lograrán salir airosas. Este tema es frecuente entre los árabes y los persas, y de ellos debió pasar a los monjes visionarios de la alta edad media, como Adhamhnán de Iona, que vio en su descenso al infierno un puente. (...)
Cuando no existe el puente, la corriente ha de ser atravesada en una barca, y aquí es aún más claro el cruce de ideas y de mitologías. Los celtas conocieron en la suya al barquero conductor de las almas al más allá, especie de Caronte; es más frecuente, sin embargo, la barca sin timón que conduce por sí sola al viajero, héroe como Tristan o Guigemar o santo como san Brennáin. De todos modos, allí donde encontremos, en el "Contes", un paraje adonde sólo se pueda llegar pasando un río o un brazo de mar en una barca, estaremos en presencia de un vestigio del viaje oceánico al paraíso celta.
El carácter mágico del puente puede darse a conocer únicamente por los parajes a que conduce: Belrepeire, el Castillo del Grial, el de las Reinas. Estas tierras, y otras más aún, son imágenes del más allá, y seguramente los lectores contemporáneos de Chrétien eran capaces de advertirlo con claridad. El país de Galvoie, por ejemplo, de donde "nadie jamás ha podido regresar", es un vergel, donde, como en "la joie de la cort", de la novela "Erec et Enide", también de Chrétien de Troyes, quien entre a realizar una prueba: si falla, muere. Sólo un héroe dotado de poderes casi sobrehumanos ha de conseguir el triunfo. El más allá como vergel aparece en las más tempranas obras célticas. Debió existir ya en tiempos paganos, aunque las visiones literarias cristianas del Jardín del Edén y del paraíso terrenal debieron reforzar este tipo de representaciones. Avallon, el más allá de los bretones y galeses, se llama tierra de manzanas, y el paraíso de los irlandeses es la tierra de las manzanas de Emhain. Una manzana atrajo a Conle Rúad al reino de las hadas, donde aún vive feliz con su amada; una manzana de plata arrastró a Bran MacFebail a su navegación a tierras sobrenaturales. Mael Dúin, en alta mar, se nutrió durante cuarenta días de las manzanas halladas en una de las islas que visitó.
En el Perceval, sin duda el lugar que acumula más elementos de carácter sobrenatural o ultramundo es el Castillo de las Reinas. (...)
El Castillo de las Reinas es habitado sólo por mujeres, como el paraíso de los celtas. Como su misma reina dijo a Conle Rúad: "Una tierra que alegra el corazón de cuantos la visitan: en ella sólo se encuentran mujeres y jóvenes doncellas". (...)
Y este castillo de las reinas es morada de los muertos: nadie puede volver de ella. En ella encuentra Gauvain a personas que creía perdidas para siempre: allí viven para toda la eternidad, pues el que prueba la comida del más allá no puede regresar a la tierra de los mortales.
(...)
Es en los momentos más importantes de la narración: al fin de las aventuras de Perceval, antes de la partida de los caballeros, antes de "quête" de Gauvain, donde se sitúan las tres revelaciones de la culpa de Perceval. En la primera, se le anuncia quién es el Rey Pescador, cómo ha perdido la ocasión de restaurar su reino, y, por otra parte, la muerte de la madre del caballero. La segunda añade el dato de que el reino del Rey Pescador se ha convertido, por culpa de Perceval, en "terre gaste". En la tercera, la más importante, aprende Perceval que la muerte de su madre es causa de su fracaso, que con el Grial se sirve a un rey hermano de su madre (y del propio autor de la revelación), cuyo hijo es el Rey Pescador. En el Grial se contiene una hostia, de la cual se mantiene aquel rey.
(...)
Es en estas tres revelaciones donde debemos ahondar para encontrar el significado profundo de la obra. La hostia contenida en el Grial, alimento de la inmortalidad, no es un elemento totalmente cristianizado. Está emparentado con la cerveza que se bebía en los banquetes del más allá, con las cubas sagradas de cerveza en que se bañaban los héroes y con los calderos mágicos que daban la inmortalidad, como el que dio la victoria a los dioses sobre los Fomoré, diablos marinos, en la batalla de Mag Tured o Moyturra. Más lejanamente aún emparentado con la ambrosía de los griegos y el amrta de los hindúes, pues es frecuente que, en el terreno religioso, se establezcan insospechadas conexiones entre los dominios más occidental y más oriental de los pueblos indoeuropeos. (...)
Símbolo más oscuro es la lanza sangrienta, en que la cristiandad creyó ver la lanza de San Longinos. La lanza, desde luego, fue objeto sagrado entre los celtas desde tiempos muy antiguos. La misma palabra, lanza, es de origen celta, y pasó a Roma en tiempos de las guerras de los galos.
Perceval llega al castillo del Grial cuando anda en busca de su madre; la "quête"  de Perceval es una búsqueda de la inmortalidad, o tal vez de lo que se encuentra detrás de la muerte. Si su pecado le impide encontrarlo, Gauvain, por su parte, va a dar término a la inquisición de Perceval: guiado por un hada, llegará a la tierra de las doncellas, al Castillo de las Reinas, e incluso a salir de él, uniendo así los dos mundos. En este aspecto, sí queda concluida la novela.
De aquí la importancia de la noción de iniciación para comprender el "Contes del Graal". Por la iniciación adquiere el neófito la inmortalidad; más cargado de sabiduría, conociendo los misterios de la naturaleza y la creación, y a través de nuevas muertes y nacimientos, se accede a la sacralidad del sacerdote o el guerrero. Del mismo modo a la muerte le seguirá otro nuevo nacimiento que desvelará nuevas parcelas del mundo. Perceval ha pasado ya la muerte "terre gaste", puentes peligrosos, y nace de nuevo al fin de su aventura: por eso adquiere un nombre entonces. Pero después de esto, pasará cinco años errante en el bosque, olvidado de Dios, como un animal. (...)
Esto no puede ser sino otra muerte mística, muy semejante de hecho a las que sufrían los germanos y los celtas antes de pasar al estado de guerreros, dotados de una segunda naturaleza animal.
(...)
Añadiendo una dimensión colectiva a estas "quêtes" de los héroes, aparece un segundo significado de la novela, quizá más importante aún. El mundo, después de la muerte de Uterpendragón, padre de Arturo, vive una edad de hierro, según se nos advierte al comienzo de la historia; los tiempos han venido siendo desde ese día revueltos y turbios...



domingo, 7 de abril de 2013

El amor, las mujeres y la muerte (Arthur Schopenhauer 1788–1860)

