viernes, 9 de mayo de 2014

La Imaginación (Jean Paul Sartre 1905-1980)


Introducción

"Miro esta hoja blanca que está sobre mi mesa; advierto su forma, su color, su posición. Estas distintas cualidades presentan algunos rasgos comunes: en primer lugar se ofrecen a mi mirada como existencias sólo susceptibles de ser comprobadas y cuyo ser no depende en modo alguno de mi capricho. Son para mí, no son yo. Pero no son tampoco el otro, es decir, no dependen de ninguna espontaneidad, ni mía ni de otra conciencia. Están presentes e inertes a la vez. Esta inercia del contenido sensible, a menudo descrita, es la existencia en sí. Es inútil discutir si esta hoja se reduce a un conjunto de representaciones o si es y debe ser algo más. Lo cierto es que mi espontaneidad no puede producir sin duda la blancura que descubro. Esta forma inerte, que está más acá de toda espontaneidad consciente, que es preciso observar, captar poco a poco, es lo que se llama una cosa. En ningún caso mi conciencia podría ser una cosa, porque su modo de ser en sí es precisamente un ser para sí. Existir, para ella, es tener conciencia de su existencia. Aparece como una pura espontaneidad frente al mundo de las cosas que es pura inercia. Podemos, pues, establecer desde un comienzo dos tipos de existencia: en efecto, las cosas en cuanto inertes escapan al dominio de la conciencia; su inercia las salvaguarda y preserva su autonomía.
Pero hete aquí que, ahora, miro en otra dirección. Ya no veo la hoja de papel. Veo ahora el papel gris de la pared. La hoja deja de estar presente, no está más ahí. Sin embargo sé perfectamente que no ha desaparecido: su inercia la preserva de eso. Simplemente ha cesado de ser para mí. No obstante, hela aquí de nuevo. No he girado la cabeza, mi mirada está siempre dirigida hacia el papel gris; nada se ha movido en la pieza. No obstante la hoja se me aparece de nuevo con su forma, su color y su posición, y sé perfectamente, en el momento en que se me aparece, que es precisamente la hoja que veía hace un instante. ¿Es en verdad ella en persona? Sí y no. Por cierto afirmo que es la misma hoja con las mismas cualidades. Pero no desconozco que esa hoja ha quedado allá: sé que no gozo de su presencia; si quiero verla realmente, tengo que volverme hacia mi escritorio y dirigir la mirada hacia el secante en que está la hoja. La hoja que se me aparece en este momento tiene una identidad de esencia con la hoja que veía hace un instante. Y, por esencia, no entiendo solamente la estructura, sino también la individualidad misma. Sólo que esta identidad de esencia no va acompañada de una identidad de existencia. Es sí la misma hoja, la hoja que está actualmente sobre mi escritorio, pero existe de otro modo. Yo no la veo, no se impone como un límite a mi espontaneidad; no es tampoco algo inerte dado, existente en sí. En una palabra, no existe de hecho, existe en imagen.
(...)
No cabe duda de que una lectura superficial de los innumerables escritos consagrados desde hace sesenta años al problema de la imagen, parece revelar una extraordinaria diversidad de puntos de vista. (...) Descartes, Leibniz, Hume poseen la misma concepción de la imagen. Únicamente discrepan cuando es preciso determinar las relaciones de la imagen con el pensamiento. La psicología positiva ha conservado la noción de imagen tal como la heredó de esos filósofos. Pero, entre las tres soluciones que propusieron para el problema imagen-pensamiento, aquella no supo ni pudo elegir. Nos proponemos mostrar que necesariamente debía de ser así, desde que se aceptaba el postulado de una imagen-cosa. Pero, para mostrarlo más claramente, es preciso partir de Descartes y trazar una breve historia del problema de la imaginación.

Los grandes sistemas metafísicos

La principal preocupación de Descartes, frente a una tradición escolástica que concebía las especies como entidades mitad-materiales, mitad-espirituales, es separar con exactitud mecanismo y pensamiento, reduciendo por entero lo temporal a lo mecánico. La imagen es una cosa corporal, es el resultado de la acción de los cuerpos externos sobre nuestro propio cuerpo por intermedio de los sentidos y de los nervios. Como materia y conciencia se excluyen entre sí, la imagen en cuanto dibujada materialmente en alguna parte del cerebro, no podría estar animada de conciencia. La imagen es un objeto del mismo modo que los objetos externos. Es exactamente el límite de la exterioridad.
La imaginación o conocimiento de la imagen proviene del entendimiento; el entendimiento, aplicado a la impresión material producida en el cerebro, nos da una conciencia de la imagen. Ésta no se halla, por lo demás, colocada delante de la conciencia como un nuevo objeto por conocer, a pesar de su carácter de realidad corporal: en efecto, tal circunstancia extendería al infinito la posibilidad de una relación entre la conciencia y sus objetos. Ésta posee la extraña propiedad de poder motivar las acciones del alma; los movimientos del cerebro, provocados por los objetos externos, aunque no guarden semejanza con ellos, despiertan ideas en el alma; las ideas no provienen de los movimientos, son innatas en el hombre; pero aparecen en la conciencia cuando se producen los movimientos. Los movimientos son como signos que provocan en el alma ciertos sentimientos, pero Descartes no profundiza esta idea del signo al que parece atribuirle el sentido de lazo arbitrario, y sobre todo, no explica cómo hay conciencia de este signo; parece admitir una acción transitiva entre el cuerpo y el alma que lo lleva a introducir o cierta materialidad en el alma o cierta espiritualidad en la imagen material. No se comprende cómo el entendimiento se aplica a esta realidad corporal tan peculiar que es la imagen, ni, inversamente, cómo puede haber en el pensamiento intervención de la imaginación y del cuerpo, ya que, según Descartes, hasta los cuerpos son captados por el entendimiento puro.
(...)
Spinoza afirma aun más tajantemente que Descartes que el problema de la imagen verdadera no se resuelve a nivel de la imagen, sino solamente mediante el entendimiento.
(...)
Mientras que para resolver la oposición cartesiana, imagen-pensamiento, Leibniz tiende a virar la imagen como tal, el empirismo de Hume se aplica, por el contrario, a reducir todo el pensamiento a un sistema de imágenes. Toma del cartesianismo su descripción del mundo mecánico de la imaginación y aislando este mundo, hacia abajo, del terreno fisiológico en el cual se hallaba inmerso, hacia arriba, del entendimiento, lo convierte en el único terreno en el cual el espíritu humano se mueve realmente..."

martes, 25 de febrero de 2014

"La Eneida" (Virgilio 71 a. de J. C. – año 19 de la misma centuria)

Prólogo a cargo del editor
 
 
"Virgilio se inspiró en la Ilíada y la Odisea, de Homero, para componer su poema, partiendo de uno de los episodios más importantes de aquéllas: la guerra de Troya.
A Virgilio, el poeta de las Bucólicas y de las Geórgicas, le sedujo vivamente, como no podía menos, la dramática narración de las aventuras corridas por un grupo racial, los aenidos o troyanos, personificado en un héroe, Eneas, para llevar a cabo la alta empresa de fundar un pueblo en lugar muy alejado de las tierras nativas. (...) Virgilio toca en su poema las cuerdas del amor y del odio, de la alegría y de la tristeza, de lo noble del alma humana y de lo peor que ésta encierra; todo ello con poderosa fantasía y con una esperanzadora confianza en los destinos del hombre..."    

 

La profecía de Júpiter
 
Ya era terminado el día cuando Júpiter, mirando desde lo alto del firmamento las tierras y las playas y los remotos pueblos y el mar cruzado de rápidas velas, clavó sus ojos en los reinos de Libia. Hallábase Júpiter en la cumbre del Olimpo, Venus, extremadamente triste y con los ojos arrasados en lágrimas, le habló de esta manera:
"¡Oh tú que riges los destinos de los hombres y de los dioses con perpetuo imperio y los dominas con tus rayos! ¿En qué pudo ofenderte mi Eneas y los troyanos para que después de tantos trabajos como han pasado se les cierre el paso a Italia? Tú que me prometiste que de ellos, andando los años, saldrían los romanos, guías del mundo, descendientes de la sangre de Teucro, los cuales extenderían su imperio sobre el mar y la tierra. ¿Qué te ha hecho, ¡oh padre!, mudar de opinión?
Esta promesa tuya me consolaba de la caída de Troya y de su triste ruina, encontrando compensación en los hados adversos con los prósperos; pero ahora, a los mismos desventurados les persigue idéntica suerte. ¿Qué término, ¡oh dios!, darás a sus desgracias? Antenor logró salvarse pasando por entre los griegos y llegar al corazón del país de los liburnos y a la fuente de Timavo, de donde precipitándose por nueve bocas desde lo alto de la montaña cae al mar con gran estruendo, fertilizando los campos. Allí edificó la ciudad de Padua y las viviendas de los teucros, fijando en ellas las armas de Troya; ahora descansa gozando de la paz. Y nosotros, progenie tuya, a quienes concedes morar en los alcázares del cielo, perdemos nuestros barcos únicamente porque así lo quiere una sola diosa iracunda y nos vemos constantemente alejados de las costas de Italia. ¿Es éste el premio que nos reservas? ¿Es así como repondremos nuestro señorío?"
 
El padre de los hombres y de los dioses, mostrando en su rostro aquella apacible sonrisa que serena los cielos y las tempestades, besó a su hija y dijo:
"No tengas miedo, ¡oh Citerea! Los hados de los tuyos te protegen. Verás la ciudad y las murallas prometidas por Lavinio y verás elevarse hasta las estrellas al magnánimo Eneas. Mas para aliviar tu pena voy a descubrirte, tomándolos desde el pasado, los arcanos del porvenir. Eneas sostendrá en Italia grandes guerras y dominará pueblos feroces y les dará leyes y murallas; tres veranos pasarán y tres inviernos antes de que reine en el Lacio y logre sojuzgar a los rútulos. El niño Ascanio, que ahora lleva el sobrenombre de Iulio (Ilo se llamaba, mientras existió, el reino de Ilión), llenará con su imperio treinta años largos, un mes tras otro, y trasladará la capital de su reino de Lavinio a Alba Longa, que guarnecerá con grandes puertos militares; allí reinará por espacio de trescientos años el linaje de Héctor, hasta que la reina sacerdotisa Ilia, fecundada por el dios Marte, diere a luz en un parto dos hijos, Rómulo y Remo. Después, Rómulo, engalanado con la roja piel de la loba, dominará aquel pueblo y levantará las murallas de la ciudad de Marte, dando su nombre a los romanos.
No habrá límites ni plazo para las conquistas de este pueblo. La misma Juno, que hoy revuelve con tanta ira el mar, la tierra y la atmósfera, se vendrá a razones y favorecerá a los romanos, señores del mundo. Así lo quiero. Andando el tiempo, habrá una edad en que la casa de Asáraco subyugará a Ftías y a la ilustre Micenas y dominará a la vencida Argos. De este noble linaje troyano nacerá Julio César, nombre derivado del gran Iulo, y extenderá su imperio hasta el océano, y su nombre y fama, hasta las estrellas. Seguramente tú le recibirás algún día en el Olimpo cargado con los despojos de Oriente; entonces, suspensas las guerras, se amansarán los ásperos tiempos y la cándida Fe y Vesta y Quirino, su hermano Remo, dictarán las leyes. Quedarán cerradas las puertas del templo de la guerra y dentro el furor impío; sentado sobre crueles armas y atadas las manos detrás de la espalda bramará con sangrienta boca."
Dicho esto envió a Mercurio para que las puertas de Cartago se abriesen para asilar a lo teucros, no fuese que, ignorante Dido de lo dispuesto por los hados, los rechazase. Tiende el mensaje su vuelo por el inmenso éter, batiendo las alas, y al llegar a las playas de Libia cumple el mandato; los penos deponen su actitud de habitual fiereza y la reina se apresta a recibir a los teucros con suma benevolencia.
 

