martes, 24 de mayo de 2011

Las Grandes Religiones de Oriente y Occidente (Trevor Ling)

Introducción

"Se ha afirmado que todo el que no conoce otra religión que la suya propia es el que tiende a considerarla con más presunción. La otra cara de dicho aserto consiste en que nadie está más inclinado a la hostilidad con respecto a todas las religiones que el escéptico occidental que ignora toda tradición que no sea la de occidente.
(...)
Un estudio recto e imparcial de las tradiciones religiosas significa una investigación de los hechos históricos mediante los cuales han realizado las ideas que propagan, los tipos de personalidad que han producido y las clases de sociedades con las que tales hechos se encuentran relacionados. Aquellos que desde el punto de vista de una religión particular ponen objeciones al estudio comparado de la religión dan lugar, de inmediato, a la sospecha de que tienen algo que ocultar: de que su fe no soporta el examen contrastado con otras, o de que sus hechos históricos necesitan ser disimulados. De ser así, el empeño del estudiante que abraza tal fe es botica, cualquiera que sea la rama del conocimiento humano a la que se dedique, y el mejor consejo que se le podría dar no sería simplemente que abandonara el estudio comparativo de la religión, sino el de que se apartara por completo de los estudios académicos, renunciara a ejercitar su mente y se refugiara en un oscurantismo antiintelectual.
El autor posee la convicción de que la constatación de las muchas y variadas formas en que el hombre ha manifestado ser consciente de la existencia de una dimensión distinta de la temporal y "material", puede ser del más alto valor, en una época tan crecientemente amenazada por el laicismo. El estudio comparado de la religión desempeña un papel más positivo y constructivo de lo que el nerviosismo pietista se imagina en ocasiones. Pero en primer lugar hemos de esclarecer cuáles son los términos de esta comparación. No nos parece justa esa forma de estudio, en la que el cristianismo se compara con las "otras religiones" o con las "religiones no cristianas"; estos términos ambivalentes y llenos de indulgencia gozan aún del favor de algunos teólogos neo-ortodoxos, ya que este tipo de empresa se acepta partiendo de la base de que la comparación es ventajosa para el cristianismo.
Al nivel académico más respetable, la Religión Comparada significaba, y en alguna medida sigue significando, el estudio de las interrelaciones entre los principales sistemas del pensamiento religioso y también el estudio de la forma en que se han difundido los temas y las ideas, puesto que existen múltiples vinculaciones entre las grandes tradiciones religiosas, especialmente de Eurasia. Así, el judaísmo se vio afectado por el zoroastrismo, y ambos contribuyeron al islamismo. El islam, en su expansión hacia oriente, aceleró la extinción del budismo en la India y, a su vez, sintió también la influencia del hinduismo. Al alcanzar la India desde Europa, el cristianismo, por su parte, tuvo sus efectos sobre el siglo XIX hindú y sobre los movimientos renovadores islámicos, y en Ceilán actuó a modo de anticuerpo, estimulando al budismo en la recuperación de sus propias ideas intrínsecas. En las décadas recientes, el pensamiento religioso asiático, sobre todo el budista, ha marcado también sutiles huellas sobre la teología occidental. Naturalmente, los temas a tratar no son tan simples como sugiere este apresurado resumen de contracorrientes, y lo que a la Religión Comparada le incumbe es, en cierto modo, el mecanismo –más complejo y delicado– de la difusión de las ideas, lo cual únicamente le proporcionaría una raison d`être.
(...)
Existe aún, sin embargo, otra aproximación a la materia –la aproximación histórica–, sin la cual no podrían interpretarse con propiedad muchas de las evidencias contemporáneas. Es necesaria una información acerca de los cambios sufridos por las tradiciones e instituciones religiosa en particular, y que son evidentes a partir de la comparación histórica. No se puede comprender el sistema hindú de castas, si se considera como algo eternamente inmutable, idéntico en la actualidad a como era en tiempos inmemoriales –tal es la perspectiva de algunos hindúes– y sujeto únicamente a ligeras modificaciones aquí y allá. Una apreciación correcta de la naturaleza de las castas en la India requiere el conocimiento de lo que fueron –embrionariamente, quizá– en la época de Buda, comparándolas con lo que llegaron a ser algunos siglos más tarde, una vez que las leyes de Manu recibieron su actual codificación, con el significado que tenían al comienzo del siglo XIX, y finalmente con lo que representan en la actualidad.
(...)
Existen muy variados puntos de vista cristianos sobre el desarrollo de la Iglesia, con distintos matices de ortodoxia; pero lo que ya no es tan común es un enfoque de la historia cristiana en el contexto de la historia de la religión, prescindiendo de consideraciones específicamente cristianas. Ya hemos observado que algunos cristianos no ven con buenos ojos este planteamiento, sobre todo si opinan que la Iglesia cristiana es única y que, por lo tanto, no puede compararse con "otras religiones". Pero las ideas e instituciones hindúes también se consideran únicas, así como las ideas y las prácticas religiosas budistas y mahometanas. Fuera del budismo, por ejemplo, no existe nada como la Sangha, o doctrina del anatta. Otros, hostiles al cristianismo, opinan que el único valor de la historia de la Iglesia de Cristo radica en que confirma su opinión de que ha constituido un impedimento al progreso humano. Pero un asiático sagaz, reflexivo y religioso –digamos un hindú o un budista– puede sacar provecho de un estudio valorativo y comprensivo de la historia religiosa cristiana, que contribuiría a tamizar, de entre la vanidad y los prejuicios europeos que a veces lo han oscurecido, todo lo que en el judaísmo y en el cristianismo representa un valor permanente y universal.
(...)
Lo que en este libro se bosqueja puede servir de pauta sobre el tipo de estudio que es necesario emprender cada vez con más ahínco, y que quizás –estas son, al menos, mis esperanzas– pueda estimular a alguien a penetrar por completo en esta esfera, cuya importancia potencial, dentro del campo general de los estudios liberales y humanos, es tan señalada."

sábado, 14 de mayo de 2011

Apología de Sócrates (Platón 428 a. C. – 347 a. C.)


Habiendo sido condenado a muerte, Sócrates dirige a sus jueces la siguiente alocución:
(Extraordinario alegato. Que lo disfrutéis, amigas/os.)

