jueves, 14 de junio de 2012

Los sueños (Norman Mackenzie)

El debate sobre los sueños

Para Jung, los sueños son un medio del que se vale el inconsciente para salvar el abismo entre el pasado y el futuro. Ésta es una clave de su concepto acerca de la mente. Veía la constitución psíquica de una persona como un sistema dotado de una estabilidad propia, que trata de establecer su equilibrio en la misma forma en que el cuerpo mantiene el físico mediante sistemas incorporados para el control de la temperatura, la circulación, la actividad glandular, la ingestión y la excreción. Por lo tanto, los sueños tienen también una función compensadora, que enfoca la atención en aquellos aspectos de una situación (o de una personalidad) que se han pasado por alto o desvalorizado en la vida consciente. Al igual como sudamos cuando tenemos calor o jadeamos cuando corremos, el inconsciente debe compensar los excesos de la conciencia. Este proceso sucede en todos los estratos, desde los más triviales a los más profundos.
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Aun cuando la teoría psicológica de Jung es demasiado compleja para ser descrita en detalle, es importante destacar dos aspectos de la misma. El primero es la creencia de Jung de que en todo hombre hay una contraparte femenina (el "anima") y en toda mujer un elemento equivalente de masculinidad (el "animus"). De estos aspectos de la identidad surge una gran riqueza de símbolos, desde la angélica figura guardiana femenina, que aparece en tantos mitos y sueños, hasta la del sabio anciano, imagen tutelar del buen juicio masculino. Además, todo individuo posee lo que Jung llama la "persona", el rostro que presenta al mundo y desea que los demás vean. Se compone de todos los papeles que representa en sus relaciones con otros y es una máscara protectora que oculta las debilidades o inclinaciones que no desea sean detectadas ni siquiera por sí mismo. Lo opuesto de la "persona" es la "sombra", la parte de la personalidad que es "nuestro demonio interior", los aspectos reprimidos e inaceptables de nuestra idiosincrasia que no admitimos conscientemente.
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En la práctica, la actitud de Jung era más prosaica de lo que sugieren sus escritos, porque sus interpretaciones siempre se basaban en una simple pregunta: ¿cuál es el propósito del sueño?  Presumía que era una declaración franca, espontánea y profundamente informada acerca de algún problema o situación que tenía autoridad especial porque era independiente del control de la conciencia. En las regiones desconocidas de la mente de la que surgen los sueños, se encuentra también la fuente de la verdadera individualidad, las fuerzas que guían al hombre en su progreso hacia el propio conocimiento. Estas regiones, que en parte son biológicas, y en parte psíquicas, tienden hacia la integración, hacia el cumplimiento de la promesa original de la personalidad entera.
No obstante, las circunstancias en las que vivimos nos fuerzan a negar gran parte de la promesa, a hacer concesiones y a deformar nuestra propia naturaleza. Según la medida en que neguemos esa humanidad esencial, así negaremos el significado de nuestras vidas y de tal negación surgirán las neurosis.
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Alfred Adler, el fundador de la escuela individual y colega de Freud en Viena, estaba convencido de que los sueños tenían dicha función anticipatoria. Decía que eran "un ensayo general para la vida", en el cual el soñador revela sus esperanzas, temores y planes para el futuro. Los procesos de pensamiento que subrayan este plan (revisión de la evidencia, experimentación con la evidencia a la luz de lo aprendido en el pasado y formulación de cierto número de cursos posibles de acción) no difieren demasiado durante el sueño de los hechos estando despierto. La diferencia reside en el hecho de que el sueño presenta en forma simbólica los problemas y la evidencia con ellos relacionada que el individuo ignora en la vida real porque son demasiado amenazadores o no desea enfrentarse a sus consecuencias. Al igual que Jung, Adler veía los sueños como una compensación de la selectiva parcialidad de la conciencia, Y también, como Freud, veía las distorsiones que presentan los sueños como un recurso protector, si bien, para él, lo que protegía era al "ego" del soñador contra las situaciones de la vida, mientras que para Freud, la distorsión era obra del censor moral que no permitía el paso a los crudos impulsos instintivos de la infancia.

Sueño y ciencia

Aristóteles creía que el despertar y el dormir "son opuestos y el sueño es evidentemente una privación del despertar". Esta es la actitud tradicional ante el dormir y la mayoría de nosotros la aceptamos. Considerar el dormir como un período de olvido, aparentemente necesario para el descanso, pero una interrupción de nuestra vida diaria, parece lo más atinado. Después de todo, un hombre que haya dormido bien durante 70 años de vida, habrá pasado más de 22 de ellos durmiendo. Aun cuando el tiempo así pasado le ha sido beneficioso tanto física como psicológicamente (como comprobará siempre que se le prive del sueño) seguirá ignorando por qué el organismo humano necesita pasar gran parte de la vida insensible al mundo que le rodea. Los científicos no pueden explicárselo todavía, lo mismo que no pueden explicar el enigma del sueño del que se ocupa este libro: por qué soñamos cuando dormimos. (...) Pero, según las cautelosas palabras del doctor Ian Oswald de la Universidad de Edimburgo, cuanto más sabemos, más difícil se hace "llegar a una definición del dormir o a una definición de la conciencia que satisfaga a todo el mundo".  En su apreciable obra Dormir y despertar, no se muestra dispuesto a ir más allá de la siguiente declaración:
"El dormir es una condición recurrente y saludable de inercia y carencia de receptividad. En el individuo normal tal carencia no sólo se manifiesta por un decrecimiento de reacciones manifiestas ante los estímulos, sino también por un decrecimiento de las reacciones no manifiestas. (...) Los impulsos procedentes de los órganos de los sentidos atraviesan los lemniscos, hacia el sistema "retransmisor" del tálamo, luego, hacia las partes de la corteza cerebral que analizan las sensaciones, siendo entonces "traducidos" según las reacciones motrices adecuadas. La eficiencia cortical para interpretar dichos impulsos depende de cierto fragmento del cerebro inferior, llamado "formación reticular" que bombardeando con impulsos vigorizadores la corteza la mantiene en el requerido estado de alerta. Si tales impulsos disminuyen, como sucede durante el sueño, la corteza no produce las mismas reacciones. Hay un impulso que todavía llega a aquella, pero no se traduce en acción adecuada, convirtiéndose en material para un sueño".
¿Cuál es la causa de tal carencia de receptividad? Pudiera ser que algo impida las reacciones habituales ante las señales que recibimos de nuestros sentidos. Inversamente, el algo que suele estar presente cuando nos hallamos despiertos, para ayudar al cerebro a emitir las señales adecuadas de reacción al cuerpo, quizás esté ausente durante el sueño. Oswal, Kleitman y otros especialistas se inclinan ahora por la aceptación de este último punto de vista, en parte porque consideran que la corteza cerebral es imprescindible a la conciencia.
Esta reducción en el recargamiento efectuado por la corteza cerebral explicaría por qué dejamos de responder, cuando dormimos, al estímulo de cualquiera de nuestros sentidos (a menos que se nos despierte en un momento dado, entera o parcialmente) y es también de particular importancia para el estudio de los sueños. Al parecer, cuando dormimos, la parte frontal de nuestro cerebro se comporta como cuando estamos despiertos, pero sus actividades no son traducidas por el mecanismo motriz a reacciones positivas. Cierto es que la facultad de reaccionar parece ser selectiva: una madre despertará al oír llorar a su hijo y sin embargo dormirá durante una tormenta de truenos. Pero normalmente "nos apagamos": podemos soñar que tenemos miedo y corremos, pero no lo hacemos a menos que se trate del tipo de sueño llamado "pesadilla". Todo lo más que hacemos es tener sacudidas. Cuando este proceso inhibidor está seriamente afectado, se produce el fenómeno del sonambulismo.
Además, existe el significativo hecho de que nuestros ojos sean el primer órgano sensorial que suspende sus funciones cuando nos dormimos y el último en funcionar cuando nos despertamos. Pero en 1892 el psicólogo americano profesor George Trumbull Ladd sugirió ya, basándose en su propia experiencia, la posibilidad de que el cerebro esté dotado de un "mecanismo psicofísico para la producción de imágenes visuales" y que lo que llamamos "fantasmas retinales" sea la materia prima de los sueños. Explicado en forma más sencilla: el cerebro deja de "ver" durante el sueño; los ojos, un millón de centros nerviosos cada uno de los cuales recoge cientos de impulsos a cada segundo, dejan de transmitir las señales significativas. Pero la parte del cerebro que opera e interpreta este complejo y delicado mecanismo, continúa portándose como si siguiera "viendo" a pesar de que la percepción sensorial de la realidad ha dejado de funcionar.
En aquella época, la teoría del profesor Ladd pareció otro intento introspectivo de explicar la naturaleza de los sueños como resultado de factores fisiológicos. Se ha averiguado recientemente que había dado con una clave vital: durante el sueño la actividad de los ojos parece estar estrechamente relacionada con lo que llamamos "soñar". Es extraño que tal relación pasara inadvertida cuando el carácter visual de los sueños había sido reconocido desde hacía tanto tiempo. Pero es muy difícil el estudio de los movimientos oculares durante el sueño.
(...)
El Dr. Dement cree que, sea cual fuere el tipo de sueño o de pensamiento visual que se produce en otros estados durmientes, en el sueño REM toda la evidencia señala una relación  entre los movimientos oculares y lo que aparentemente es presenciado por los ojos. Por alguna razón el aparato oculomotor se comporta como si estuviera observando escenas reales. Es decir, dentro del cerebro, lo que sucede es semejante a lo que sucedería si estuviéramos despiertos.
"El sistema nervioso –dice Dement– estaría comportándose como si recibiera una corriente sensorial apropiada a la imaginería onírica." Consiguientemente, el soñar es semejante al despertar activo (y posiblemente, distinto a los procesos mentales inconscientes que se producen fuera del período visual del sueño). En algún lugar del sistema nervioso, la imaginería de los sueños reemplaza la estimulación normal de la retina procedente del mundo exterior.
Llamaremos la atención sobre dos de las posibles implicaciones de esta idea. Cualquiera que sea la causa de estas señales visuales (sustitutos de la realidad), en lo que concierne a algunas partes del cerebro equivalen a lo real. No hay distinción entre la imaginería visual de un sueño y la imaginería visual de la vida consciente. La distinción reside en lo que hace el cerebro. Es indudable que existe algún mecanismo que impide que el cuerpo obre según la información sensoria recibida que, por así decirlo, comunica a áquel: "Esto es solamente un sueño, y la acción es innecesaria." Cuando este mecanismo inhibidor de la acción no funciona debidamente, nos agitaremos, nos moveremos inquietos e incluso andaremos o hablaremos en sueños. Pero si funciona, nuestros sueños pueden en efecto facilitarnos incurrir en fantasías sin correr los riesgos inherentes al obrar según los sentimientos despertados por los sueños.
La segunda implicación es consecuencia de ésta. Puede existir un motivo psicológico así como fisiológico para las imágenes que aparecen ante nuestros ojos; el primero, describiendo el escenario para la representación y el segundo actuando. Una división semejante de labor explicaría el hecho de que los psicólogos y fisiólogos se hayan concentrado hasta ahora en dos aspectos distintos de los sueños.