EL ARTE
 
 
Todo deseo arranca de una necesidad, de una privación, de un sufrimiento. Si se satisface, se frena. Pero por cada deseo satisfecho, ¡cuántos sin satisfacer! Además, el deseo dura largo tiempo, las exigencias son infinitas, el goce es corto y mezquinamente dosificado.
Y hasta ese placer que por fin se consigue no es más que aparente; otro le sucede; y si el primero es una ilusión desvanecida, el segundo es una ilusión que aún dura. Nada en el mundo puede aquietar la voluntad ni fijarla de un modo duradero; lo más que el destino puede lograr se asemeja siempre a la limosna que se arroja a los pies del mendigo, y que, si aguanta hoy su vida, es sólo para prolongar mañana su tormento. Así, en tanto que estamos bajo el dominio de los deseos y bajo el imperio de la voluntad, en tanto que nos abandonamos a las esperanzas que nos apremian, a los que nos persiguen, no hay para nosotros descanso ni dicha duraderos. En el fondo, lo mismo da que nos empeñemos en alguna persecución o que nos apartemos ante alguna amenaza, que nos revuelva la espera o el temor: las cavilaciones que nos producen las exigencias de la voluntad bajo todas sus formas no cesan de turbar y atormentar nuestra existencia. Así el hombre, esclavo es del querer, está continuamente amarrado a la rueda de Ixión, es vertido siempre en el tonel de las danaides, es tántalo devorado por la sed eterna.
Pero cuando una circunstancia externa o nuestra armonía inferior nos eleva un momento por encima del torrente infinito del deseo, libran a nuestro espíritu de la opresión de la voluntad, apartan nuestra atención del todo lo que la solicita y se nos aparecen las cosas desligadas de todos los prestigios de la esperanza, de todo interés propio, como objetos de contemplación desinteresada y no de concupiscencia. Entonces es cuando ese reposo vanamente buscado por todos los caminos, abiertos al deseo, pero que siempre ha huido de nosotros, se presenta en cierto modo por sí mismo y nos da la sensación de la paz en toda su plenitud. Ese es el estado libre de dolores que celebra Epicuro como el mayor de los bienes, como la felicidad de los dioses; porque entonces nos contemplamos por un instante manumitidos de la abrumadora opresión de la voluntad, celebramos la fiesta después de los trabajos forzados del querer, se detiene la rueda de Ixión... ¿Qué importa entonces ver la puesta del sol desde el balcón de un palacio o a través de las rejas de una cárcel?
(...)
Basta dar desde fuera una mirada desinteresada a todo hombre, a toda escena de la vida, y reproducirlos con la pluma o el pincel, para que al punto aparezcan llenos de interés y de encanto, y verdaderamente digno de envidia. Pero si nos hallamos luchando con esta situación o somos ese hombre, ¡oh!, entonces, como suele decirse, ni el demonio lo aguanta. Tal es el pensamiento de Goethe: "De todo lo que apena nuestra vida no gusta la pintura".
(...)
Las cosas no atraen sino en tanto que nos afecten. La vida nunca es bella. Únicamente son bellos los cuadros de la vida cuando los alumbra y refleja el espejo de la poesía, sobre todo en la juventud, cuando no sabemos aún qué es vivir.
Coger al vuelo la inspiración y darle cuerpo en los versos: tal es la obra de la poesía lírica. Y, sin embargo, el poeta lírico refleja a la humanidad entera en sus íntimas profundidades, y todos los sentimientos que generaciones pasadas, presentes o futuras han experimentado o experimentarán en las mismas circunstancias, que se producirán siempre, encuentran en la poesía su viva y fiel expresión.
El poeta es el hombre universal. Todo lo que ha removido el corazón de un hombre, todo lo que la naturaleza humana ha podido experimentar y producir en todas circunstancias, todo lo que habita y fermenta en un ser mortal, ése es su dominio, que se extiende a toda la naturaleza. Por eso el poeta lo mismo puede cantar la voluptuosidad que el misticismo, ser Angelus Silesius o Anacreonte, escribir tragedias o comedias, representar los sentimientos nobles o vulgares, según su humor y su vocación. Nadie puede mandar al poeta que sea noble, elevado, moral, piadoso y cristiano, que sea o deje de ser esto o lo otro, porque es el espejo de la humanidad, y presenta a ésta la imagen clara y fiel de lo que siente.
Es un hecho muy notable y digno de atención que el objetivo de toda la alta poesía sea la representación del lado horrible de la naturaleza humana: el dolor sin nombre, los tormentos de los hombres, el triunfo de la perversidad, la irónica dominación del azar, la irremediable caída del justo y del inocente. Este es un signo notable de la constitución del mundo y de la existencia... ¿No observamos en la tragedia a los seres más nobles, después de largos combates y sufrimientos, renunciar para siempre a los propósitos que perseguían hasta entonces con tanta violencia, o apartarse de todos los goces de la vida voluntariamente y hasta con júbilo? Así, con el príncipe de Calderón; Margarita en Fausto; Hamlet, a quien su querido Horacio seguiría con mucho gusto, pero que le promete quedarse y respirar aún algún tiempo en un mundo tan rudo y lleno de dolores, para narrar la suerte de Hamlet y purificar su memoria; lo mismo que la desposada de Messina; todos mueren purificados por los sufrimientos; es decir, después que ha muerto ya en ellos la voluntad de vivir.
El verdadero sentido de la tragedia es esta mira profunda: que las faltas expiadas por el héroe no son faltas de él, sino las faltas hereditarias, es decir, el crimen mismo de existir,

Pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
(...)
No hay hombre ni acción que no tenga su importancia. En todos y a través de todo se desenvuelve más o menos la idea de la humanidad. No hay circunstancia en la vida humana que no sea digna de reproducción por medio de la pintura. Por eso es una injusticia para con los admirables pintores de la escuela holandesa limitarse a alabar su habilidad técnica. En lo demás, son contemplados desde la altura con desdén, porque casi siempre representan actos de la vida común, y sólo se da importancia a los asuntos históricos o religiosos.
(...)
La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el "en sí" de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma. Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuáles tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de espíritu, sino la misma alegría, la tristeza, el dolor, el espanto, los arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia abstracta y general, fuera de todo motivo y circunstancia. Y, sin embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esta quinta esencia abstracta.
La invención de la melodía, el descubrimiento de los más hondos secretos de la voluntad y de la sensibilidad humana, es obra del genio. La acción del genio es allí más visible que en cualquier otra parte, más reflexiva, más libre de intención, consciente: es una verdadera inspiración. La idea, es decir, el conocimiento preconcebido de las cosas abstractas y positivas, es aquí absolutamente estéril, como en todas partes. El compositor revela la esencia más íntima del mundo y expresa la sabiduría más profunda en una lengua que su razón no comprende, lo mismo que una sonámbula da luminosas respuestas acerca de cosas que no tiene conocimiento alguno cuando está despierta.
Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que se presta a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad y, por consiguiente, sin sufrimiento. (...)
Escuchar grandes y hermosas armonías es como un baño del alma: purifica de toda mancha, de todo lo malo y mezquino, eleva al hombre y le pone de acuerdo con los más nobles pensamientos de que es capaz, y luego comprende con claridad todo lo que vale, o, más bien, todo lo que sería capaz de valer.
Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres y la mía propia no son más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños, de que cada muerte es un despertar.

