martes, 13 de septiembre de 2011

El profeta (Khalil Gibran)

El Amor

Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal como el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como el trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscareis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee si es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: "Dios está en mi corazón", sino más bien: "Yo estoy en el corazón de Dios."
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber el dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.

La Belleza

Y un poeta dijo: Háblanos de la Belleza.
Y él respondió:
¿Dónde buscaréis la belleza y cómo haréis para encontrarla a menos que ella misma sea vuestro camino y vuestro guía? ¿Y cómo hablaréis de ella, a menos que ella misma teja vuestro hablar?
El agraviado y el injuriado dicen: "La belleza es gentil y buena.
Camina entre nosotros como una madre joven, casi avergonzada de su propia gloria."
Y el apasionado dice: "No, la belleza es cosa de poder y temor, como una tempestad sacude la tierra bajo vuestros pies y el cielo sobre nosotros."
El cansado y rendido dice: "La belleza es hecha de blandos murmullos. Habló en nuestro espíritu.
Su voz se rinde a nuestros silencios como una débil luz que se estremece de miedo a las sombras."
Pero el inquieto dice: "La hemos oído dar voces entre las montañas.
Y, con sus voces, se oyó rodar de cascos y batir de alas y rugir de leones."
Durante la noche, los serenos de la ciudad dicen: "La belleza vendrá del este, con el alba."
Y, al mediodía, los trabajadores y los viajeros dicen: "La hemos visto inclinarse sobre la tierra desde las ventanas del atardecer."
En el invierno, dice el que se halla entre la nieve: "Vendrá con la primavera, saltando sobre las colinas."
Y, en el calor del verano, los cosechadores dicen: "La vimos danzando con las hojas de otoño y tenía un torbellino de nieve en su pelo."
Todas estas cosas habéis dicho de la belleza.
Pero, en verdad, hablasteis, no de ella, sin de vuestras necesidades insatisfechas.
Y la belleza no es una necesidad, sino un éxtasis.
No es una sedienta boca, ni una vacía mano extendida.
Sino, más bien, un corazón ardiente y un alma encantada:
No es la imagen que veis ni la canción que oís.
Sino, más bien, una imagen que veis cerrando los ojos y una canción que oís tapándoos los oídos.
No es la sabia que corre debajo de la rugosa corteza, ni el ala prendida a una garra.
Sino, más bien, un jardín enternamente en flor y una bandada de ángeles en vuelo eternamente.
Pueblo de Orfalese, la belleza es la vida, cuando la vida descubre su sagrado rostro.
Pero vosotros sois la vida y vosotros sois el velo.
La belleza es la eternidad que se contempla a sí misma en un espejo.
Pero vosotros sois la eternidad y vosotros sois el espejo.

La Religión

Y un viejo sacerdote dijo: Háblanos de la Religión.
Y él respondió:
¿Acaso he hablado hoy de otra cosa?
¿No son todos los actos y todas las reflexiones, religión? ¿Y aun aquello que no es acto ni pensamiento, sino un milagro y una sorpresa brotando siempre en el alma, aun cuando las manos pican la piedra o atienden el telar?
¿Quién puede separar su fe de sus acciones o sus creencias de sus ocupaciones?
¿Quién puede desplegar sus horas ante sí mismo diciendo: "Esto para Dios y esto para mí; esto para mi alma y esto para mi cuerpo?"
Todas nuestras horas son alas que baten a través del espacio de persona a persona.
El que usa su moralidad como su más bella vestidura mejor estaría desnudo.
El sol y el viento no desgarrarían su piel.
Y aquel que defiende su conducta por medio de normas, apresará su pájaro cantor en una jaula.
El canto más libre no sale detrás de alambres ni barrotes.
Y aquél para quien la adoración es una ventana que puede abrirse pero también cerrarse, no ha visitado aún la mansión de su espíritu cuyas ventanas se extienden desde el alba hasta el alba.
Vuestra vida de todos los días es vuestro templo y vuestra religión.
Cada vez que en él entréis llevad con vosotros todo lo que tenéis.
Llevad el arado y la fragua, el martillo y el laúd.
Las cosas que habéis hecho por gusto o por necesidad. Porque en recuerdos, no podéis elevaros por encima de vuestras obras ni caer más bajo que vuestros fracasos.
Y llevad con vosotros a todos los hombres.
Porque, en la adoración, no podéis volar más alto que sus esperanzas ni humillaros más bajo que su desesperación.

jueves, 25 de agosto de 2011

Exhortación al aprendizaje de las artes (Galeno 130–200 d. C.)

A los seguidores de la Fortuna

"A los que siguen a la Fortuna se les puede llamar inactivos e imperitos en todas las artes, transportados siempre sobre el carro de las esperanzas y en pos de la diosa que corre, unos cerca, otros más lejos, y algunos agarrados de su mano. (...) Si pasas revista a los que desde lejos persiguen a la diosa en su carrera pero no la alcanzan, odiarás sin tregua a este coro, pues allí hay muchos demagogos, cortesanas, prostitutas baratas y delatores de amigos; hay asesinos, profanadores de tumbas y bandidos, muchos de los cuales ni siquiera han tenido miramientos con los propios dioses, sino que han saqueado sus templos.
(...)

Los seguidores de Hermes

Sin embargo, el otro coro está constituido por personas comedidas, operarios de las artes; no corren ni vocean ni se pelean unos con otros, sino que el dios está en medio de ellos y ellos lo rodean ordenados en perfecta formación, cada uno sin abandonar el puesto que aquél les dio. Unos están lo más cerca posible del dios, colocados en círculo alrededor de él, son los geómetras, los matemáticos, filósofos, médicos, astrónomos y gramáticos. Inmediatamente después de éstos hay otro coro, el de los pintores, escultores, maestros, carpinteros, constructores y tallistas. Y tras ellos en una tercera fila, todas las restantes artes dispuestas una por una del siguiente modo: dirigen sus ojos hacia el dios, obedeciendo la orden común que parte de él. En compañía de este dios se puede ver allí a muchos otros, que constituyen una cuarta fila que sobresale entre las demás y que no es del mismo estilo que la de aquellos que acompañaban a la Fortuna, pues este dios no suele escoger a los mejores en dignidad social, ni en distinciones de linaje, ni en riqueza, sino a los que viven de modo virtuoso y sobresalen cada uno en su arte correspondiente, y estima a los que obedecen sus órdenes y a los que desempeñan sus oficios de una manera legal; los considera por encima de los demás, conservándolos siempre en torno a él.
Al ver la categoría de este coro, no sólo lo envidiarás, sino que incluso te inclinarás ante él. En él está Sócrates, Homero, Hipócrates, Platón y todos sus seguidores, a quienes veneramos como si fueran iguales a los dioses, ellos son enviados y servidores de ese dios.
De entre los demás nadie ha sido jamás desatendido por él, ya que no sólo se ha ocupado de los que quedan, sino que también es compañero de viaje de los que navegan y no abandonan a los náufragos.


Las riquezas

Muchos de los desgraciados que para todo ponen su mirada en las riquezas, por abrazarse aferradamente al oro y la plata y ceñirse con ellos el cuerpo, cuando se hallan en una situación de naufragio, pierden para su propio perjuicio, además de aquello otro, la vida, sin ser capaces de tener conciencia de que son ellos, por vez primera entre los animales irracionales, los que se abrazan con fuerza a lo que sólo se adorna gracias a las artes. Aprecian a los caballos de guerra y los perros de caza por encima de todo y se preocupan de instruir esclavos en los oficios, gastando con frecuencia mucho dinero en ellos; pero se despreocupan de sí mismos. Y, ¿no es lamentable considerar a veces que un esclavo merece mil dracmas y su propio dueño ni siquiera una?, ¡qué digo una!, alguno ni siquiera lo tomaría a su servicio gratis; ¿acaso ellos solos no se han hecho a sí mismos indignos entre todos por no haber logrado aprender arte alguna?, sobre todo porque hablan de animales irracionales en sus lecciones prácticas sobre los oficios, y porque consideran que un esclavo perezoso y sin oficio no vale para nada. Se preocupan porque sus tierras y restantes posesiones prosperen en la medida de los posible mientras se despreocupan sólo de sí mismos y, puesto que ni siquiera saben si tienen alma, es evidente que se hacen equiparables a los esclavos más necios. Así que, alguien que se pusiera cerca de un hombre así podría decirle con razón: "buen hombre, tu casa, todos tus esclavos, los caballos y los perros, tus terrenos y todo cuanto posees está en buena situación, pero tú no recibes buen trato.
Bien hicieron Demóstenes y Diógenes, el uno por llamar a los ricos incultos "cuadrúpedos cargados de dinero", el otro por compararlos con las higueras que crecen junto a los barrancos, pues de sus frutos no se alimentan los hombres, sino los cuervos o los grajos; y las riquezas de aquellos no son de ningún beneficio para los hombres de bien, al contrario, son derrochadas por sus aduladores, que, cuando sucede que a los primeros se les acaba todo el dinero, todos ellos pasan de largo fingiendo no conocerlos. Y no es que el que compara a los ricos con las higueras sea un zafio precisamente.
Realmente los que antes van a las fuentes  a sacar agua, cuando éstas ya no la tienen, se quitan la ropa y orinan. Es lógico que quienes no se distinguen más que por su dinero al verse privados de él también lo son de las demás cosas que por él consiguen. ¿Qué otra cosa les puede suceder a ellos, que no poseen ningún bien en sí mismos y siempre dependen de lo ajeno y de la suerte?"