"...Si las sensaciones desaparecen, si la muerte es uno de esos sueños en que todo se borra hasta los ensueños ¡qué maravillosa suerte debe ser morir! Pues no hay duda que cualquiera que piense en una de esas noches en las que el sueño es tan profundo que nada se siente, en que ni siquiera nos turban los ensueños, y la compara con otras noches y días de su vida y en seguida reflexione acerca de cuántos de estos días y cuántas de aquellas otras noches han sido mejor que ésta, creo que todo hombre no ya los simples mortales, sino hasta el más poderoso de los reyes, encontrará pocas que puedan aventajarla. Por consiguiente, si la muerte es un sueño de esta naturaleza la estimo como infinitamente beneficiosa ya que gracias a ella todo para nosotros, pasado y porvenir, será como una de estas noches únicas.
Por otra parte si la muerte es, en efecto, el tránsito de este lugar a otro, si es cierto que allí, como dicen, se reúnen todos los que murieron, ¿podríamos imaginar algo mejor? Decídmelo, jueces. Si en verdad al llegar al Haides quedamos libres de quienes aquí pasan por jueces, encontrándonos en cambio con los verdaderos, con los que según se asegura, hacen allí justicia: Minos, Radamantos, Aiakos, Triptolemos y demás semidioses que en vida fueron justos, ¿no os parece que el viaje bien vale la pena? Pues ¿y si se tiene la dicha de entablar relaciones con Orfeus, Museo, Hesíodos y Homeros? ¿Qué no daríamos con que tal aconteciese? ¡Ah!, creedme que de ocurrir esto yo quisiera morir, no una, sino cien veces. ¡Qué maravilloso entretenimiento, para mí al menos, el conversar allí con Palamedes, con Aiax el hijo de Telamón, o con cualquier otro héroe de los tiempos pasados que haya muerto a causa de una sentencia injusta! ¡Qué dulzura para mí el comparar mi suerte con la suya! Pero lo que me sería más grato que toda otra cosa sería el examinar a todos ellos a mi placer, el interrogarles como aquí hacía, para descubrir quiénes de entre ellos son sabios verdaderamente y quiénes creen serlo no siéndolo. ¿Qué no valdría la pena de dar, jueces, por poder examinar de este modo al hombre que dirigió contra Troya aquel fabuloso ejército, o bien a Ulises, Sísifos o a tantos otros hombres y mujeres como se podrían nombrar? Conversar con ellos, vivir en su compañía, examinarlos, averiguar cómo son. ¡Oh, dicha incomparable! Tanto más cuanto que, aún poniendo lo peor, no hay miedo de ser también allí condenado a muerte por ellos, pues una de las ventajas de quienes moran en aquellas regiones sobre nosotros es la de ser inmortales, si lo que se dice de ellos es verdad.
Esta confianza que me inspira la muerte, jueces, debéis de sentirla como yo la siento si tenéis en cuenta la siguiente verdad: que no hay mal posible para el hombre de bien ni en esta vida ni fuera de ella, pues los dioses se interesan por su suerte. En lo que a la mía respecta, nada fío a la casualidad; al contrario, tengo por evidente que lo mejor para mí es morir ahora y librarme de este modo de toda pena. Por esto mi guía interior no me ha detenido y por ello también me sucede que no sienta el menor rencor contra quienes me han acusado y contra quienes me han condenado. Claro que, como acusándome y condenándome pensaban perjudicarme, en esto y sólo en esto son censurables.
No obstante, y a pesar de ello, tan sólo una cosa les pido: cuando mis hijos sean ya hombres, atenienses, castigadles atormentándoles como yo os atormentaba a vosotros en cuanto creáis advertir que se preocupan del dinero o de cualquier cosa que no sea la virtud. Y si se atribuyen méritos que no tienen, morigeradlos como yo os morigeraba a vosotros; reprochadles por desdeñar lo esencial y atribuirse aquello que no les corresponde. Si de tal modo obráis, seréis justos no sólo con mis hijos, sino conmigo.
Mas llegada es la hora de marcharnos; yo, a morir; vosotros, a continuar vuestra vida. De vuestra suerte y la mía, ¿cuál es la mejor? Nadie, a no ser la divinidad, lo sabe."

miércoles, 4 de mayo de 2011

Mente y materia (Cecil J. Schneer)

Mente y Materia: "Este libro nos narra la epopeya de la mente del hombre para conocer qué es la materia que le rodea y qué forma el propio cuerpo humano".
Dada la extensión de la obra y la complejidad de la simbología química que en ella se aborda, me sería imposible publicar en detalle el contenido, aun cuando de párrafos sueltos se tratara. Es por lo mismo que os recomiendo encarecidamente su lectura.


Desde la palabra y el fuego a la edad del hierro y de las letras

"Por química entendemos la ciencia de la materia y de sus reacciones de combinación y descomposición. Las diferencias entre la química y otras ciencias, tales como la biología, son a menudo arbitrarias; sobre todo, si tenemos en cuenta que los seres vivos son complejos fisioquímicos, cuyo proceso vital supone una serie de reacciones de combinación y descomposición de la materia regidas por las leyes de la física. Evidentemente, juegan también un papel importante en la evolución de la química otros fenómenos que se encuentran enteramente fuera del campo de las ciencias, o la menos de las ciencias físicas. Me refiero a lo fenómenos históricos.
(...)

Teorías sobre la materia

Pitágoras de Crotona se ocupó menos de la sustancia subyacente que de la lógica de la diferenciación. Como ya antes los jonios, Pitágoras mantenía la existencia de una sustancia primera y fundamental, cuyos atributos eran la materia y el espacio. "El primer principio de todo es el Uno... que es la causa." Para explicar su distinción de la materia, como la llamamos nosotros, Pitágoras afirmaba que existe la "forma" (es decir, el número y la forma geométrica) y la "materia del Uno". De los números, se pasa a las formas geométricas y, a través de éstas, los cuerpos llegan a nuestros sentidos. "Los cuatro elementos, el fuego, la tierra, el aire y el agua, son los elementos de los cuerpos sensibles. Ellos son los que transforman un cuerpo en otro, y los que componen el cosmos. El cosmos es animado, inteligente, esférico. Dentro de él, está el centro de la Tierra, que también es esférico..." Del mismo modo que un círculo, un triángulo y un cuadrado difieren entre sí solamente por su forma y no por la materia de que han sido hechos, así también –al pensar de Pitágoras– las diversas materias difieren entre sí solamente en su forma; y la esencia de los seres materiales radica en su forma geométrica.
Estamos de acuerdo con Pitágoras en que el vapor que bulle en una caldera y el trozo de hielo que se extiende estático en el suelo están formados por una sola y misma sustancia: pero no el agua, que es un ser distinto, sino el compuesto de hidrógeno-oxígeno. Entonces, ¿por qué las propiedades de ambos son tan diferentes? Pitágoras responderá que la diferencia consiste en que la forma geométrica de cada uno es diferente. Los investigadores modernos que han estudiado las propiedades del hielo y del vapor nos darán una respuesta esencialmente pitagórica: la diferencia radica en el ordenamiento y distribución de la materia prima. En el hielo, las moléculas se agrupan en perfecta alineación, como los ladrillos de una pared. En el vapor, en cambio, las moléculas se encuentran separadas y en movimiento violento y desordenado.
Pitágoras considera al mundo como una armonía, dentro de la cual hay una diferenciación puramente numérica. (...) La esencia de las diferencia cualitativas de los seres es matemática. Cuando nos demos cuenta de la importancia de esto, llegaremos a la conclusión de que los modernos científicos están más cerca de Pitágoras de lo que nos imaginamos. Pitágoras piensa que la esencia de la diversidad de la naturaleza consiste en la forma matemática. La esencia de las cosas es, por tanto, totalmente inteligible; no mágica, ni misteriosa (quizá divina, pero en el sentido de ideal).
(...)