martes, 3 de abril de 2012

Jesús, el héroe solar (Ramón Hervás)

Los ocultos orígenes de Jesús

Jesús, Mesías de Israel

"Jesús, como legítimo representante del linaje davídico, aspiraba a ocupar un día el trono de Israel. Esta intención aparece manifiesta tanto a través de los Evangelios como en Los Hechos de los Apóstoles, si bien en ninguno de estos escritos dicha intención acaba de ser perfectamente establecida ni tampoco se exponen las motivaciones de Jesús para desear acceder a la realeza. En realidad, esta intencionalidad de Jesús queda difusa, tanto a causa de la deliberada intención de los textos sagrados de no fijar el contexto de la vida de Jesús como a causa de la clara intención de los evangelistas de pintar a un Jesús de origen divino, que desempeña en la tierra una misión estrictamente divina, y que no tiene nada que ver con los avatares de la existencia cotidiana, lo cual hace que esté absolutamente desprovisto de toda connotación histórica con su medio y su tiempo.
(...)
En la vertiente exotérica, la reiterada ocultación de la finalidad real de Jesús, de sus vínculos con las fuerzas políticas que luchaban por librar Palestina del yugo romano, no consigue enmascarar sin embargo su misión real. La ocultación sofoca datos y detalles concretos, pero no puede enmascarar la atmósfera de lucha política, el aura rebelde que envuelve su figura y que perciben nítidamente sus primeros seguidores. El aura de Jesús, en efecto, a partir de su muerte, se extendió rápidamente por toda Judea y Galilea y, desde allí, a todos los confines del Mediterráneo, sobre todo gracias a la ingente obra de Pablo –una proeza de aleccionamiento religioso que hoy haría envidiar a los expertos en marketing político– y, tal vez gracias precisamente al buen cuidado de Pablo en diluir todo el contexto social, cultural, religioso y político en el cual Jesús se desenvolvió a lo largo de su vida.
Ningún cronista cristiano menciona los grupos, personalidades, instituciones y movimientos que bullían en la Palestina de la época, un país del que debía surgir el movimiento religioso que mayor trascendencia ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad. (...) 
Ni el médico Lucas en Los Hechos, ni los evangelistas en su crónicas ni Pablo en sus epístolas mencionan tampoco que el cristianismo primitivo no era sino un quietismo, una escuela más de misterios surgida del judaísmo y que iba más allá de la mera enseñanza y contemplación religiosa puesto que estaba vinculada a los movimientos revolucionarios nacionalistas que, dentro del judaísmo, representaban los celotes. Por supuesto, nadie dice nada tampoco respecto a que, en sus orígenes, el cristianismo no era más que una rama del judaísmo y que la ruptura con su pensamiento religioso se establece en cuanto Pablo aparece en escena. Ni los evangelistas ni los primeros autores cristianos mencionan tampoco (o si lo hacen es rozando levemente el aspecto exterior) las relaciones de Jesús con Salomé o con María de Magdala. A esta última la pintan como a una mujer de vida oscura cuando no era sino la esposa real y al mismo tiempo la "esposa mística" de Jesús: un espejo en el cual el alquimista reflejaría a su soror mística o el cátaro a su "amaxia uxor". En el esoterismo cristiano, Lilit o Haisha es la Mujer Interior, "el ser que está fuera del hombre". Y el héroe perece, es abandonado por los dioses, cuando él abandona a la esposa mística. El hombre no puede renunciar al componente del alma, ese cuerpo sutil que perece si no se une al espíritu. El taumaturgo necesita unirse a una esposa mística.
(...)


¿Dónde nació Jesús?

Mateo, por su parte, sitúa el nacimiento de Jesús en Nazareth: "Y por ello será llamado nazareno", dice en su evangelio. Lo que parece confuso es si realmente lo considera nazareno por haber nacido en Nazareth o si emplea la voz nazarita: joven dedicado al servicio de Dios, según el sentido que da a este término la profecía de Samuel. Por otra parte, la voz nazareno no se aplicaba a los nacidos en Nazareth, lugar de dudosa existencia en tiempos de Jesús, sino a los cristianos primitivos que seguían la llamada "vía árabe".
Y si el lugar de su nacimiento no aparece claro, pues unos lo sitúan en Belén y otros en Nazareth, poblaciones ambas de Judea, algunos más dicen que Jesús había nacido en un innominado lugar de Galilea. Y si elusivo es el lugar donde naciera, tampoco aparece del todo claro quién fue realmente el padre de Jesús. Los cuatro Evangelios canónicos coinciden en atribuir la paternidad de Cristo a José el Carpintero. ¿Tal vez porque el sobrenombre de Jesús era el de "Hijo del Carpintero"?  En arameo, "Hijo del Carpintero" es Bar Nagara, voz que seguramente ya fue malinterpretada al ser transcrita por primera vez en arameo y que luego, plausiblemente, sería sucesivamente corrompida en las siguientes versiones de los textos primitivos.
En efecto, si tenemos en cuenta que los primeros borradores de los evangelios –notas dispersas, escritas en siriaco, en torno a la vida de Jesús– fueron la base para componer los primeros escritos cristianos, los cuales servirían a su vez de base para la redacción de lo Evangelios sinópticos, y si tenemos también en cuenta que la versión latina (traducida de la versión griega procedente del siriaco) no se produce hasta siglos después, y que las versiones sucesivas son encomendadas a los monjes copistas, quienes apenas sabían leer y copiaban palabra a palabra, comprenderemos el remoto parecido que tales versiones debían tener con los primeros borradores de la vida de Jesús.
(...)


Lo que los Evangelios no dicen de Jesús


La familia de Jesús

Los Evangelios pasan muy discretamente sobre el asunto de los hermanos de Jesús, bien aludiendo a ellos de forma generalizada o silenciándolos, excepto en el pasaje señalado del publicano Mateo, pero ante esta revelación, lo mismo que ante tantas otras, el lector debe leer entre líneas para discernir qué se intenta ocultar. (...) Pablo, excepcionalmente, ofrece algunos datos históricos pero nos presenta un Cristo idealizado que apenas tiene nada que ver con la realidad. (...)
Viviendo durante un tiempo a la sombra de su primo Juan, hasta alrededor de los 30 años, Jesús es un perfecto desconocido que durante toda su juventud ha intentado pasar desapercibido, torturado tal vez por el reproche que le hacían sus enemigos respecto a su origen. Ésta era sin duda una cuestión delicada para Jesús, pues si se declaraba abiertamente hijo de Judas de Gamala, no había duda de que le lloverían, si no represalias, sí al menos las suspicacias de las autoridades. Proclamarse hijo de Galaunita, a los ojos de sus seguidores, hubiera representado igualmente un riesgo que pocos de ellos hubieran estado dispuestos a correr. (...) Silenciando el nombre de su padre, lo plausible es que la gente, y más especialmente sus enemigos, lo consideraran hijo ilegítimo o, cuando menos, de dudosos orígenes. Sin duda tuvo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad para, finalmente, proclamarse heredero del trono de Israel y reivindicar sus derechos.
(...)