jueves, 3 de octubre de 2013

El cuento del Grial –Chrétien de Troyes– (1135-1190)

Prólogo de Juan Renales

Al extinguirse la Edad Antigua, el hombre se fue forjando una cultura nueva, es decir, tuvo que enfrentarse a la tarea de inventar moldes en que verter los contenidos nuevos surgidos de una transformación total del mundo.
En literatura, vuelta la espalda a los géneros clásicos, nace de la liturgia cristiana el teatro, y también, al menos en parte, la poesía lírica. La narrativa se abrió primero paso a través de la épica. Más tarde, abandonando este camino, se inició lo que después sería la novela. Subsistían elementos del mundo grecolatino, sí, pero habían cambiado de lugar, de significado, y con ello de aspecto: como esas columnas de villas romanas que aparecen, de cuando en cuando, engastadas en las iglesias de la primera Edad Media.
(...)
Chrétien fue escritor cortesano, teñido del espíritu trovadoresco que reinaba en la corte de Champaña. Tradujo a Ovidio, para mejor internarse en la descripción psicológica del amor, que coexiste en sus obras con la ingenuidad bretona, y suele dotarlas de una tesis, propuesta o impuesta, generalmente, por sus protectores los condes.
La novela que tenemos delante es un caso aparte entre las de Chrétien. Es una obra inconclusa; quizá la última de las que escribió. (...)
"Perceval, li contes del Graal" vuelve la vista hacia el pasado; hacia la época brumosa del surgimiento de los reinos célticos independientes y hacia la antigüedad clásica, aunque de ésta no haya una visión directa, salvo por dos o tres alusiones dispersas. Los nombres de los lugares nos llevan a la Britania preanglosajona, a Gales, a la pequeña Bretaña. Los personajes son conocidos en la literatura céltica desde sus primeras manifestaciones: Peredur, el Perceval de Gales, ya es nombrado en el canto de Gododdin, de Aneirin, escrito hacia el 600 en la frontera de Escocia.
(...)
En las islas que se encuentran más allá del mar situaban los celtas el paraíso, si puede hablarse de paraíso entre unas gentes que desconocen el infierno. El viaje del alma hacia esos países debió tener unas etapas fijas, unas estaciones a través de las cuales se llegaba a la tierra de la juventud, de la vida, de las delicias. Levemente cristianizado, todo ello se encuentra en los ínrama, narraciones irlandesas de viajes por mar. (...)
La estructura fija del viaje al otro mundo, descoyuntada ya, desplazados sus elementos, transplantados a otros lugares dentro de la narración, conservando unos su carácter sagrado, profanizados otros, aparecen el la novela caballeresca.
(...)
No es la travesía de la tierra yerma y solitaria la única prueba que debe superar el alma en su ascenso, como un neófito en el curso de la iniciación. Pues en medio de estos desiertos, nuevos peligros le acechan. Quizá de ellos el más espantable sea el puente peligroso que las almas han de atravesar a riesgo de caer en las ondas de un río infernal. Sólo las almas puras lograrán salir airosas. Este tema es frecuente entre los árabes y los persas, y de ellos debió pasar a los monjes visionarios de la alta edad media, como Adhamhnán de Iona, que vio en su descenso al infierno un puente. (...)
Cuando no existe el puente, la corriente ha de ser atravesada en una barca, y aquí es aún más claro el cruce de ideas y de mitologías. Los celtas conocieron en la suya al barquero conductor de las almas al más allá, especie de Caronte; es más frecuente, sin embargo, la barca sin timón que conduce por sí sola al viajero, héroe como Tristan o Guigemar o santo como san Brennáin. De todos modos, allí donde encontremos, en el "Contes", un paraje adonde sólo se pueda llegar pasando un río o un brazo de mar en una barca, estaremos en presencia de un vestigio del viaje oceánico al paraíso celta.
El carácter mágico del puente puede darse a conocer únicamente por los parajes a que conduce: Belrepeire, el Castillo del Grial, el de las Reinas. Estas tierras, y otras más aún, son imágenes del más allá, y seguramente los lectores contemporáneos de Chrétien eran capaces de advertirlo con claridad. El país de Galvoie, por ejemplo, de donde "nadie jamás ha podido regresar", es un vergel, donde, como en "la joie de la cort", de la novela "Erec et Enide", también de Chrétien de Troyes, quien entre a realizar una prueba: si falla, muere. Sólo un héroe dotado de poderes casi sobrehumanos ha de conseguir el triunfo. El más allá como vergel aparece en las más tempranas obras célticas. Debió existir ya en tiempos paganos, aunque las visiones literarias cristianas del Jardín del Edén y del paraíso terrenal debieron reforzar este tipo de representaciones. Avallon, el más allá de los bretones y galeses, se llama tierra de manzanas, y el paraíso de los irlandeses es la tierra de las manzanas de Emhain. Una manzana atrajo a Conle Rúad al reino de las hadas, donde aún vive feliz con su amada; una manzana de plata arrastró a Bran MacFebail a su navegación a tierras sobrenaturales. Mael Dúin, en alta mar, se nutrió durante cuarenta días de las manzanas halladas en una de las islas que visitó.
En el Perceval, sin duda el lugar que acumula más elementos de carácter sobrenatural o ultramundo es el Castillo de las Reinas. (...)
El Castillo de las Reinas es habitado sólo por mujeres, como el paraíso de los celtas. Como su misma reina dijo a Conle Rúad: "Una tierra que alegra el corazón de cuantos la visitan: en ella sólo se encuentran mujeres y jóvenes doncellas". (...)
Y este castillo de las reinas es morada de los muertos: nadie puede volver de ella. En ella encuentra Gauvain a personas que creía perdidas para siempre: allí viven para toda la eternidad, pues el que prueba la comida del más allá no puede regresar a la tierra de los mortales.
(...)
Es en los momentos más importantes de la narración: al fin de las aventuras de Perceval, antes de la partida de los caballeros, antes de "quête" de Gauvain, donde se sitúan las tres revelaciones de la culpa de Perceval. En la primera, se le anuncia quién es el Rey Pescador, cómo ha perdido la ocasión de restaurar su reino, y, por otra parte, la muerte de la madre del caballero. La segunda añade el dato de que el reino del Rey Pescador se ha convertido, por culpa de Perceval, en "terre gaste". En la tercera, la más importante, aprende Perceval que la muerte de su madre es causa de su fracaso, que con el Grial se sirve a un rey hermano de su madre (y del propio autor de la revelación), cuyo hijo es el Rey Pescador. En el Grial se contiene una hostia, de la cual se mantiene aquel rey.
(...)
Es en estas tres revelaciones donde debemos ahondar para encontrar el significado profundo de la obra. La hostia contenida en el Grial, alimento de la inmortalidad, no es un elemento totalmente cristianizado. Está emparentado con la cerveza que se bebía en los banquetes del más allá, con las cubas sagradas de cerveza en que se bañaban los héroes y con los calderos mágicos que daban la inmortalidad, como el que dio la victoria a los dioses sobre los Fomoré, diablos marinos, en la batalla de Mag Tured o Moyturra. Más lejanamente aún emparentado con la ambrosía de los griegos y el amrta de los hindúes, pues es frecuente que, en el terreno religioso, se establezcan insospechadas conexiones entre los dominios más occidental y más oriental de los pueblos indoeuropeos. (...)
Símbolo más oscuro es la lanza sangrienta, en que la cristiandad creyó ver la lanza de San Longinos. La lanza, desde luego, fue objeto sagrado entre los celtas desde tiempos muy antiguos. La misma palabra, lanza, es de origen celta, y pasó a Roma en tiempos de las guerras de los galos.
Perceval llega al castillo del Grial cuando anda en busca de su madre; la "quête"  de Perceval es una búsqueda de la inmortalidad, o tal vez de lo que se encuentra detrás de la muerte. Si su pecado le impide encontrarlo, Gauvain, por su parte, va a dar término a la inquisición de Perceval: guiado por un hada, llegará a la tierra de las doncellas, al Castillo de las Reinas, e incluso a salir de él, uniendo así los dos mundos. En este aspecto, sí queda concluida la novela.
De aquí la importancia de la noción de iniciación para comprender el "Contes del Graal". Por la iniciación adquiere el neófito la inmortalidad; más cargado de sabiduría, conociendo los misterios de la naturaleza y la creación, y a través de nuevas muertes y nacimientos, se accede a la sacralidad del sacerdote o el guerrero. Del mismo modo a la muerte le seguirá otro nuevo nacimiento que desvelará nuevas parcelas del mundo. Perceval ha pasado ya la muerte "terre gaste", puentes peligrosos, y nace de nuevo al fin de su aventura: por eso adquiere un nombre entonces. Pero después de esto, pasará cinco años errante en el bosque, olvidado de Dios, como un animal. (...)
Esto no puede ser sino otra muerte mística, muy semejante de hecho a las que sufrían los germanos y los celtas antes de pasar al estado de guerreros, dotados de una segunda naturaleza animal.
(...)
Añadiendo una dimensión colectiva a estas "quêtes" de los héroes, aparece un segundo significado de la novela, quizá más importante aún. El mundo, después de la muerte de Uterpendragón, padre de Arturo, vive una edad de hierro, según se nos advierte al comienzo de la historia; los tiempos han venido siendo desde ese día revueltos y turbios...



domingo, 7 de abril de 2013

El amor, las mujeres y la muerte (Arthur Schopenhauer 1788–1860)