Corpora ad lectorem (Un saludo al lector)

"Una vez los filósofos se vieron obligados a buscar, en nuestro nombre, ese dulce fruto huidizo, tan delicioso, que alimenta nuestra inteligencia." (Leonardo, en el Codex M.)

Fra Luca Pacioli, después de convencer a Leonardo, esa "inefable mano izquierda", para que ilustrase su manuscrito De Divina Proportione, escribió en la página final esta frase, que compendia todo lo dicho anteriormente. Esto sucedía en 1498. Al año siguiente, Milán era invadida por los franceses. El artista y el matemático salieron juntos de Florencia. Había ya terminado el breve periodo de florecimiento de la corte de Milán. A pesar de que sus trabajos habían sido arduos, estaban suficientemente recompensados porque llegaron a saborear aquel dulce, huidizo fruto, del que habla Fra Luca. Habían construido un mundo que se salía del marco del número y la proporción, y del poliedro perfecto de Platón. Era algo proporcionado, razonable y perfecto, por eso el arte y la ciencia consistían en imitar a la naturaleza. Los críticos posteriores como Duhem pudieron poner barreras al uso de los arquetipos que consideraban muletas para "las oscuras mentes inglesas", pero una generación que ha visto la síntesis de las proteínas, que se ha propuesto con toda serenidad desenredar la madeja de las leyes genéticas, es lo suficiente curiosa como para no asustarse por las leyes de caballería que los puritanos impusieron a la ciencia.
Para ellos existen los puritanos, y entre éstos se puede incluir a los físicos teóricos, cuyo interés reside en buscar el lado estético de la ciencia. Son los hombres que necesitan un lavado de las matemáticas para que resulten elegantes.
(...)
Lavoisier, Duhem, o el Newton de los Principia, entendían el mundo como un sistema único, lógico, deductivo. La ciencia es un gran contexto, el código de la ciencia es tan rígido como el de los samurai. En cambio, el químico que ha sido atrapado por la fascinación de las nuevas síntesis, o el critalógrafo que busca las bases de su teoría en la realidad del anillo bencénico, piensan que la naturaleza es una ramera cuyos secretos están retorcidos por su falta de escrúpulos. Donde falla la razón, la computadora puede encontrar soluciones.
(...)
La verdad de la naturaleza y de la materia es la misma para nosotros que para Tales de Mileto. La química, como los antiguos griegos jónicos, se pregunta: "¿Qué son los seres creados?" Las respuestas de los griegos jónicos eran simples y directas; tenían todo el encanto de la infancia de la humanidad. Esa vasta construcción intelectual que es la ciencia de la materia, ha hecho crecer en nuestros días la importancia de aquellas primeras respuestas.
Ya no poseemos la inocencia de aquellos hombres antiguos que se reunían en el ágora para discutir de filosofía. Hemos perdido su inocencia moral con nuestras bombas, nuestros gases lacrimógenos y nuestras guerras bacteriológicas (...) Pero hemos progresado mucho en el logro del poder que permita poner fin a las guerras, el hambre, la peste y la pobreza. Hemos progresado intelectualmente porque ya no hay nadie que se quede satisfecho con historias propias de niños. La condición del hombre es la siguiente: siempre se produce un estado de tensión frente a lo desconocido. La verdadera ciencia no es motivo de vanidad ni de engreimiento, ni produce ambición, aunque como esto forma parte de la naturaleza se encontrará también en ella. Existe en nosotros un estado de tensión que nos impele hacia adelante. Nos agrada la exactitud de la ley periódica o la interacción de las hélices de DNA. Sabemos muy bien que se trata de recursos expresamente fabricados para poder explicar, ya sea por medio de la teoría cuántica, con sus formas y números, ya sea por medio de expresiones todavía no concebidas, todas las cosas, y con ello no hacemos más que mostrar toda la complejidad, toda la armonía del pensamiento de una sociedad madura y cultivada. Estas son las obras mejores de que es capaz el hombre. Aunque también podemos, como los contemporáneos de Tucídides, destruirnos a nosotros mismos en una persecución alocada de la riqueza y dejarnos llevar por el impulso que nos arrastra al dominio del hombre por el hombre. Podemos, sin embargo, adoptar una actitud mucho más hermosa: el hombre puede establecer la meta más elevada de su mente en el conocimiento de la complicada ciencia de la materia. El propósito de esta empresa puede, realmente, como dijo Hooke en una ocasión, iluminar los trabajos de las manos del hombre y dulcificar el curso de nuestro destino en el Edén, pero también –puesto que la naturaleza del hombre está orientada hacia el goce puro de la inteligencia– puede llevarnos, en este mundo en el que hemos nacido, a lograr la plenitud de la mente que se nos dio".

jueves, 21 de abril de 2011

Los complejos y el inconsciente (Carl G. Jung 1875 — 1961)