martes, 12 de julio de 2011

El mono gramático (Octavio Paz 1914–1998)

"Frases que son lianas que son manchas de humedad que son sombras proyectadas por el fuego en una habitación no descrita que son la masa obscura de la arboleda de las hayas y los álamos azotada por el viento a unos trescientos metros de mi ventana que son demostraciones de luz y sombra a propósito de una realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el tiempo en una alegoría de sí mismo nos imparte lecciones de sabiduría tan pronto formuladas como destruidas por el más ligero parpadeo de la luz o de la sombra que no son sino el tiempo en sus encarnaciones y desencarnaciones que son las frases que escribo en este papel y que conforme las leo desaparecen:
No son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora, mientras escribo o mientras leo lo que escribo:
no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso de lo visto y de la vista -pero no son lo invisible: son el residuo no dicho,
no son el otro lado de la realidad sino el otro lado del lenguaje, lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado porque es lo contrario del nombre:
lo no dicho no es esto o aquello que callamos, tampoco es ni-esto-ni-aquello: no es el árbol que digo que veo sino la sensación que siento al sentir que lo veo en el momento en que voy a decir lo que veo, una congregación insubstancial pero real de vibraciones y sonidos y sentidos que al combinarse dibujan una configuración de una presencia verde-bronceada-negra-leñosa-hojosa-sonoro-silenciosa;
no, tampoco es esto, si no es un nombre menos puede ser la descripción de un nombre ni la descripción de la sensación;
el árbol no es el nombre árbol, tampoco es una sensación de árbol: es la sensación de una percepción de árbol que se disipa en el momento mismo de la percepción de la sensación de árbol;
los nombres, ya lo sabemos, están huecos, pero lo que no sabíamos o, si lo sabíamos, lo habíamos olvidado, es que las sensaciones son percepciones de sensaciones que se disipan, sensaciones que se disipan al ser percepciones, pues si no fuesen percepciones ¿cómo sabríamos que son percepciones?;
sensaciones que no son percepciones no son sensaciones, percepciones que no son nombres ¿qué son?
si no lo sabías, ahora lo sabes: todo está hueco;
y apenas digo todo-está-hueco, siento que caigo en la trampa: si todo está hueco, también está hueco el todo-está-hueco;
no, está lleno y repleto, todo-está-hueco está henchido de sí, lo que tocamos y vemos y oímos y gustamos y olemos y pensamos, las realidades que inventamos y las realidades que nos tocan, nos miran, nos oyen y nos inventan, todo lo que tejemos y destejemos y nos teje y desteje, instantáneas apariciones y desapariciones, cada una distinta y única, es siempre la misma realidad plena, siempre el mismo tejido que se teje al destejerse: aun el vacío y la misma privación son plenitud (tal vez son el ápice, el colmo y la calma de la plenitud), todo está lleno hasta los bordes, todo es real, todas esas realidades inventadas y todas esas invenciones tan reales, todos y todas, están llenos de sí, hinchados de su propia realidad;
y apenas lo digo, se vacían: las cosas se vacían y los nombres se llenan, ya no están huecos, los nombres son plétoras, son dadores, están henchidos de sangre, leche, semen, savia, están henchidos de minutos, horas, siglos, grávidos de sentidos y significados y señales, son los signos de inteligencia que el tiempo se hace a sí mismo, los nombres les chupan los tuétanos a las cosas, las cosas se mueren sobre esta página pero los nombres medran y se multiplican, las cosas se mueren para que vivan los nombres:
entre mis labios el árbol desaparece mientras lo digo y al desvanecerse aparece: míralo, torbellino de hojas y raíces y ramas y tronco en mitad del ventarrón, chorro de verde bronceada sonora hojosa realidad aquí en la página:
míralo allá, en la eminencia del terreno, míralo: opaco entre la masa opaca de los árboles, míralo irreal en su bruta realidad muda, míralo no dicho:
la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad, realidad que no habla ni dice no es realidad;
y apenas lo digo, apenas escribo con todas sus letras que no es realidad la desnuda de nombres, los nombres se evaporan, son aire, son un sonido engastado en otro sonido y en otro y en otro, un murmullo, una débil cascada de significados que se anulan:
el árbol que digo no es el árbol que veo, árbol no dice árbol, el árbol está más allá de su nombre, realidad hojosa y leñosa: impenetrable, intocable, realidad más allá de los signos, inmersa en sí misma, plantada en su propia realidad: puedo tocarla pero no puedo decirla, puedo incendiarla pero si la digo la disipo:
el árbol que está allá entre los árboles no es el árbol que digo sino una realidad que está más allá de los nombres, más allá de la palabra realidad, es la realidad tal cual, la abolición de las diferencias y la abolición también de las semejanzas;
el árbol que digo no es el árbol y el otro, el que no digo y que está allá, tras mi ventana, ya negro el tronco y el follaje todavía inflamado por el sol poniente, tampoco es árbol sino la realidad inaccesible en que está plantado:
entre uno y otro se levanta el único árbol de la sensación que es la percepción de la sensación de árbol que se disipa, pero
¿quién percibe, quién siente, quién se disipa al disiparse las sensaciones y las percepciones?
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo con cierta prisa por llegar al fin (¿cuál, qué fin) sin tener que levantarme para encender la luz eléctrica, aprovechando todavía el sol declinante que se desliza entre las ramas y las hojas del macizo de las hayas plantadas sobre una ligera eminencia
(podría decirse que es el pubis del terreno, de tal modo es femenino el paisaje entre los domos de los pequeños observatorios astronómicos y el ondulado campo deportivo del Colegio,
podría decirse que es pubis del Esplendor que se ilumina y se obscurece, mariposa doble, según se mueven las llamas de la chimenea, según crece y decrece el oleaje de la noche),
ahora mismo mis ojos, al leer esto que escribo, inventan la realidad del que escribe esta larga frase, pero no me inventan a mí, sino a una figura del lenguaje: al escritor, una realidad que no coincide con mi propia realidad, si es que yo tengo alguna realidad que pueda llamar propia;
no, ninguna realidad es mía, ninguna me (nos) pertenece, todos habitamos en otra parte, más allá de donde estamos, todos somos una realidad distinta a la palabra yo o a la palabra nosotros,
nuestra realidad más íntima está fuera de nosotros y no es nuestra, tampoco es una sino plural, plural e instantánea, nosotros somos esa pluralidad que se dispersa, el yo es real quizá, pero el yo no es yo ni ni él, el yo no es mío ni es tuyo,
es un estado, un parpadeo, es la percepción de una sensación que se disipa, pero ¿quién o qué percibe, quién siente?
los ojos que miran lo que escribo ¿son los mismos ojos que yo digo que miran lo que escribo?
vamos y venimos entre la palabra que se extingue al pronunciarse y la sensación que se disipa en la percepción -aunque no sepamos quién es el que pronuncia la palabra ni quién es el que la percibe, aunque sepamos que aquel que percibe algo que se disipa también se disipa en esa percepción: sólo es la percepción de su propia extinción,
vamos y venimos: la realidad más allá de los nombres no es habitable y la realidad de los nombres es un perpetuo desmoronamiento, no hay nada sólido en el universo, en todo el diccionario no hay una sola palabra sobre la que reclinar la cabeza, todo es un continuo ir y venir de las cosas a los nombres a las cosas,
no, digo que voy y vengo sin cesar pero no me he movido, como el árbol no se ha movido desde que comencé a escribir,
otra vez las expresiones inexactas: comencé, escribo, ¿quién escribe esto que leo?, la pregunta es reversible: ¿qué leo al escribir: quién escribe esto que leo?,
la respuesta es reversible, las frases del fin son el revés de las frases del comienzo y ambas son las mismas frases
que son lianas que son manchas de humedad sobre un muro imaginario de una casa destruida de Galta que son las sombras proyectadas por el fuego de una chimenea encendida por dos amantes que son el catálogo de un jardín botánico tropical que son una alegoría de un capítulo de un poema épico que son la masa agitada de la arboleda de las hayas tras mi ventana mientras el viento etcétera lecciones etcétera destruidas etcétera el tiempo mismo etcétera,
las frases que escribo sobre este papel son las sensaciones, las percepciones, las imaginaciones, etcétera, que se encienden y apagan aquí, frente a mis ojos, el residuo verbal:
lo único que queda de las realidades sentidas, imaginadas, pensadas, percibidas y disipadas, única realidad que dejan esas realidades evaporadas y que, aunque no sea sino una combinación de signos, no es menos real que ellas:
los signos no son las presencias pero configuran otra presencia, las frases se alinean una tras otra sobre la página y al desplegarse abren un camino hacia un fin provisionalmente definitivo,
las frases configuran una presencia que se disipa, son la configuración de la abolición de la presencia,
sí, es como si todas esas presencias tejidas por las configuraciones de los signos buscasen su abolición para que aparezcan aquellos árboles inaccesibles, inmersos en sí mismos, no dichos, que están más allá del final de esta frase,
en el otro lado, allá donde unos ojos leen esto que escribo y, al leerlo, lo disipan"


miércoles, 22 de junio de 2011

Y seréis como dioses (Erich Fromm 1900 – 1980)