 

martes, 4 de diciembre de 2012

Las olas (Virginia Woolf 1882–1941)

"El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.
Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameado, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.
La luz incidió en los árboles del jardín, y dio transparencia a una hoja. Y luego a otra. Un pájaro gorjeó alto. Hubo una pausa. Otro pájaro gorjeó más bajo. El sol dio relieve a los muros de la casa, y se posó como la punta de un abanico cerrado en una blanca persiana, dejando una azul huella digital de sombra bajo la hoja junto a la ventana del dormitorio. La persiana se movió lentamente, pero dentro todo era penumbra sin sustancia. Fuera, cantaban los pájaros su melodía vacía.
(...)

El sol se hundía. La dura piedra del día estaba resquebrajada y la luz se colaba por las grietas. Rayos rojos y dorados, como rápidas flechas con plumas de tinieblas, traspasaban las olas. Sin orden ni concierto, vagaban destellantes rayos de luz, como señales emitidas por islas hundidas, o dardos disparados por entre matas de laurel por muchachos rientes y desvergonzados. Pero las olas, al acercarse a la playa, estaban privadas de luz, y caían en larga percusión, como un muro al derrumbarse, un muro de piedras grises en el que ni una raya de luz había perforado un orificio.
Se alzó cierta brisa. Un estremecimiento recorrió las hojas. Así, estremecidas, perdieron su parda densidad y pasaron a ser grises o blancas, mientras el árbol movía su masa, parpadeaba y perdía su abovedada uniformidad. El halcón posado en la más alta rama abrió y cerró los párpados, se alzó, voló y flotando en el aire se fue muy lejos. La silvestre avefría gritaba en las tierras pantanosas, evadiéndose, trazando círculos, y gritando más y más lejos en su soledad. El humo de los trenes y de las chimeneas crecía y se desgarraba y se convertía en parte del lanudo dosel que cubría el mar y los campos.
Ahora ya habían sido segadas las espigas. Ahora de sus ondulaciones y vaivenes sólo quedaba un corto y rígido vello. Despacio, una gran lechuza se descolgó del olmo, y se balanceó y se alzó en el aire, como atada a un hilo que subiera y bajara, hasta llegar a lo alto del cedro. En las colinas las lentas sombras se ensanchaban y se encogían al pasar. La charca en las tierras pantanosas yacía vacía. No había allí lanuda cabeza que mirase, ni pezuña que chapoteara, ni cálido hocico que se hundiera en el agua. Un pájaro, posado en una rama cenicienta, alzó la cabeza y bebió un sorbo de agua fría. No había sonidos de cosecha ni sonidos de ruedas, sino sólo el súbito rugido del viento dejando que sus velas se hincharan y barriendo las puntas del césped. Un hueso reposaba, desgastado por la lluvia y requemado por el sol, reluciente como una rama pulida por el mar. El árbol que había ardido con el rojo color del zorro en primavera y en la plenitud del verano, que ofrecía obedientes hojas al viento del sur, era ahora negro, negro y pelado como el hierro.
La tierra estaba tan lejos que ya no se podían ver brillantes tejados y destellantes ventanas. El tremendo peso de la tierra ensombrecida había absorbido estos frágiles grilletes de la cadena, estos estorbos quebradizos como cáscara de caracol. Ahora sólo había la líquida sombra de la nube, el repiqueteo de la lluvia, un rayo de sol como un dardo, o la brusca sacudida de la tormenta. Como obeliscos, árboles solitarios marcaban las colinas.
El sol del atardecer, disminuida la intensidad de su fuego, perdido el ardor, daba suavidad a las sillas y las mesas, e incrustaba en ellas rombos castaños y amarillos. Reseguidos de sombras, sus perfiles parecía que hubieran adquirido más peso, como si el color, inclinándose, se hubiera trasladado a un lado. Había un cuchillo, un tenedor y un vaso, pero estaba todo hinchado y alargado, con aspecto portentoso. Rodeado de un círculo dorado, el espejo mantenía la escena inmóvil, como si en su ojo fuera eterna.
Entretanto, las sombras se alargaban en la playa, la oscuridad se hacía más profunda. Las rocas perdieron su dureza. El agua alrededor de la vieja barca era negra, como si contuviera una masa de mejillones. La espuma se había tornado lívida, y dejaba aquí y allá un blanco resplandor perlado sobre la arena neblinosa."

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Golem (Gustav Meyrink 1868–1932)

Prólogo

A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis no para el goce del lector.
La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer.
(...)
Los discípulos de Paracelso acometieron la cración de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Ese hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de la que Adán fue creado. Arnim y Hoffmann conocieron esa leyenda. En el año 1915, el austriaco Gustav Meyrink la renovó para la escritura de esta novela. (...) Todo en este libro es extraño, hasta los monosílabos del índice: Prag, Punsch, Nacht, Spuk, Licht. Como en el caso de Lewis Caroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños... –Jorge Luis Borges–