Jesús como dios solar

Si tenemos en cuenta el hecho de que cuando comienza a establecerse el cristianismo no existe una literatura evangélica sino solamente una serie de relatos orales confusos y contradictorios, animados todos ellos por la multitud de grupúsculos que quieren monopolizar la doctrina de Cristo y desacreditar a otros grupos rivales, entenderemos mejor por qué algunos datos –por ejemplo el de a quién corresponde la paternidad de Jesús– se muestran tan vagos y difusos. Cuando en las postrimerías del primer siglo cristiano aparecen los escritos evangélicos, el Apocalipsis, el único libro al parecer escrito o dictado por uno de los apóstoles, no hace referencia alguna ni a la ascensión ni a la resurrección y, aparte de señalar la descendencia davínica de Jesús, presenta Cristo-Pascua como al cordero inmolado "cuya sangre purifica a aquellos que creen en él". En este texto de san Juan subyace la noción de Cristo como dios solar, cuyos avatares terrestres están inscritos en las profecías de la tradición religiosa de Israel.
Como todo héroe solar, necesariamente, Cristo debía nacer de una virgen, Es Juan, sobre todo, quien destaca este carácter solar de Jesús, reflejando, sin duda, el talante original de nuestra religión, muy anterior, por supuesto, al que expresan los Evangelios sinópticos, pues éstos representan la reacción judaica contra el espíritu "helenizante del cristianismo primitivo encarnado en el Cuarto Evangelio" (Edmundo González-Blanco, introducción a Los Evangelios apócrifos, p. 37).  Los escritos que atribuimos a san Juan, ciertamente, expresan la fusión del helenismo politeísta con la forma judaica del monoteísmo, cuya fuente, como es obvio, habría que buscarla en la primitiva religión egipcia. Dicho con otras palabras, el Evangelio de san Juan transpira el pensamiento oriental que antes del nacimiento de Jesús llegó a Egipto procedente de Persia.
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Jesús y sus hermanos

Cuando los Evangelios hablan de los hermanos de Jesús, de su entorno familiar, lo hacen siempre como pasando de puntillas, sin querer detenerse en un tema tan espinoso. Y la clave, más que en Jesús mismo, posiblemente está en Pedro, de cuyo hijo Judas sí se dice en los Apócrifos que es sobrino de Jesús, mientras se omite sistemáticamente en los sinópticos que Pedro y Jesús eran hermanos. Aunque tal vez fueran sólo hermanos políticos, pues Judas podría ser sobrino de Jesús si Pedro estaba casado con una hermana suya.
De cualquier modo, Pedro es la clave del secreto. Pedro (piedra) y clave (sinónimo a su vez de piedra) son la clavícula o piedra angular sobre la que deberá asentarse la Iglesia. Pero ¿una institución tan respetable puede admitir que su fundador, y sus hermanos, fueran hijos de un revolucionario, por un lado, o que no tuvieran padre conocido, por otro, si admitimos que José tenía casi noventa años cuando se casó con María y que ésta –hechos los consiguientes cálculos a partir de la cronología que dan los Evangelios–, contaría entonces cuarenta y, por lo tanto, ya tendría a la mayor parte de sus hijos criados y creciditos, sobre todo si tenemos en cuenta que su primer hijo, Jesús, lo tuvo según la tradición evangélica a los dieciséis años? En este punto de la maternidad de María se produce sin duda un lapsus que revela la verdad, pues la "madrina" de Jesús, Magdalena, contaría unos dieciséis años cuando arribó a Occitania, embarazada por Jesús..."

lunes, 19 de marzo de 2012

El problema del tiempo (John Alexander Gunn 1896-1975)

"Los sucesores inmediatos de Kant se colocaron en la posición en que todo gran pensador deja a quienes vienen inmediatamente después de él, la posición de tener que explicarlo. Ésta no podía ser tarea fácil, y hubo quienes consideraron que el principal objetivo de Kant era una cosa, mientras algunos insistían en que era otra diferente. Aunque él esbozó su propia crítica, su enunciación de los problemas se mantuvo como el rasgo dominante del pensamiento posterior, no sólo en Alemania sino también en Francia y Gran Bretaña. Además de las críticas de Trendelenburg y Ueberweg (los pensadores más vigorosos del siglo XIX), todos tuvieron algo que decir con respecto a su actitud frente al problema del Tiempo.
(...)
Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, estableció veintiocho proposiciones o praedicabilia concernientes al Tiempo:

1. Hay sólo un Tiempo, y todos los tiempos diferentes son parte de él.
2. Los tiempos diferentes no son simultáneos, sino sucesivos.
3. El Tiempo no puede ser pensado, pero todo puede pensarse acerca de él.
4. El Tiempo tiene tres divisiones: el pasado, el presente y el futuro, las cuales constituyen dos direcciones y un centro de diferencia.
5. El Tiempo es infinitamente divisible..
6. El Tiempo es homogéneo y un continuum, o sea que ninguna de sus partes es diferente del resto ni está separada de él por nada que no sea tiempo.
7. El Tiempo no tiene principio ni fin, pero todo principio y todo fin están en él.
8. Contamos en virtud del Tiempo.
9. El ritmo está sólo en el Tiempo.
10. Conocemos las leyes del tiempo a priori.
11. El Tiempo puede ser percibido a priori, aunque sólo en la forma de una línea.
12. El Tiempo no tiene permanencia, pues pasa en cuanto está en un sitio.
13. El Tiempo nunca reposa.
14. Todo lo que existe en el Tiempo tiene duración.
15. El Tiempo no tiene duración, pues toda duración está en él, y es la persistencia de lo que es permanente en contraste con su incesante curso.
16. Todo movimiento es sólo posible en el tiempo.
17. La velocidad está, en espacios iguales, en proporción inversa con el tiempo.
18. El Tiempo no es mensurable directamente por sí mismo, sino sólo indirectamente por el movimiento, el cual está a la vez en el espacio y en el tiempo; el movimiento, pues, del sol y del reloj mide el tiempo.
19. El Tiempo es omnipresente. Cada parte del tiempo está en todo sitio, es decir en todo espacio a la vez.
20. En el tiempo tomado en sí mismo, todo estaría en sucesión.
21. El Tiempo hace posible el cambio de accidentes.
22. Cada parte del tiempo contiene a todas las partes de la materia.
23. El Tiempo es el principio de individualización.
24. El "ahora" no tiene duración.
25. El Tiempo en sí mismo es vacío y sin propiedades.
26. Cada momento está condicionado por el momento precedente, y es sólo porque este último ha dejado de ser. (Principio de razón suficiente de la existencia en el tiempo.)
27. El Tiempo hace posible a la aritmética.
28. El elemento simple en aritmética es la unidad.

Schopenhauer coincide con Kant en que el tiempo es una forma esencial de toda experiencia, y lo llama "la forma primera y más esencial de todo conocimiento o la forma del sentido interno". Elogia a Kant por colocar sus investigaciones sobre el tiempo y el espacio en primer plano dentro de su obra, pues "a la mente especulativa se le presentan estas preguntas antes que otras: ¿qué es el tiempo? ¿Qué es aquello que consiste en mero movimiento sin nada que lo mueva?". Él mismo considera que el tiempo es enteramente dependiente del sujeto y, como una "prueba suficiente" de esto, cita el hecho de que es imposible para la mente pensar en el tiempo, pero sí puede pensar a las cosas en el tiempo. Así como la geometría reposa sobre la intuición pura o percepción del espacio, el cálculo reposa sobre la percepción del tiempo. "Todo cálculo –argumenta– consiste en la afirmación repetida de la unidad. Sólo con el propósito de saber siempre       cuántas veces hemos afirmado ya la unidad, la marcamos cada vez con una palabra distinta: éstos son los numerales. Ahora bien: la repetición es sólo posible a través de la sucesión. Pero la sucesión –o sea, uno tras otro– depende directamente de la intuición o percepción del tiempo. Es una concepción que sólo puede ser comprendida por medio de éste; y, por tanto, el cálculo también sólo es posible por medio del tiempo". Se refiere al criterio de Aristóteles sobre el tiempo como "el número del movimiento", y a su doctrina de que si el alma no fuese, tampoco el tiempo podría ser. "Si la aritmética no tuviese esta pura intuición o percepción del tiempo como su fundamento, no sería una ciencia a priori y, por lo tanto, sus proposiciones no tendrían infalible certeza". Dice Schopenhauer que "en el tiempo, cada momento está condicionado por el precedente. La base de la existencia, como ley de consecuencia, es simple, pues, porque el tiempo sólo tiene una dimensión, y ninguna multiplicidad de relaciones puede darse en él. Cada momento está condicionado por el precedente; sólo a través de este último podemos alcanzar al primero; sólo porque el último fue, y ha transcurrido, el primero ahora existe..."

miércoles, 18 de enero de 2012

La conciencia cuántica (Danah Zohar)