El concepto de Dios

"Las palabras y los conceptos que se refieren a fenómenos vinculados con la experiencia psíquica y mental se desarrollan y crecen –o se deterioran– con la persona a cuya experiencia se refieren. Cambian a medida que ella cambia. Tienen una vida, como ella tiene una vida.
(...)
En cualquier ser viviente hay simultáneamente permanencia y cambio; de aquí que haya permanencia y cambio en cualquier concepto que refleja la experiencia de un hombre viviente. Sin embargo, que los conceptos tengan vida propia y que crezcan, es algo que puede comprenderse solamente si los conceptos no están separados de la experiencia a la que dan expresión. Si el concepto resulta alienado –es decir, separado de la experiencia a la que se refiere– pierde su realidad, y se transforma en un artefacto de la mente del hombre. De este modo se crea la ficción de que cualquiera que emplee el concepto se está refiriendo al sustrato de experiencia subyacente a él. Una vez que esto ocurre –y este proceso de alienación de los conceptos es la regla más bien que la excepción–, la idea que expresaba una experiencia se ha transformado en una ideología, que usurpa el lugar de la realidad subyacente que está en el interior del ser humano viviente. La historia se convierte entonces en una historia de las ideologías, en lugar de ser la historia de los hombres concretos, reales, que son los productores de sus ideas.
(...)
¿A qué realidad de la experiencia humana se refiere el concepto de Dios? ¿Es el Dios de Abraham el mismo que el Dios de Moisés, de Isaías, de Maimónides, de Meister Eckhart, de Spinoza? Y si no es el mismo, ¿existe, a pesar de ello, algún sustrato experiencial común al concepto, tal como fue usado por estos distintos hombres, o podría suceder que mientras existe un fundamento común en el caso de alguno de ellos, éste no exista en lo que se refiere a otros?
Que una idea, la expresión conceptual de una experiencia humana, sea tan propensa a transformarse en una ideología, es algo que tiene su razón de ser no solamente en el miedo del hombre a entregarse plenamente a la experiencia, sino también en la naturaleza misma de la relación entre experiencia e idea (conceptualización). Un concepto nunca puede expresar adecuadamente la experiencia a la que se refiere. Apunta hacia ella, pero no es ella. Es, como dice el budismo Zen, el "dedo que señala hacia la luna"... pero no es la luna. Una persona puede referirse a su experiencia mediante el concepto a o el símbolo x; un grupo de personas puede usar el concepto a o el símbolo x  para denotar una experiencia común que comparten. En este caso –aun si el concepto no está alienado de la experiencia– el concepto, o el símbolo, es solamente una expresión aproximada de la experiencia. Esto sucede necesariamente así porque nunca la experiencia de una persona es idéntica a la experiencia de otra; solamente puede acercarse a ella lo suficiente como para permitir el uso de un símbolo común o concepto. (De hecho, hasta la experiencia de una misma persona no es nunca exactamente la misma en ocasiones diferentes, porque nadie es exactamente el mismo en dos momentos diferentes de su vida.) El concepto y el símbolo tienen la gran ventaja de permitir a la gente comunicar sus experiencias; tienen la tremenda desventaja de que se prestan fácilmente a un uso alienado.
Hay otro factor que contribuye, además, al desarrollo de la alienación y la "ideologización". El afán de sistematización y totalización es, al parecer, una tendencia inherente al pensamiento humano. (Una raíz de esta tendencia consiste, probablemente, en el afán, característico del hombre, de obtener la certeza, afán muy comprensible, vista la naturaleza precaria de la experiencia humana.) Cuando conocemos algunos fragmentos de la realidad, queremos completarlos, para que "tengan sentido", de un modo sistemático. Sin embargo, por la naturaleza misma de las limitaciones del hombre, nunca logramos un conocimiento completo, sino solamente fragmentario. Entonces tendemos a fabricar algunas piezas adicionales para añadirlas a los fragmentos y formar con ellas un todo, un sistema. Muchas veces falta la conciencia de la diferencia cualitativa entre los "fragmentos" y los "añadidos", porque el anhelo de certeza es muy intenso.
(...)
En la época en que el hombre tenía un conocimiento fragmentario de la posibilidad de resolver el problema de la existencia humana mediante el pleno desarrollo de sus capacidades humanas, cuando sintió que podía encontrar la armonía mediante el progreso hacia el pleno desarrollo del amor y de la razón en vez del trágico intento de retroceder a la naturaleza y eliminar la razón, le dio a esta nueva visión, a esta x muchos nombres: Brahma, Nirvana, Tao, Dios. Este proceso tuvo lugar en todo el mundo en el milenio comprendido entre el 1500 y el 500 a. de C., en Egipto, Palestina, India, China y Grecia. La naturaleza de estos diferentes conceptos dependió de las bases económicas, sociales y políticas de las respectivas culturas y clases sociales, y de los esquemas de pensamiento que surgieron de ellas. Pero la x, la meta, se convirtió pronto en un absoluto; en torno de él se construyó un sistema; los espacios vacíos fueron rellenados mediante muchas suposiciones ficticias, hasta que desapareció casi lo que hay de común en la visión bajo el peso de las "adiciones ficticias" producidas por cada sistema.
Todo progreso en la ciencia, en las ideas políticas, en la religión y en la filosofía tiende a crear ideologías que compiten y luchan entre sí. Además, este proceso es ayudado por el hecho de que, apenas el sistema de pensamiento se convierte en el núcleo de una organización, surge una burocracia que, con el fin de retener el poder y el control, procura hacer resaltar más las diferencias que lo que se comparte, y que, por lo tanto, está interesada en hacer que las adiciones ficticias sean tan importantes o más que los fragmentos originales. Así, la filosofía, la religión, las ideas políticas, y, algunas veces, la misma ciencia, se transforman en ideologías controladas por los respectivos burócratas.
(...)
El concepto de Dios en el Antiguo Testamento tiene su vida propia y una evolución paralela a la evolución cumplida por un pueblo en un lapso de mil doscientos años. Hay un elemento común de experiencia al que se alude con el concepto de Dios, pero hay también un cambio constante que tiene lugar en esta experiencia y, por consiguiente, en el significado de esta palabra y en el concepto. Lo que hay de común es la idea de que ni la naturaleza ni los artefactos constituyen la realidad última, o el valor supremo, sino que sólo existe el UNO que representa el fin supremo del hombre: encontrar la unión con el mundo mediante el pleno desarrollo de sus capacidades específicamente humanas de amor y de razón."

viernes, 10 de junio de 2011

Aforismos sobre el yoga ( Patañjali –siglo III a. C.– )

"Por "vidente" se entiende el alma, la cual conoce por reflejo la mente. Lo "visible" está representado por el conjunto de las diversas propiedades cuando coinciden en el sattva (pureza) de la mente. Este visible, igual que el imán, resulta eficiente por el simple hecho de estar tan próximo; de modo que, al ser visto, se convierte en propiedad del alma –cuya naturaleza es justamente el ver–, que, por lo tanto, se hace dueña. Además de esto, lo visible, aunque por su naturaleza sea independiente, asume una forma diversa, convirtiéndose así en objeto de la experiencia y de la acción para el alma. Por consiguiente, al servir un fin ajeno, lo visible se hace dependiente. La unión –que nosotros llamamos causa de lo que hay que evitar, o sea, causa del dolor–, la unión, digo, sin principio entre estos dos, la vidente y el poder de ver, se realiza con un fin. "El remedio contra el dolor sería definitivo si se evitara dicha unión". ¿Por qué? Porque es evidente que sólo éste puede ser el remedio para evitar la causa del dolor. Un ejemplo: la planta del pie tiene disposición a ser pinchada, mientras que la espina tiene disposición a pinchar. Ahora bien, se evita el pinchazo al no poner la planta del pie sobre la espina o bien protegiéndolo con una sandalia. Quien, en este mundo, conoce estas tres cosas (pinchazo, su causa y el modo de evitarlo) será capaz de usar el remedio, no incurriendo así en el dolor provocado por el pinchazo; naturalmente, esto es posible con tal de que se dé cuenta de estos tres factores. Ahora bien, en nuestro caso, el sattva (correspondiente a la planta del pie) es lo que sufre dolor debido al rajas (pasión activa), que será, por lo tanto, el factor del dolor (correspondiente a la espina). ¿Por qué? Porque la actividad del factor de dolor debe dirigirse a un objeto, y tomará como propio objeto el sattva, dejando inmune al alma, la cual es inmutable e inactiva. Sin embargo, y puesto que el objeto siempre está en evidencia ante el alma, cuando el sattva es herido por el dolor, el alma, reflejándose en él, aparece también como dolorida".

Aclaración

Las tres gunas o modalidades de prakriti (la materia) son:
Sattva: cualidad de pureza.
Rayas o rajas: pasión activa.
Tamas: inactividad, oscuridad y pereza.

lunes, 30 de mayo de 2011

Rubaiyyat (Omar khayyam)

Prólogo (Ramón Hervás)

"¿Quién es ese hombre triste y bravo que camina sobre la tierra llena de colores? La pregunta es obvia, pues es el mismo Khayyam el que pasa sobre la tierra, pero no con el rictus vindicativo del amargado sino con la sonrisa del hombre ya consolado por un perfume de jazmín o por la mirada de una mujer. Una sonrisa impregnada de consuelo pero también de tristeza, pues "ningún sultán es más feliz que yo ni ningún mendigo es más triste."

El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio.
Toda la ciencia de los hombres: palabras.
Los pueblos, las bestias y las flores de los siete climas: sombras.
El resultado de tu meditación perpetua: nada.