EL ARTE
 
 
Todo deseo arranca de una necesidad, de una privación, de un sufrimiento. Si se satisface, se frena. Pero por cada deseo satisfecho, ¡cuántos sin satisfacer! Además, el deseo dura largo tiempo, las exigencias son infinitas, el goce es corto y mezquinamente dosificado.
Y hasta ese placer que por fin se consigue no es más que aparente; otro le sucede; y si el primero es una ilusión desvanecida, el segundo es una ilusión que aún dura. Nada en el mundo puede aquietar la voluntad ni fijarla de un modo duradero; lo más que el destino puede lograr se asemeja siempre a la limosna que se arroja a los pies del mendigo, y que, si aguanta hoy su vida, es sólo para prolongar mañana su tormento. Así, en tanto que estamos bajo el dominio de los deseos y bajo el imperio de la voluntad, en tanto que nos abandonamos a las esperanzas que nos apremian, a los que nos persiguen, no hay para nosotros descanso ni dicha duraderos. En el fondo, lo mismo da que nos empeñemos en alguna persecución o que nos apartemos ante alguna amenaza, que nos revuelva la espera o el temor: las cavilaciones que nos producen las exigencias de la voluntad bajo todas sus formas no cesan de turbar y atormentar nuestra existencia. Así el hombre, esclavo es del querer, está continuamente amarrado a la rueda de Ixión, es vertido siempre en el tonel de las danaides, es tántalo devorado por la sed eterna.
Pero cuando una circunstancia externa o nuestra armonía inferior nos eleva un momento por encima del torrente infinito del deseo, libran a nuestro espíritu de la opresión de la voluntad, apartan nuestra atención del todo lo que la solicita y se nos aparecen las cosas desligadas de todos los prestigios de la esperanza, de todo interés propio, como objetos de contemplación desinteresada y no de concupiscencia. Entonces es cuando ese reposo vanamente buscado por todos los caminos, abiertos al deseo, pero que siempre ha huido de nosotros, se presenta en cierto modo por sí mismo y nos da la sensación de la paz en toda su plenitud. Ese es el estado libre de dolores que celebra Epicuro como el mayor de los bienes, como la felicidad de los dioses; porque entonces nos contemplamos por un instante manumitidos de la abrumadora opresión de la voluntad, celebramos la fiesta después de los trabajos forzados del querer, se detiene la rueda de Ixión... ¿Qué importa entonces ver la puesta del sol desde el balcón de un palacio o a través de las rejas de una cárcel?
(...)
Basta dar desde fuera una mirada desinteresada a todo hombre, a toda escena de la vida, y reproducirlos con la pluma o el pincel, para que al punto aparezcan llenos de interés y de encanto, y verdaderamente digno de envidia. Pero si nos hallamos luchando con esta situación o somos ese hombre, ¡oh!, entonces, como suele decirse, ni el demonio lo aguanta. Tal es el pensamiento de Goethe: "De todo lo que apena nuestra vida no gusta la pintura".
(...)
Las cosas no atraen sino en tanto que nos afecten. La vida nunca es bella. Únicamente son bellos los cuadros de la vida cuando los alumbra y refleja el espejo de la poesía, sobre todo en la juventud, cuando no sabemos aún qué es vivir.
Coger al vuelo la inspiración y darle cuerpo en los versos: tal es la obra de la poesía lírica. Y, sin embargo, el poeta lírico refleja a la humanidad entera en sus íntimas profundidades, y todos los sentimientos que generaciones pasadas, presentes o futuras han experimentado o experimentarán en las mismas circunstancias, que se producirán siempre, encuentran en la poesía su viva y fiel expresión.
El poeta es el hombre universal. Todo lo que ha removido el corazón de un hombre, todo lo que la naturaleza humana ha podido experimentar y producir en todas circunstancias, todo lo que habita y fermenta en un ser mortal, ése es su dominio, que se extiende a toda la naturaleza. Por eso el poeta lo mismo puede cantar la voluptuosidad que el misticismo, ser Angelus Silesius o Anacreonte, escribir tragedias o comedias, representar los sentimientos nobles o vulgares, según su humor y su vocación. Nadie puede mandar al poeta que sea noble, elevado, moral, piadoso y cristiano, que sea o deje de ser esto o lo otro, porque es el espejo de la humanidad, y presenta a ésta la imagen clara y fiel de lo que siente.
Es un hecho muy notable y digno de atención que el objetivo de toda la alta poesía sea la representación del lado horrible de la naturaleza humana: el dolor sin nombre, los tormentos de los hombres, el triunfo de la perversidad, la irónica dominación del azar, la irremediable caída del justo y del inocente. Este es un signo notable de la constitución del mundo y de la existencia... ¿No observamos en la tragedia a los seres más nobles, después de largos combates y sufrimientos, renunciar para siempre a los propósitos que perseguían hasta entonces con tanta violencia, o apartarse de todos los goces de la vida voluntariamente y hasta con júbilo? Así, con el príncipe de Calderón; Margarita en Fausto; Hamlet, a quien su querido Horacio seguiría con mucho gusto, pero que le promete quedarse y respirar aún algún tiempo en un mundo tan rudo y lleno de dolores, para narrar la suerte de Hamlet y purificar su memoria; lo mismo que la desposada de Messina; todos mueren purificados por los sufrimientos; es decir, después que ha muerto ya en ellos la voluntad de vivir.
El verdadero sentido de la tragedia es esta mira profunda: que las faltas expiadas por el héroe no son faltas de él, sino las faltas hereditarias, es decir, el crimen mismo de existir,

Pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
(...)
No hay hombre ni acción que no tenga su importancia. En todos y a través de todo se desenvuelve más o menos la idea de la humanidad. No hay circunstancia en la vida humana que no sea digna de reproducción por medio de la pintura. Por eso es una injusticia para con los admirables pintores de la escuela holandesa limitarse a alabar su habilidad técnica. En lo demás, son contemplados desde la altura con desdén, porque casi siempre representan actos de la vida común, y sólo se da importancia a los asuntos históricos o religiosos.
(...)
La música no expresa nunca el fenómeno, sino únicamente la esencia íntima, el "en sí" de todo fenómeno; en una palabra, la voluntad misma. Por eso no expresa tal alegría especial o definida, tales o cuáles tristezas, tal dolor, tal espanto, tal arrebato, tal placer, tal sosiego de espíritu, sino la misma alegría, la tristeza, el dolor, el espanto, los arrebatos, el placer, el sosiego del alma. No expresa más que la esencia abstracta y general, fuera de todo motivo y circunstancia. Y, sin embargo, sabemos comprenderla perfectamente en esta quinta esencia abstracta.
La invención de la melodía, el descubrimiento de los más hondos secretos de la voluntad y de la sensibilidad humana, es obra del genio. La acción del genio es allí más visible que en cualquier otra parte, más reflexiva, más libre de intención, consciente: es una verdadera inspiración. La idea, es decir, el conocimiento preconcebido de las cosas abstractas y positivas, es aquí absolutamente estéril, como en todas partes. El compositor revela la esencia más íntima del mundo y expresa la sabiduría más profunda en una lengua que su razón no comprende, lo mismo que una sonámbula da luminosas respuestas acerca de cosas que no tiene conocimiento alguno cuando está despierta.
Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que se presta a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad y, por consiguiente, sin sufrimiento. (...)
Escuchar grandes y hermosas armonías es como un baño del alma: purifica de toda mancha, de todo lo malo y mezquino, eleva al hombre y le pone de acuerdo con los más nobles pensamientos de que es capaz, y luego comprende con claridad todo lo que vale, o, más bien, todo lo que sería capaz de valer.
Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres y la mía propia no son más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños, de que cada muerte es un despertar.

 

martes, 4 de diciembre de 2012

Las olas (Virginia Woolf 1882–1941)

"El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.
Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameado, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.
La luz incidió en los árboles del jardín, y dio transparencia a una hoja. Y luego a otra. Un pájaro gorjeó alto. Hubo una pausa. Otro pájaro gorjeó más bajo. El sol dio relieve a los muros de la casa, y se posó como la punta de un abanico cerrado en una blanca persiana, dejando una azul huella digital de sombra bajo la hoja junto a la ventana del dormitorio. La persiana se movió lentamente, pero dentro todo era penumbra sin sustancia. Fuera, cantaban los pájaros su melodía vacía.
(...)

El sol se hundía. La dura piedra del día estaba resquebrajada y la luz se colaba por las grietas. Rayos rojos y dorados, como rápidas flechas con plumas de tinieblas, traspasaban las olas. Sin orden ni concierto, vagaban destellantes rayos de luz, como señales emitidas por islas hundidas, o dardos disparados por entre matas de laurel por muchachos rientes y desvergonzados. Pero las olas, al acercarse a la playa, estaban privadas de luz, y caían en larga percusión, como un muro al derrumbarse, un muro de piedras grises en el que ni una raya de luz había perforado un orificio.
Se alzó cierta brisa. Un estremecimiento recorrió las hojas. Así, estremecidas, perdieron su parda densidad y pasaron a ser grises o blancas, mientras el árbol movía su masa, parpadeaba y perdía su abovedada uniformidad. El halcón posado en la más alta rama abrió y cerró los párpados, se alzó, voló y flotando en el aire se fue muy lejos. La silvestre avefría gritaba en las tierras pantanosas, evadiéndose, trazando círculos, y gritando más y más lejos en su soledad. El humo de los trenes y de las chimeneas crecía y se desgarraba y se convertía en parte del lanudo dosel que cubría el mar y los campos.
Ahora ya habían sido segadas las espigas. Ahora de sus ondulaciones y vaivenes sólo quedaba un corto y rígido vello. Despacio, una gran lechuza se descolgó del olmo, y se balanceó y se alzó en el aire, como atada a un hilo que subiera y bajara, hasta llegar a lo alto del cedro. En las colinas las lentas sombras se ensanchaban y se encogían al pasar. La charca en las tierras pantanosas yacía vacía. No había allí lanuda cabeza que mirase, ni pezuña que chapoteara, ni cálido hocico que se hundiera en el agua. Un pájaro, posado en una rama cenicienta, alzó la cabeza y bebió un sorbo de agua fría. No había sonidos de cosecha ni sonidos de ruedas, sino sólo el súbito rugido del viento dejando que sus velas se hincharan y barriendo las puntas del césped. Un hueso reposaba, desgastado por la lluvia y requemado por el sol, reluciente como una rama pulida por el mar. El árbol que había ardido con el rojo color del zorro en primavera y en la plenitud del verano, que ofrecía obedientes hojas al viento del sur, era ahora negro, negro y pelado como el hierro.
La tierra estaba tan lejos que ya no se podían ver brillantes tejados y destellantes ventanas. El tremendo peso de la tierra ensombrecida había absorbido estos frágiles grilletes de la cadena, estos estorbos quebradizos como cáscara de caracol. Ahora sólo había la líquida sombra de la nube, el repiqueteo de la lluvia, un rayo de sol como un dardo, o la brusca sacudida de la tormenta. Como obeliscos, árboles solitarios marcaban las colinas.
El sol del atardecer, disminuida la intensidad de su fuego, perdido el ardor, daba suavidad a las sillas y las mesas, e incrustaba en ellas rombos castaños y amarillos. Reseguidos de sombras, sus perfiles parecía que hubieran adquirido más peso, como si el color, inclinándose, se hubiera trasladado a un lado. Había un cuchillo, un tenedor y un vaso, pero estaba todo hinchado y alargado, con aspecto portentoso. Rodeado de un círculo dorado, el espejo mantenía la escena inmóvil, como si en su ojo fuera eterna.
Entretanto, las sombras se alargaban en la playa, la oscuridad se hacía más profunda. Las rocas perdieron su dureza. El agua alrededor de la vieja barca era negra, como si contuviera una masa de mejillones. La espuma se había tornado lívida, y dejaba aquí y allá un blanco resplandor perlado sobre la arena neblinosa."

miércoles, 10 de octubre de 2012

El Golem (Gustav Meyrink 1868–1932)

Prólogo

A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis no para el goce del lector.
La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer.
(...)
Los discípulos de Paracelso acometieron la cración de un homúnculo por obra de la alquimia; los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro. Ese hijo de una palabra recibió el apodo de Golem, que vale por el polvo, que es la materia de la que Adán fue creado. Arnim y Hoffmann conocieron esa leyenda. En el año 1915, el austriaco Gustav Meyrink la renovó para la escritura de esta novela. (...) Todo en este libro es extraño, hasta los monosílabos del índice: Prag, Punsch, Nacht, Spuk, Licht. Como en el caso de Lewis Caroll, la ficción está hecha de sueños que encierran otros sueños... –Jorge Luis Borges–