El Golem

"...Yo, naturalmente, no puedo decir en qué se basa la leyenda del Golem, pero, sin embargo, sí estoy seguro de que en esta parte de la ciudad hay algo que no puede morir, que vive y se mueve a nuestro alrededor y que está relacionado con ella. Mis antepasados han vivido aquí generación tras generación y nadie puede, mejor que yo, retroceder a recuerdos heredados y vividos de la aparición del Golem.
Zwakh dejó de hablar de repente, y se notaba que sus pensamientos retrocedían en el pasado.
Tal y como estaba sentado junto a la mesa, apoyada la cabeza, sus mejillas coloradas y juveniles extrañamente alumbradas bajo la luz de la lámpara y su pelo blanco, comparé mentalmente sin querer sus rasgos con las máscaras de las marionetas, que tantas veces me había enseñado.
¡Qué extraño! ¡Cuánto se parecía el anciano a ellas! ¡La misma expresión y el mismo corte de cara! 
Sentí que hay cosas en la tierra que no se pueden separar de otras y, al recordar el sencillo destino de Zwakh, me pareció de pronto fantasmagórico y terrible que un hombre como él pudiera retroceder de repente –a pesar de que había disfrutado de una educación mejor que la de sus antepasados y de que debía haber sido actor– a su raída y desgastada caja de marionetas para volver de nuevo a las ferias anuales y hacer con los mismos muñecos, que había sido el mismo miserable medio de vida que el de sus antepasados, las mismas rígidas contorsiones y representar las mismas aburridas historias.
Comprendí que él no puede separarse de ellos; forman parte de su vida. Cuando ha estado lejos de ellos se convirtieron en sus pensamientos y vivieron en su mente y no lo dejaron descansar tranquilo hasta que volvió con ellos. Por eso los trata ahora con tanto cariño y los viste orgulloso con lentejuelas.
Zwakh, ¿no quiere seguir contándonoslo? –le rogó Prokop al anciano, mirándonos a Vrieslander y a mí para saber si nosotros también lo deseábamos.
–No sé por dónde empezar –dijo dudando el anciano–, no es fácil captar la historia del Golem. Tal y como ha dicho Pernath hace un rato: sabe exactamente cómo era el desconocido y sin embargo no puede describirlo. Aproximadamente cada treinta y tres años se repite un hecho en nuestras callejas que no tiene en sí mismo nada especialmente excitante y que, sin embargo, produce un gran terror, para el que no existe ni aclaración ni causa justificada. Sucede siempre que un hombre totalmente desconocido, sin barba, de cara amarillenta y tipo mongol aparece caminando desde la calle de La Antigua Escuela por el barrio judío, envuelto en un traje antiguo y raído, con pasos regulares, dando traspiés como si a cada momento fuera a caerse hacia adelante y, de repente..., se hace invisible.
Generalmente da la vuelta a una esquina y desaparece. Se dice que otras veces describe un círculo en su camino y que vuelve al punto de partida: una casa antiquísima cerca de la sinagoga. Algunos, excitados, afirman también que lo vieron doblar una esquina e ir hacia ellos, pero que, al dirigirse claramente hacia ellos, se hacía cada vez más pequeño, igual que alguien que se pierde en la lejanía, hasta que finalmente desaparece. Hace sesenta y seis años fue especialmente grande la impresión que produjo, pues todavía me acuerdo (yo entonces era muy pequeño) de que el edificio de la calle de La Antigua Escuela fue registrado de arriba a abajo. También se comprobó que en esa casa hay realmente una habitación con una ventana con rejas que no tiene acceso. Colgaron ropa de todas las ventanas para poder distinguirla mejor desde la calle y así se identificó la huella de ese hecho real. Como no era posible llegar hasta ella de otra forma, un hombre bajó colgado de una cuerda desde el tejado para verla. Pero apenas había llegado cerca de la habitación, se rompió la cuerda y el desgraciado se destrozó la cabeza en el asfalto. Cuando quisieron intentarlo otra vez, eran tan dispares las opiniones sobre la situación de la ventana que se abandonó el intento.
Yo mismo encontré al Golem por primera vez en mi vida hace treinta y tres años. Lo encontré debajo de un arco que forma una casa sobre la calle, venía hacia mí y casi chocamos. Todavía hoy no comprendo lo que pasó entonces en mí. Pues en verdad nadie tiene continuamente, día tras día, la impresión exacta de que va a encontrarse con el Golem. En aquel momento, sin embargo, estoy seguro, totalmente seguro, algo gritó en mí un momento antes de que llegase a verlo: ¡El Golem! En aquel mismo momento salió alguien a tropezones de la oscuridad del pasaje y aquel desconocido pasó por mi lado. Un segundo más tarde una tormenta de caras pálidas y excitadas vino hacia mí y me atosigaron preguntándome si lo había visto. Al contestar, sentí como si mi lengua se librara de una rigidez que no había notado antes. Estaba verdaderamente asombrado de poder moverme y me di cuenta claramente (aunque sólo durante una fracción de segundo) de que debía haber permanecido en una especie de agarrotamiento. Por mucho tiempo he meditado sobre todo esto y me parece que cuando más cerca estoy de la verdad es cuando me digo: en el transcurso de cada generación aparece siempre, rápida como el rayo, una epidemia espiritual en la ciudad judía, que domina las almas de aquellos que viven por algún motivo, para nosotros desconocido, y que hace que surjan, como un espejismo, los rasgos de un ser característico que quizás hace siglos vive aquí y tiene ansias de poseer forma y figura. Quizás está entre nosotros hora tras hora y nosotros no lo percibimos. Del mismo modo que tampoco oímos el sonido del diapasón que vibra hasta que toca la madera y la hace vibrar también a ella. Tal vez no sea más que algo así como una obra de arte anímica, sin conciencia interna..., una obra de arte que nace de lo informe, al igual que un cristal según leyes inmutables. ¿Quién sabe? ¿No podría ser que, del mismo modo que en los días de bochorno crece la tensión eléctrica hasta hacerse insoportable y formar el rayo, debido a la continua repetición de esos pensamientos, siempre iguales, que envenenan el aire, aquí en el ghetto haya una descarga repentina y súbita, una explosión anímica que sacase a la luz del día nuestro subconsciente para, al igual que allí el rayo, crear aquí un fantasma en todas y cada una de las cosas, el símbolo del alma de la masa, si se pudiera entender correctamente el enigmático lenguaje de las formas? Del mismo modo que algunos fenómenos anuncian la caída del rayo, también aquí hay ciertos terribles presagios de la amenazadora aparición de ese fantasma en el reino de la realidad. El revoque de un muro al derrumbarse toma el aspecto de un hombre al caminar; y en la figuras que configura el hielo se forman rasgos de caras rígidas. La arena de los tejados parece caer de un modo distinto al normal y crea en el espectador receloso la sospecha de que es una inteligencia invisible, que se esconde temerosa de la luz, la que le arroja, e intenta misteriosamente trazar toda una serie de extraños rasgos. Si la vista descansa en un monótono enrejado o en las asperezas de la piel, se apodera de nosotros el desagradable don de ver en todas partes significativas formas premonitorias, formas que en nuestros sueños crecen hasta hacerse gigantescas. Y siempre cruza, como un hilo rojo, en todos estos esquemáticos intentos de los rebaños del pensamiento, reunidos para resquebrajar los muros de lo cotidiano, la angustiosa seguridad de que se nos arranca con premeditación y contra nuestra voluntad nuestro más verdadero y propio interior, sólo para que con ellos pueda tomar forma plástica la figura del fantasma..."

miércoles, 29 de agosto de 2012

Historia verdadera (Luciano de Samósata 125–181)