"Según la vieja concepción, el alma representaba la vida del cuerpo por excelencia, el soplo de vida, una especie de fuerza vital que, durante la gestación, el nacimiento o la procreación, penetraba el orden físico, espacial, y abandonaba de nuevo el cuerpo moribundo con su último suspiro. El alma en sí, entidad que no participaba del espacio pues era anterior y posterior a la realidad corporal, se encontraba situada al margen en duración y gozaba prácticamente de la inmortalidad.
Evidentemente, esta concepción, vista desde el ángulo de la psicología científica moderna, es una pura ilusión. Como no pretendemos hacer aquí "metafísica", ni moderna ni antigua, busquemos sin prejuicios lo que hay de empíricamente justificado en esta concepción pasada de moda.
Los nombres que el hombre da a sus experiencias son a menudo muy reveladores. ¿De dónde proviene la palabra Seele (alma)? El alemán Seele (alma) y el inglés soul son en gótico Saiwala, en germánico primitivo saiwalô, emparentado con el griego aiolos, que significa movedizo, abigarrado, tornasolado. La palabra psyché significa también, como es sabido, mariposa. Por otra parte, saiwalô, es un compuesto del viejo eslavo sila = fuerza. Estas realaciones aclaran la significación original de la palabra Seele (alma): el alma es una fuerza motriz, una fuerza vital.
Los nombres latinos animus = espíritu y ánima = alma, son lo mismo que el griego anemos = viento. La otra palabra griega que designa al viento, pneuma, significa también, como se sabe, espíritu. En gótico, encontraremos el mismo término en la forma de us-anan = ausatmen = expirar, y en latín, an-helare = respirar dificultosamente. En el viejo alto alemán spiritus sanctus se expresa con atum, Atem = aliento. En árabe, rih = viento, ruh = alma, espíritu. El griego psyché tiene un parentesco análogo con psycho = soplar, psychos = fresco, psychros = frío y physa = fuelle. Estas relaciones muestran claramente que en latín, en griego y en árabe el nombre dado al alma evoca la representación de viento agitado, de "soplo helado de los espíritus".
Paralelamente, los primitivos tienen una visión del alma que le atribuye un cuerpo formado de soplos invisibles.
Fácilmente se comprende que la respiración, que es un signo de vida, sirve para designarla con el mismo derecho que el movimiento o la fuerza creadora de movimiento. Otra concepción primitiva ve al alma como un fuego o una llama, siendo el calor también una característica de la vida. Otra representación curiosa, pero frecuente, identifica el alma y el nombre. El nombre de un individuo sería, según esto, su alma, y de aquí la costumbre de reencarnar en los recién nacidos el alma de los antepasados dándoles los nombres de éstos. Esta concepción equivale a identificar la parte con el todo, el yo consciente con el alma que expresa; frecuentemente, el alma es confundida también con las profundidades oscuras, con la sombra del individuo; de aquí que pisar la sombra de alguien sea una ofensa mortal. Esta es la razón de que el mediodía (la hora de los espíritus en el hemisferio sur) sea la hora peligrosa: la disminución de la sombra equivale a una amenaza contra la vida. La sombra expresa lo que los griegos llamaban el synopados, ese algo que nos sigue detrás, esa sensación imperceptible y vivaz de una presencia: también se ha llamado sombra al alma de los desaparecidos.
Estas alusiones bastan para demostrar de qué manera la intuición original elaboró la experiencia del alma. Lo psíquico aparecía como una fuente de vida, un primum movens, como una presencia sobrenatural pero objetiva. Esto explica que el primitivo pudiera conversar con su alma; ésta tiene una voz, que no es exactamente idéntica a él mismo ni a su conciencia. Lo psíquico, para la experiencia originaria, no es, como para nosotros, la quintaesencia de lo subjetivo y de lo arbitrario; es algo objetivo, algo que brota de forma espontánea y que tiene en sí mismo su razón de ser.
Esta concepción, desde un punto de vista empírico, está perfectamente justificada; no sólo al nivel primitivo, sino también en el hombre civilizado, lo psíquico resulta ser algo objetivo, sustraído en gran medida a la arbitrariedad de la conciencia: así, somos incapaces, por ejemplo, de reprimir la mayoría de nuestras emociones, de transformar en buen humor un humor detestable, de provocar o impedir sueños. Hasta el hombre más inteligente del mundo puede ser presa en ciertas ocasiones, de ideas de las que no logra desembarazarse, a despecho de los mayores esfuerzos de voluntad. Nuestra memoria da los saltos más increíbles sin que podamos intervenir más que con nuestra admiración pasiva; nos pasan por la cabeza fantasías que ni hemos buscado ni esperamos. Es cierto que nos halaga ser los dueños de nuestra propia casa. En realidad, dependemos, en proporciones angustiosas, de un funcionamiento preciso de nuestro psiquismo inconsciente, de sus sobresaltos y de sus fallos ocasionales. Además, después de estudiar la psicología de los neuróticos, resulta ridículo que haya todavía psicólogos que pongan a la conciencia y a la psique en el mismo plano. Por otra parte, la psicología de los neuróticos, no se diferencia, como es sabido, de la de los individuos considerados normales más que por rasgos insignificantes. Además, ¿quién, en nuestros tiempos, tiene la perfecta seguridad de no ser un neurótico?
Esta situación de hecho justifica elocuentemente de un modo inmediato y peligroso, la vieja concepción según la cual el alma era una realidad autónoma no sólo objetiva, sino también arbitraria. La suposición que la acompañaba de que esta entidad misteriosa e inquietante es, al mismo tiempo, la fuente de vida, es perfectamente comprensible desde un punto de vista psicológico, pues la experiencia demuestra que el yo, la conciencia, brotan de la vida inconsciente: el niño pequeño presenta una vida psíquica sin conciencia del yo apreciable, y por ello los primeros años de la vida apenas si dejan huellas en la memoria. ¿De dónde surgen todas las ideas buenas y saludables que nos vienen de improviso al espíritu? ¿De dónde surgen el entusiasmo, la inspiración y la sensación de la vida en su plenitud? El primitivo siente en las profundidades de su alma la fuente de la vida; se siente impresionado hasta las raíces de su ser por la actividad de su alma, generadora de vida; y, por ello, acepta con credulidad todo lo que actúa sobre el alma, los usos mágicos de todo género. Para el primitivo, el alma es, pues, la vida absoluta, que no imagina dominar sino de la que se siente dependiente en todas las relaciones.
La idea de la mortalidad del alma, por inaudita que nos parezca, no tiene nada de sorprendente para el empirismo primitivo. El alma es, sin duda, algo extraño; no está localizada en el espacio, mientras que todo lo que existe ocupa una cierta extensión. Suponemos con certidumbre que nuestros pensamientos se sitúan en la cabeza; pero si se trata de sentimientos ya nos mostramos indecisos, pues éstos parecen brotar más de la región del corazón. En cuanto a las sensaciones, están repartidas por el conjunto del cuerpo. Nuestra teoría pretende que la conciencia se asienta en la cabeza. Los indios pueblos, por su parte, me aseguraron que los americanos estaban locos al pensar que las ideas se hallaban en la cabeza, puesto que todo ser razonable piensa con el corazón. Ciertas tribus negras no localizan su psiquismo ni en la cabeza ni en el corazón, sino en el vientre.
A esta incertidumbre de la localización espacial se añade el aspecto inextenso de los estados psíquicos, aspecto inextenso que aumenta a medida que se alejan de la sensación. ¿Qué dimensiones, por ejemplo, se pueden atribuir a una idea? ¿Es pequeña, grande, larga, fina, pesada, líquida, recta, circular? Si buscásemos una representación viviente de una entidad con cuatro dimensiones y, no obstante, al margen del espacio, el mejor modelo sería sin duda el pensamiento..."