El Golem

"...Yo, naturalmente, no puedo decir en qué se basa la leyenda del Golem, pero, sin embargo, sí estoy seguro de que en esta parte de la ciudad hay algo que no puede morir, que vive y se mueve a nuestro alrededor y que está relacionado con ella. Mis antepasados han vivido aquí generación tras generación y nadie puede, mejor que yo, retroceder a recuerdos heredados y vividos de la aparición del Golem.
Zwakh dejó de hablar de repente, y se notaba que sus pensamientos retrocedían en el pasado.
Tal y como estaba sentado junto a la mesa, apoyada la cabeza, sus mejillas coloradas y juveniles extrañamente alumbradas bajo la luz de la lámpara y su pelo blanco, comparé mentalmente sin querer sus rasgos con las máscaras de las marionetas, que tantas veces me había enseñado.
¡Qué extraño! ¡Cuánto se parecía el anciano a ellas! ¡La misma expresión y el mismo corte de cara! 
Sentí que hay cosas en la tierra que no se pueden separar de otras y, al recordar el sencillo destino de Zwakh, me pareció de pronto fantasmagórico y terrible que un hombre como él pudiera retroceder de repente –a pesar de que había disfrutado de una educación mejor que la de sus antepasados y de que debía haber sido actor– a su raída y desgastada caja de marionetas para volver de nuevo a las ferias anuales y hacer con los mismos muñecos, que había sido el mismo miserable medio de vida que el de sus antepasados, las mismas rígidas contorsiones y representar las mismas aburridas historias.
Comprendí que él no puede separarse de ellos; forman parte de su vida. Cuando ha estado lejos de ellos se convirtieron en sus pensamientos y vivieron en su mente y no lo dejaron descansar tranquilo hasta que volvió con ellos. Por eso los trata ahora con tanto cariño y los viste orgulloso con lentejuelas.
Zwakh, ¿no quiere seguir contándonoslo? –le rogó Prokop al anciano, mirándonos a Vrieslander y a mí para saber si nosotros también lo deseábamos.
–No sé por dónde empezar –dijo dudando el anciano–, no es fácil captar la historia del Golem. Tal y como ha dicho Pernath hace un rato: sabe exactamente cómo era el desconocido y sin embargo no puede describirlo. Aproximadamente cada treinta y tres años se repite un hecho en nuestras callejas que no tiene en sí mismo nada especialmente excitante y que, sin embargo, produce un gran terror, para el que no existe ni aclaración ni causa justificada. Sucede siempre que un hombre totalmente desconocido, sin barba, de cara amarillenta y tipo mongol aparece caminando desde la calle de La Antigua Escuela por el barrio judío, envuelto en un traje antiguo y raído, con pasos regulares, dando traspiés como si a cada momento fuera a caerse hacia adelante y, de repente..., se hace invisible.
Generalmente da la vuelta a una esquina y desaparece. Se dice que otras veces describe un círculo en su camino y que vuelve al punto de partida: una casa antiquísima cerca de la sinagoga. Algunos, excitados, afirman también que lo vieron doblar una esquina e ir hacia ellos, pero que, al dirigirse claramente hacia ellos, se hacía cada vez más pequeño, igual que alguien que se pierde en la lejanía, hasta que finalmente desaparece. Hace sesenta y seis años fue especialmente grande la impresión que produjo, pues todavía me acuerdo (yo entonces era muy pequeño) de que el edificio de la calle de La Antigua Escuela fue registrado de arriba a abajo. También se comprobó que en esa casa hay realmente una habitación con una ventana con rejas que no tiene acceso. Colgaron ropa de todas las ventanas para poder distinguirla mejor desde la calle y así se identificó la huella de ese hecho real. Como no era posible llegar hasta ella de otra forma, un hombre bajó colgado de una cuerda desde el tejado para verla. Pero apenas había llegado cerca de la habitación, se rompió la cuerda y el desgraciado se destrozó la cabeza en el asfalto. Cuando quisieron intentarlo otra vez, eran tan dispares las opiniones sobre la situación de la ventana que se abandonó el intento.
Yo mismo encontré al Golem por primera vez en mi vida hace treinta y tres años. Lo encontré debajo de un arco que forma una casa sobre la calle, venía hacia mí y casi chocamos. Todavía hoy no comprendo lo que pasó entonces en mí. Pues en verdad nadie tiene continuamente, día tras día, la impresión exacta de que va a encontrarse con el Golem. En aquel momento, sin embargo, estoy seguro, totalmente seguro, algo gritó en mí un momento antes de que llegase a verlo: ¡El Golem! En aquel mismo momento salió alguien a tropezones de la oscuridad del pasaje y aquel desconocido pasó por mi lado. Un segundo más tarde una tormenta de caras pálidas y excitadas vino hacia mí y me atosigaron preguntándome si lo había visto. Al contestar, sentí como si mi lengua se librara de una rigidez que no había notado antes. Estaba verdaderamente asombrado de poder moverme y me di cuenta claramente (aunque sólo durante una fracción de segundo) de que debía haber permanecido en una especie de agarrotamiento. Por mucho tiempo he meditado sobre todo esto y me parece que cuando más cerca estoy de la verdad es cuando me digo: en el transcurso de cada generación aparece siempre, rápida como el rayo, una epidemia espiritual en la ciudad judía, que domina las almas de aquellos que viven por algún motivo, para nosotros desconocido, y que hace que surjan, como un espejismo, los rasgos de un ser característico que quizás hace siglos vive aquí y tiene ansias de poseer forma y figura. Quizás está entre nosotros hora tras hora y nosotros no lo percibimos. Del mismo modo que tampoco oímos el sonido del diapasón que vibra hasta que toca la madera y la hace vibrar también a ella. Tal vez no sea más que algo así como una obra de arte anímica, sin conciencia interna..., una obra de arte que nace de lo informe, al igual que un cristal según leyes inmutables. ¿Quién sabe? ¿No podría ser que, del mismo modo que en los días de bochorno crece la tensión eléctrica hasta hacerse insoportable y formar el rayo, debido a la continua repetición de esos pensamientos, siempre iguales, que envenenan el aire, aquí en el ghetto haya una descarga repentina y súbita, una explosión anímica que sacase a la luz del día nuestro subconsciente para, al igual que allí el rayo, crear aquí un fantasma en todas y cada una de las cosas, el símbolo del alma de la masa, si se pudiera entender correctamente el enigmático lenguaje de las formas? Del mismo modo que algunos fenómenos anuncian la caída del rayo, también aquí hay ciertos terribles presagios de la amenazadora aparición de ese fantasma en el reino de la realidad. El revoque de un muro al derrumbarse toma el aspecto de un hombre al caminar; y en la figuras que configura el hielo se forman rasgos de caras rígidas. La arena de los tejados parece caer de un modo distinto al normal y crea en el espectador receloso la sospecha de que es una inteligencia invisible, que se esconde temerosa de la luz, la que le arroja, e intenta misteriosamente trazar toda una serie de extraños rasgos. Si la vista descansa en un monótono enrejado o en las asperezas de la piel, se apodera de nosotros el desagradable don de ver en todas partes significativas formas premonitorias, formas que en nuestros sueños crecen hasta hacerse gigantescas. Y siempre cruza, como un hilo rojo, en todos estos esquemáticos intentos de los rebaños del pensamiento, reunidos para resquebrajar los muros de lo cotidiano, la angustiosa seguridad de que se nos arranca con premeditación y contra nuestra voluntad nuestro más verdadero y propio interior, sólo para que con ellos pueda tomar forma plástica la figura del fantasma..."

miércoles, 29 de agosto de 2012

Historia verdadera (Luciano de Samósata 125–181)

Libro primero

Así como los atletas y los que cuidan su cuerpo no se ocupan sólo de su salud y sus ejercicios, sino que también se proporcionan oportunos descansos –e incluso consideran ésta la parte más importante de su entrenamiento así también creo yo que los intelectuales, después de haberse ocupado largo tiempo en la lectura de temas muy profundos, deben aligerar su mente y prepararla, así, mejor para el esfuerzo futuro.
Pues bien; un descanso adecuado podría ser entregarse a aquellas lecturas que ofrecen un placer delicado y agradable, a la vez que un entretenimiento no indigno de las musas, algo así como lo que pienso opinarán sobre este libro; pues no les atraerá solamente la extrañeza del tema ni la gracia de la intención del autor ni el que narremos una sarta de embustes expuestos de modo convincente y verosímil, sino el que cada episodio aluda, no sin parodia, a algunos de los antiguos poetas, historiadores y filósofos que han escrito acerca de muchos hechos prodigiosos y fabulosos. A éstos los hubiera yo citado por nombre, si los lectores no los pudieran reconocer claramente.
(...)
Al conocer a  todos estos no pude en absoluto censurarles sus mentiras viendo que ello se había convertido ya en algo ordinario incluso entre los que se declaran filósofos; pero lo que me extrañó fue que pensaran que sus engaños pasaran inadvertidos. Por eso mismo, aspirando yo también por ambición a dejar alguna obra a la posteridad, y para no ser el único que no hubiese aprovechado la libertad de inventar historias, puesto que no podía contar ninguna verdadera –pues nada memorable me había sucedido– decidí recurrir al engaño pero con más honradez que los demás. Una sola verdad diré: que digo mentiras. Así creo poder escapar la reproche de mis lectores, al reconocer yo mismo que no digo la verdad. Por lo tanto, escribo hechos que nunca vi, ni nunca me ocurrieron, ni los sé por otros, y además acerca de sucesos que nunca existieron ni pueden llegar a suceder. Por tanto mis lectores no deben otorgarme el menor crédito.
En cierta ocasión zarpé de las columnas de Heracles, en dirección al Océano Hesperia (o sea en dirección al Océano Atlántico, situado más allá de las columnas de Heracles, es decir del Estrecho de Gibraltar) y me embarqué con viento favorable. La causa de mi viaje y su objetivo eran la curiosidad, mi deseo de novedades, mi afán por conocer qué límite tenía el Océano y qué hombres habitaban la orilla opuesta.
(...)
Pues bien, durante un día y una noche navegamos con viento favorable, sin adentrarnos mucho, y con la tierra aún a la vista. Al día siguiente, al amanecer el viento aumentó, el oleaje se hizo más fuerte, el cielo se oscureció y ya no era posible colocar las velas. Abandonándonos al viento, nos dejamos conducir por él y resistimos una tormenta que duró setenta y nueve días; al amanecer el que hacía ochenta, el sol empezó repentinamente a lucir y vimos a poca distancia una isla escarpada y frondosa, a su alrededor resonaba un débil oleaje; la tempestad había amainado casi por completo. Abordamos, desembarcamos y, fatigados, permanecimos largo tiempo tendidos en el suelo; luego, nos levantamos y escogimos a treinta para que guardasen el barco, y yo y los otros veinte nos dispusimos a realizar un reconocimiento de la isla.
Cuando nos habíamos alejado unos tres estadios del mar a través del bosque, encontramos una estela de bronce, escrita en caracteres griegos, confusos y borrados por el tiempo, que decía: "Hasta aquí llegaron Heracles y Dionisio".  Había también dos huellas en la piedra, una de un pletro y la otra más pequeña (...) Después de postrarnos seguimos adelante. Algo más lejos, topamos con un río del que manaba un vino muy semejante al de Quíos. Su corriente era tan abundante y profunda que incluso era navegable en algunos puntos. Este hecho nos obligó a prestar más fe a la inscripción de la estela, viendo las señales del viaje de Dionisio. Resuelto a encontrar las fuentes del río, remontamos su curso, pero no encontramos ningún manantial, sino muchas y extensas viñas, cargadas de racimos; de la raíz de cada una de ellas fluían gotas de vino claro y la unión de todas ellas formaba el río.
(...)
Luego, cruzamos el río por un lugar vadeable y encontramos una extraordinaria especie de viñas: en efecto, a partir del suelo el tronco era robusto y rico en ramas, pero en su parte superior eran mujeres, perfectamente formadas desde la cintura, como los pintores nos representan a Dafne metamorfoseada en árbol cuando Apolo va a cogerla. De las puntas de sus dedos nacían racimos. Además sus cabezas estaban cubiertas de largas cabelleras de pámpanos, hojas y racimos de uva. Al llegar, nos saludaron y dieron la bienvenida, unas en lidio, otras en indio, pero la mayoría en griego. Incluso nos besaron en la boca; mas aquél que recibía un beso, al punto quedaba ebrio y vacilaba en sus pasos. Sin embargo, no nos permitieron coger frutos, porque si arrancábamos uno, ellas sufrían y gritaban. Algunas manifestaron deseos de unirse a nosotros; dos de nuestros compañeros se les acercaron y ya no pudieron separarse; permanecieron sujetos a ellas por sus partes viriles. Efectivamente, quedaron fundidos y entrelazaron sus raíces; pronto de sus dedos nacieron ramas, se vieron envueltos en pámpanos y estuvieron en disposición de dar frutos.
Los abandonamos y huimos hacia la nave, donde explicamos a los que se habían quedado nuestras aventuras y los amores de nuestros compañeros con las viñas. (...) Al romper el día zarpamos con brisa suave. Pero al mediodía, repentinamente, cuando ya la isla estaba fuera del alcance de nuestra vista, se produjo un torbellino que hizo girar la nave, la levantó unos trescientos estadios y ya no la dejó caer sobre el mar, sino que la mantuvo suspendida en el aire, arrastrada por el viento que soplaba contra las velas y henchía la lona.
Estuvimos volando así por los aires siete días y otras noches, y al octavo vislumbramos una gran tierra en el aire, como una isla, brillante y redonda, resplandeciendo con luz deslumbrante; nos acercamos a ella, anclamos y desembarcamos. Al recorrer el país, descubrimos que estaba habitada y cultivada.
(...)
Decidimos adentrarnos en ella, pero fuimos detenidos por los llamados Hipogipos que nos salieron al encuentro. Estos Hipogipos son hombres que cabalgan sobre grandes buitres que les sirven de montura. Los buitres son enormes y tienen tres cabezas. Para ilustrar su tamaño diré que cada una de sus plumas es más larga y gruesa que el mástil de una gran nave mercante. Pues bien, estos Hipogipos tienen la misión de recorrer todo el país y si encuentran algún extranjero llevarlo ante el rey; así, pues, nos detuvieron y condujeron ante éste.