Libro primero

Así como los atletas y los que cuidan su cuerpo no se ocupan sólo de su salud y sus ejercicios, sino que también se proporcionan oportunos descansos –e incluso consideran ésta la parte más importante de su entrenamiento así también creo yo que los intelectuales, después de haberse ocupado largo tiempo en la lectura de temas muy profundos, deben aligerar su mente y prepararla, así, mejor para el esfuerzo futuro.
Pues bien; un descanso adecuado podría ser entregarse a aquellas lecturas que ofrecen un placer delicado y agradable, a la vez que un entretenimiento no indigno de las musas, algo así como lo que pienso opinarán sobre este libro; pues no les atraerá solamente la extrañeza del tema ni la gracia de la intención del autor ni el que narremos una sarta de embustes expuestos de modo convincente y verosímil, sino el que cada episodio aluda, no sin parodia, a algunos de los antiguos poetas, historiadores y filósofos que han escrito acerca de muchos hechos prodigiosos y fabulosos. A éstos los hubiera yo citado por nombre, si los lectores no los pudieran reconocer claramente.
(...)
Al conocer a  todos estos no pude en absoluto censurarles sus mentiras viendo que ello se había convertido ya en algo ordinario incluso entre los que se declaran filósofos; pero lo que me extrañó fue que pensaran que sus engaños pasaran inadvertidos. Por eso mismo, aspirando yo también por ambición a dejar alguna obra a la posteridad, y para no ser el único que no hubiese aprovechado la libertad de inventar historias, puesto que no podía contar ninguna verdadera –pues nada memorable me había sucedido– decidí recurrir al engaño pero con más honradez que los demás. Una sola verdad diré: que digo mentiras. Así creo poder escapar la reproche de mis lectores, al reconocer yo mismo que no digo la verdad. Por lo tanto, escribo hechos que nunca vi, ni nunca me ocurrieron, ni los sé por otros, y además acerca de sucesos que nunca existieron ni pueden llegar a suceder. Por tanto mis lectores no deben otorgarme el menor crédito.
En cierta ocasión zarpé de las columnas de Heracles, en dirección al Océano Hesperia (o sea en dirección al Océano Atlántico, situado más allá de las columnas de Heracles, es decir del Estrecho de Gibraltar) y me embarqué con viento favorable. La causa de mi viaje y su objetivo eran la curiosidad, mi deseo de novedades, mi afán por conocer qué límite tenía el Océano y qué hombres habitaban la orilla opuesta.
(...)
Pues bien, durante un día y una noche navegamos con viento favorable, sin adentrarnos mucho, y con la tierra aún a la vista. Al día siguiente, al amanecer el viento aumentó, el oleaje se hizo más fuerte, el cielo se oscureció y ya no era posible colocar las velas. Abandonándonos al viento, nos dejamos conducir por él y resistimos una tormenta que duró setenta y nueve días; al amanecer el que hacía ochenta, el sol empezó repentinamente a lucir y vimos a poca distancia una isla escarpada y frondosa, a su alrededor resonaba un débil oleaje; la tempestad había amainado casi por completo. Abordamos, desembarcamos y, fatigados, permanecimos largo tiempo tendidos en el suelo; luego, nos levantamos y escogimos a treinta para que guardasen el barco, y yo y los otros veinte nos dispusimos a realizar un reconocimiento de la isla.
Cuando nos habíamos alejado unos tres estadios del mar a través del bosque, encontramos una estela de bronce, escrita en caracteres griegos, confusos y borrados por el tiempo, que decía: "Hasta aquí llegaron Heracles y Dionisio".  Había también dos huellas en la piedra, una de un pletro y la otra más pequeña (...) Después de postrarnos seguimos adelante. Algo más lejos, topamos con un río del que manaba un vino muy semejante al de Quíos. Su corriente era tan abundante y profunda que incluso era navegable en algunos puntos. Este hecho nos obligó a prestar más fe a la inscripción de la estela, viendo las señales del viaje de Dionisio. Resuelto a encontrar las fuentes del río, remontamos su curso, pero no encontramos ningún manantial, sino muchas y extensas viñas, cargadas de racimos; de la raíz de cada una de ellas fluían gotas de vino claro y la unión de todas ellas formaba el río.
(...)
Luego, cruzamos el río por un lugar vadeable y encontramos una extraordinaria especie de viñas: en efecto, a partir del suelo el tronco era robusto y rico en ramas, pero en su parte superior eran mujeres, perfectamente formadas desde la cintura, como los pintores nos representan a Dafne metamorfoseada en árbol cuando Apolo va a cogerla. De las puntas de sus dedos nacían racimos. Además sus cabezas estaban cubiertas de largas cabelleras de pámpanos, hojas y racimos de uva. Al llegar, nos saludaron y dieron la bienvenida, unas en lidio, otras en indio, pero la mayoría en griego. Incluso nos besaron en la boca; mas aquél que recibía un beso, al punto quedaba ebrio y vacilaba en sus pasos. Sin embargo, no nos permitieron coger frutos, porque si arrancábamos uno, ellas sufrían y gritaban. Algunas manifestaron deseos de unirse a nosotros; dos de nuestros compañeros se les acercaron y ya no pudieron separarse; permanecieron sujetos a ellas por sus partes viriles. Efectivamente, quedaron fundidos y entrelazaron sus raíces; pronto de sus dedos nacieron ramas, se vieron envueltos en pámpanos y estuvieron en disposición de dar frutos.
Los abandonamos y huimos hacia la nave, donde explicamos a los que se habían quedado nuestras aventuras y los amores de nuestros compañeros con las viñas. (...) Al romper el día zarpamos con brisa suave. Pero al mediodía, repentinamente, cuando ya la isla estaba fuera del alcance de nuestra vista, se produjo un torbellino que hizo girar la nave, la levantó unos trescientos estadios y ya no la dejó caer sobre el mar, sino que la mantuvo suspendida en el aire, arrastrada por el viento que soplaba contra las velas y henchía la lona.
Estuvimos volando así por los aires siete días y otras noches, y al octavo vislumbramos una gran tierra en el aire, como una isla, brillante y redonda, resplandeciendo con luz deslumbrante; nos acercamos a ella, anclamos y desembarcamos. Al recorrer el país, descubrimos que estaba habitada y cultivada.
(...)
Decidimos adentrarnos en ella, pero fuimos detenidos por los llamados Hipogipos que nos salieron al encuentro. Estos Hipogipos son hombres que cabalgan sobre grandes buitres que les sirven de montura. Los buitres son enormes y tienen tres cabezas. Para ilustrar su tamaño diré que cada una de sus plumas es más larga y gruesa que el mástil de una gran nave mercante. Pues bien, estos Hipogipos tienen la misión de recorrer todo el país y si encuentran algún extranjero llevarlo ante el rey; así, pues, nos detuvieron y condujeron ante éste.

Continuará...

jueves, 14 de junio de 2012

Los sueños (Norman Mackenzie)