martes, 12 de abril de 2011

De la Naturaleza (Lucrecio 99 a.C. – 55 a.C.)

La estructura del átomo y el vacío

"Los cuerpos son, o elementos de las cosas, o combinaciones de estos elementos. Pero a los elementos de las cosas, ninguna fuerza puede extinguirlos, pues terminan venciendo ellos por su solidez. Aunque parece difícil creer que entre las cosas pueda encontrarse alguna de cuerpo enteramente compacto. Pues el rayo del cielo pasa a través de los muros de las casas, así como las voces y gritos; el hierro puesto al fuego se vuelve incandescente, y las rocas estallan por la furia del ardiente vapor; la rigidez del oro cede y se liquida en el crisol; el helado bronce se derrite, vencido por la llama; el calor se infiltra por la plata, así como el frío penetrante, ya que los sentimos uno y otro cuando, sosteniendo con las manos la copa, a la manera usual, vierten líquido en ella. Tan cierto es que no parece haber nada compacto en las cosas.
Mas puesto que la razón verdadera y la Naturaleza de las cosas nos fuerza a pensar de otro modo, atiende, que voy a explicarte en pocos versos la existencia de objetos dotados de cuerpo compacto y eterno; los cuales afirmo que son los gérmenes y elementos que constituyen esta suma de seres creados.
Primeramente, habiendo encontrado que estos dos principios, la materia y el espacio en que cada cosa se produce son de muy distinta naturaleza, necesario es que cada una exista por sí misma y sea en sí misma pura. Pues doquiera se extiende el espacio libre que llamamos vacío, no hay materia; y donde se mantiene la materia, no puede haber espacio hueco. Existen, pues, cuerpos primeros sólidos y exentos de vacío. Además, puesto que existe el vacío en los seres creados, preciso es que esté envuelto en materia compacta; y no puede razonablemente pensarse que cosa alguna oculte y encierre un hueco en el interior de su cuerpo, si no admites que es compacto lo que lo contiene. Pero esto no puede ser sino un conglomerado de materia, capaz de envolver el vacío que hay en las cosas. Así, la materia, que consta de un cuerpo enteramente sólido, puede ser eterna, mientras todo lo demás se descompone.
Por otra parte, si nada hubiera que fuera vacío, todo sería sólido; inversamente, si no existieran cuerpos concretos para llenar los espacios y ocuparlos, no habría en el mundo más que espacio libre y vacío. Está claro, por tanto, que materia y vacío alternan separados el uno del otro, ya que el universo no es ni lleno del todo ni tampoco vacío. Existen, pues, cuerpos determinados que pueden determinar el espacio con lo hueco y lo lleno.
Estos cuerpos, ni pueden ser deshechos por golpes venidos de fuera, ni penetrados o descompuestos desde dentro, ni pueden tambalearse al embate de cualquier otro accidente. Pues, sin vacío, no se ve cómo nada puede ser aplastado, ni roto, ni partido en dos por un corte, ni impregnarse de humedad, ni ser penetrado por el frío o el fuego que acaban con todo. Y cuantos más huecos encierra una cosa en su interior, más vulnerable es a los ataques de estas fuerzas. Luego, si sólidos y sin vacío son los cuerpos primeros, como he demostrado, necesario es que sean eternos.
Además, si la materia no fuera eterna, tiempo ha que el mundo se hubiera reducido a la nada, y de la nada hubiera vuelto a nacer cuanto vemos. Pero habiendo antes mostrado que de la nada nada puede crearse, ni volver a ella lo que ha sido engendrado, debe haber elementos de cuerpo inmortal, en los cuales puedan resolverse todas las cosas en su hora suprema, a fin de que haya materia bastante para la renovación de los seres. Los cuerpos primeros son, pues, sólidos y simples; de otro modo no hubieran podido, conservándose incólumes a través de los siglos, desde tiempo infinito, ir renovando las cosas.

Indivisibilidad de los átomos

En fin, si la Naturaleza no hubiera fijado un límite a la destrucción de las cosas, a tal extremo estarían ya reducidos los elementos materiales, por la acción destructora de los siglos pasados, que nada engendrado por ellos podría, en un tiempo fijo, alcanzar la plenitud de la vida. Vemos, en efecto, cómo cualquier cuerpo puede ser destruido más rápidamente que rehecho de nuevo; por tanto, lo que el infinito tiempo pasado, en la larga sucesión de sus días, hubiera destruido hasta ahora, disipándolo y disolviéndolo, jamás podría ser reparado en el tiempo restante. La verdad es, empero, que hay un límite inmutable fijado a la división de la materia, pues vemos que todas las cosas se regeneran y que a la vez a cada especie de seres le ha sido asignado un tiempo preciso para alcanzar la flor de la edad.