Continuará...

jueves, 14 de junio de 2012

Los sueños (Norman Mackenzie)

El debate sobre los sueños

Para Jung, los sueños son un medio del que se vale el inconsciente para salvar el abismo entre el pasado y el futuro. Ésta es una clave de su concepto acerca de la mente. Veía la constitución psíquica de una persona como un sistema dotado de una estabilidad propia, que trata de establecer su equilibrio en la misma forma en que el cuerpo mantiene el físico mediante sistemas incorporados para el control de la temperatura, la circulación, la actividad glandular, la ingestión y la excreción. Por lo tanto, los sueños tienen también una función compensadora, que enfoca la atención en aquellos aspectos de una situación (o de una personalidad) que se han pasado por alto o desvalorizado en la vida consciente. Al igual como sudamos cuando tenemos calor o jadeamos cuando corremos, el inconsciente debe compensar los excesos de la conciencia. Este proceso sucede en todos los estratos, desde los más triviales a los más profundos.
(...)
Aun cuando la teoría psicológica de Jung es demasiado compleja para ser descrita en detalle, es importante destacar dos aspectos de la misma. El primero es la creencia de Jung de que en todo hombre hay una contraparte femenina (el "anima") y en toda mujer un elemento equivalente de masculinidad (el "animus"). De estos aspectos de la identidad surge una gran riqueza de símbolos, desde la angélica figura guardiana femenina, que aparece en tantos mitos y sueños, hasta la del sabio anciano, imagen tutelar del buen juicio masculino. Además, todo individuo posee lo que Jung llama la "persona", el rostro que presenta al mundo y desea que los demás vean. Se compone de todos los papeles que representa en sus relaciones con otros y es una máscara protectora que oculta las debilidades o inclinaciones que no desea sean detectadas ni siquiera por sí mismo. Lo opuesto de la "persona" es la "sombra", la parte de la personalidad que es "nuestro demonio interior", los aspectos reprimidos e inaceptables de nuestra idiosincrasia que no admitimos conscientemente.
(...)
En la práctica, la actitud de Jung era más prosaica de lo que sugieren sus escritos, porque sus interpretaciones siempre se basaban en una simple pregunta: ¿cuál es el propósito del sueño?  Presumía que era una declaración franca, espontánea y profundamente informada acerca de algún problema o situación que tenía autoridad especial porque era independiente del control de la conciencia. En las regiones desconocidas de la mente de la que surgen los sueños, se encuentra también la fuente de la verdadera individualidad, las fuerzas que guían al hombre en su progreso hacia el propio conocimiento. Estas regiones, que en parte son biológicas, y en parte psíquicas, tienden hacia la integración, hacia el cumplimiento de la promesa original de la personalidad entera.
No obstante, las circunstancias en las que vivimos nos fuerzan a negar gran parte de la promesa, a hacer concesiones y a deformar nuestra propia naturaleza. Según la medida en que neguemos esa humanidad esencial, así negaremos el significado de nuestras vidas y de tal negación surgirán las neurosis.
(...)
Alfred Adler, el fundador de la escuela individual y colega de Freud en Viena, estaba convencido de que los sueños tenían dicha función anticipatoria. Decía que eran "un ensayo general para la vida", en el cual el soñador revela sus esperanzas, temores y planes para el futuro. Los procesos de pensamiento que subrayan este plan (revisión de la evidencia, experimentación con la evidencia a la luz de lo aprendido en el pasado y formulación de cierto número de cursos posibles de acción) no difieren demasiado durante el sueño de los hechos estando despierto. La diferencia reside en el hecho de que el sueño presenta en forma simbólica los problemas y la evidencia con ellos relacionada que el individuo ignora en la vida real porque son demasiado amenazadores o no desea enfrentarse a sus consecuencias. Al igual que Jung, Adler veía los sueños como una compensación de la selectiva parcialidad de la conciencia, Y también, como Freud, veía las distorsiones que presentan los sueños como un recurso protector, si bien, para él, lo que protegía era al "ego" del soñador contra las situaciones de la vida, mientras que para Freud, la distorsión era obra del censor moral que no permitía el paso a los crudos impulsos instintivos de la infancia.

Sueño y ciencia

Aristóteles creía que el despertar y el dormir "son opuestos y el sueño es evidentemente una privación del despertar". Esta es la actitud tradicional ante el dormir y la mayoría de nosotros la aceptamos. Considerar el dormir como un período de olvido, aparentemente necesario para el descanso, pero una interrupción de nuestra vida diaria, parece lo más atinado. Después de todo, un hombre que haya dormido bien durante 70 años de vida, habrá pasado más de 22 de ellos durmiendo. Aun cuando el tiempo así pasado le ha sido beneficioso tanto física como psicológicamente (como comprobará siempre que se le prive del sueño) seguirá ignorando por qué el organismo humano necesita pasar gran parte de la vida insensible al mundo que le rodea. Los científicos no pueden explicárselo todavía, lo mismo que no pueden explicar el enigma del sueño del que se ocupa este libro: por qué soñamos cuando dormimos. (...) Pero, según las cautelosas palabras del doctor Ian Oswald de la Universidad de Edimburgo, cuanto más sabemos, más difícil se hace "llegar a una definición del dormir o a una definición de la conciencia que satisfaga a todo el mundo".  En su apreciable obra Dormir y despertar, no se muestra dispuesto a ir más allá de la siguiente declaración:
"El dormir es una condición recurrente y saludable de inercia y carencia de receptividad. En el individuo normal tal carencia no sólo se manifiesta por un decrecimiento de reacciones manifiestas ante los estímulos, sino también por un decrecimiento de las reacciones no manifiestas. (...) Los impulsos procedentes de los órganos de los sentidos atraviesan los lemniscos, hacia el sistema "retransmisor" del tálamo, luego, hacia las partes de la corteza cerebral que analizan las sensaciones, siendo entonces "traducidos" según las reacciones motrices adecuadas. La eficiencia cortical para interpretar dichos impulsos depende de cierto fragmento del cerebro inferior, llamado "formación reticular" que bombardeando con impulsos vigorizadores la corteza la mantiene en el requerido estado de alerta. Si tales impulsos disminuyen, como sucede durante el sueño, la corteza no produce las mismas reacciones. Hay un impulso que todavía llega a aquella, pero no se traduce en acción adecuada, convirtiéndose en material para un sueño".
¿Cuál es la causa de tal carencia de receptividad? Pudiera ser que algo impida las reacciones habituales ante las señales que recibimos de nuestros sentidos. Inversamente, el algo que suele estar presente cuando nos hallamos despiertos, para ayudar al cerebro a emitir las señales adecuadas de reacción al cuerpo, quizás esté ausente durante el sueño. Oswal, Kleitman y otros especialistas se inclinan ahora por la aceptación de este último punto de vista, en parte porque consideran que la corteza cerebral es imprescindible a la conciencia.
Esta reducción en el recargamiento efectuado por la corteza cerebral explicaría por qué dejamos de responder, cuando dormimos, al estímulo de cualquiera de nuestros sentidos (a menos que se nos despierte en un momento dado, entera o parcialmente) y es también de particular importancia para el estudio de los sueños. Al parecer, cuando dormimos, la parte frontal de nuestro cerebro se comporta como cuando estamos despiertos, pero sus actividades no son traducidas por el mecanismo motriz a reacciones positivas. Cierto es que la facultad de reaccionar parece ser selectiva: una madre despertará al oír llorar a su hijo y sin embargo dormirá durante una tormenta de truenos. Pero normalmente "nos apagamos": podemos soñar que tenemos miedo y corremos, pero no lo hacemos a menos que se trate del tipo de sueño llamado "pesadilla". Todo lo más que hacemos es tener sacudidas. Cuando este proceso inhibidor está seriamente afectado, se produce el fenómeno del sonambulismo.
Además, existe el significativo hecho de que nuestros ojos sean el primer órgano sensorial que suspende sus funciones cuando nos dormimos y el último en funcionar cuando nos despertamos. Pero en 1892 el psicólogo americano profesor George Trumbull Ladd sugirió ya, basándose en su propia experiencia, la posibilidad de que el cerebro esté dotado de un "mecanismo psicofísico para la producción de imágenes visuales" y que lo que llamamos "fantasmas retinales" sea la materia prima de los sueños. Explicado en forma más sencilla: el cerebro deja de "ver" durante el sueño; los ojos, un millón de centros nerviosos cada uno de los cuales recoge cientos de impulsos a cada segundo, dejan de transmitir las señales significativas. Pero la parte del cerebro que opera e interpreta este complejo y delicado mecanismo, continúa portándose como si siguiera "viendo" a pesar de que la percepción sensorial de la realidad ha dejado de funcionar.
En aquella época, la teoría del profesor Ladd pareció otro intento introspectivo de explicar la naturaleza de los sueños como resultado de factores fisiológicos. Se ha averiguado recientemente que había dado con una clave vital: durante el sueño la actividad de los ojos parece estar estrechamente relacionada con lo que llamamos "soñar". Es extraño que tal relación pasara inadvertida cuando el carácter visual de los sueños había sido reconocido desde hacía tanto tiempo. Pero es muy difícil el estudio de los movimientos oculares durante el sueño.
(...)
El Dr. Dement cree que, sea cual fuere el tipo de sueño o de pensamiento visual que se produce en otros estados durmientes, en el sueño REM toda la evidencia señala una relación  entre los movimientos oculares y lo que aparentemente es presenciado por los ojos. Por alguna razón el aparato oculomotor se comporta como si estuviera observando escenas reales. Es decir, dentro del cerebro, lo que sucede es semejante a lo que sucedería si estuviéramos despiertos.
"El sistema nervioso –dice Dement– estaría comportándose como si recibiera una corriente sensorial apropiada a la imaginería onírica." Consiguientemente, el soñar es semejante al despertar activo (y posiblemente, distinto a los procesos mentales inconscientes que se producen fuera del período visual del sueño). En algún lugar del sistema nervioso, la imaginería de los sueños reemplaza la estimulación normal de la retina procedente del mundo exterior.
Llamaremos la atención sobre dos de las posibles implicaciones de esta idea. Cualquiera que sea la causa de estas señales visuales (sustitutos de la realidad), en lo que concierne a algunas partes del cerebro equivalen a lo real. No hay distinción entre la imaginería visual de un sueño y la imaginería visual de la vida consciente. La distinción reside en lo que hace el cerebro. Es indudable que existe algún mecanismo que impide que el cuerpo obre según la información sensoria recibida que, por así decirlo, comunica a áquel: "Esto es solamente un sueño, y la acción es innecesaria." Cuando este mecanismo inhibidor de la acción no funciona debidamente, nos agitaremos, nos moveremos inquietos e incluso andaremos o hablaremos en sueños. Pero si funciona, nuestros sueños pueden en efecto facilitarnos incurrir en fantasías sin correr los riesgos inherentes al obrar según los sentimientos despertados por los sueños.
La segunda implicación es consecuencia de ésta. Puede existir un motivo psicológico así como fisiológico para las imágenes que aparecen ante nuestros ojos; el primero, describiendo el escenario para la representación y el segundo actuando. Una división semejante de labor explicaría el hecho de que los psicólogos y fisiólogos se hayan concentrado hasta ahora en dos aspectos distintos de los sueños.