El debate sobre los sueños

Para Jung, los sueños son un medio del que se vale el inconsciente para salvar el abismo entre el pasado y el futuro. Ésta es una clave de su concepto acerca de la mente. Veía la constitución psíquica de una persona como un sistema dotado de una estabilidad propia, que trata de establecer su equilibrio en la misma forma en que el cuerpo mantiene el físico mediante sistemas incorporados para el control de la temperatura, la circulación, la actividad glandular, la ingestión y la excreción. Por lo tanto, los sueños tienen también una función compensadora, que enfoca la atención en aquellos aspectos de una situación (o de una personalidad) que se han pasado por alto o desvalorizado en la vida consciente. Al igual como sudamos cuando tenemos calor o jadeamos cuando corremos, el inconsciente debe compensar los excesos de la conciencia. Este proceso sucede en todos los estratos, desde los más triviales a los más profundos.
(...)
Aun cuando la teoría psicológica de Jung es demasiado compleja para ser descrita en detalle, es importante destacar dos aspectos de la misma. El primero es la creencia de Jung de que en todo hombre hay una contraparte femenina (el "anima") y en toda mujer un elemento equivalente de masculinidad (el "animus"). De estos aspectos de la identidad surge una gran riqueza de símbolos, desde la angélica figura guardiana femenina, que aparece en tantos mitos y sueños, hasta la del sabio anciano, imagen tutelar del buen juicio masculino. Además, todo individuo posee lo que Jung llama la "persona", el rostro que presenta al mundo y desea que los demás vean. Se compone de todos los papeles que representa en sus relaciones con otros y es una máscara protectora que oculta las debilidades o inclinaciones que no desea sean detectadas ni siquiera por sí mismo. Lo opuesto de la "persona" es la "sombra", la parte de la personalidad que es "nuestro demonio interior", los aspectos reprimidos e inaceptables de nuestra idiosincrasia que no admitimos conscientemente.
(...)
En la práctica, la actitud de Jung era más prosaica de lo que sugieren sus escritos, porque sus interpretaciones siempre se basaban en una simple pregunta: ¿cuál es el propósito del sueño?  Presumía que era una declaración franca, espontánea y profundamente informada acerca de algún problema o situación que tenía autoridad especial porque era independiente del control de la conciencia. En las regiones desconocidas de la mente de la que surgen los sueños, se encuentra también la fuente de la verdadera individualidad, las fuerzas que guían al hombre en su progreso hacia el propio conocimiento. Estas regiones, que en parte son biológicas, y en parte psíquicas, tienden hacia la integración, hacia el cumplimiento de la promesa original de la personalidad entera.
No obstante, las circunstancias en las que vivimos nos fuerzan a negar gran parte de la promesa, a hacer concesiones y a deformar nuestra propia naturaleza. Según la medida en que neguemos esa humanidad esencial, así negaremos el significado de nuestras vidas y de tal negación surgirán las neurosis.
(...)
Alfred Adler, el fundador de la escuela individual y colega de Freud en Viena, estaba convencido de que los sueños tenían dicha función anticipatoria. Decía que eran "un ensayo general para la vida", en el cual el soñador revela sus esperanzas, temores y planes para el futuro. Los procesos de pensamiento que subrayan este plan (revisión de la evidencia, experimentación con la evidencia a la luz de lo aprendido en el pasado y formulación de cierto número de cursos posibles de acción) no difieren demasiado durante el sueño de los hechos estando despierto. La diferencia reside en el hecho de que el sueño presenta en forma simbólica los problemas y la evidencia con ellos relacionada que el individuo ignora en la vida real porque son demasiado amenazadores o no desea enfrentarse a sus consecuencias. Al igual que Jung, Adler veía los sueños como una compensación de la selectiva parcialidad de la conciencia, Y también, como Freud, veía las distorsiones que presentan los sueños como un recurso protector, si bien, para él, lo que protegía era al "ego" del soñador contra las situaciones de la vida, mientras que para Freud, la distorsión era obra del censor moral que no permitía el paso a los crudos impulsos instintivos de la infancia.

Sueño y ciencia

Aristóteles creía que el despertar y el dormir "son opuestos y el sueño es evidentemente una privación del despertar". Esta es la actitud tradicional ante el dormir y la mayoría de nosotros la aceptamos. Considerar el dormir como un período de olvido, aparentemente necesario para el descanso, pero una interrupción de nuestra vida diaria, parece lo más atinado. Después de todo, un hombre que haya dormido bien durante 70 años de vida, habrá pasado más de 22 de ellos durmiendo. Aun cuando el tiempo así pasado le ha sido beneficioso tanto física como psicológicamente (como comprobará siempre que se le prive del sueño) seguirá ignorando por qué el organismo humano necesita pasar gran parte de la vida insensible al mundo que le rodea. Los científicos no pueden explicárselo todavía, lo mismo que no pueden explicar el enigma del sueño del que se ocupa este libro: por qué soñamos cuando dormimos. (...) Pero, según las cautelosas palabras del doctor Ian Oswald de la Universidad de Edimburgo, cuanto más sabemos, más difícil se hace "llegar a una definición del dormir o a una definición de la conciencia que satisfaga a todo el mundo".  En su apreciable obra Dormir y despertar, no se muestra dispuesto a ir más allá de la siguiente declaración:
"El dormir es una condición recurrente y saludable de inercia y carencia de receptividad. En el individuo normal tal carencia no sólo se manifiesta por un decrecimiento de reacciones manifiestas ante los estímulos, sino también por un decrecimiento de las reacciones no manifiestas. (...) Los impulsos procedentes de los órganos de los sentidos atraviesan los lemniscos, hacia el sistema "retransmisor" del tálamo, luego, hacia las partes de la corteza cerebral que analizan las sensaciones, siendo entonces "traducidos" según las reacciones motrices adecuadas. La eficiencia cortical para interpretar dichos impulsos depende de cierto fragmento del cerebro inferior, llamado "formación reticular" que bombardeando con impulsos vigorizadores la corteza la mantiene en el requerido estado de alerta. Si tales impulsos disminuyen, como sucede durante el sueño, la corteza no produce las mismas reacciones. Hay un impulso que todavía llega a aquella, pero no se traduce en acción adecuada, convirtiéndose en material para un sueño".
¿Cuál es la causa de tal carencia de receptividad? Pudiera ser que algo impida las reacciones habituales ante las señales que recibimos de nuestros sentidos. Inversamente, el algo que suele estar presente cuando nos hallamos despiertos, para ayudar al cerebro a emitir las señales adecuadas de reacción al cuerpo, quizás esté ausente durante el sueño. Oswal, Kleitman y otros especialistas se inclinan ahora por la aceptación de este último punto de vista, en parte porque consideran que la corteza cerebral es imprescindible a la conciencia.
Esta reducción en el recargamiento efectuado por la corteza cerebral explicaría por qué dejamos de responder, cuando dormimos, al estímulo de cualquiera de nuestros sentidos (a menos que se nos despierte en un momento dado, entera o parcialmente) y es también de particular importancia para el estudio de los sueños. Al parecer, cuando dormimos, la parte frontal de nuestro cerebro se comporta como cuando estamos despiertos, pero sus actividades no son traducidas por el mecanismo motriz a reacciones positivas. Cierto es que la facultad de reaccionar parece ser selectiva: una madre despertará al oír llorar a su hijo y sin embargo dormirá durante una tormenta de truenos. Pero normalmente "nos apagamos": podemos soñar que tenemos miedo y corremos, pero no lo hacemos a menos que se trate del tipo de sueño llamado "pesadilla". Todo lo más que hacemos es tener sacudidas. Cuando este proceso inhibidor está seriamente afectado, se produce el fenómeno del sonambulismo.
Además, existe el significativo hecho de que nuestros ojos sean el primer órgano sensorial que suspende sus funciones cuando nos dormimos y el último en funcionar cuando nos despertamos. Pero en 1892 el psicólogo americano profesor George Trumbull Ladd sugirió ya, basándose en su propia experiencia, la posibilidad de que el cerebro esté dotado de un "mecanismo psicofísico para la producción de imágenes visuales" y que lo que llamamos "fantasmas retinales" sea la materia prima de los sueños. Explicado en forma más sencilla: el cerebro deja de "ver" durante el sueño; los ojos, un millón de centros nerviosos cada uno de los cuales recoge cientos de impulsos a cada segundo, dejan de transmitir las señales significativas. Pero la parte del cerebro que opera e interpreta este complejo y delicado mecanismo, continúa portándose como si siguiera "viendo" a pesar de que la percepción sensorial de la realidad ha dejado de funcionar.
En aquella época, la teoría del profesor Ladd pareció otro intento introspectivo de explicar la naturaleza de los sueños como resultado de factores fisiológicos. Se ha averiguado recientemente que había dado con una clave vital: durante el sueño la actividad de los ojos parece estar estrechamente relacionada con lo que llamamos "soñar". Es extraño que tal relación pasara inadvertida cuando el carácter visual de los sueños había sido reconocido desde hacía tanto tiempo. Pero es muy difícil el estudio de los movimientos oculares durante el sueño.
(...)
El Dr. Dement cree que, sea cual fuere el tipo de sueño o de pensamiento visual que se produce en otros estados durmientes, en el sueño REM toda la evidencia señala una relación  entre los movimientos oculares y lo que aparentemente es presenciado por los ojos. Por alguna razón el aparato oculomotor se comporta como si estuviera observando escenas reales. Es decir, dentro del cerebro, lo que sucede es semejante a lo que sucedería si estuviéramos despiertos.
"El sistema nervioso –dice Dement– estaría comportándose como si recibiera una corriente sensorial apropiada a la imaginería onírica." Consiguientemente, el soñar es semejante al despertar activo (y posiblemente, distinto a los procesos mentales inconscientes que se producen fuera del período visual del sueño). En algún lugar del sistema nervioso, la imaginería de los sueños reemplaza la estimulación normal de la retina procedente del mundo exterior.
Llamaremos la atención sobre dos de las posibles implicaciones de esta idea. Cualquiera que sea la causa de estas señales visuales (sustitutos de la realidad), en lo que concierne a algunas partes del cerebro equivalen a lo real. No hay distinción entre la imaginería visual de un sueño y la imaginería visual de la vida consciente. La distinción reside en lo que hace el cerebro. Es indudable que existe algún mecanismo que impide que el cuerpo obre según la información sensoria recibida que, por así decirlo, comunica a áquel: "Esto es solamente un sueño, y la acción es innecesaria." Cuando este mecanismo inhibidor de la acción no funciona debidamente, nos agitaremos, nos moveremos inquietos e incluso andaremos o hablaremos en sueños. Pero si funciona, nuestros sueños pueden en efecto facilitarnos incurrir en fantasías sin correr los riesgos inherentes al obrar según los sentimientos despertados por los sueños.
La segunda implicación es consecuencia de ésta. Puede existir un motivo psicológico así como fisiológico para las imágenes que aparecen ante nuestros ojos; el primero, describiendo el escenario para la representación y el segundo actuando. Una división semejante de labor explicaría el hecho de que los psicólogos y fisiólogos se hayan concentrado hasta ahora en dos aspectos distintos de los sueños.