¿Quién es este místico desesperado que cansado de buscar respuestas desarrolla un filosofía tan amarga e irónica? ¿Quién es ese hedonista que sulfura con sus blasfemias a los hipócritas ulemas? ¿Quién es ese impío que tiene el coraje de manifestar sus dudas, sus recelos, sobre todas aquellas ideas que a su alrededor se veneran como dogmas inflexibles?
(...)
Omar Ibn Ibrahim Khayyam nació en Nichapur, en el Korassam, hacia el año 1040 de la era cristiana. (...) Humilde, Khayyam es también un desesperado que se oculta tras una máscara que ahoga un sollozo. ¿Le atormenta el misterio de la creación del universo? ¿O el misterio tanto más próximo de la condición humana? ¿El misterio conmovedor del amante dormido abrazado a una muchacha? ¿El misterio de la sonrisa del niño? ¿O ese enigma aún más insondable del mendigo hambriento que bendice a Dios antes de tenderse en su estera? (...) "La injusticia –dice Cioram– gobierna el universo... Todo lo que se construye, todo lo que se deshace, lleva la impronta de una fragilidad inmunda, como si la materia fuera el producto de un escándalo en el seno de la nada". Yo estoy en el mundo pero no soy el mundo, dicen los gnósticos. Por su parte, Omar, cuya carpe-diem es más dulce que la de Horacio, se transparenta en su serenidad dolorosa, en esa paz espiritual que conquista no sin esfuerzos ni heridas a lo largo de toda una vida de incesantes búsquedas. ¿Y cuál es el resultado de todo su esfuerzo, de todas sus zozobras, de todos sus sobresaltos protoplásmicos? "El mismo que el de tu meditación perpetua: nada."

Rubaiyyat o cuartetas de Omar Khayyam

Todo el mundo sabe que jamás he murmurado una plegaria.
Todo el mundo sabe que nunca he intentado simular mis defectos.
Ignoro si existe una Justicia y una Misericordia...
Sin embargo tengo confianza, porque siempre he sido sincero.

Procura que tu prójimo no tenga que sufrir de tu sabiduría.
Domínate siempre, no te abandones a la cólera.
Si quieres encaminarte a la paz definitiva, sonríe
al Destino que te hiere y no hieras a nadie.

En este mundo, conténtate con pocos amigos.
No trates de que perdure la simpatía que puedas sentir por alguien.
Antes de tomar la mano de un hombre,
pregúntale si ella no te golpeará un día.

¡Qué vil, este corazón que no sabe amar,
que no puede embriagarse de amor!
Si tú no amas, ¿cómo puedes apreciar
la cegadora luz del sol y la suave claridad de la luna?

Más allá de la Tierra, más allá del Infinito,
intentaba ver el Cielo y el Infierno.
Y una voz solemne me dijo:
"El Cielo y el Infierno están en ti".

Tan rápidos como el agua del río
o el viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días, sin embargo, me dejan indiferente:
el que partió ayer y el que llegará mañana.

Olvida que ayer debías ser recompensado y no lo fuiste.
Sé feliz. No esperes nada.
Lo que ha de sucederte está escrito en el Libro
que hojea, al azar, el viento de la Eternidad.

El bien y el mal, aquí abajo, se disputan la ventaja.
El Cielo no es responsable de la felicidad
o de la desgracia que el destino nos aporta. No des gracias al Cielo
o no le acuses... Es tan indiferente a tus alegrías como a tus penas.

Escucha lo que la Sabiduría
te repite a lo largo de todo el día:
"La vida es breve, tú no tienes nada en común con las plantas
que vuelven a crecer después de haber sido cortadas."

¿Por qué tanta dulzura, tanta ternura, al comienzo de nuestro amor?
¿Por qué tantas caricias, tantas delicias, después?
Ahora, tu único placer es desgarrarme el corazón...
¿Por qué?

Noche. Silencio. Inmovilidad de una rama y de mi pensamiento.
Una rosa, imagen de tu esplendor efímero, acaba de perder uno de sus pétalos.
¿Dónde estás en este momento, tú que me has tendido la copa y a quien sigo llamando?
Ninguna rosa se deshoja cerca de aquel al que aplacas la sed, ahora ya no tienes la felicidad amarga con la que yo te embriagaba.

martes, 24 de mayo de 2011

Las Grandes Religiones de Oriente y Occidente (Trevor Ling)

Introducción

"Se ha afirmado que todo el que no conoce otra religión que la suya propia es el que tiende a considerarla con más presunción. La otra cara de dicho aserto consiste en que nadie está más inclinado a la hostilidad con respecto a todas las religiones que el escéptico occidental que ignora toda tradición que no sea la de occidente.
(...)
Un estudio recto e imparcial de las tradiciones religiosas significa una investigación de los hechos históricos mediante los cuales han realizado las ideas que propagan, los tipos de personalidad que han producido y las clases de sociedades con las que tales hechos se encuentran relacionados. Aquellos que desde el punto de vista de una religión particular ponen objeciones al estudio comparado de la religión dan lugar, de inmediato, a la sospecha de que tienen algo que ocultar: de que su fe no soporta el examen contrastado con otras, o de que sus hechos históricos necesitan ser disimulados. De ser así, el empeño del estudiante que abraza tal fe es botica, cualquiera que sea la rama del conocimiento humano a la que se dedique, y el mejor consejo que se le podría dar no sería simplemente que abandonara el estudio comparativo de la religión, sino el de que se apartara por completo de los estudios académicos, renunciara a ejercitar su mente y se refugiara en un oscurantismo antiintelectual.
El autor posee la convicción de que la constatación de las muchas y variadas formas en que el hombre ha manifestado ser consciente de la existencia de una dimensión distinta de la temporal y "material", puede ser del más alto valor, en una época tan crecientemente amenazada por el laicismo. El estudio comparado de la religión desempeña un papel más positivo y constructivo de lo que el nerviosismo pietista se imagina en ocasiones. Pero en primer lugar hemos de esclarecer cuáles son los términos de esta comparación. No nos parece justa esa forma de estudio, en la que el cristianismo se compara con las "otras religiones" o con las "religiones no cristianas"; estos términos ambivalentes y llenos de indulgencia gozan aún del favor de algunos teólogos neo-ortodoxos, ya que este tipo de empresa se acepta partiendo de la base de que la comparación es ventajosa para el cristianismo.
Al nivel académico más respetable, la Religión Comparada significaba, y en alguna medida sigue significando, el estudio de las interrelaciones entre los principales sistemas del pensamiento religioso y también el estudio de la forma en que se han difundido los temas y las ideas, puesto que existen múltiples vinculaciones entre las grandes tradiciones religiosas, especialmente de Eurasia. Así, el judaísmo se vio afectado por el zoroastrismo, y ambos contribuyeron al islamismo. El islam, en su expansión hacia oriente, aceleró la extinción del budismo en la India y, a su vez, sintió también la influencia del hinduismo. Al alcanzar la India desde Europa, el cristianismo, por su parte, tuvo sus efectos sobre el siglo XIX hindú y sobre los movimientos renovadores islámicos, y en Ceilán actuó a modo de anticuerpo, estimulando al budismo en la recuperación de sus propias ideas intrínsecas. En las décadas recientes, el pensamiento religioso asiático, sobre todo el budista, ha marcado también sutiles huellas sobre la teología occidental. Naturalmente, los temas a tratar no son tan simples como sugiere este apresurado resumen de contracorrientes, y lo que a la Religión Comparada le incumbe es, en cierto modo, el mecanismo –más complejo y delicado– de la difusión de las ideas, lo cual únicamente le proporcionaría una raison d`être.
(...)
Existe aún, sin embargo, otra aproximación a la materia –la aproximación histórica–, sin la cual no podrían interpretarse con propiedad muchas de las evidencias contemporáneas. Es necesaria una información acerca de los cambios sufridos por las tradiciones e instituciones religiosa en particular, y que son evidentes a partir de la comparación histórica. No se puede comprender el sistema hindú de castas, si se considera como algo eternamente inmutable, idéntico en la actualidad a como era en tiempos inmemoriales –tal es la perspectiva de algunos hindúes– y sujeto únicamente a ligeras modificaciones aquí y allá. Una apreciación correcta de la naturaleza de las castas en la India requiere el conocimiento de lo que fueron –embrionariamente, quizá– en la época de Buda, comparándolas con lo que llegaron a ser algunos siglos más tarde, una vez que las leyes de Manu recibieron su actual codificación, con el significado que tenían al comienzo del siglo XIX, y finalmente con lo que representan en la actualidad.
(...)
Existen muy variados puntos de vista cristianos sobre el desarrollo de la Iglesia, con distintos matices de ortodoxia; pero lo que ya no es tan común es un enfoque de la historia cristiana en el contexto de la historia de la religión, prescindiendo de consideraciones específicamente cristianas. Ya hemos observado que algunos cristianos no ven con buenos ojos este planteamiento, sobre todo si opinan que la Iglesia cristiana es única y que, por lo tanto, no puede compararse con "otras religiones". Pero las ideas e instituciones hindúes también se consideran únicas, así como las ideas y las prácticas religiosas budistas y mahometanas. Fuera del budismo, por ejemplo, no existe nada como la Sangha, o doctrina del anatta. Otros, hostiles al cristianismo, opinan que el único valor de la historia de la Iglesia de Cristo radica en que confirma su opinión de que ha constituido un impedimento al progreso humano. Pero un asiático sagaz, reflexivo y religioso –digamos un hindú o un budista– puede sacar provecho de un estudio valorativo y comprensivo de la historia religiosa cristiana, que contribuiría a tamizar, de entre la vanidad y los prejuicios europeos que a veces lo han oscurecido, todo lo que en el judaísmo y en el cristianismo representa un valor permanente y universal.
(...)
Lo que en este libro se bosqueja puede servir de pauta sobre el tipo de estudio que es necesario emprender cada vez con más ahínco, y que quizás –estas son, al menos, mis esperanzas– pueda estimular a alguien a penetrar por completo en esta esfera, cuya importancia potencial, dentro del campo general de los estudios liberales y humanos, es tan señalada."

sábado, 14 de mayo de 2011

Apología de Sócrates (Platón 428 a. C. – 347 a. C.)