El ser

"La declaración más revolucionaria, y la más importante para nuestros objetivos, que ha hecho la física cuántica sobre la naturaleza de la materia, y quizá sobre el propio ser, es la consecuencia de su descripción de la dualidad onda/partícula; se trata de la afirmación de que todos los seres, a un nivel subatómico, pueden describirse de igual manera como partículas sólidas, como si se trataran de numerosas y diminutas bolas de billar, o como ondas, como ondulaciones en la superficie del mar. Más lejos aún, la física cuántica llega a decirnos que ninguna de las dos descripciones es realmente adecuada por sí misma, y que ambos aspectos del ser, considerados como ondas o partículas, deben tenerse en cuenta cuando tratamos de comprender la naturaleza de las cosas, y que lo básico es precisamente esa misma dualidad. El "material" cuántico es esencialmente ambas, la consideración como ondas o como partículas, simultáneamente.
Esta naturaleza estilo Jano del ser cuántico se resume en uno de los más fundamentales principios de la teoría cuántica, el Principio de la Complementariedad, que afirma que las dos maneras de describir al ser, como onda o como partícula, se complementan la una a la otra, y que el cuadro completo sólo surge del "reparto de paquetes". Lo mismo que los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro, cada descripción suministra una clase de información de que carece la otra. El que en un momento dado el ser elemental se presenta como una o como otra depende de las condiciones del conjunto, que son cruciales y entre las que se encuentra el que haya o no alguien observando o, si es así, qué es lo que se está observando. (...) Tal dualidad, así como el concepto de alguna manera etéreo de materia que aquélla representa, no podía ir más allá de la noción más corriente defendida por la física clásica o newtoniana.
En la física de Newton, lo mismo que en la percepción común nuestra de las cosas de mayor tamaño, se daba por sentado que el ser, a su nivel más básico e inanalizable estaba formado por pequeñas partículas discretas –los átomos– que chocaban, se atraían o se repelían unos a otros. Eran elementos sólidos y separados unos de otros, ocupando cada uno de ellos su propio lugar definido en el espacio y en el tiempo. Por el contrario, los movimientos de las ondas –tales como las ondas lumínicas– se creía que consistían en vibraciones que tenían lugar sobre una sustancia "gelatinosa" (el éter) y que no eran elementos fundamentales en sí mismos. De esta manera, ambas, las ondas y las partículas, desempeñaban un papel en la física newtoniana, pero se creía que las partículas eran más básicas y que era de ellas de lo que estaba constituida la materia.
Sin embargo, para la física cuántica, las dos (ondas y partículas) son igualmente fundamentales. Cada una de ellas es una manera en que la materia puede manifestarse a sí misma, y ambas en conjunto consisten en lo que la materia es. Y mientras que ningún "estado" es completo en sí mismo, y que ambos son necesarios para proporcionarnos un cuadro completo de la realidad, resulta que nunca podemos concentrar nuestro objetivo en ambas a un tiempo. Tal es el meollo del Principio de Incertidumbre de Heisenberg, el cual, lo mismo que el Principio de Complementariedad, es uno de los más fundamentales principios del ser en la teoría cuántica.
Según el Principio de Incertidumbre, las descripciones del ser en ondas y en partículas se excluyen la una a la otra. Mientras ambas son necesarias para conseguir una comprensión completa de lo que es el ser, sólo una de ellas está disponible en un momento dado. De la misma manera, podemos medir la posición exacta de algo como, por ejemplo, un electrón cuando se manifiesta a sí mismo como partícula, o podemos medir su impulso (su velocidad) cuando se expresa en forma de onda, pero no podemos de ninguna manera conseguir una medida de ambos, exactamente al mismo tiempo. (...) La mayoría de los electrones y de otras entidades subatómicas no son ni partículas enteramente ni enteramente ondas, sino más bien una confusa mezcla de las dos, conocida bajo el nombre de "paquete de ondas", y aquí es cuando ha llegado el momento de que haga su aparición por entero la dualidad onda/partícula y el misterio cuántico. Mientras que podemos medir las propiedades de las ondas, o las propiedades de las partículas, las exactas propiedades de la dualidad evitarán siempre cualquier tipo de medida que hubiéramos tenido la esperanza de hacer. A lo más que podemos aspirar con cualquier paquete de ondas dado es a hacer una difusa lectura de su posición y una no menos difusa lectura de su impulso.
Esta vaguedad esencial es la incertidumbre a que hace referencia el Principio de Incertidumbre, que sustituye al viejo determinismo newtoniano, para el que cualquier cosa que se refiera a la realidad física está prefijado, determinado y es mensurable, como un vasto "potaje" del ser en el que cada cosa permanece indeterminada, es de alguna manera fantasmagórica y se encuentra exactamente más allá de nuestro conocimiento.
De la misma manera en que, a menudo, sentimos que no podemos entender a otra persona por completo, que en realidad nunca podemos fijarlo en su esencia, es ciertamente verdad que nunca podemos conocer enteramente una partícula elemental. Es como si estuviéramos condenados para siempre a ver sólo sombras entre la niebla. La naturaleza entera de este indeterminismo cuántico se dirige en derechura al meollo del problema central filosófico suscitado por la mecánica cuántica: la naturaleza de la propia realidad.
Algunos teóricos de la física cuántica, fundamentalmente Niels Bohr y el propio Heisenberg, sostuvieron que la propia realidad fundamental es esencialmente indeterminada, que no existe "alguna cosa" clara, prefijada, por debajo de nuestra existencia cotidiana que pueda llegar a ser concedida alguna vez. Cualquier cosa que se refiera a la realidad es y continúa siendo un asunto de probabilidades. Un electrón pudiera ser una partícula, pudiera ser una onda, pudiera estar en esta órbita, pudiera estar en aquella otra; más aún, pudiera suceder cualquier cosa. Sólo podemos predecir tales cosas basándonos en que son las más probables dados los constreñimientos totales de cualquier situación experimental dada.
Según esta visión, donde las bases esenciales de la realidad según la conocemos consiste exactamente en tan numerosas posibilidades, topamos con el problema central incontestado de la teoría cuántica: ¿cómo puede cualquier cosa de este mundo llegar alguna vez a convertirse en algo real, o prefijado? Se trata exactamente de lo opuesto al dilema suscitado por el universo cuántico de Newton, en el que no existe oportunidad alguna para lo nuevo. Leyendo a Newton, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo puede alguna cosa suceder alguna vez? En la interpretación de la mecánica cuántica realizada por Bohr-Heisenberg, el gran problema se convierte en éste: ¿cómo puede alguna cosa existir alguna vez?
(...)
Por ahora, la indeterminación cuántica es, cuando menos, una poderosa manera metafórica de percibir la realidad. Al nivel de lo cotidiano, podemos ver el Principio de Incertidumbre y el Principio de Complementariedad –la dualidad onda/partícula– ofreciéndonos una elección entre diferentes maneras de observar el mismo sistema. Por ejemplo, podemos pensar que las ondas son ondulaciones masivas de la superficie del mar, o podemos considerar que se trata de "partículas" (moléculas) de agua individuales alteradas. Podemos considerar que una nación es una entidad viva con sus propias características, sus rasgos distintivos y su historia, o podemos dividirla en ciudades individuales, edificios y gentes.
Si llevamos la metáfora aún más lejos, podemos pensar en los ladrillos que constituyen los edificios o en las células que conforman el cuerpo humano, o incluso en la estructura molecular o atómica de cada uno de ellos. Diferentes clases de objetos pueden observarse con una mayor claridad desde diferentes perspectivas, y ¿quién es el que puede decidir cuál de ellas es la más fundamental? ¿Qué o cuál existe más "auténticamente"?
La teoría del campo cuántico nos lleva incluso más allá de la muerte de Newton y del universo silencioso, proporcionándonos un cuadro vivo de fluido dinámico que descansa en el corazón de un ser determinado. Aquí, incluso aquellas partículas que se manifiestan a sí mismas como seres individuales, lo hacen únicamente brevemente.
A suficiente frecuencia, las partículas energéticas pueden nacer a partir de un fondo de energía pura (ondas), existir durante un brevísimo momento, y disolverse a continuación de nuevo en otras partículas o regresar al fondo energético del que habían surgido, a la manera en que uno observa las trayectorias de corta vida en una sencilla cámara de vapor de agua de Wilson, que aparentemente no se originan en ninguna parte, atraviesan un corto espacio en medio de la niebla y, finalmente, vuelven a desaparecer de nuevo. Se conservan algunos de los elementos momentáneos, propiedades de las partículas individuales (la masa, la carga, la órbita), pero en el número y la clase de partículas no son constantes. Lo mismo que el aumento  o la disminución de la población de una nación, o la construcción y el declive de sus ciudades o edificios determinados, esa permanencia está reservada a conservar el equilibrio global de todo el sistema.
Esta pincelada gráfica de la emergencia y el retorno, o del comienzo y el cese, de las partículas subatómicas determinadas a nivel cuántico de la realidad posee profundas implicaciones por lo que se refiere a la manera en que nosotros mismos consideramos la naturaleza y la función de personalidades determinadas, o a la supervivencia del ego individual."






martes, 6 de diciembre de 2011

Filosofía Vedanta y liberación humana ( Dr. Juan Carlos Giménez)