martes, 3 de abril de 2012

Jesús, el héroe solar (Ramón Hervás)

Los ocultos orígenes de Jesús

Jesús, Mesías de Israel

"Jesús, como legítimo representante del linaje davídico, aspiraba a ocupar un día el trono de Israel. Esta intención aparece manifiesta tanto a través de los Evangelios como en Los Hechos de los Apóstoles, si bien en ninguno de estos escritos dicha intención acaba de ser perfectamente establecida ni tampoco se exponen las motivaciones de Jesús para desear acceder a la realeza. En realidad, esta intencionalidad de Jesús queda difusa, tanto a causa de la deliberada intención de los textos sagrados de no fijar el contexto de la vida de Jesús como a causa de la clara intención de los evangelistas de pintar a un Jesús de origen divino, que desempeña en la tierra una misión estrictamente divina, y que no tiene nada que ver con los avatares de la existencia cotidiana, lo cual hace que esté absolutamente desprovisto de toda connotación histórica con su medio y su tiempo.
(...)
En la vertiente exotérica, la reiterada ocultación de la finalidad real de Jesús, de sus vínculos con las fuerzas políticas que luchaban por librar Palestina del yugo romano, no consigue enmascarar sin embargo su misión real. La ocultación sofoca datos y detalles concretos, pero no puede enmascarar la atmósfera de lucha política, el aura rebelde que envuelve su figura y que perciben nítidamente sus primeros seguidores. El aura de Jesús, en efecto, a partir de su muerte, se extendió rápidamente por toda Judea y Galilea y, desde allí, a todos los confines del Mediterráneo, sobre todo gracias a la ingente obra de Pablo –una proeza de aleccionamiento religioso que hoy haría envidiar a los expertos en marketing político– y, tal vez gracias precisamente al buen cuidado de Pablo en diluir todo el contexto social, cultural, religioso y político en el cual Jesús se desenvolvió a lo largo de su vida.
Ningún cronista cristiano menciona los grupos, personalidades, instituciones y movimientos que bullían en la Palestina de la época, un país del que debía surgir el movimiento religioso que mayor trascendencia ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad. (...) 
Ni el médico Lucas en Los Hechos, ni los evangelistas en su crónicas ni Pablo en sus epístolas mencionan tampoco que el cristianismo primitivo no era sino un quietismo, una escuela más de misterios surgida del judaísmo y que iba más allá de la mera enseñanza y contemplación religiosa puesto que estaba vinculada a los movimientos revolucionarios nacionalistas que, dentro del judaísmo, representaban los celotes. Por supuesto, nadie dice nada tampoco respecto a que, en sus orígenes, el cristianismo no era más que una rama del judaísmo y que la ruptura con su pensamiento religioso se establece en cuanto Pablo aparece en escena. Ni los evangelistas ni los primeros autores cristianos mencionan tampoco (o si lo hacen es rozando levemente el aspecto exterior) las relaciones de Jesús con Salomé o con María de Magdala. A esta última la pintan como a una mujer de vida oscura cuando no era sino la esposa real y al mismo tiempo la "esposa mística" de Jesús: un espejo en el cual el alquimista reflejaría a su soror mística o el cátaro a su "amaxia uxor". En el esoterismo cristiano, Lilit o Haisha es la Mujer Interior, "el ser que está fuera del hombre". Y el héroe perece, es abandonado por los dioses, cuando él abandona a la esposa mística. El hombre no puede renunciar al componente del alma, ese cuerpo sutil que perece si no se une al espíritu. El taumaturgo necesita unirse a una esposa mística.
(...)


¿Dónde nació Jesús?