Habiendo sido condenado a muerte, Sócrates dirige a sus jueces la siguiente alocución:
(Extraordinario alegato. Que lo disfrutéis, amigas/os.)

"...Si las sensaciones desaparecen, si la muerte es uno de esos sueños en que todo se borra hasta los ensueños ¡qué maravillosa suerte debe ser morir! Pues no hay duda que cualquiera que piense en una de esas noches en las que el sueño es tan profundo que nada se siente, en que ni siquiera nos turban los ensueños, y la compara con otras noches y días de su vida y en seguida reflexione acerca de cuántos de estos días y cuántas de aquellas otras noches han sido mejor que ésta, creo que todo hombre no ya los simples mortales, sino hasta el más poderoso de los reyes, encontrará pocas que puedan aventajarla. Por consiguiente, si la muerte es un sueño de esta naturaleza la estimo como infinitamente beneficiosa ya que gracias a ella todo para nosotros, pasado y porvenir, será como una de estas noches únicas.
Por otra parte si la muerte es, en efecto, el tránsito de este lugar a otro, si es cierto que allí, como dicen, se reúnen todos los que murieron, ¿podríamos imaginar algo mejor? Decídmelo, jueces. Si en verdad al llegar al Haides quedamos libres de quienes aquí pasan por jueces, encontrándonos en cambio con los verdaderos, con los que según se asegura, hacen allí justicia: Minos, Radamantos, Aiakos, Triptolemos y demás semidioses que en vida fueron justos, ¿no os parece que el viaje bien vale la pena? Pues ¿y si se tiene la dicha de entablar relaciones con Orfeus, Museo, Hesíodos y Homeros? ¿Qué no daríamos con que tal aconteciese? ¡Ah!, creedme que de ocurrir esto yo quisiera morir, no una, sino cien veces. ¡Qué maravilloso entretenimiento, para mí al menos, el conversar allí con Palamedes, con Aiax el hijo de Telamón, o con cualquier otro héroe de los tiempos pasados que haya muerto a causa de una sentencia injusta! ¡Qué dulzura para mí el comparar mi suerte con la suya! Pero lo que me sería más grato que toda otra cosa sería el examinar a todos ellos a mi placer, el interrogarles como aquí hacía, para descubrir quiénes de entre ellos son sabios verdaderamente y quiénes creen serlo no siéndolo. ¿Qué no valdría la pena de dar, jueces, por poder examinar de este modo al hombre que dirigió contra Troya aquel fabuloso ejército, o bien a Ulises, Sísifos o a tantos otros hombres y mujeres como se podrían nombrar? Conversar con ellos, vivir en su compañía, examinarlos, averiguar cómo son. ¡Oh, dicha incomparable! Tanto más cuanto que, aún poniendo lo peor, no hay miedo de ser también allí condenado a muerte por ellos, pues una de las ventajas de quienes moran en aquellas regiones sobre nosotros es la de ser inmortales, si lo que se dice de ellos es verdad.
Esta confianza que me inspira la muerte, jueces, debéis de sentirla como yo la siento si tenéis en cuenta la siguiente verdad: que no hay mal posible para el hombre de bien ni en esta vida ni fuera de ella, pues los dioses se interesan por su suerte. En lo que a la mía respecta, nada fío a la casualidad; al contrario, tengo por evidente que lo mejor para mí es morir ahora y librarme de este modo de toda pena. Por esto mi guía interior no me ha detenido y por ello también me sucede que no sienta el menor rencor contra quienes me han acusado y contra quienes me han condenado. Claro que, como acusándome y condenándome pensaban perjudicarme, en esto y sólo en esto son censurables.
No obstante, y a pesar de ello, tan sólo una cosa les pido: cuando mis hijos sean ya hombres, atenienses, castigadles atormentándoles como yo os atormentaba a vosotros en cuanto creáis advertir que se preocupan del dinero o de cualquier cosa que no sea la virtud. Y si se atribuyen méritos que no tienen, morigeradlos como yo os morigeraba a vosotros; reprochadles por desdeñar lo esencial y atribuirse aquello que no les corresponde. Si de tal modo obráis, seréis justos no sólo con mis hijos, sino conmigo.
Mas llegada es la hora de marcharnos; yo, a morir; vosotros, a continuar vuestra vida. De vuestra suerte y la mía, ¿cuál es la mejor? Nadie, a no ser la divinidad, lo sabe."

miércoles, 4 de mayo de 2011

Mente y materia (Cecil J. Schneer)

Mente y Materia: "Este libro nos narra la epopeya de la mente del hombre para conocer qué es la materia que le rodea y qué forma el propio cuerpo humano".
Dada la extensión de la obra y la complejidad de la simbología química que en ella se aborda, me sería imposible publicar en detalle el contenido, aun cuando de párrafos sueltos se tratara. Es por lo mismo que os recomiendo encarecidamente su lectura.


Desde la palabra y el fuego a la edad del hierro y de las letras

"Por química entendemos la ciencia de la materia y de sus reacciones de combinación y descomposición. Las diferencias entre la química y otras ciencias, tales como la biología, son a menudo arbitrarias; sobre todo, si tenemos en cuenta que los seres vivos son complejos fisioquímicos, cuyo proceso vital supone una serie de reacciones de combinación y descomposición de la materia regidas por las leyes de la física. Evidentemente, juegan también un papel importante en la evolución de la química otros fenómenos que se encuentran enteramente fuera del campo de las ciencias, o la menos de las ciencias físicas. Me refiero a lo fenómenos históricos.
(...)

Teorías sobre la materia

Pitágoras de Crotona se ocupó menos de la sustancia subyacente que de la lógica de la diferenciación. Como ya antes los jonios, Pitágoras mantenía la existencia de una sustancia primera y fundamental, cuyos atributos eran la materia y el espacio. "El primer principio de todo es el Uno... que es la causa." Para explicar su distinción de la materia, como la llamamos nosotros, Pitágoras afirmaba que existe la "forma" (es decir, el número y la forma geométrica) y la "materia del Uno". De los números, se pasa a las formas geométricas y, a través de éstas, los cuerpos llegan a nuestros sentidos. "Los cuatro elementos, el fuego, la tierra, el aire y el agua, son los elementos de los cuerpos sensibles. Ellos son los que transforman un cuerpo en otro, y los que componen el cosmos. El cosmos es animado, inteligente, esférico. Dentro de él, está el centro de la Tierra, que también es esférico..." Del mismo modo que un círculo, un triángulo y un cuadrado difieren entre sí solamente por su forma y no por la materia de que han sido hechos, así también –al pensar de Pitágoras– las diversas materias difieren entre sí solamente en su forma; y la esencia de los seres materiales radica en su forma geométrica.
Estamos de acuerdo con Pitágoras en que el vapor que bulle en una caldera y el trozo de hielo que se extiende estático en el suelo están formados por una sola y misma sustancia: pero no el agua, que es un ser distinto, sino el compuesto de hidrógeno-oxígeno. Entonces, ¿por qué las propiedades de ambos son tan diferentes? Pitágoras responderá que la diferencia consiste en que la forma geométrica de cada uno es diferente. Los investigadores modernos que han estudiado las propiedades del hielo y del vapor nos darán una respuesta esencialmente pitagórica: la diferencia radica en el ordenamiento y distribución de la materia prima. En el hielo, las moléculas se agrupan en perfecta alineación, como los ladrillos de una pared. En el vapor, en cambio, las moléculas se encuentran separadas y en movimiento violento y desordenado.
Pitágoras considera al mundo como una armonía, dentro de la cual hay una diferenciación puramente numérica. (...) La esencia de las diferencia cualitativas de los seres es matemática. Cuando nos demos cuenta de la importancia de esto, llegaremos a la conclusión de que los modernos científicos están más cerca de Pitágoras de lo que nos imaginamos. Pitágoras piensa que la esencia de la diversidad de la naturaleza consiste en la forma matemática. La esencia de las cosas es, por tanto, totalmente inteligible; no mágica, ni misteriosa (quizá divina, pero en el sentido de ideal).
(...)

Corpora ad lectorem (Un saludo al lector)

"Una vez los filósofos se vieron obligados a buscar, en nuestro nombre, ese dulce fruto huidizo, tan delicioso, que alimenta nuestra inteligencia." (Leonardo, en el Codex M.)