"La filosofía Vedanta no renuncia al mundo. Es cierto que la renuncia a él llega en esta filosofía a las cumbres más sublimes; pero entendámonos bien, se trata de una renuncia muy especial y muy específica, se trata de renunciar al mundo tal como lo concebimos, tal cual lo conocemos, tal cual se nos aparece; a este mundo creado por la mente, a este mundo de excesos trágicos, depredación y homicidios, a este mundo inmisericorde de engaño, traición, envidia e ira, es al que hay que renunciar. Este mundo en el que vivimos es un mundo de fabricación casera, es moneda de nuestro propio peculio, producto de nuestra propia imaginación.
(...)
Advaita quiere decir: no-dualidad, esto es, que no hay dos sino Uno: sin embargo, postula al mismo tiempo, que lo Absoluto se manifiesta como múltiple a través del velo del tiempo, el espacio y la causalidad. Pareciera entonces que hubiera dos entidades: por un lado lo Absoluto y por el otro Maya, o sea, el conjunto temporo-espacial-causal. Advaita afirma, sin embargo, que no hay tal dualidad: ella es sólo apariencia. (...) Para que existieran dos entidades, debiera admitírselas independientes e incausadas; pero tiempo, espacio y causalidad, no son ni una cosa ni la otra. Ninguna de estas intangibles categorías es enteramente independiente. El tiempo, por ejemplo, varía según nuestros estados mentales. Si estamos impacientes, el tiempo se niega a pasar; si estamos satisfechos, vuela. Nuestros estados mentales son los que determinan el flujo cronológico. (...) Tampoco espacio y causalidad pueden existir independientemente. En realidad, son –con el tiempo– categorías mentales que posibilitan el conocimiento de otras entidades; pero no tienen existencia por sí ni ante sí. No son objetos "en sí". ¿ Cómo concebir el espacio abstracto? –Imposible–. es como una entidad anónima, oscura, inasible, intangible, que se pulveriza en nuestra imaginación. Sin relacionar el espacio con límites o dimensiones, no es posible concebirlo. Ocurre lo mismo con el tiempo, debemos tomar dos acontecimientos: uno que antecede y otro que sucede. El tiempo abstracto tampoco es concebible. La causalidad depende, desde luego, del tiempo y del espacio y, por lo tanto, tiene la misma naturaleza que éstos y como éstos, es inconcebible desde una óptica abstracta. Así, pues, estas tres categorías mentales (tiempo, espacio y causalidad), son como sombras efímeras que flotan alrededor de las cosas, para que nuestros sentidos puedan captarlas; pero se desvanecen en la nada apenas queramos asirlas. A través de ellas se manifiesta el Universo, mas, por sí mismas, no tienen existencia real. Según Advaita, ellas son las que constituyen Maya.
(...)
Existen en Advaita, cuatro conceptos fundamentales; el primero relacionado con la naturaleza (Maya); los tres restantes, con el espíritu (Brahman, Saguna Brahman y Jiva).
1.–Maya.– Dice Shankaracharya que el mundo exterior es irreal, mas no caótico. Sus vestiduras empíricas nos lo muestran como un cosmos, sujeto a un orden temporal, espacial y causal. Es verdad que está en continuo cambio, no obstante lo cual, supone un elemento permanente. Existe una unidad en la diversidad (Uni-Verso). Podemos concebir al cosmos a través de dos etapas: la primera, en que la diversidad está latente y la segunda, en la que se exterioriza o manifiesta. (...) Maya es el origen de todo lo orgánico y lo inorgánico, que se proyecta en el mundo relativo como una realidad. Ella no existe ni deja de existir, sino que es el principio de la ilusión cósmica y sus productos son apariencia respecto de Brahman.
(...)
¿Qué significa que el mundo no exista? ¿Qué significa que todo cuanto nos rodea no es más que la apariencia ilusoria de Maya? Significa que nada tiene existencia absoluta y que tan sólo existe con relación a nuestros sentidos y nuestra mente. Sólo es real aquello que es infinito, eterno e inmutable. ¿Qué realidad podemos asignarle a un trozo de arcilla, cuando tarde o temprano será desintegrado por el tiempo? ¿Qué realidad puede tener este entorno de cosas que nos rodea, cuando hoy es y mañana no será? Ni la arcilla ni el entorno tienen real existencia, en la medida en que están en el espacio, en el tiempo y sometidos a un orden causal. Es claro que tampoco se les puede considerar inexistentes en cuanto tienen cierta utilidad práctica y cierta entidad en nuestra vida. No serán lo Absoluto, pues nada puede concebirse fuera de él; pero, a nuestro nivel individual, "algo", sin duda, son.
–¿Y qué son?– Pues son "esto", lo que son; el mundo tal cual se presenta a nuestros sentidos y a nuestra mente; el mundo de los nombres y las formas; el mundo del tiempo, del espacio y de la causalidad. Desde el punto de vista paradojal, podemos decir que Maya "es" y "no es" al mismo tiempo. "No es", en cuanto no es lo Absoluto; "es", en cuanto tiene cierto género de realidad, "existe" de alguna manera.
(...)
¿Acaso nuestra vida entera no es una contradicción, un tremendo absurdo, una mezcla excluyente de existencia e inexistencia? En el conocimiento se da claramente esta contradicción. El hombre cree llegar a saberlo todo y por eso se entrega de lleno a la ciencia y a la técnica. Los nuevos dioses del mundo son el cientificismo y la tecnología. Sin embargo, cuando el hombre choca con las grandes incógnitas de la existencia, un muro infranqueable le cierra el paso y cae atrapado en un círculo del cual no puede salir. Su mente es la cárcel misma y aunque lo desea con toda su alma, no puede salir de ella. Los grandes laboratorios y los brillantes productos de la técnica, ya no le sirven. Pero he aquí la contradicción: para trascender la mente tiene que abandonar precisamente sus deseos. Cada latido de su corazón le reclama ser egoísta y sin embargo, nada logrará mientras no deje de serlo. Deseo y egoísmo; he aquí el bagaje con que el hombre parte en busca de su salvación. Mediante él, pretende trascender la mente y conocer la Realidad Última;  pero precisamente es él quien le impide tal propósito. Así es la vida, una contradicción, una paradoja, un continuo avanzar y un continuo retroceder."

martes, 18 de octubre de 2011

Elogio de la locura (Erasmo de Rotterdam 1466–1536)

"Mejor fuera pasar por alto a los teólogos, y no agitar esa charca, ni tocar esa hierba pestilente. Gente tan puntillosa e irritable pudiera caer sobre mí en tromba con seiscientas conclusiones, obligándome a cantar la palidonia, y caso de negarme, me llamaría a voces hereje. Pues con este sambenito suelen aterrorizar a aquellos que no les son propicios. Ciertamente, no hay nadie que reconozca con menos agrado mis favores, aunque también ellos me estén obligados por diversos títulos nada despreciables. Sobre todo y principalmente porque su amor propio les hace vivir felices como en un tercer cielo, permitiéndoles mirar desde arriba al resto de los mortales como ovejas que se arrastran por el suelo, despreciándolos y compadeciéndose de ellos. Están tan pertrechados de definiciones escolásticas, conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas e implícitas, conocen también todos los subterfugios, que ni las mismas redes de Vulcano serían capaces de atraparlos. A fuerza de distingos lograrían burlarlas, cortando los nudos mejor que el hacha de dos filos de Ténedos. ¡Así de provistos están de neologismos y de términos misteriosos!
Además no se paran en barras hasta querer explicar los misterios más arcanos: cómo, por qué y para qué fue creado el mundo; por qué canales se filtró a la posteridad el pecado original; por qué medios, en qué medida y durante cuánto tiempo se formó el cuerpo de Cristo en el vientre de la Virgen; y finalmente cómo pueden subsistir los accidentes sin la sustancia de la Eucaristía. Pero esto es pan comido. Hay otros temas sólo dignos de grandes teólogos, que ellos llaman "iluminados", y que cuando surgen, les ponen alborotados. Tales son: ¿Hay un instante en la generación divina? ¿Hay varias filiaciones en Cristo? ¿Es posible la proposición: Dios Padre odia al Hijo? ¿Podría Dios haber tomado la forma de mujer, de diablo, de calabaza de guijarro? En ese caso, ¿de qué manera la calabaza podría haber predicado, hacer milagros y ser crucificada? Si Pedro hubiese consagrado mientras el cuerpo de Cristo estaba en la cruz, ¿qué habría consagrado? Durante ese mismo tiempo: ¿Se podría llamar hombre a Cristo? ¿Y después de la resurrección podríamos comer o beber? ¡Tan preocupados están ya de su hambre y sed futuras!
Quedan todavía innumerables sutilezas, mucho más refinadas, sobre nociones, relaciones, formalidades, quiddidades, ecceidades, que sólo los ojos de Linceo, cuya mirada percibía entre oscura tiniebla cosas que nunca existieron, podría distinguir. Añádanse a éstas sus "máximas", tan paradójicas, que las sentencias morales de los estoicos, conocidas vulgarmente como paradojas, nos parecen burdos juegos de palabras. Valga como ejemplo la siguiente: "Es un delito menor matar mil hombres que remendar una sola vez el zapato de un pobre en domingo." Y esta otra: "Es preferible dejar que se hunda el mundo con todo lo que hay en él –según la expresión vulgar– que decir una leve mentirijilla."
En estas refinadísimas sutilezas, entran en juego los diversos escolásticos. Te resultará más fácil salir del laberinto que del embrollo mental de realistas, nominalistas, tomistas, albertistas, escotistas. Y no he nombrado más que los principales. En todas ellas reina tal erudición y tal complejidad de dificultades que me imagino que los mismos apóstoles necesitarían otra vez del soplo del Espíritu Santo, si tuvieran que discutir hoy sobre estos temas con la nueva generación de teólogos.
(...)
Los apóstoles conocieron a la madre de Jesús, pero ¿se les ocurrió a alguno de ellos demostrar, tan filosóficamente como nuestros teólogos, cómo se vio libre de la mancha de Adán? Pedro recibió las llaves de manos de Aquel que no las hubiera entregado a quien no mereciera su confianza. Ahora bien, dudo que entendiera y menos llegara a captar alguna vez la sutileza que supone disponer de la llave de la ciencia sin poseer la ciencia. Los apóstoles bautizaban por doquier, y no se les ocurrió explicar la causa formal, material, la eficiente y final del bautismo. Tampoco dejaron ninguna mención sobre su carácter deleble e indeleble. Adoraban, es cierto, pero en espíritu y en verdad, según el dicho evangélico: "Dios es, espíritu. Y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad."
Pero no aparece en ningún sitio que les fuese revelado que se deba adorar con igual veneración a una imagencilla mediocre pintada a carbón en la pared que al mismo Cristo, con tal de que tenga dos dedos abiertos, larga cabellera, y una aureola con tres rayos que salen del cogote. ¿Quién que no haya machacado no menos de treinta y seis años estudiando la física y la metafísica de Aristóteles y de Escoto podría reparar en tales detalles?
De modo semejante los apóstoles insisten en la gracia, pero nunca distinguen entre gracia actual y gracia santificante. Exhortan a las buenas obras sin distinguir entre opus operantis y opus operatum. En todo momento están inculcando la caridad, pero no separan la infusa de la adquirida, ni tampoco explican si es accidente o sustancia, creada o increada. Detestan el pecado, pero, por mi vida, que nunca podrían definir eso que llamamos pecado, si no nos mentalizasen los escotistas.
(...)
Como personas modestas que son, nuestros teólogos no condenan, sino que tratan de interpretar benévolamente algo que los apóstoles pudieron escribir sin elegancia, poco académico. Y lo hacen, supongo, por la deferencia debida tanto a la antigüedad como al nombre de los apóstoles. Sería injusto pedirles orientaciones sobre temas de los que su mismo maestro no les había hablado ni una palabra. Pero si aparecen semejantes expresiones en el Crisóstomo, Basilio o Jerónimo, apostillan al margen: "Inaceptable".
(...)
Quizás alguien piense que estoy hablando como en broma. No me extraña, pues entre los mismos teólogos hay personas más doctas que no aguantan lo que ellos llaman frívolas argucias de teólogos. Otros juzgan como una forma de sacrilegio condenable y la peor clase de impiedad hablar de cosas tan santas –más dignas de reverencia que de explicación– con una lengua tan procaz. Tampoco consienten que se las discuta con argumentos profanos propios de gentiles, se las defina con tanta arrogancia y se manche la divina majestad de la teología con términos y principios tan triviales e incluso indignos.
Ellos, sin embargo, siguen satisfechos de sí mismos, aplaudiéndose mutuamente. Ocupados, día y noche, con esas embelesadoras memeces, no les queda ni un momento de ocio para dedicarlo a leer siquiera una vez el Evangelio o las cartas de san Pablo. Y mientras malgastan el tiempo en estas solemnes tonterías de escuela, piensan que sostienen con sus argumentaciones a la Iglesia –que de otro modo se derrumbaría–, lo mismo que según los poetas Atlas sostiene el Universo sobre sus hombros.
(...)
Sus cabezas están tan atiborradas e hinchadas con estas y otras mil necedades semejantes, que pienso que ni el mismo cerebro de Júpiter estaba tan grávido cuando pidió el hacha de Vulcano para poder parir a Palas Atenea. No os extrañéis, por tanto, que en las discusiones públicas aparezca su testa cuidadosamente cubierta con el birrete, porque de no hacerlo así les estallaría..."