martes, 3 de abril de 2012

Jesús, el héroe solar (Ramón Hervás)

Los ocultos orígenes de Jesús

Jesús, Mesías de Israel

"Jesús, como legítimo representante del linaje davídico, aspiraba a ocupar un día el trono de Israel. Esta intención aparece manifiesta tanto a través de los Evangelios como en Los Hechos de los Apóstoles, si bien en ninguno de estos escritos dicha intención acaba de ser perfectamente establecida ni tampoco se exponen las motivaciones de Jesús para desear acceder a la realeza. En realidad, esta intencionalidad de Jesús queda difusa, tanto a causa de la deliberada intención de los textos sagrados de no fijar el contexto de la vida de Jesús como a causa de la clara intención de los evangelistas de pintar a un Jesús de origen divino, que desempeña en la tierra una misión estrictamente divina, y que no tiene nada que ver con los avatares de la existencia cotidiana, lo cual hace que esté absolutamente desprovisto de toda connotación histórica con su medio y su tiempo.
(...)
En la vertiente exotérica, la reiterada ocultación de la finalidad real de Jesús, de sus vínculos con las fuerzas políticas que luchaban por librar Palestina del yugo romano, no consigue enmascarar sin embargo su misión real. La ocultación sofoca datos y detalles concretos, pero no puede enmascarar la atmósfera de lucha política, el aura rebelde que envuelve su figura y que perciben nítidamente sus primeros seguidores. El aura de Jesús, en efecto, a partir de su muerte, se extendió rápidamente por toda Judea y Galilea y, desde allí, a todos los confines del Mediterráneo, sobre todo gracias a la ingente obra de Pablo –una proeza de aleccionamiento religioso que hoy haría envidiar a los expertos en marketing político– y, tal vez gracias precisamente al buen cuidado de Pablo en diluir todo el contexto social, cultural, religioso y político en el cual Jesús se desenvolvió a lo largo de su vida.
Ningún cronista cristiano menciona los grupos, personalidades, instituciones y movimientos que bullían en la Palestina de la época, un país del que debía surgir el movimiento religioso que mayor trascendencia ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad. (...) 
Ni el médico Lucas en Los Hechos, ni los evangelistas en su crónicas ni Pablo en sus epístolas mencionan tampoco que el cristianismo primitivo no era sino un quietismo, una escuela más de misterios surgida del judaísmo y que iba más allá de la mera enseñanza y contemplación religiosa puesto que estaba vinculada a los movimientos revolucionarios nacionalistas que, dentro del judaísmo, representaban los celotes. Por supuesto, nadie dice nada tampoco respecto a que, en sus orígenes, el cristianismo no era más que una rama del judaísmo y que la ruptura con su pensamiento religioso se establece en cuanto Pablo aparece en escena. Ni los evangelistas ni los primeros autores cristianos mencionan tampoco (o si lo hacen es rozando levemente el aspecto exterior) las relaciones de Jesús con Salomé o con María de Magdala. A esta última la pintan como a una mujer de vida oscura cuando no era sino la esposa real y al mismo tiempo la "esposa mística" de Jesús: un espejo en el cual el alquimista reflejaría a su soror mística o el cátaro a su "amaxia uxor". En el esoterismo cristiano, Lilit o Haisha es la Mujer Interior, "el ser que está fuera del hombre". Y el héroe perece, es abandonado por los dioses, cuando él abandona a la esposa mística. El hombre no puede renunciar al componente del alma, ese cuerpo sutil que perece si no se une al espíritu. El taumaturgo necesita unirse a una esposa mística.
(...)


¿Dónde nació Jesús?

Mateo, por su parte, sitúa el nacimiento de Jesús en Nazareth: "Y por ello será llamado nazareno", dice en su evangelio. Lo que parece confuso es si realmente lo considera nazareno por haber nacido en Nazareth o si emplea la voz nazarita: joven dedicado al servicio de Dios, según el sentido que da a este término la profecía de Samuel. Por otra parte, la voz nazareno no se aplicaba a los nacidos en Nazareth, lugar de dudosa existencia en tiempos de Jesús, sino a los cristianos primitivos que seguían la llamada "vía árabe".
Y si el lugar de su nacimiento no aparece claro, pues unos lo sitúan en Belén y otros en Nazareth, poblaciones ambas de Judea, algunos más dicen que Jesús había nacido en un innominado lugar de Galilea. Y si elusivo es el lugar donde naciera, tampoco aparece del todo claro quién fue realmente el padre de Jesús. Los cuatro Evangelios canónicos coinciden en atribuir la paternidad de Cristo a José el Carpintero. ¿Tal vez porque el sobrenombre de Jesús era el de "Hijo del Carpintero"?  En arameo, "Hijo del Carpintero" es Bar Nagara, voz que seguramente ya fue malinterpretada al ser transcrita por primera vez en arameo y que luego, plausiblemente, sería sucesivamente corrompida en las siguientes versiones de los textos primitivos.
En efecto, si tenemos en cuenta que los primeros borradores de los evangelios –notas dispersas, escritas en siriaco, en torno a la vida de Jesús– fueron la base para componer los primeros escritos cristianos, los cuales servirían a su vez de base para la redacción de lo Evangelios sinópticos, y si tenemos también en cuenta que la versión latina (traducida de la versión griega procedente del siriaco) no se produce hasta siglos después, y que las versiones sucesivas son encomendadas a los monjes copistas, quienes apenas sabían leer y copiaban palabra a palabra, comprenderemos el remoto parecido que tales versiones debían tener con los primeros borradores de la vida de Jesús.
(...)


Lo que los Evangelios no dicen de Jesús


La familia de Jesús

Los Evangelios pasan muy discretamente sobre el asunto de los hermanos de Jesús, bien aludiendo a ellos de forma generalizada o silenciándolos, excepto en el pasaje señalado del publicano Mateo, pero ante esta revelación, lo mismo que ante tantas otras, el lector debe leer entre líneas para discernir qué se intenta ocultar. (...) Pablo, excepcionalmente, ofrece algunos datos históricos pero nos presenta un Cristo idealizado que apenas tiene nada que ver con la realidad. (...)
Viviendo durante un tiempo a la sombra de su primo Juan, hasta alrededor de los 30 años, Jesús es un perfecto desconocido que durante toda su juventud ha intentado pasar desapercibido, torturado tal vez por el reproche que le hacían sus enemigos respecto a su origen. Ésta era sin duda una cuestión delicada para Jesús, pues si se declaraba abiertamente hijo de Judas de Gamala, no había duda de que le lloverían, si no represalias, sí al menos las suspicacias de las autoridades. Proclamarse hijo de Galaunita, a los ojos de sus seguidores, hubiera representado igualmente un riesgo que pocos de ellos hubieran estado dispuestos a correr. (...) Silenciando el nombre de su padre, lo plausible es que la gente, y más especialmente sus enemigos, lo consideraran hijo ilegítimo o, cuando menos, de dudosos orígenes. Sin duda tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para, finalmente, proclamarse heredero del trono de Israel y reivindicar sus derechos.
(...)

Jesús como dios solar

Si tenemos en cuenta el hecho de que cuando comienza a establecerse el cristianismo no existe una literatura evangélica sino solamente una serie de relatos orales confusos y contradictorios, animados todos ellos por la multitud de grupúsculos que quieren monopolizar la doctrina de Cristo y desacreditar a otros grupos rivales, entenderemos mejor por qué algunos datos –por ejemplo el de a quién corresponde la paternidad de Jesús– se muestran tan vagos y difusos. Cuando en las postrimerías del primer siglo cristiano aparecen los escritos evangélicos, el Apocalipsis, el único libro al parecer escrito o dictado por uno de los apóstoles, no hace referencia alguna ni a la ascensión ni a la resurrección y, aparte de señalar la descendencia davínica de Jesús, presenta Cristo-Pascua como al cordero inmolado "cuya sangre purifica a aquellos que creen en él". En este texto de san Juan subyace la noción de Cristo como dios solar, cuyos avatares terrestres están inscritos en las profecías de la tradición religiosa de Israel.
Como todo héroe solar, necesariamente, Cristo debía nacer de una virgen, Es Juan, sobre todo, quien destaca este carácter solar de Jesús, reflejando, sin duda, el talante original de nuestra religión, muy anterior, por supuesto, al que expresan los Evangelios sinópticos, pues éstos representan la reacción judaica contra el espíritu "helenizante del cristianismo primitivo encarnado en el Cuarto Evangelio" (Edmundo González-Blanco, introducción a Los Evangelios apócrifos, p. 37).  Los escritos que atribuimos a san Juan, ciertamente, expresan la fusión del helenismo politeísta con la forma judaica del monoteísmo, cuya fuente, como es obvio, habría que buscarla en la primitiva religión egipcia. Dicho con otras palabras, el Evangelio de san Juan transpira el pensamiento oriental que antes del nacimiento de Jesús llegó a Egipto procedente de Persia.
(...)