Fra Luca Pacioli, después de convencer a Leonardo, esa "inefable mano izquierda", para que ilustrase su manuscrito De Divina Proportione, escribió en la página final esta frase, que compendia todo lo dicho anteriormente. Esto sucedía en 1498. Al año siguiente, Milán era invadida por los franceses. El artista y el matemático salieron juntos de Florencia. Había ya terminado el breve periodo de florecimiento de la corte de Milán. A pesar de que sus trabajos habían sido arduos, estaban suficientemente recompensados porque llegaron a saborear aquel dulce, huidizo fruto, del que habla Fra Luca. Habían construido un mundo que se salía del marco del número y la proporción, y del poliedro perfecto de Platón. Era algo proporcionado, razonable y perfecto, por eso el arte y la ciencia consistían en imitar a la naturaleza. Los críticos posteriores como Duhem pudieron poner barreras al uso de los arquetipos que consideraban muletas para "las oscuras mentes inglesas", pero una generación que ha visto la síntesis de las proteínas, que se ha propuesto con toda serenidad desenredar la madeja de las leyes genéticas, es lo suficiente curiosa como para no asustarse por las leyes de caballería que los puritanos impusieron a la ciencia.
Para ellos existen los puritanos, y entre éstos se puede incluir a los físicos teóricos, cuyo interés reside en buscar el lado estético de la ciencia. Son los hombres que necesitan un lavado de las matemáticas para que resulten elegantes.
(...)
Lavoisier, Duhem, o el Newton de los Principia, entendían el mundo como un sistema único, lógico, deductivo. La ciencia es un gran contexto, el código de la ciencia es tan rígido como el de los samurai. En cambio, el químico que ha sido atrapado por la fascinación de las nuevas síntesis, o el critalógrafo que busca las bases de su teoría en la realidad del anillo bencénico, piensan que la naturaleza es una ramera cuyos secretos están retorcidos por su falta de escrúpulos. Donde falla la razón, la computadora puede encontrar soluciones.
(...)
La verdad de la naturaleza y de la materia es la misma para nosotros que para Tales de Mileto. La química, como los antiguos griegos jónicos, se pregunta: "¿Qué son los seres creados?" Las respuestas de los griegos jónicos eran simples y directas; tenían todo el encanto de la infancia de la humanidad. Esa vasta construcción intelectual que es la ciencia de la materia, ha hecho crecer en nuestros días la importancia de aquellas primeras respuestas.
Ya no poseemos la inocencia de aquellos hombres antiguos que se reunían en el ágora para discutir de filosofía. Hemos perdido su inocencia moral con nuestras bombas, nuestros gases lacrimógenos y nuestras guerras bacteriológicas (...) Pero hemos progresado mucho en el logro del poder que permita poner fin a las guerras, el hambre, la peste y la pobreza. Hemos progresado intelectualmente porque ya no hay nadie que se quede satisfecho con historias propias de niños. La condición del hombre es la siguiente: siempre se produce un estado de tensión frente a lo desconocido. La verdadera ciencia no es motivo de vanidad ni de engreimiento, ni produce ambición, aunque como esto forma parte de la naturaleza se encontrará también en ella. Existe en nosotros un estado de tensión que nos impele hacia adelante. Nos agrada la exactitud de la ley periódica o la interacción de las hélices de DNA. Sabemos muy bien que se trata de recursos expresamente fabricados para poder explicar, ya sea por medio de la teoría cuántica, con sus formas y números, ya sea por medio de expresiones todavía no concebidas, todas las cosas, y con ello no hacemos más que mostrar toda la complejidad, toda la armonía del pensamiento de una sociedad madura y cultivada. Estas son las obras mejores de que es capaz el hombre. Aunque también podemos, como los contemporáneos de Tucídides, destruirnos a nosotros mismos en una persecución alocada de la riqueza y dejarnos llevar por el impulso que nos arrastra al dominio del hombre por el hombre. Podemos, sin embargo, adoptar una actitud mucho más hermosa: el hombre puede establecer la meta más elevada de su mente en el conocimiento de la complicada ciencia de la materia. El propósito de esta empresa puede, realmente, como dijo Hooke en una ocasión, iluminar los trabajos de las manos del hombre y dulcificar el curso de nuestro destino en el Edén, pero también –puesto que la naturaleza del hombre está orientada hacia el goce puro de la inteligencia– puede llevarnos, en este mundo en el que hemos nacido, a lograr la plenitud de la mente que se nos dio".

jueves, 21 de abril de 2011

Los complejos y el inconsciente (Carl G. Jung 1875 — 1961)

"Según la vieja concepción, el alma representaba la vida del cuerpo por excelencia, el soplo de vida, una especie de fuerza vital que, durante la gestación, el nacimiento o la procreación, penetraba el orden físico, espacial, y abandonaba de nuevo el cuerpo moribundo con su último suspiro. El alma en sí, entidad que no participaba del espacio pues era anterior y posterior a la realidad corporal, se encontraba situada al margen en duración y gozaba prácticamente de la inmortalidad.
Evidentemente, esta concepción, vista desde el ángulo de la psicología científica moderna, es una pura ilusión. Como no pretendemos hacer aquí "metafísica", ni moderna ni antigua, busquemos sin prejuicios lo que hay de empíricamente justificado en esta concepción pasada de moda.
Los nombres que el hombre da a sus experiencias son a menudo muy reveladores. ¿De dónde proviene la palabra Seele (alma)? El alemán Seele (alma) y el inglés soul son en gótico Saiwala, en germánico primitivo saiwalô, emparentado con el griego aiolos, que significa movedizo, abigarrado, tornasolado. La palabra psyché significa también, como es sabido, mariposa. Por otra parte, saiwalô, es un compuesto del viejo eslavo sila = fuerza. Estas realaciones aclaran la significación original de la palabra Seele (alma): el alma es una fuerza motriz, una fuerza vital.
Los nombres latinos animus = espíritu y ánima = alma, son lo mismo que el griego anemos = viento. La otra palabra griega que designa al viento, pneuma, significa también, como se sabe, espíritu. En gótico, encontraremos el mismo término en la forma de us-anan = ausatmen = expirar, y en latín, an-helare = respirar dificultosamente. En el viejo alto alemán spiritus sanctus se expresa con atum, Atem = aliento. En árabe, rih = viento, ruh = alma, espíritu. El griego psyché tiene un parentesco análogo con psycho = soplar, psychos = fresco, psychros = frío y physa = fuelle. Estas relaciones muestran claramente que en latín, en griego y en árabe el nombre dado al alma evoca la representación de viento agitado, de "soplo helado de los espíritus".
Paralelamente, los primitivos tienen una visión del alma que le atribuye un cuerpo formado de soplos invisibles.
Fácilmente se comprende que la respiración, que es un signo de vida, sirve para designarla con el mismo derecho que el movimiento o la fuerza creadora de movimiento. Otra concepción primitiva ve al alma como un fuego o una llama, siendo el calor también una característica de la vida. Otra representación curiosa, pero frecuente, identifica el alma y el nombre. El nombre de un individuo sería, según esto, su alma, y de aquí la costumbre de reencarnar en los recién nacidos el alma de los antepasados dándoles los nombres de éstos. Esta concepción equivale a identificar la parte con el todo, el yo consciente con el alma que expresa; frecuentemente, el alma es confundida también con las profundidades oscuras, con la sombra del individuo; de aquí que pisar la sombra de alguien sea una ofensa mortal. Esta es la razón de que el mediodía (la hora de los espíritus en el hemisferio sur) sea la hora peligrosa: la disminución de la sombra equivale a una amenaza contra la vida. La sombra expresa lo que los griegos llamaban el synopados, ese algo que nos sigue detrás, esa sensación imperceptible y vivaz de una presencia: también se ha llamado sombra al alma de los desaparecidos.
Estas alusiones bastan para demostrar de qué manera la intuición original elaboró la experiencia del alma. Lo psíquico aparecía como una fuente de vida, un primum movens, como una presencia sobrenatural pero objetiva. Esto explica que el primitivo pudiera conversar con su alma; ésta tiene una voz, que no es exactamente idéntica a él mismo ni a su conciencia. Lo psíquico, para la experiencia originaria, no es, como para nosotros, la quintaesencia de lo subjetivo y de lo arbitrario; es algo objetivo, algo que brota de forma espontánea y que tiene en sí mismo su razón de ser.
Esta concepción, desde un punto de vista empírico, está perfectamente justificada; no sólo al nivel primitivo, sino también en el hombre civilizado, lo psíquico resulta ser algo objetivo, sustraído en gran medida a la arbitrariedad de la conciencia: así, somos incapaces, por ejemplo, de reprimir la mayoría de nuestras emociones, de transformar en buen humor un humor detestable, de provocar o impedir sueños. Hasta el hombre más inteligente del mundo puede ser presa en ciertas ocasiones, de ideas de las que no logra desembarazarse, a despecho de los mayores esfuerzos de voluntad. Nuestra memoria da los saltos más increíbles sin que podamos intervenir más que con nuestra admiración pasiva; nos pasan por la cabeza fantasías que ni hemos buscado ni esperamos. Es cierto que nos halaga ser los dueños de nuestra propia casa. En realidad, dependemos, en proporciones angustiosas, de un funcionamiento preciso de nuestro psiquismo inconsciente, de sus sobresaltos y de sus fallos ocasionales. Además, después de estudiar la psicología de los neuróticos, resulta ridículo que haya todavía psicólogos que pongan a la conciencia y a la psique en el mismo plano. Por otra parte, la psicología de los neuróticos, no se diferencia, como es sabido, de la de los individuos considerados normales más que por rasgos insignificantes. Además, ¿quién, en nuestros tiempos, tiene la perfecta seguridad de no ser un neurótico?
Esta situación de hecho justifica elocuentemente de un modo inmediato y peligroso, la vieja concepción según la cual el alma era una realidad autónoma no sólo objetiva, sino también arbitraria. La suposición que la acompañaba de que esta entidad misteriosa e inquietante es, al mismo tiempo, la fuente de vida, es perfectamente comprensible desde un punto de vista psicológico, pues la experiencia demuestra que el yo, la conciencia, brotan de la vida inconsciente: el niño pequeño presenta una vida psíquica sin conciencia del yo apreciable, y por ello los primeros años de la vida apenas si dejan huellas en la memoria. ¿De dónde surgen todas las ideas buenas y saludables que nos vienen de improviso al espíritu? ¿De dónde surgen el entusiasmo, la inspiración y la sensación de la vida en su plenitud? El primitivo siente en las profundidades de su alma la fuente de la vida; se siente impresionado hasta las raíces de su ser por la actividad de su alma, generadora de vida; y, por ello, acepta con credulidad todo lo que actúa sobre el alma, los usos mágicos de todo género. Para el primitivo, el alma es, pues, la vida absoluta, que no imagina dominar sino de la que se siente dependiente en todas las relaciones.
La idea de la mortalidad del alma, por inaudita que nos parezca, no tiene nada de sorprendente para el empirismo primitivo. El alma es, sin duda, algo extraño; no está localizada en el espacio, mientras que todo lo que existe ocupa una cierta extensión. Suponemos con certidumbre que nuestros pensamientos se sitúan en la cabeza; pero si se trata de sentimientos ya nos mostramos indecisos, pues éstos parecen brotar más de la región del corazón. En cuanto a las sensaciones, están repartidas por el conjunto del cuerpo. Nuestra teoría pretende que la conciencia se asienta en la cabeza. Los indios pueblos, por su parte, me aseguraron que los americanos estaban locos al pensar que las ideas se hallaban en la cabeza, puesto que todo ser razonable piensa con el corazón. Ciertas tribus negras no localizan su psiquismo ni en la cabeza ni en el corazón, sino en el vientre.
A esta incertidumbre de la localización espacial se añade el aspecto inextenso de los estados psíquicos, aspecto inextenso que aumenta a medida que se alejan de la sensación. ¿Qué dimensiones, por ejemplo, se pueden atribuir a una idea? ¿Es pequeña, grande, larga, fina, pesada, líquida, recta, circular? Si buscásemos una representación viviente de una entidad con cuatro dimensiones y, no obstante, al margen del espacio, el mejor modelo sería sin duda el pensamiento..."