Los cuatro elementos

A esto se añade que, aunque sean absolutamente compactos los elementos de la materia, puede darse razón, sin embargo, de cómo se forman los cuerpos blandos, aire, agua, tierra, fuego, y qué fuerza produce cada uno, toda vez que el vacío se encuentra mezclado en las cosas. Mientras que, al contrario, si fueran blando los elementos primeros, no podría explicarse de dónde se crean las duras peñas y el hierro; pues la Naturaleza entera estaría privada de su fundamento inicial. Así los elementos son fuertes por su sólida simplicidad y, al combinarse entre sí más densamente, los cuerpos quedan más fuertemente trabados y ofrecen una resistencia mayor.
Por otra parte, si ningún término se hubiera fijado a la división de los cuerpos, debería admitirse que han sobrevivido hasta ahora, desde la eternidad, algunos elementos que aún no se han visto expuestos a peligro ninguno. Pero puesto que están formados de una sustancia frágil, es inexplicable que hayan podido subsistir durante un tiempo eterno, maltratados a través de los siglos por choques innumerables.
Puesto que, en fin, a cada especie de seres le ha sido fijado un término para crecer y mantenerse en la vida, y puesto que la Naturaleza ha sancionado con sus leyes lo que puede cada una y lo que no puede, y nada cambia, al contrario, todo permanece constante, hasta el punto de que las pintadas aves muestran en su cuerpo, de generación en generación, las manchas distintivas de su especie: necesario es, evidentemente, que su cuerpo esté hecho de materia inmutable. Pues si los elementos primeros pudieran cambiar, vencidos por una u otra causa, imposible sería saber lo que puede nacer y lo que no puede, las leyes, en fin que a cada cosa delimitan su poder y sus mojones profundamente hincados; y tampoco las generaciones podrían reproducir con tal constancia en cada especie la naturaleza, costumbres, vida y movimientos de sus padres."

martes, 29 de marzo de 2011

El Silmarillion (J. R. R. Tolkien 1892-1973)

AINULINDALË

La Música de los Ainur

"En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música; y cantaron ante él y él se sintió complacido. Pero por mucho tiempo cada uno de ellos cantó solo, o junto con unos pocos, mientras el resto escuchaba; porque cada uno sólo entendía aquella parte de la mente de Ilúvatar de la que provenía él mismo, y eran muy lentos en comprender el canto de sus hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda, y crecían en unisonancia y armonía.
Y sucedió que Ilúvatar convocó a todos los Ainur, y les comunicó un tema poderoso, descubriendo para ellos cosas todavía más grandes y más maravillosas que las reveladas hasta entonces; y la gloria del principio y el esplendor del final asombraron a los Ainur, de modo que se inclinaron ante Ilúvatar y guardaron silencio.
(...)

VALAQUENTA

Historia de los Valar y los Maiar según el saber de los Eldar

En el principio Eru, el Único, que en lengua élfica es llamado Ilúvatar, hizo a los Ainur de su pensamiento; y ellos hicieron una Gran Música delante de él. En esta música empezó el Mundo; porque Ilúvatar hizo visible el canto de los Ainur, y ellos lo contemplaron como una luz en la oscuridad. Y muchos de entre ellos se enamoraron de la belleza y la historia del mundo, que vieron comenzar y desarrollarse como una visión. Por tanto Ilúvatar dio Ser a esta visión, y la puso en medio del Vacío, y el Fuego Secreto fue enviado para que ardiera en el corazón del Mundo, y se lo llamó Eä.
Entonces aquellos de entre los Ainur que así lo deseaban, se levantaron y entraron en el mundo en el principio del Tiempo; y era su misión acabarlo, y trabajar para que la visión se cumpliese. Largo tiempo trabajaron en las regiones de Eä, de una vastedad inconcebible para lo Elfos y los Hombres, hasta que en el tiempo señalado se hizo Arda, el Reino de la Tierra. Entonces se vistieron con las galas de la Tierra, y allí descendieron y moraron.

De los Valar

A los Grandes de entre estos espíritus los Elfos llaman Valar, los Poderes de Arda, y los hombres con frecuencia los han llamado dioses. Los Señores de los Valar son siete; y las Valier, las Reinas de los Valar, son siete también. Estos eran sus nombres en la lengua élfica tal como se la hablaba en Valinor, aunque tienen otros nombres en el habla de los Elfos de la Tierra Media, y muchos y variados entre los hombres. Los nombres de los Señores son estos, en debido orden: Manwë, Ulmo, Aulë, Oromë, Mandos, Lórien, y Tulkas; y los nombres de las Reinas son: Varda, Yavanna, Nienna, Estë, Vairë, Vána y Nessa. Melkor ya no se cuenta entre los Valar, y su nombre no se pronuncia en la Tierra..." 

jueves, 24 de marzo de 2011

Ética (Baruch Spinoza 1632-1677)

Proposición IX

"El Alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto tiene ideas confusas, se esfuerza en perseverar en su ser con una duración indefinida y tiene conciencia de su esfuerzo.

Demostración

La esencia del Alma está constituida por ideas adecuadas e inadecuadas; por consiguiente, el Alma se esfuerza en perseverar en su ser cuanto tiene unas y otras ideas; y esto, con una duración indefinida. Puesto que, por otra parte, el Alma por las ideas de las afecciones del Cuerpo, tiene necesariamente conciencia de sí misma, tiene conciencia de su esfuerzo.

Escolio

Este esfuerzo, cuando se relaciona sólo con el Alma, se llama Voluntad; pero, cuando se relaciona a la vez con el Alma y con el Cuerpo se llama Apetito; éste no es, pues, otra cosa que la esencia misma del hombre y de la naturaleza de dicha esencia; se sigue, necesariamente, lo que sirve para su conservación; así, el hombre es determinado a realizarlo. Además, no hay diferencia alguna entre el Apetito y el Deseo; únicamente, el Deseo se relaciona generalmente en los hombres, en cuanto tienen conciencia de sus apetitos y puede, por esta razón, definirse de este modo: el Deseo es el Apetito con conciencia de sí mismo. Queda, pues, establecido que no nos esforzamos en nada, ni queremos, ni apetecemos o deseamos cosa alguna porque la juzgaremos buena, sino que, por el contrario, juzgamos que una cosa es buena porque nos esforzamos hacia ella, la queremos, apetecemos y deseamos.
(...)

Proposición XI

Si alguna cosa aumenta o disminuye, secunda o reduce la potencia de obrar de nuestro Cuerpo, la idea de esta cosa aumenta o disminuye, secunda o reduce la potencia de nuestra Alma.