Jesús y sus hermanos

Cuando los Evangelios hablan de los hermanos de Jesús, de su entorno familiar, lo hacen siempre como pasando de puntillas, sin querer detenerse en un tema tan espinoso. Y la clave, más que en Jesús mismo, posiblemente está en Pedro, de cuyo hijo Judas sí se dice en los Apócrifos que es sobrino de Jesús, mientras se omite sistemáticamente en los sinópticos que Pedro y Jesús eran hermanos. Aunque tal vez fueran sólo hermanos políticos, pues Judas podría ser sobrino de Jesús si Pedro estaba casado con una hermana suya.
De cualquier modo, Pedro es la clave del secreto. Pedro (piedra) y clave (sinónimo a su vez de piedra) son la clavícula o piedra angular sobre la que deberá asentarse la Iglesia. Pero ¿una institución tan respetable puede admitir que su fundador, y sus hermanos, fueran hijos de un revolucionario, por un lado, o que no tuvieran padre conocido, por otro, si admitimos que José tenía casi noventa años cuando se casó con María y que ésta –hechos los consiguientes cálculos a partir de la cronología que dan los Evangelios–, contaría entonces cuarenta y, por lo tanto, ya tendría a la mayor parte de sus hijos criados y creciditos, sobre todo si tenemos en cuenta que su primer hijo, Jesús, lo tuvo según la tradición evangélica a los dieciséis años? En este punto de la maternidad de María se produce sin duda un lapsus que revela la verdad, pues la "madrina" de Jesús, Magdalena, contaría unos dieciséis años cuando arribó a Occitania, embarazada por Jesús..."

lunes, 19 de marzo de 2012

El problema del tiempo (John Alexander Gunn 1896-1975)

"Los sucesores inmediatos de Kant se colocaron en la posición en que todo gran pensador deja a quienes vienen inmediatamente después de él, la posición de tener que explicarlo. Ésta no podía ser tarea fácil, y hubo quienes consideraron que el principal objetivo de Kant era una cosa, mientras algunos insistían en que era otra diferente. Aunque él esbozó su propia crítica, su enunciación de los problemas se mantuvo como el rasgo dominante del pensamiento posterior, no sólo en Alemania sino también en Francia y Gran Bretaña. Además de las críticas de Trendelenburg y Ueberweg (los pensadores más vigorosos del siglo XIX), todos tuvieron algo que decir con respecto a su actitud frente al problema del Tiempo.
(...)
Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, estableció veintiocho proposiciones o praedicabilia concernientes al Tiempo:

1. Hay sólo un Tiempo, y todos los tiempos diferentes son parte de él.
2. Los tiempos diferentes no son simultáneos, sino sucesivos.
3. El Tiempo no puede ser pensado, pero todo puede pensarse acerca de él.
4. El Tiempo tiene tres divisiones: el pasado, el presente y el futuro, las cuales constituyen dos direcciones y un centro de diferencia.
5. El Tiempo es infinitamente divisible..
6. El Tiempo es homogéneo y un continuum, o sea que ninguna de sus partes es diferente del resto ni está separada de él por nada que no sea tiempo.
7. El Tiempo no tiene principio ni fin, pero todo principio y todo fin están en él.
8. Contamos en virtud del Tiempo.
9. El ritmo está sólo en el Tiempo.
10. Conocemos las leyes del tiempo a priori.
11. El Tiempo puede ser percibido a priori, aunque sólo en la forma de una línea.
12. El Tiempo no tiene permanencia, pues pasa en cuanto está en un sitio.
13. El Tiempo nunca reposa.
14. Todo lo que existe en el Tiempo tiene duración.
15. El Tiempo no tiene duración, pues toda duración está en él, y es la persistencia de lo que es permanente en contraste con su incesante curso.
16. Todo movimiento es sólo posible en el tiempo.
17. La velocidad está, en espacios iguales, en proporción inversa con el tiempo.
18. El Tiempo no es mensurable directamente por sí mismo, sino sólo indirectamente por el movimiento, el cual está a la vez en el espacio y en el tiempo; el movimiento, pues, del sol y del reloj mide el tiempo.
19. El Tiempo es omnipresente. Cada parte del tiempo está en todo sitio, es decir en todo espacio a la vez.
20. En el tiempo tomado en sí mismo, todo estaría en sucesión.
21. El Tiempo hace posible el cambio de accidentes.
22. Cada parte del tiempo contiene a todas las partes de la materia.
23. El Tiempo es el principio de individualización.
24. El "ahora" no tiene duración.
25. El Tiempo en sí mismo es vacío y sin propiedades.
26. Cada momento está condicionado por el momento precedente, y es sólo porque este último ha dejado de ser. (Principio de razón suficiente de la existencia en el tiempo.)
27. El Tiempo hace posible a la aritmética.
28. El elemento simple en aritmética es la unidad.

Schopenhauer coincide con Kant en que el tiempo es una forma esencial de toda experiencia, y lo llama "la forma primera y más esencial de todo conocimiento o la forma del sentido interno". Elogia a Kant por colocar sus investigaciones sobre el tiempo y el espacio en primer plano dentro de su obra, pues "a la mente especulativa se le presentan estas preguntas antes que otras: ¿qué es el tiempo? ¿Qué es aquello que consiste en mero movimiento sin nada que lo mueva?". Él mismo considera que el tiempo es enteramente dependiente del sujeto y, como una "prueba suficiente" de esto, cita el hecho de que es imposible para la mente pensar en el tiempo, pero sí puede pensar a las cosas en el tiempo. Así como la geometría reposa sobre la intuición pura o percepción del espacio, el cálculo reposa sobre la percepción del tiempo. "Todo cálculo –argumenta– consiste en la afirmación repetida de la unidad. Sólo con el propósito de saber siempre       cuántas veces hemos afirmado ya la unidad, la marcamos cada vez con una palabra distinta: éstos son los numerales. Ahora bien: la repetición es sólo posible a través de la sucesión. Pero la sucesión –o sea, uno tras otro– depende directamente de la intuición o percepción del tiempo. Es una concepción que sólo puede ser comprendida por medio de éste; y, por tanto, el cálculo también sólo es posible por medio del tiempo". Se refiere al criterio de Aristóteles sobre el tiempo como "el número del movimiento", y a su doctrina de que si el alma no fuese, tampoco el tiempo podría ser. "Si la aritmética no tuviese esta pura intuición o percepción del tiempo como su fundamento, no sería una ciencia a priori y, por lo tanto, sus proposiciones no tendrían infalible certeza". Dice Schopenhauer que "en el tiempo, cada momento está condicionado por el precedente. La base de la existencia, como ley de consecuencia, es simple, pues, porque el tiempo sólo tiene una dimensión, y ninguna multiplicidad de relaciones puede darse en él. Cada momento está condicionado por el precedente; sólo a través de este último podemos alcanzar al primero; sólo porque el último fue, y ha transcurrido, el primero ahora existe..."

miércoles, 18 de enero de 2012

La conciencia cuántica (Danah Zohar)