martes, 12 de abril de 2011

De la Naturaleza (Lucrecio 99 a.C. – 55 a.C.)

La estructura del átomo y el vacío

"Los cuerpos son, o elementos de las cosas, o combinaciones de estos elementos. Pero a los elementos de las cosas, ninguna fuerza puede extinguirlos, pues terminan venciendo ellos por su solidez. Aunque parece difícil creer que entre las cosas pueda encontrarse alguna de cuerpo enteramente compacto. Pues el rayo del cielo pasa a través de los muros de las casas, así como las voces y gritos; el hierro puesto al fuego se vuelve incandescente, y las rocas estallan por la furia del ardiente vapor; la rigidez del oro cede y se liquida en el crisol; el helado bronce se derrite, vencido por la llama; el calor se infiltra por la plata, así como el frío penetrante, ya que los sentimos uno y otro cuando, sosteniendo con las manos la copa, a la manera usual, vierten líquido en ella. Tan cierto es que no parece haber nada compacto en las cosas.
Mas puesto que la razón verdadera y la Naturaleza de las cosas nos fuerza a pensar de otro modo, atiende, que voy a explicarte en pocos versos la existencia de objetos dotados de cuerpo compacto y eterno; los cuales afirmo que son los gérmenes y elementos que constituyen esta suma de seres creados.
Primeramente, habiendo encontrado que estos dos principios, la materia y el espacio en que cada cosa se produce son de muy distinta naturaleza, necesario es que cada una exista por sí misma y sea en sí misma pura. Pues doquiera se extiende el espacio libre que llamamos vacío, no hay materia; y donde se mantiene la materia, no puede haber espacio hueco. Existen, pues, cuerpos primeros sólidos y exentos de vacío. Además, puesto que existe el vacío en los seres creados, preciso es que esté envuelto en materia compacta; y no puede razonablemente pensarse que cosa alguna oculte y encierre un hueco en el interior de su cuerpo, si no admites que es compacto lo que lo contiene. Pero esto no puede ser sino un conglomerado de materia, capaz de envolver el vacío que hay en las cosas. Así, la materia, que consta de un cuerpo enteramente sólido, puede ser eterna, mientras todo lo demás se descompone.
Por otra parte, si nada hubiera que fuera vacío, todo sería sólido; inversamente, si no existieran cuerpos concretos para llenar los espacios y ocuparlos, no habría en el mundo más que espacio libre y vacío. Está claro, por tanto, que materia y vacío alternan separados el uno del otro, ya que el universo no es ni lleno del todo ni tampoco vacío. Existen, pues, cuerpos determinados que pueden determinar el espacio con lo hueco y lo lleno.
Estos cuerpos, ni pueden ser deshechos por golpes venidos de fuera, ni penetrados o descompuestos desde dentro, ni pueden tambalearse al embate de cualquier otro accidente. Pues, sin vacío, no se ve cómo nada puede ser aplastado, ni roto, ni partido en dos por un corte, ni impregnarse de humedad, ni ser penetrado por el frío o el fuego que acaban con todo. Y cuantos más huecos encierra una cosa en su interior, más vulnerable es a los ataques de estas fuerzas. Luego, si sólidos y sin vacío son los cuerpos primeros, como he demostrado, necesario es que sean eternos.
Además, si la materia no fuera eterna, tiempo ha que el mundo se hubiera reducido a la nada, y de la nada hubiera vuelto a nacer cuanto vemos. Pero habiendo antes mostrado que de la nada nada puede crearse, ni volver a ella lo que ha sido engendrado, debe haber elementos de cuerpo inmortal, en los cuales puedan resolverse todas las cosas en su hora suprema, a fin de que haya materia bastante para la renovación de los seres. Los cuerpos primeros son, pues, sólidos y simples; de otro modo no hubieran podido, conservándose incólumes a través de los siglos, desde tiempo infinito, ir renovando las cosas.

Indivisibilidad de los átomos

En fin, si la Naturaleza no hubiera fijado un límite a la destrucción de las cosas, a tal extremo estarían ya reducidos los elementos materiales, por la acción destructora de los siglos pasados, que nada engendrado por ellos podría, en un tiempo fijo, alcanzar la plenitud de la vida. Vemos, en efecto, cómo cualquier cuerpo puede ser destruido más rápidamente que rehecho de nuevo; por tanto, lo que el infinito tiempo pasado, en la larga sucesión de sus días, hubiera destruido hasta ahora, disipándolo y disolviéndolo, jamás podría ser reparado en el tiempo restante. La verdad es, empero, que hay un límite inmutable fijado a la división de la materia, pues vemos que todas las cosas se regeneran y que a la vez a cada especie de seres le ha sido asignado un tiempo preciso para alcanzar la flor de la edad.

Los cuatro elementos

A esto se añade que, aunque sean absolutamente compactos los elementos de la materia, puede darse razón, sin embargo, de cómo se forman los cuerpos blandos, aire, agua, tierra, fuego, y qué fuerza produce cada uno, toda vez que el vacío se encuentra mezclado en las cosas. Mientras que, al contrario, si fueran blando los elementos primeros, no podría explicarse de dónde se crean las duras peñas y el hierro; pues la Naturaleza entera estaría privada de su fundamento inicial. Así los elementos son fuertes por su sólida simplicidad y, al combinarse entre sí más densamente, los cuerpos quedan más fuertemente trabados y ofrecen una resistencia mayor.
Por otra parte, si ningún término se hubiera fijado a la división de los cuerpos, debería admitirse que han sobrevivido hasta ahora, desde la eternidad, algunos elementos que aún no se han visto expuestos a peligro ninguno. Pero puesto que están formados de una sustancia frágil, es inexplicable que hayan podido subsistir durante un tiempo eterno, maltratados a través de los siglos por choques innumerables.
Puesto que, en fin, a cada especie de seres le ha sido fijado un término para crecer y mantenerse en la vida, y puesto que la Naturaleza ha sancionado con sus leyes lo que puede cada una y lo que no puede, y nada cambia, al contrario, todo permanece constante, hasta el punto de que las pintadas aves muestran en su cuerpo, de generación en generación, las manchas distintivas de su especie: necesario es, evidentemente, que su cuerpo esté hecho de materia inmutable. Pues si los elementos primeros pudieran cambiar, vencidos por una u otra causa, imposible sería saber lo que puede nacer y lo que no puede, las leyes, en fin que a cada cosa delimitan su poder y sus mojones profundamente hincados; y tampoco las generaciones podrían reproducir con tal constancia en cada especie la naturaleza, costumbres, vida y movimientos de sus padres."

martes, 29 de marzo de 2011

El Silmarillion (J. R. R. Tolkien 1892-1973)

AINULINDALË

La Música de los Ainur

"En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música; y cantaron ante él y él se sintió complacido. Pero por mucho tiempo cada uno de ellos cantó solo, o junto con unos pocos, mientras el resto escuchaba; porque cada uno sólo entendía aquella parte de la mente de Ilúvatar de la que provenía él mismo, y eran muy lentos en comprender el canto de sus hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda, y crecían en unisonancia y armonía.
Y sucedió que Ilúvatar convocó a todos los Ainur, y les comunicó un tema poderoso, descubriendo para ellos cosas todavía más grandes y más maravillosas que las reveladas hasta entonces; y la gloria del principio y el esplendor del final asombraron a los Ainur, de modo que se inclinaron ante Ilúvatar y guardaron silencio.
(...)