martes, 13 de septiembre de 2011

El profeta (Khalil Gibran)

El Amor

Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal como el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como el trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscareis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee si es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: "Dios está en mi corazón", sino más bien: "Yo estoy en el corazón de Dios."
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber el dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.

La Belleza

Y un poeta dijo: Háblanos de la Belleza.
Y él respondió:
¿Dónde buscaréis la belleza y cómo haréis para encontrarla a menos que ella misma sea vuestro camino y vuestro guía? ¿Y cómo hablaréis de ella, a menos que ella misma teja vuestro hablar?
El agraviado y el injuriado dicen: "La belleza es gentil y buena.
Camina entre nosotros como una madre joven, casi avergonzada de su propia gloria."
Y el apasionado dice: "No, la belleza es cosa de poder y temor, como una tempestad sacude la tierra bajo vuestros pies y el cielo sobre nosotros."
El cansado y rendido dice: "La belleza es hecha de blandos murmullos. Habló en nuestro espíritu.
Su voz se rinde a nuestros silencios como una débil luz que se estremece de miedo a las sombras."
Pero el inquieto dice: "La hemos oído dar voces entre las montañas.
Y, con sus voces, se oyó rodar de cascos y batir de alas y rugir de leones."
Durante la noche, los serenos de la ciudad dicen: "La belleza vendrá del este, con el alba."
Y, al mediodía, los trabajadores y los viajeros dicen: "La hemos visto inclinarse sobre la tierra desde las ventanas del atardecer."
En el invierno, dice el que se halla entre la nieve: "Vendrá con la primavera, saltando sobre las colinas."
Y, en el calor del verano, los cosechadores dicen: "La vimos danzando con las hojas de otoño y tenía un torbellino de nieve en su pelo."
Todas estas cosas habéis dicho de la belleza.
Pero, en verdad, hablasteis, no de ella, sin de vuestras necesidades insatisfechas.
Y la belleza no es una necesidad, sino un éxtasis.
No es una sedienta boca, ni una vacía mano extendida.
Sino, más bien, un corazón ardiente y un alma encantada:
No es la imagen que veis ni la canción que oís.
Sino, más bien, una imagen que veis cerrando los ojos y una canción que oís tapándoos los oídos.
No es la sabia que corre debajo de la rugosa corteza, ni el ala prendida a una garra.
Sino, más bien, un jardín enternamente en flor y una bandada de ángeles en vuelo eternamente.
Pueblo de Orfalese, la belleza es la vida, cuando la vida descubre su sagrado rostro.
Pero vosotros sois la vida y vosotros sois el velo.
La belleza es la eternidad que se contempla a sí misma en un espejo.
Pero vosotros sois la eternidad y vosotros sois el espejo.

La Religión

Y un viejo sacerdote dijo: Háblanos de la Religión.
Y él respondió:
¿Acaso he hablado hoy de otra cosa?
¿No son todos los actos y todas las reflexiones, religión? ¿Y aun aquello que no es acto ni pensamiento, sino un milagro y una sorpresa brotando siempre en el alma, aun cuando las manos pican la piedra o atienden el telar?
¿Quién puede separar su fe de sus acciones o sus creencias de sus ocupaciones?
¿Quién puede desplegar sus horas ante sí mismo diciendo: "Esto para Dios y esto para mí; esto para mi alma y esto para mi cuerpo?"
Todas nuestras horas son alas que baten a través del espacio de persona a persona.
El que usa su moralidad como su más bella vestidura mejor estaría desnudo.
El sol y el viento no desgarrarían su piel.
Y aquel que defiende su conducta por medio de normas, apresará su pájaro cantor en una jaula.
El canto más libre no sale detrás de alambres ni barrotes.
Y aquél para quien la adoración es una ventana que puede abrirse pero también cerrarse, no ha visitado aún la mansión de su espíritu cuyas ventanas se extienden desde el alba hasta el alba.
Vuestra vida de todos los días es vuestro templo y vuestra religión.
Cada vez que en él entréis llevad con vosotros todo lo que tenéis.
Llevad el arado y la fragua, el martillo y el laúd.
Las cosas que habéis hecho por gusto o por necesidad. Porque en recuerdos, no podéis elevaros por encima de vuestras obras ni caer más bajo que vuestros fracasos.
Y llevad con vosotros a todos los hombres.
Porque, en la adoración, no podéis volar más alto que sus esperanzas ni humillaros más bajo que su desesperación.

jueves, 25 de agosto de 2011

Exhortación al aprendizaje de las artes (Galeno 130–200 d. C.)

A los seguidores de la Fortuna

"A los que siguen a la Fortuna se les puede llamar inactivos e imperitos en todas las artes, transportados siempre sobre el carro de las esperanzas y en pos de la diosa que corre, unos cerca, otros más lejos, y algunos agarrados de su mano. (...) Si pasas revista a los que desde lejos persiguen a la diosa en su carrera pero no la alcanzan, odiarás sin tregua a este coro, pues allí hay muchos demagogos, cortesanas, prostitutas baratas y delatores de amigos; hay asesinos, profanadores de tumbas y bandidos, muchos de los cuales ni siquiera han tenido miramientos con los propios dioses, sino que han saqueado sus templos.
(...)

Los seguidores de Hermes

Sin embargo, el otro coro está constituido por personas comedidas, operarios de las artes; no corren ni vocean ni se pelean unos con otros, sino que el dios está en medio de ellos y ellos lo rodean ordenados en perfecta formación, cada uno sin abandonar el puesto que aquél les dio. Unos están lo más cerca posible del dios, colocados en círculo alrededor de él, son los geómetras, los matemáticos, filósofos, médicos, astrónomos y gramáticos. Inmediatamente después de éstos hay otro coro, el de los pintores, escultores, maestros, carpinteros, constructores y tallistas. Y tras ellos en una tercera fila, todas las restantes artes dispuestas una por una del siguiente modo: dirigen sus ojos hacia el dios, obedeciendo la orden común que parte de él. En compañía de este dios se puede ver allí a muchos otros, que constituyen una cuarta fila que sobresale entre las demás y que no es del mismo estilo que la de aquellos que acompañaban a la Fortuna, pues este dios no suele escoger a los mejores en dignidad social, ni en distinciones de linaje, ni en riqueza, sino a los que viven de modo virtuoso y sobresalen cada uno en su arte correspondiente, y estima a los que obedecen sus órdenes y a los que desempeñan sus oficios de una manera legal; los considera por encima de los demás, conservándolos siempre en torno a él.
Al ver la categoría de este coro, no sólo lo envidiarás, sino que incluso te inclinarás ante él. En él está Sócrates, Homero, Hipócrates, Platón y todos sus seguidores, a quienes veneramos como si fueran iguales a los dioses, ellos son enviados y servidores de ese dios.
De entre los demás nadie ha sido jamás desatendido por él, ya que no sólo se ha ocupado de los que quedan, sino que también es compañero de viaje de los que navegan y no abandonan a los náufragos.