El ser

"La declaración más revolucionaria, y la más importante para nuestros objetivos, que ha hecho la física cuántica sobre la naturaleza de la materia, y quizá sobre el propio ser, es la consecuencia de su descripción de la dualidad onda/partícula; se trata de la afirmación de que todos los seres, a un nivel subatómico, pueden describirse de igual manera como partículas sólidas, como si se trataran de numerosas y diminutas bolas de billar, o como ondas, como ondulaciones en la superficie del mar. Más lejos aún, la física cuántica llega a decirnos que ninguna de las dos descripciones es realmente adecuada por sí misma, y que ambos aspectos del ser, considerados como ondas o partículas, deben tenerse en cuenta cuando tratamos de comprender la naturaleza de las cosas, y que lo básico es precisamente esa misma dualidad. El "material" cuántico es esencialmente ambas, la consideración como ondas o como partículas, simultáneamente.
Esta naturaleza estilo Jano del ser cuántico se resume en uno de los más fundamentales principios de la teoría cuántica, el Principio de la Complementariedad, que afirma que las dos maneras de describir al ser, como onda o como partícula, se complementan la una a la otra, y que el cuadro completo sólo surge del "reparto de paquetes". Lo mismo que los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro, cada descripción suministra una clase de información de que carece la otra. El que en un momento dado el ser elemental se presenta como una o como otra depende de las condiciones del conjunto, que son cruciales y entre las que se encuentra el que haya o no alguien observando o, si es así, qué es lo que se está observando. (...) Tal dualidad, así como el concepto de alguna manera etéreo de materia que aquélla representa, no podía ir más allá de la noción más corriente defendida por la física clásica o newtoniana.
En la física de Newton, lo mismo que en la percepción común nuestra de las cosas de mayor tamaño, se daba por sentado que el ser, a su nivel más básico e inanalizable estaba formado por pequeñas partículas discretas –los átomos– que chocaban, se atraían o se repelían unos a otros. Eran elementos sólidos y separados unos de otros, ocupando cada uno de ellos su propio lugar definido en el espacio y en el tiempo. Por el contrario, los movimientos de las ondas –tales como las ondas lumínicas– se creía que consistían en vibraciones que tenían lugar sobre una sustancia "gelatinosa" (el éter) y que no eran elementos fundamentales en sí mismos. De esta manera, ambas, las ondas y las partículas, desempeñaban un papel en la física newtoniana, pero se creía que las partículas eran más básicas y que era de ellas de lo que estaba constituida la materia.
Sin embargo, para la física cuántica, las dos (ondas y partículas) son igualmente fundamentales. Cada una de ellas es una manera en que la materia puede manifestarse a sí misma, y ambas en conjunto consisten en lo que la materia es. Y mientras que ningún "estado" es completo en sí mismo, y que ambos son necesarios para proporcionarnos un cuadro completo de la realidad, resulta que nunca podemos concentrar nuestro objetivo en ambas a un tiempo. Tal es el meollo del Principio de Incertidumbre de Heisenberg, el cual, lo mismo que el Principio de Complementariedad, es uno de los más fundamentales principios del ser en la teoría cuántica.
Según el Principio de Incertidumbre, las descripciones del ser en ondas y en partículas se excluyen la una a la otra. Mientras ambas son necesarias para conseguir una comprensión completa de lo que es el ser, sólo una de ellas está disponible en un momento dado. De la misma manera, podemos medir la posición exacta de algo como, por ejemplo, un electrón cuando se manifiesta a sí mismo como partícula, o podemos medir su impulso (su velocidad) cuando se expresa en forma de onda, pero no podemos de ninguna manera conseguir una medida de ambos, exactamente al mismo tiempo. (...) La mayoría de los electrones y de otras entidades subatómicas no son ni partículas enteramente ni enteramente ondas, sino más bien una confusa mezcla de las dos, conocida bajo el nombre de "paquete de ondas", y aquí es cuando ha llegado el momento de que haga su aparición por entero la dualidad onda/partícula y el misterio cuántico. Mientras que podemos medir las propiedades de las ondas, o las propiedades de las partículas, las exactas propiedades de la dualidad evitarán siempre cualquier tipo de medida que hubiéramos tenido la esperanza de hacer. A lo más que podemos aspirar con cualquier paquete de ondas dado es a hacer una difusa lectura de su posición y una no menos difusa lectura de su impulso.
Esta vaguedad esencial es la incertidumbre a que hace referencia el Principio de Incertidumbre, que sustituye al viejo determinismo newtoniano, para el que cualquier cosa que se refiera a la realidad física está prefijado, determinado y es mensurable, como un vasto "potaje" del ser en el que cada cosa permanece indeterminada, es de alguna manera fantasmagórica y se encuentra exactamente más allá de nuestro conocimiento.
De la misma manera en que, a menudo, sentimos que no podemos entender a otra persona por completo, que en realidad nunca podemos fijarlo en su esencia, es ciertamente verdad que nunca podemos conocer enteramente una partícula elemental. Es como si estuviéramos condenados para siempre a ver sólo sombras entre la niebla. La naturaleza entera de este indeterminismo cuántico se dirige en derechura al meollo del problema central filosófico suscitado por la mecánica cuántica: la naturaleza de la propia realidad.
Algunos teóricos de la física cuántica, fundamentalmente Niels Bohr y el propio Heisenberg, sostuvieron que la propia realidad fundamental es esencialmente indeterminada, que no existe "alguna cosa" clara, prefijada, por debajo de nuestra existencia cotidiana que pueda llegar a ser concedida alguna vez. Cualquier cosa que se refiera a la realidad es y continúa siendo un asunto de probabilidades. Un electrón pudiera ser una partícula, pudiera ser una onda, pudiera estar en esta órbita, pudiera estar en aquella otra; más aún, pudiera suceder cualquier cosa. Sólo podemos predecir tales cosas basándonos en que son las más probables dados los constreñimientos totales de cualquier situación experimental dada.
Según esta visión, donde las bases esenciales de la realidad según la conocemos consiste exactamente en tan numerosas posibilidades, topamos con el problema central incontestado de la teoría cuántica: ¿cómo puede cualquier cosa de este mundo llegar alguna vez a convertirse en algo real, o prefijado? Se trata exactamente de lo opuesto al dilema suscitado por el universo cuántico de Newton, en el que no existe oportunidad alguna para lo nuevo. Leyendo a Newton, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo puede alguna cosa suceder alguna vez? En la interpretación de la mecánica cuántica realizada por Bohr-Heisenberg, el gran problema se convierte en éste: ¿cómo puede alguna cosa existir alguna vez?
(...)
Por ahora, la indeterminación cuántica es, cuando menos, una poderosa manera metafórica de percibir la realidad. Al nivel de lo cotidiano, podemos ver el Principio de Incertidumbre y el Principio de Complementariedad –la dualidad onda/partícula– ofreciéndonos una elección entre diferentes maneras de observar el mismo sistema. Por ejemplo, podemos pensar que las ondas son ondulaciones masivas de la superficie del mar, o podemos considerar que se trata de "partículas" (moléculas) de agua individuales alteradas. Podemos considerar que una nación es una entidad viva con sus propias características, sus rasgos distintivos y su historia, o podemos dividirla en ciudades individuales, edificios y gentes.
Si llevamos la metáfora aún más lejos, podemos pensar en los ladrillos que constituyen los edificios o en las células que conforman el cuerpo humano, o incluso en la estructura molecular o atómica de cada uno de ellos. Diferentes clases de objetos pueden observarse con una mayor claridad desde diferentes perspectivas, y ¿quién es el que puede decidir cuál de ellas es la más fundamental? ¿Qué o cuál existe más "auténticamente"?
La teoría del campo cuántico nos lleva incluso más allá de la muerte de Newton y del universo silencioso, proporcionándonos un cuadro vivo de fluido dinámico que descansa en el corazón de un ser determinado. Aquí, incluso aquellas partículas que se manifiestan a sí mismas como seres individuales, lo hacen únicamente brevemente.
A suficiente frecuencia, las partículas energéticas pueden nacer a partir de un fondo de energía pura (ondas), existir durante un brevísimo momento, y disolverse a continuación de nuevo en otras partículas o regresar al fondo energético del que habían surgido, a la manera en que uno observa las trayectorias de corta vida en una sencilla cámara de vapor de agua de Wilson, que aparentemente no se originan en ninguna parte, atraviesan un corto espacio en medio de la niebla y, finalmente, vuelven a desaparecer de nuevo. Se conservan algunos de los elementos momentáneos, propiedades de las partículas individuales (la masa, la carga, la órbita), pero en el número y la clase de partículas no son constantes. Lo mismo que el aumento  o la disminución de la población de una nación, o la construcción y el declive de sus ciudades o edificios determinados, esa permanencia está reservada a conservar el equilibrio global de todo el sistema.
Esta pincelada gráfica de la emergencia y el retorno, o del comienzo y el cese, de las partículas subatómicas determinadas a nivel cuántico de la realidad posee profundas implicaciones por lo que se refiere a la manera en que nosotros mismos consideramos la naturaleza y la función de personalidades determinadas, o a la supervivencia del ego individual."






martes, 6 de diciembre de 2011

Filosofía Vedanta y liberación humana ( Dr. Juan Carlos Giménez)

"La filosofía Vedanta no renuncia al mundo. Es cierto que la renuncia a él llega en esta filosofía a las cumbres más sublimes; pero entendámonos bien, se trata de una renuncia muy especial y muy específica, se trata de renunciar al mundo tal como lo concebimos, tal cual lo conocemos, tal cual se nos aparece; a este mundo creado por la mente, a este mundo de excesos trágicos, depredación y homicidios, a este mundo inmisericorde de engaño, traición, envidia e ira, es al que hay que renunciar. Este mundo en el que vivimos es un mundo de fabricación casera, es moneda de nuestro propio peculio, producto de nuestra propia imaginación.
(...)
Advaita quiere decir: no-dualidad, esto es, que no hay dos sino Uno: sin embargo, postula al mismo tiempo, que lo Absoluto se manifiesta como múltiple a través del velo del tiempo, el espacio y la causalidad. Pareciera entonces que hubiera dos entidades: por un lado lo Absoluto y por el otro Maya, o sea, el conjunto temporo-espacial-causal. Advaita afirma, sin embargo, que no hay tal dualidad: ella es sólo apariencia. (...) Para que existieran dos entidades, debiera admitírselas independientes e incausadas; pero tiempo, espacio y causalidad, no son ni una cosa ni la otra. Ninguna de estas intangibles categorías es enteramente independiente. El tiempo, por ejemplo, varía según nuestros estados mentales. Si estamos impacientes, el tiempo se niega a pasar; si estamos satisfechos, vuela. Nuestros estados mentales son los que determinan el flujo cronológico. (...) Tampoco espacio y causalidad pueden existir independientemente. En realidad, son –con el tiempo– categorías mentales que posibilitan el conocimiento de otras entidades; pero no tienen existencia por sí ni ante sí. No son objetos "en sí". ¿ Cómo concebir el espacio abstracto? –Imposible–. es como una entidad anónima, oscura, inasible, intangible, que se pulveriza en nuestra imaginación. Sin relacionar el espacio con límites o dimensiones, no es posible concebirlo. Ocurre lo mismo con el tiempo, debemos tomar dos acontecimientos: uno que antecede y otro que sucede. El tiempo abstracto tampoco es concebible. La causalidad depende, desde luego, del tiempo y del espacio y, por lo tanto, tiene la misma naturaleza que éstos y como éstos, es inconcebible desde una óptica abstracta. Así, pues, estas tres categorías mentales (tiempo, espacio y causalidad), son como sombras efímeras que flotan alrededor de las cosas, para que nuestros sentidos puedan captarlas; pero se desvanecen en la nada apenas queramos asirlas. A través de ellas se manifiesta el Universo, mas, por sí mismas, no tienen existencia real. Según Advaita, ellas son las que constituyen Maya.
(...)
Existen en Advaita, cuatro conceptos fundamentales; el primero relacionado con la naturaleza (Maya); los tres restantes, con el espíritu (Brahman, Saguna Brahman y Jiva).
1.–Maya.– Dice Shankaracharya que el mundo exterior es irreal, mas no caótico. Sus vestiduras empíricas nos lo muestran como un cosmos, sujeto a un orden temporal, espacial y causal. Es verdad que está en continuo cambio, no obstante lo cual, supone un elemento permanente. Existe una unidad en la diversidad (Uni-Verso). Podemos concebir al cosmos a través de dos etapas: la primera, en que la diversidad está latente y la segunda, en la que se exterioriza o manifiesta. (...) Maya es el origen de todo lo orgánico y lo inorgánico, que se proyecta en el mundo relativo como una realidad. Ella no existe ni deja de existir, sino que es el principio de la ilusión cósmica y sus productos son apariencia respecto de Brahman.
(...)
¿Qué significa que el mundo no exista? ¿Qué significa que todo cuanto nos rodea no es más que la apariencia ilusoria de Maya? Significa que nada tiene existencia absoluta y que tan sólo existe con relación a nuestros sentidos y nuestra mente. Sólo es real aquello que es infinito, eterno e inmutable. ¿Qué realidad podemos asignarle a un trozo de arcilla, cuando tarde o temprano será desintegrado por el tiempo? ¿Qué realidad puede tener este entorno de cosas que nos rodea, cuando hoy es y mañana no será? Ni la arcilla ni el entorno tienen real existencia, en la medida en que están en el espacio, en el tiempo y sometidos a un orden causal. Es claro que tampoco se les puede considerar inexistentes en cuanto tienen cierta utilidad práctica y cierta entidad en nuestra vida. No serán lo Absoluto, pues nada puede concebirse fuera de él; pero, a nuestro nivel individual, "algo", sin duda, son.
–¿Y qué son?– Pues son "esto", lo que son; el mundo tal cual se presenta a nuestros sentidos y a nuestra mente; el mundo de los nombres y las formas; el mundo del tiempo, del espacio y de la causalidad. Desde el punto de vista paradojal, podemos decir que Maya "es" y "no es" al mismo tiempo. "No es", en cuanto no es lo Absoluto; "es", en cuanto tiene cierto género de realidad, "existe" de alguna manera.
(...)
¿Acaso nuestra vida entera no es una contradicción, un tremendo absurdo, una mezcla excluyente de existencia e inexistencia? En el conocimiento se da claramente esta contradicción. El hombre cree llegar a saberlo todo y por eso se entrega de lleno a la ciencia y a la técnica. Los nuevos dioses del mundo son el cientificismo y la tecnología. Sin embargo, cuando el hombre choca con las grandes incógnitas de la existencia, un muro infranqueable le cierra el paso y cae atrapado en un círculo del cual no puede salir. Su mente es la cárcel misma y aunque lo desea con toda su alma, no puede salir de ella. Los grandes laboratorios y los brillantes productos de la técnica, ya no le sirven. Pero he aquí la contradicción: para trascender la mente tiene que abandonar precisamente sus deseos. Cada latido de su corazón le reclama ser egoísta y sin embargo, nada logrará mientras no deje de serlo. Deseo y egoísmo; he aquí el bagaje con que el hombre parte en busca de su salvación. Mediante él, pretende trascender la mente y conocer la Realidad Última;  pero precisamente es él quien le impide tal propósito. Así es la vida, una contradicción, una paradoja, un continuo avanzar y un continuo retroceder."