VALAQUENTA

Historia de los Valar y los Maiar según el saber de los Eldar

En el principio Eru, el Único, que en lengua élfica es llamado Ilúvatar, hizo a los Ainur de su pensamiento; y ellos hicieron una Gran Música delante de él. En esta música empezó el Mundo; porque Ilúvatar hizo visible el canto de los Ainur, y ellos lo contemplaron como una luz en la oscuridad. Y muchos de entre ellos se enamoraron de la belleza y la historia del mundo, que vieron comenzar y desarrollarse como una visión. Por tanto Ilúvatar dio Ser a esta visión, y la puso en medio del Vacío, y el Fuego Secreto fue enviado para que ardiera en el corazón del Mundo, y se lo llamó Eä.
Entonces aquellos de entre los Ainur que así lo deseaban, se levantaron y entraron en el mundo en el principio del Tiempo; y era su misión acabarlo, y trabajar para que la visión se cumpliese. Largo tiempo trabajaron en las regiones de Eä, de una vastedad inconcebible para lo Elfos y los Hombres, hasta que en el tiempo señalado se hizo Arda, el Reino de la Tierra. Entonces se vistieron con las galas de la Tierra, y allí descendieron y moraron.

De los Valar

A los Grandes de entre estos espíritus los Elfos llaman Valar, los Poderes de Arda, y los hombres con frecuencia los han llamado dioses. Los Señores de los Valar son siete; y las Valier, las Reinas de los Valar, son siete también. Estos eran sus nombres en la lengua élfica tal como se la hablaba en Valinor, aunque tienen otros nombres en el habla de los Elfos de la Tierra Media, y muchos y variados entre los hombres. Los nombres de los Señores son estos, en debido orden: Manwë, Ulmo, Aulë, Oromë, Mandos, Lórien, y Tulkas; y los nombres de las Reinas son: Varda, Yavanna, Nienna, Estë, Vairë, Vána y Nessa. Melkor ya no se cuenta entre los Valar, y su nombre no se pronuncia en la Tierra..." 

jueves, 24 de marzo de 2011

Ética (Baruch Spinoza 1632-1677)

Proposición IX

"El Alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto tiene ideas confusas, se esfuerza en perseverar en su ser con una duración indefinida y tiene conciencia de su esfuerzo.

Demostración

La esencia del Alma está constituida por ideas adecuadas e inadecuadas; por consiguiente, el Alma se esfuerza en perseverar en su ser cuanto tiene unas y otras ideas; y esto, con una duración indefinida. Puesto que, por otra parte, el Alma por las ideas de las afecciones del Cuerpo, tiene necesariamente conciencia de sí misma, tiene conciencia de su esfuerzo.

Escolio

Este esfuerzo, cuando se relaciona sólo con el Alma, se llama Voluntad; pero, cuando se relaciona a la vez con el Alma y con el Cuerpo se llama Apetito; éste no es, pues, otra cosa que la esencia misma del hombre y de la naturaleza de dicha esencia; se sigue, necesariamente, lo que sirve para su conservación; así, el hombre es determinado a realizarlo. Además, no hay diferencia alguna entre el Apetito y el Deseo; únicamente, el Deseo se relaciona generalmente en los hombres, en cuanto tienen conciencia de sus apetitos y puede, por esta razón, definirse de este modo: el Deseo es el Apetito con conciencia de sí mismo. Queda, pues, establecido que no nos esforzamos en nada, ni queremos, ni apetecemos o deseamos cosa alguna porque la juzgaremos buena, sino que, por el contrario, juzgamos que una cosa es buena porque nos esforzamos hacia ella, la queremos, apetecemos y deseamos.
(...)

Proposición XI

Si alguna cosa aumenta o disminuye, secunda o reduce la potencia de obrar de nuestro Cuerpo, la idea de esta cosa aumenta o disminuye, secunda o reduce la potencia de nuestra Alma.

Escolio

Hemos visto que el Alma, cuando es pasiva, está sujeta a grandes cambios y pasa tan pronto a una perfección mayor como a otra menor; y estas pasiones nos explican las afecciones del Gozo y de la Tristeza. Por Gozo entenderé, por consiguiente, una pasión por la que el Alma pasa a una perfección más grande. Por Tristeza, una pasión por la que pasa a una perfección menor. Llamo, además, la afección del Gozo relacionada a la vez con el Alma y con el Cuerpo, Placer o Alegría; la de la Tristeza, Melancolía o Dolor. Es preciso advertir, sin embargo, que el Placer y el Dolor se relacionan con el hombre cuando una parte de él es afectada más que las otras; La Alegría y Melancolía, cuando todas las partes son igualmente afectadas. (...) Hemos demostrado, en fin, que la potencia del Alma con que ésta imagina las cosas y se acuerda de ellas, depende también de que el Alma envuelva la existencia actual del Cuerpo. De donde se deduce que la existencia presente del Alma y su potencia de imaginar son destruidas tan pronto como el Alma cesa de afirmar la existencia presente del Cuerpo. Pero la causa por que el Alma afirma la existencia del Cuerpo, no es que el Cuerpo haya comenzado a existir; por la misma razón, no cesa de afirmar la existencia del Cuerpo porque éste cese de ser, sino que esto proviene de otra idea que excluye la existencia presente de nuestro Cuerpo, y, por consiguiente, la de nuestra Alma, y que es, por tanto, contraria a la idea que constituye la esencia de nuestra Alma." 

jueves, 10 de marzo de 2011

La conciencia mítica (D. S. Bond)

"El trabajo psicológico consiste en aceptar los fantasmas de nuestras vidas no vividas. No es nuestra aflicción por aquello que quisimos y hemos perdido; no es enterrar nuestras ambiciones adolescentes. El misterio de la psique es que nos sentimos perseguidos no por lo que queremos en la vida, sino por lo que la vida quiere de nosotros. Nunca podremos arrinconar esos potenciales no vividos. Buscan incesantemente ser vividos aunque los enterremos profundamente. Puede que trabajar de nueve a cinco sea una adaptación esencial para trabajar en un cultura urbana, pero ¿se ajusta convenientemente a las energías instintivas modeladas en la psique? Aprender a vivir sólo aquello que nuestros padres pudieron tolerar puede que haya sido una relación esencial para el desarrollo de nuestras familias, pero ¿se ajusta convenientemente a aquellos profundos deseos que aún esperan verse realizados?
Lo que se retiene en nuestra vida no vivida: la energía vital que no ha sido utilizada, las posibilidades que se han dejado sin explorar. Esto es lo que nos obsesiona. A la sombra de nuestras preocupaciones cotidianas, los fantasmas de nuestra vida no vivida se amontonan, enjaulados como prisioneros que hacen sonar sus cadenas. Se esfuerzan, presionan y claman por ser liberados. No sólo los fantasmas de lo que pudo haber existido en nuestra vida, sino también el espíritu de aquello que puede existir. Y resulta molesto estar siempre haciendo sitio a los fantasmas, estar siempre haciendo sitio a algo más. (...) Lo que encontramos en estos "fantasmas" son patrones de energía psíquica; patrones que quieren ser vividos, que quieren ser representados, patrones que quieren salir a la vida. "Todo lo que está en el inconsciente quiere llegar a ser acontecimiento, y la personalidad también quiere desplegarse a partir de sus condiciones inconscientes y sentirse como un todo." (C. G. Jung) Estos patrones ansían ser puestos en movimiento y realizarse.
(...)
Sólo la psique sabe lo que necesita. Como si fuera un mapa vivo, allí se recuerdan todos los caminos que se exploraron, pero sólo hasta donde fueron recorridos; y ahí aguardan a que otros, por necesidad, retomen la exploración. Es allí donde se recupera el "deber" y donde flaquea la decisión. La necesidad impone una dirección. Vives lo que debes vivir o enfermas.

Retirada, depresión y pérdida del alma

Sugiero que en la salud hay un núcleo esencial de la personalidad que se corresponde con el verdadero yo de la personalidad dividida; sugiero que este núcleo nunca se comunica con el mundo de los objetos percibidos y que la persona individual sabe que nunca debe comunicarse con la realidad externa ni verse influido por ella. (...) Aunque las personas sanas se comunican y disfrutan haciéndolo, también es verdad que cada individuo se encuentra aislado, permanentemente incomunicado y desconocido, en realidad no descubierto.
En la vida y el vivir, este duro hecho queda mitigado por ese compartir que es propio de toda una serie de experiencias culturales. En el centro de cada persona existe un elemento incomunicado, que es sagrado y merecedor en grado sumo de ser preservado. (...)
En las mejores circunstancias posibles, se produce el crecimiento y el niño adquiere tres vías de comunicación, o comunicación intermedia, que se desliza desde el juego hasta experiencias culturales de todo tipo. (D. W. Winnicott)
(...)
Es indudable que todos tenemos que adaptarnos a ciertas expectativas. Todos tenemos que aceptar lo que nos es dado y lo que tenemos que ganarnos. La tendencia a la depresión procede de que se combina un modo único de acercamiento con el hecho de que lo que nos gratifica ya no es lo vivido interiormente sino la recompensa exterior. Esto supone cierta rigidez, una perspectiva unilateral, una tendencia hacia la excesiva focalización. El yo que juega se pierde. El sentido de la gratificación ha pasado al yo adaptado..."