Escolio

Hemos visto que el Alma, cuando es pasiva, está sujeta a grandes cambios y pasa tan pronto a una perfección mayor como a otra menor; y estas pasiones nos explican las afecciones del Gozo y de la Tristeza. Por Gozo entenderé, por consiguiente, una pasión por la que el Alma pasa a una perfección más grande. Por Tristeza, una pasión por la que pasa a una perfección menor. Llamo, además, la afección del Gozo relacionada a la vez con el Alma y con el Cuerpo, Placer o Alegría; la de la Tristeza, Melancolía o Dolor. Es preciso advertir, sin embargo, que el Placer y el Dolor se relacionan con el hombre cuando una parte de él es afectada más que las otras; La Alegría y Melancolía, cuando todas las partes son igualmente afectadas. (...) Hemos demostrado, en fin, que la potencia del Alma con que ésta imagina las cosas y se acuerda de ellas, depende también de que el Alma envuelva la existencia actual del Cuerpo. De donde se deduce que la existencia presente del Alma y su potencia de imaginar son destruidas tan pronto como el Alma cesa de afirmar la existencia presente del Cuerpo. Pero la causa por que el Alma afirma la existencia del Cuerpo, no es que el Cuerpo haya comenzado a existir; por la misma razón, no cesa de afirmar la existencia del Cuerpo porque éste cese de ser, sino que esto proviene de otra idea que excluye la existencia presente de nuestro Cuerpo, y, por consiguiente, la de nuestra Alma, y que es, por tanto, contraria a la idea que constituye la esencia de nuestra Alma." 

jueves, 10 de marzo de 2011

La conciencia mítica (D. S. Bond)

"El trabajo psicológico consiste en aceptar los fantasmas de nuestras vidas no vividas. No es nuestra aflicción por aquello que quisimos y hemos perdido; no es enterrar nuestras ambiciones adolescentes. El misterio de la psique es que nos sentimos perseguidos no por lo que queremos en la vida, sino por lo que la vida quiere de nosotros. Nunca podremos arrinconar esos potenciales no vividos. Buscan incesantemente ser vividos aunque los enterremos profundamente. Puede que trabajar de nueve a cinco sea una adaptación esencial para trabajar en un cultura urbana, pero ¿se ajusta convenientemente a las energías instintivas modeladas en la psique? Aprender a vivir sólo aquello que nuestros padres pudieron tolerar puede que haya sido una relación esencial para el desarrollo de nuestras familias, pero ¿se ajusta convenientemente a aquellos profundos deseos que aún esperan verse realizados?
Lo que se retiene en nuestra vida no vivida: la energía vital que no ha sido utilizada, las posibilidades que se han dejado sin explorar. Esto es lo que nos obsesiona. A la sombra de nuestras preocupaciones cotidianas, los fantasmas de nuestra vida no vivida se amontonan, enjaulados como prisioneros que hacen sonar sus cadenas. Se esfuerzan, presionan y claman por ser liberados. No sólo los fantasmas de lo que pudo haber existido en nuestra vida, sino también el espíritu de aquello que puede existir. Y resulta molesto estar siempre haciendo sitio a los fantasmas, estar siempre haciendo sitio a algo más. (...) Lo que encontramos en estos "fantasmas" son patrones de energía psíquica; patrones que quieren ser vividos, que quieren ser representados, patrones que quieren salir a la vida. "Todo lo que está en el inconsciente quiere llegar a ser acontecimiento, y la personalidad también quiere desplegarse a partir de sus condiciones inconscientes y sentirse como un todo." (C. G. Jung) Estos patrones ansían ser puestos en movimiento y realizarse.
(...)
Sólo la psique sabe lo que necesita. Como si fuera un mapa vivo, allí se recuerdan todos los caminos que se exploraron, pero sólo hasta donde fueron recorridos; y ahí aguardan a que otros, por necesidad, retomen la exploración. Es allí donde se recupera el "deber" y donde flaquea la decisión. La necesidad impone una dirección. Vives lo que debes vivir o enfermas.

Retirada, depresión y pérdida del alma

Sugiero que en la salud hay un núcleo esencial de la personalidad que se corresponde con el verdadero yo de la personalidad dividida; sugiero que este núcleo nunca se comunica con el mundo de los objetos percibidos y que la persona individual sabe que nunca debe comunicarse con la realidad externa ni verse influido por ella. (...) Aunque las personas sanas se comunican y disfrutan haciéndolo, también es verdad que cada individuo se encuentra aislado, permanentemente incomunicado y desconocido, en realidad no descubierto.
En la vida y el vivir, este duro hecho queda mitigado por ese compartir que es propio de toda una serie de experiencias culturales. En el centro de cada persona existe un elemento incomunicado, que es sagrado y merecedor en grado sumo de ser preservado. (...)
En las mejores circunstancias posibles, se produce el crecimiento y el niño adquiere tres vías de comunicación, o comunicación intermedia, que se desliza desde el juego hasta experiencias culturales de todo tipo. (D. W. Winnicott)
(...)
Es indudable que todos tenemos que adaptarnos a ciertas expectativas. Todos tenemos que aceptar lo que nos es dado y lo que tenemos que ganarnos. La tendencia a la depresión procede de que se combina un modo único de acercamiento con el hecho de que lo que nos gratifica ya no es lo vivido interiormente sino la recompensa exterior. Esto supone cierta rigidez, una perspectiva unilateral, una tendencia hacia la excesiva focalización. El yo que juega se pierde. El sentido de la gratificación ha pasado al yo adaptado..."


miércoles, 2 de marzo de 2011

Khalil Gibran 1883–1931 (Obras completas)

Obra dirigida por Diveso Llagar Maralar
Prólogo de Mir Bahadur Mu´tasin
(Ediciones Bosmar)

El sonido del silencio

"Gibran no cree que el verdadero amor necesite ser elocuente. Cuando el amor visita a un alma, ilumina sus rincones. Para él, el "pesar del amor canta". Este canto es el consuelo del alma y conduce a la comprensión de las cosas oscurecidas por el pesar. Este pesar es más profundo que el amor; en palabras de Gibran: "Hay un pesar más sublime que el conocimiento, más fuerte que el deseo, y más amargo que la pobreza." Para Gibran, este pesar no es elocuente, sino que es "mudo y no tiene voz".
(...)
Los verdaderos amantes comienzan a desarrollar su amor en plácido silencio, no con palabras: "Dos espíritus... han alcanzado a comprenderse en silencio y se han acercado al círculo de luz de lo alto", dice en su famoso ensayo Khalil el Hereje. En Alas Rotas dice, cuando se encuentra con Selma, que ambos deben permanecer en silencio, esperando que el otro sea quien hable, pues "para dos almas, el habla no es el único medio de entenderse. No son las sílabas que surgen de los labios las que unen los corazones". La energía curativa del amor se fortalece con su muda actitud. Es así como dos amantes, al encontrarse tras una larga separación, sienten que las palabras obstaculizan su comunicación y mutuo entendimiento. Entonces permanecen en silencio, incapaces de decir lo que sienten y lo que quieren expresar. Gibran experimentó esta situación más de una vez, cuando visitaba a Selma después de saber que estaba obligada a comprometerse con el sobrino del obispo, a quien no amaba. Describe así uno de estos encuentros:

Una mirada que revela agitación interior confiere
más belleza al rostro, sin importar cuánta
tragedia y dolor revele; pero el
rostro que en silencio no anuncia
misterios ocultos no es bello,
aun cuando sus rasgos sean armónicos.
La copa no seduce nuestros labios
a menos que sea el color del vino
a través del transparente cristal.