Las riquezas

Muchos de los desgraciados que para todo ponen su mirada en las riquezas, por abrazarse aferradamente al oro y la plata y ceñirse con ellos el cuerpo, cuando se hallan en una situación de naufragio, pierden para su propio perjuicio, además de aquello otro, la vida, sin ser capaces de tener conciencia de que son ellos, por vez primera entre los animales irracionales, los que se abrazan con fuerza a lo que sólo se adorna gracias a las artes. Aprecian a los caballos de guerra y los perros de caza por encima de todo y se preocupan de instruir esclavos en los oficios, gastando con frecuencia mucho dinero en ellos; pero se despreocupan de sí mismos. Y, ¿no es lamentable considerar a veces que un esclavo merece mil dracmas y su propio dueño ni siquiera una?, ¡qué digo una!, alguno ni siquiera lo tomaría a su servicio gratis; ¿acaso ellos solos no se han hecho a sí mismos indignos entre todos por no haber logrado aprender arte alguna?, sobre todo porque hablan de animales irracionales en sus lecciones prácticas sobre los oficios, y porque consideran que un esclavo perezoso y sin oficio no vale para nada. Se preocupan porque sus tierras y restantes posesiones prosperen en la medida de los posible mientras se despreocupan sólo de sí mismos y, puesto que ni siquiera saben si tienen alma, es evidente que se hacen equiparables a los esclavos más necios. Así que, alguien que se pusiera cerca de un hombre así podría decirle con razón: "buen hombre, tu casa, todos tus esclavos, los caballos y los perros, tus terrenos y todo cuanto posees está en buena situación, pero tú no recibes buen trato.
Bien hicieron Demóstenes y Diógenes, el uno por llamar a los ricos incultos "cuadrúpedos cargados de dinero", el otro por compararlos con las higueras que crecen junto a los barrancos, pues de sus frutos no se alimentan los hombres, sino los cuervos o los grajos; y las riquezas de aquellos no son de ningún beneficio para los hombres de bien, al contrario, son derrochadas por sus aduladores, que, cuando sucede que a los primeros se les acaba todo el dinero, todos ellos pasan de largo fingiendo no conocerlos. Y no es que el que compara a los ricos con las higueras sea un zafio precisamente.
Realmente los que antes van a las fuentes  a sacar agua, cuando éstas ya no la tienen, se quitan la ropa y orinan. Es lógico que quienes no se distinguen más que por su dinero al verse privados de él también lo son de las demás cosas que por él consiguen. ¿Qué otra cosa les puede suceder a ellos, que no poseen ningún bien en sí mismos y siempre dependen de lo ajeno y de la suerte?"

martes, 12 de julio de 2011

El mono gramático (Octavio Paz 1914–1998)

"Frases que son lianas que son manchas de humedad que son sombras proyectadas por el fuego en una habitación no descrita que son la masa obscura de la arboleda de las hayas y los álamos azotada por el viento a unos trescientos metros de mi ventana que son demostraciones de luz y sombra a propósito de una realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el tiempo en una alegoría de sí mismo nos imparte lecciones de sabiduría tan pronto formuladas como destruidas por el más ligero parpadeo de la luz o de la sombra que no son sino el tiempo en sus encarnaciones y desencarnaciones que son las frases que escribo en este papel y que conforme las leo desaparecen:
No son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora, mientras escribo o mientras leo lo que escribo:
no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso de lo visto y de la vista -pero no son lo invisible: son el residuo no dicho,
no son el otro lado de la realidad sino el otro lado del lenguaje, lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado porque es lo contrario del nombre:
lo no dicho no es esto o aquello que callamos, tampoco es ni-esto-ni-aquello: no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir lo que veo, una congregación insubstancial pero real de vibraciones y sonidos y sentidos que al combinarse dibujan una configuración de una presencia verde-bronceada-negra-leñosa-hojosa-sonoro-silenciosa;
no, tampoco es esto, si no es un nombre menos puede ser la descripción de un nombre ni la descripción de la sensación;
el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol: es la sensación de una percepción de árbol que se disipa en el momento mismo de la percepción de la sensación de árbol;
los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos o, si lo sabíamos, lo habíamos olvidado, es que las sensaciones son percepciones de sensaciones que se disipan, sensaciones que se disipan al ser percepciones, pues si no fuesen percepciones ¿cómo sabríamos que son percepciones?;
sensaciones que no son percepciones no son sensaciones, percepciones que no son nombres ¿qué son?
si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está hueco;
y apenas digo todo-está-hueco, siento que caigo en la trampa: si todo está hueco, también está hueco el todo-está-hueco;
no, está lleno y repleto, todo-está-hueco está henchido de sí, lo que tocamos y vemos y oímos y gustamos y olemos y pensamos, las realidades que inventamos y las realidades que nos tocan, nos miran, nos oyen y nos inventan, todo lo que tejemos y destejemos y nos teje y desteje, instantáneas apariciones y desapariciones, cada una distinta y única, es siempre la misma realidad plena, siempre el mismo tejido que se teje al destejerse: aun el vacío y la misma privación son plenitud (tal vez son el ápice, el colmo y la calma de la plenitud), todo está lleno hasta los bordes, todo es real, todas esas realidades inventadas y todas esas invenciones tan reales, todos y todas, están llenos de sí, hinchados de su propia realidad;
y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan, ya no están huecos, los nombres son plétoras, son dadores, están henchidos de sangre, leche, semen, savia, están henchidos de minutos, horas, siglos, grávidos de sentidos y significados y señales, son los signos de inteligencia que el tiempo se hace a sí mismo, los nombres les chupan los tuétanos a las cosas, las cosas se mueren sobre esta página pero los nombres medran y se multiplican, las cosas se mueren para que vivan los nombres:
entre mis labios el árbol desaparece mientras lo digo y al desvanecerse aparece: míralo, torbellino de hojas y raíces y ramas y tronco en mitad del ventarrón, chorro de verde bronceada sonora hojosa realidad aquí en la página:
míralo allá, en la eminencia del terreno, míralo: opaco entre la masa opaca de los árboles, míralo irreal en su bruta realidad muda, míralo no dicho:
la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad, realidad que no habla ni dice no es realidad;
y apenas lo digo, apenas escribo con todas sus letras que no es realidad la desnuda de nombres, los nombres se evaporan, son aire, son un sonido engastado en otro sonido y en otro y en otro, un murmullo, una débil cascada de significados que se anulan:
el árbol que digo no es el árbol que veo, árbol no dice árbol, el árbol está más allá de su nombre, realidad hojosa y leñosa: impenetrable, intocable, realidad más allá de los signos, inmersa en sí misma, plantada en su propia realidad: puedo tocarla pero no puedo decirla, puedo incendiarla pero si la digo la disipo:
el árbol que está allá entre los árboles no es el árbol que digo sino una realidad que está más allá de los nombres, más allá de la palabra realidad, es la realidad tal cual, la abolición de las diferencias y la abolición también de las semejanzas;
el árbol que digo no es el árbol y el otro, el que no digo y que está allá, tras mi ventana, ya negro el tronco y el follaje todavía inflamado por el sol poniente, tampoco es árbol sino la realidad inaccesible en que está plantado:
entre uno y otro se levanta el único árbol de la sensación que es la percepción de la sensación de árbol que se disipa, pero
¿quién percibe, quién siente, quién se disipa al disiparse las sensaciones y las percepciones?
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo con cierta prisa por llegar al fin (¿cuál, qué fin) sin tener que levantarme para encender la luz eléctrica, aprovechando todavía el sol declinante que se desliza entre las ramas y las hojas del macizo de las hayas plantadas sobre una ligera eminencia
(podría decirse que es el pubis del terreno, de tal modo es femenino el paisaje entre los domos de los pequeños observatorios astronómicos y el ondulado campo deportivo del Colegio,
podría decirse que es pubis del Esplendor que se ilumina y se obscurece, mariposa doble, según se mueven las llamas de la chimenea, según crece y decrece el oleaje de la noche),
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo, inventan la realidad del que escribe esta larga frase, pero no me inventan a mí, sino a una figura del lenguaje: al escritor, una realidad que no coincide con mi propia realidad, si es que yo tengo alguna realidad que pueda llamar propia;
no, ninguna realidad es mía, ninguna me (nos) pertenece, todos habitamos en otra parte, más allá de donde estamos, todos somos una realidad distinta a la palabra yo o a la palabra nosotros,
nuestra realidad más íntima está fuera de nosotros y no es nuestra, tampoco es una sino plural, plural e instantánea, nosotros somos esa pluralidad que se dispersa, el yo es real quizá, pero el yo no es yo ni ni él, el yo no es mío ni es tuyo,
es un estado, un parpadeo, es la percepción de una sensación que se disipa, pero ¿quién o qué percibe, quién siente?
los ojos que miran lo que escribo ¿son los mismos ojos que yo digo que miran lo que escribo?
vamos y venimos entre la palabra que se extingue al pronunciarse y la sensación que se disipa en la percepción -aunque no sepamos quién es el que pronuncia la palabra ni quién es el que la percibe, aunque sepamos que aquel que percibe algo que se disipa también se disipa en esa percepción: sólo es la percepción de su propia extinción,
vamos y venimos: la realidad más allá de los nombres no es habitable y la realidad de los nombres es un perpetuo desmoronamiento, no hay nada sólido en el universo, en todo el diccionario no hay una sola palabra sobre la que reclinar la cabeza, todo es un continuo ir y venir de las cosas a los nombres a las cosas,
no, digo que voy y vengo sin cesar pero no me he movido, como el árbol no se ha movido desde que comencé a escribir,
otra vez las expresiones inexactas: comencé, escribo, ¿quién escribe esto que leo?, la pregunta es reversible: ¿qué leo al escribir: quién escribe esto que leo?,
la respuesta es reversible, las frases del fin son el revés de las frases del comienzo y ambas son las mismas frases
que son lianas que son manchas de humedad sobre un muro imaginario de una casa destruida de Galta que son las sombras proyectadas por el fuego de una chimenea encendida por dos amantes que son el catálogo de un jardín botánico tropical que son una alegoría de un capítulo de un poema épico que son la masa agitada de la arboleda de las hayas tras mi ventana mientras el viento etcétera lecciones etcétera destruidas etcétera el tiempo mismo etcétera,
las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones, etcétera, que se encienden y apagan aquí, frente a mis ojos, el residuo verbal:
lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas, percibidas y disipadas, única realidad que dejan esas realidades evaporadas y que, aunque no sea sino una combinación de signos, no es menos real que ellas:
los signos no son las presencias pero configuran otra presencia, las frases se alinean una tras otra sobre la página y al desplegarse abren un camino hacia un fin provisionalmente definitivo,
las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración de la abolición de la presencia,
sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones de los signos buscasen su abolición para que aparezcan aquellos árboles inaccesibles, inmersos en sí mismos, no dichos, que están más allá del final de esta frase,
en el otro lado, allá donde unos ojos leen esto que escribo y, al leerlo, lo disipan"


miércoles, 22 de junio de 2011

Y seréis como dioses (Erich Fromm 1900 – 1980)