Mateo, por su parte, sitúa el nacimiento de Jesús en Nazareth: "Y por ello será llamado nazareno", dice en su evangelio. Lo que parece confuso es si realmente lo considera nazareno por haber nacido en Nazareth o si emplea la voz nazarita: joven dedicado al servicio de Dios, según el sentido que da a este término la profecía de Samuel. Por otra parte, la voz nazareno no se aplicaba a los nacidos en Nazareth, lugar de dudosa existencia en tiempos de Jesús, sino a los cristianos primitivos que seguían la llamada "vía árabe".
Y si el lugar de su nacimiento no aparece claro, pues unos lo sitúan en Belén y otros en Nazareth, poblaciones ambas de Judea, algunos más dicen que Jesús había nacido en un innominado lugar de Galilea. Y si elusivo es el lugar donde naciera, tampoco aparece del todo claro quién fue realmente el padre de Jesús. Los cuatro Evangelios canónicos coinciden en atribuir la paternidad de Cristo a José el Carpintero. ¿Tal vez porque el sobrenombre de Jesús era el de "Hijo del Carpintero"?  En arameo, "Hijo del Carpintero" es Bar Nagara, voz que seguramente ya fue malinterpretada al ser transcrita por primera vez en arameo y que luego, plausiblemente, sería sucesivamente corrompida en las siguientes versiones de los textos primitivos.
En efecto, si tenemos en cuenta que los primeros borradores de los evangelios –notas dispersas, escritas en siriaco, en torno a la vida de Jesús– fueron la base para componer los primeros escritos cristianos, los cuales servirían a su vez de base para la redacción de lo Evangelios sinópticos, y si tenemos también en cuenta que la versión latina (traducida de la versión griega procedente del siriaco) no se produce hasta siglos después, y que las versiones sucesivas son encomendadas a los monjes copistas, quienes apenas sabían leer y copiaban palabra a palabra, comprenderemos el remoto parecido que tales versiones debían tener con los primeros borradores de la vida de Jesús.
(...)


Lo que los Evangelios no dicen de Jesús


La familia de Jesús

Los Evangelios pasan muy discretamente sobre el asunto de los hermanos de Jesús, bien aludiendo a ellos de forma generalizada o silenciándolos, excepto en el pasaje señalado del publicano Mateo, pero ante esta revelación, lo mismo que ante tantas otras, el lector debe leer entre líneas para discernir qué se intenta ocultar. (...) Pablo, excepcionalmente, ofrece algunos datos históricos pero nos presenta un Cristo idealizado que apenas tiene nada que ver con la realidad. (...)
Viviendo durante un tiempo a la sombra de su primo Juan, hasta alrededor de los 30 años, Jesús es un perfecto desconocido que durante toda su juventud ha intentado pasar desapercibido, torturado tal vez por el reproche que le hacían sus enemigos respecto a su origen. Ésta era sin duda una cuestión delicada para Jesús, pues si se declaraba abiertamente hijo de Judas de Gamala, no había duda de que le lloverían, si no represalias, sí al menos las suspicacias de las autoridades. Proclamarse hijo de Galaunita, a los ojos de sus seguidores, hubiera representado igualmente un riesgo que pocos de ellos hubieran estado dispuestos a correr. (...) Silenciando el nombre de su padre, lo plausible es que la gente, y más especialmente sus enemigos, lo consideraran hijo ilegítimo o, cuando menos, de dudosos orígenes. Sin duda tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para, finalmente, proclamarse heredero del trono de Israel y reivindicar sus derechos.
(...)

Jesús como dios solar

Si tenemos en cuenta el hecho de que cuando comienza a establecerse el cristianismo no existe una literatura evangélica sino solamente una serie de relatos orales confusos y contradictorios, animados todos ellos por la multitud de grupúsculos que quieren monopolizar la doctrina de Cristo y desacreditar a otros grupos rivales, entenderemos mejor por qué algunos datos –por ejemplo el de a quién corresponde la paternidad de Jesús– se muestran tan vagos y difusos. Cuando en las postrimerías del primer siglo cristiano aparecen los escritos evangélicos, el Apocalipsis, el único libro al parecer escrito o dictado por uno de los apóstoles, no hace referencia alguna ni a la ascensión ni a la resurrección y, aparte de señalar la descendencia davínica de Jesús, presenta Cristo-Pascua como al cordero inmolado "cuya sangre purifica a aquellos que creen en él". En este texto de san Juan subyace la noción de Cristo como dios solar, cuyos avatares terrestres están inscritos en las profecías de la tradición religiosa de Israel.
Como todo héroe solar, necesariamente, Cristo debía nacer de una virgen, Es Juan, sobre todo, quien destaca este carácter solar de Jesús, reflejando, sin duda, el talante original de nuestra religión, muy anterior, por supuesto, al que expresan los Evangelios sinópticos, pues éstos representan la reacción judaica contra el espíritu "helenizante del cristianismo primitivo encarnado en el Cuarto Evangelio" (Edmundo González-Blanco, introducción a Los Evangelios apócrifos, p. 37).  Los escritos que atribuimos a san Juan, ciertamente, expresan la fusión del helenismo politeísta con la forma judaica del monoteísmo, cuya fuente, como es obvio, habría que buscarla en la primitiva religión egipcia. Dicho con otras palabras, el Evangelio de san Juan transpira el pensamiento oriental que antes del nacimiento de Jesús llegó a Egipto procedente de Persia.
(...)

Jesús y sus hermanos

Cuando los Evangelios hablan de los hermanos de Jesús, de su entorno familiar, lo hacen siempre como pasando de puntillas, sin querer detenerse en un tema tan espinoso. Y la clave, más que en Jesús mismo, posiblemente está en Pedro, de cuyo hijo Judas sí se dice en los Apócrifos que es sobrino de Jesús, mientras se omite sistemáticamente en los sinópticos que Pedro y Jesús eran hermanos. Aunque tal vez fueran sólo hermanos políticos, pues Judas podría ser sobrino de Jesús si Pedro estaba casado con una hermana suya.
De cualquier modo, Pedro es la clave del secreto. Pedro (piedra) y clave (sinónimo a su vez de piedra) son la clavícula o piedra angular sobre la que deberá asentarse la Iglesia. Pero ¿una institución tan respetable puede admitir que su fundador, y sus hermanos, fueran hijos de un revolucionario, por un lado, o que no tuvieran padre conocido, por otro, si admitimos que José tenía casi noventa años cuando se casó con María y que ésta –hechos los consiguientes cálculos a partir de la cronología que dan los Evangelios–, contaría entonces cuarenta y, por lo tanto, ya tendría a la mayor parte de sus hijos criados y creciditos, sobre todo si tenemos en cuenta que su primer hijo, Jesús, lo tuvo según la tradición evangélica a los dieciséis años? En este punto de la maternidad de María se produce sin duda un lapsus que revela la verdad, pues la "madrina" de Jesús, Magdalena, contaría unos dieciséis años cuando arribó a Occitania, embarazada por Jesús..."