El concepto de Dios

"Las palabras y los conceptos que se refieren a fenómenos vinculados con la experiencia psíquica y mental se desarrollan y crecen –o se deterioran– con la persona a cuya experiencia se refieren. Cambian a medida que ella cambia. Tienen una vida, como ella tiene una vida.
(...)
En cualquier ser viviente hay simultáneamente permanencia y cambio; de aquí que haya permanencia y cambio en cualquier concepto que refleja la experiencia de un hombre viviente. Sin embargo, que los conceptos tengan vida propia y que crezcan, es algo que puede comprenderse solamente si los conceptos no están separados de la experiencia a la que dan expresión. Si el concepto resulta alienado –es decir, separado de la experiencia a la que se refiere– pierde su realidad, y se transforma en un artefacto de la mente del hombre. De este modo se crea la ficción de que cualquiera que emplee el concepto se está refiriendo al sustrato de experiencia subyacente a él. Una vez que esto ocurre –y este proceso de alienación de los conceptos es la regla más bien que la excepción–, la idea que expresaba una experiencia se ha transformado en una ideología, que usurpa el lugar de la realidad subyacente que está en el interior del ser humano viviente. La historia se convierte entonces en una historia de las ideologías, en lugar de ser la historia de los hombres concretos, reales, que son los productores de sus ideas.
(...)
¿A qué realidad de la experiencia humana se refiere el concepto de Dios? ¿Es el Dios de Abraham el mismo que el Dios de Moisés, de Isaías, de Maimónides, de Meister Eckhart, de Spinoza? Y si no es el mismo, ¿existe, a pesar de ello, algún sustrato experiencial común al concepto, tal como fue usado por estos distintos hombres, o podría suceder que mientras existe un fundamento común en el caso de alguno de ellos, éste no exista en lo que se refiere a otros?
Que una idea, la expresión conceptual de una experiencia humana, sea tan propensa a transformarse en una ideología, es algo que tiene su razón de ser no solamente en el miedo del hombre a entregarse plenamente a la experiencia, sino también en la naturaleza misma de la relación entre experiencia e idea (conceptualización). Un concepto nunca puede expresar adecuadamente la experiencia a la que se refiere. Apunta hacia ella, pero no es ella. Es, como dice el budismo Zen, el "dedo que señala hacia la luna"... pero no es la luna. Una persona puede referirse a su experiencia mediante el concepto a o el símbolo x; un grupo de personas puede usar el concepto a o el símbolo x  para denotar una experiencia común que comparten. En este caso –aun si el concepto no está alienado de la experiencia– el concepto, o el símbolo, es solamente una expresión aproximada de la experiencia. Esto sucede necesariamente así porque nunca la experiencia de una persona es idéntica a la experiencia de otra; solamente puede acercarse a ella lo suficiente como para permitir el uso de un símbolo común o concepto. (De hecho, hasta la experiencia de una misma persona no es nunca exactamente la misma en ocasiones diferentes, porque nadie es exactamente el mismo en dos momentos diferentes de su vida.) El concepto y el símbolo tienen la gran ventaja de permitir a la gente comunicar sus experiencias; tienen la tremenda desventaja de que se prestan fácilmente a un uso alienado.
Hay otro factor que contribuye, además, al desarrollo de la alienación y la "ideologización". El afán de sistematización y totalización es, al parecer, una tendencia inherente al pensamiento humano. (Una raíz de esta tendencia consiste, probablemente, en el afán, característico del hombre, de obtener la certeza, afán muy comprensible, vista la naturaleza precaria de la experiencia humana.) Cuando conocemos algunos fragmentos de la realidad, queremos completarlos, para que "tengan sentido", de un modo sistemático. Sin embargo, por la naturaleza misma de las limitaciones del hombre, nunca logramos un conocimiento completo, sino solamente fragmentario. Entonces tendemos a fabricar algunas piezas adicionales para añadirlas a los fragmentos y formar con ellas un todo, un sistema. Muchas veces falta la conciencia de la diferencia cualitativa entre los "fragmentos" y los "añadidos", porque el anhelo de certeza es muy intenso.
(...)
En la época en que el hombre tenía un conocimiento fragmentario de la posibilidad de resolver el problema de la existencia humana mediante el pleno desarrollo de sus capacidades humanas, cuando sintió que podía encontrar la armonía mediante el progreso hacia el pleno desarrollo del amor y de la razón en vez del trágico intento de retroceder a la naturaleza y eliminar la razón, le dio a esta nueva visión, a esta x muchos nombres: Brahma, Nirvana, Tao, Dios. Este proceso tuvo lugar en todo el mundo en el milenio comprendido entre el 1500 y el 500 a. de C., en Egipto, Palestina, India, China y Grecia. La naturaleza de estos diferentes conceptos dependió de las bases económicas, sociales y políticas de las respectivas culturas y clases sociales, y de los esquemas de pensamiento que surgieron de ellas. Pero la x, la meta, se convirtió pronto en un absoluto; en torno de él se construyó un sistema; los espacios vacíos fueron rellenados mediante muchas suposiciones ficticias, hasta que desapareció casi lo que hay de común en la visión bajo el peso de las "adiciones ficticias" producidas por cada sistema.
Todo progreso en la ciencia, en las ideas políticas, en la religión y en la filosofía tiende a crear ideologías que compiten y luchan entre sí. Además, este proceso es ayudado por el hecho de que, apenas el sistema de pensamiento se convierte en el núcleo de una organización, surge una burocracia que, con el fin de retener el poder y el control, procura hacer resaltar más las diferencias que lo que se comparte, y que, por lo tanto, está interesada en hacer que las adiciones ficticias sean tan importantes o más que los fragmentos originales. Así, la filosofía, la religión, las ideas políticas, y, algunas veces, la misma ciencia, se transforman en ideologías controladas por los respectivos burócratas.
(...)
El concepto de Dios en el Antiguo Testamento tiene su vida propia y una evolución paralela a la evolución cumplida por un pueblo en un lapso de mil doscientos años. Hay un elemento común de experiencia al que se alude con el concepto de Dios, pero hay también un cambio constante que tiene lugar en esta experiencia y, por consiguiente, en el significado de esta palabra y en el concepto. Lo que hay de común es la idea de que ni la naturaleza ni los artefactos constituyen la realidad última, o el valor supremo, sino que sólo existe el UNO que representa el fin supremo del hombre: encontrar la unión con el mundo mediante el pleno desarrollo de sus capacidades específicamente humanas de amor y de razón."

viernes, 10 de junio de 2011

Aforismos sobre el yoga ( Patañjali –siglo III a. C.– )

"Por "vidente" se entiende el alma, la cual conoce por reflejo la mente. Lo "visible" está representado por el conjunto de las diversas propiedades cuando coinciden en el sattva (pureza) de la mente. Este visible, igual que el imán, resulta eficiente por el simple hecho de estar tan próximo; de modo que, al ser visto, se convierte en propiedad del alma –cuya naturaleza es justamente el ver–, que, por lo tanto, se hace dueña. Además de esto, lo visible, aunque por su naturaleza sea independiente, asume una forma diversa, convirtiéndose así en objeto de la experiencia y de la acción para el alma. Por consiguiente, al servir un fin ajeno, lo visible se hace dependiente. La unión –que nosotros llamamos causa de lo que hay que evitar, o sea, causa del dolor–, la unión, digo, sin principio entre estos dos, la vidente y el poder de ver, se realiza con un fin. "El remedio contra el dolor sería definitivo si se evitara dicha unión". ¿Por qué? Porque es evidente que sólo éste puede ser el remedio para evitar la causa del dolor. Un ejemplo: la planta del pie tiene disposición a ser pinchada, mientras que la espina tiene disposición a pinchar. Ahora bien, se evita el pinchazo al no poner la planta del pie sobre la espina o bien protegiéndolo con una sandalia. Quien, en este mundo, conoce estas tres cosas (pinchazo, su causa y el modo de evitarlo) será capaz de usar el remedio, no incurriendo así en el dolor provocado por el pinchazo; naturalmente, esto es posible con tal de que se dé cuenta de estos tres factores. Ahora bien, en nuestro caso, el sattva (correspondiente a la planta del pie) es lo que sufre dolor debido al rajas (pasión activa), que será, por lo tanto, el factor del dolor (correspondiente a la espina). ¿Por qué? Porque la actividad del factor de dolor debe dirigirse a un objeto, y tomará como propio objeto el sattva, dejando inmune al alma, la cual es inmutable e inactiva. Sin embargo, y puesto que el objeto siempre está en evidencia ante el alma, cuando el sattva es herido por el dolor, el alma, reflejándose en él, aparece también como dolorida".

Aclaración

Las tres gunas o modalidades de prakriti (la materia) son:
Sattva: cualidad de pureza.
Rayas o rajas: pasión activa.
Tamas: inactividad, oscuridad y pereza.