Gibran repite a menudo que el silencio es, en ciertas circunstancias, el único lenguaje del amor, y escribe:

Mírame, amigo mío; estudia mi rostro
y lee en él lo que quieres saber
y que yo no puedo decir. Mírame,
amada mía... Mírame, hermana mía.

Una mirada, un roce, un beso

Gibran insiste a menudo en el aspecto espiritual del amor. No menciona nunca la satisfacción física de los escarceos, que son generalmente una trampa para los hombres. Acentúa el poder de una mirada al decir: "La mirada de una mujer te convierte en el hombre más feliz de la tierra." Es real que la mirada de una persona puede revelar los ocultos secretos de su corazón. Todas las canciones de amor dicen que los ojos son un espejo del alma y el corazón. La mirada de una mujer puede hipnotizar a un hombre y conquistarlo. La mirada de un hombre puede tener una tremenda influencia sobre una mujer, y conquistar su confianza y su afecto.
En otros pasajes, Gibran dice que su mayor deseo es simplemente "contemplar la luz de los ojos de su amada y escuchar la música de su voz". La palabra "voz" no alude sólo a lo que su amada diga, ni a su manera de hablar. Vemos que acentúa el efecto que tiene sobre él el sonido de la voz..." 




lunes, 28 de febrero de 2011

El mundo de Sofía (Jostein Gaarder)

Sofía (del gr. sabiduría)

Todo fluye

"Tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo, decía Heráclito. Y si no fuera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
"Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hambre y saciedad", decía. Emplea la palabra "Dios", pero es evidente que se refiere a algo muy distinto a los dioses de los que hablan los mitos. Para Heráclito, Dios –o lo divino– es algo que abarca a todo el mundo. Dios se muestra precisamente en esa naturaleza llena de contradicciones y en constante cambio.
En lugar de la palabra "Dios", emplea a menudo la palabra griega logos, que significa razón. Aunque las personas no hemos pensado siempre del mismo modo, ni hemos tenido la misma razón, Heráclito opinaba que tiene que haber una especie de "razón universal" que dirige todo lo que sucede en la naturaleza. Esta "razón universal"  –o "ley natural"– es algo común para todos y por la cual todos tienen que guiarse. Y, sin embargo, la mayoría vive según su propia razón, decía Heráclito. No tenía, en general, muy buena opinión de su prójimo. "Las opiniones de la mayor parte de la gente pueden compararse con los juegos infantiles", decía.
En medio de todos esos cambios y contradicciones en la naturaleza, Heráclito veía, pues, una unidad o un todo. Este "algo", que era la base de todo, él lo llamaba "Dios" o "logos".

El estado filosófico

El mito de la caverna de Platón lo encontramos en el diálogo La República, en el que Platón nos proporciona una imagen del "Estado ideal". Es decir, un Estado modelo imaginario, o, lo que se suele llamar, un Estado "utópico". Brevemente, podemos decir que Platón piensa que el Estado debe ser gobernado por los filósofos. Al explicar el porqué, toma como punto de partida la composición del ser humano.
Según Platón, el cuerpo humano está dividido en tres partes: cabeza, pecho y vientre. A cada una de estas tres partes le corresponde una habilidad del alma. A la cabeza le pertenece la razón, al pecho la voluntad, y al vientre, el deseo. Pertenece, además, a cada una de las tres habilidades del alma un ideal o una "virtud". La razón debe aspirar a la sabiduría, la voluntad debe mostrar valor, y al deseo hay que frenarlo para que el ser humano muestre moderación. Cuando las tres partes del ser humano funcionan a la vez como un conjunto completo, obtenemos un ser humano armonioso u honrado. En la escuela, lo primero que tiene que aprender el niño es a frenar el deseo, luego hay que desarrollar el valor, y finalmente, la razón obtendrá sabiduría.
Platón se imagina un Estado construido exactamente de la misma manera que un ser humano. Igual que el cuerpo tiene cabeza, pecho y vientre, el Estado tiene gobernantes, soldados y productores (granjeros, por ejemplo). Es evidente que Platón emplea ciencia médica griega como ideal. De la misma forma que una persona sana y armoniosa muestra equilibrio y moderación, un Estado "justo" se caracteriza por que cada uno conoce su lugar en conjunto.
Como el resto de la filosofía de Platón, también su filosofía del Estado se caracteriza por su racionalismo. Es decisivo para crear un buen Estado que sea gobernado por la razón. De la misma manera que la cabeza dirige el cuerpo, tiene que haber filósofos que dirijan la sociedad.
(...)
Hoy en día, es probable que llamáramos al Estado de Platón Estado totalitario. Pero merece la pena señalar que él opinaba que las mujeres podían ser gobernantes del Estado, igual que los hombres, precisamente porque los gobernantes gobernarán el Estado en virtud de su razón. Él pensaba que las mujeres tienen exactamente la misma capacidad para razonar que los hombres, si reciben la misma enseñanza y son liberadas de cuidar a los niños y de las tareas domésticas...
(...)
Por regla general, podemos decir que Platón tenía una visión positiva de las mujeres, al menos si tenemos en cuenta la época en la que vivió. En el diálogo El banquete, es una mujer, Diotima, la que proporciona conocimientos filosóficos."





sábado, 26 de febrero de 2011

Poemas y pensamientos (Sully Prudhomme 1839–1907)

Estancias y poemas

"Aún no conozco a la esposa, a la compañera destinada a mi corazón, a la que mi atormentada juventud espera. Pero sé que ha nacido ya y que respira en estos momentos.
(...)
¡Y qué decir que, a pesar de todo, mi vida está desierta, que mi felicidad puede pasar hoy a mi lado entre la multitud y que acaso la multitud se cierre tras ella!

Quién sabe si la habré visto y habré dicho: "¡Qué niña tan bonita!"  Tal vez pasemos siempre por la misma calle, uno detrás del otro.

Tal vez nos cruzaremos durante mucho tiempo en un punto del espacio sin sonreírnos, pues nadie se atrevería a decirle a una niña que pasa: "Tú eres la que estoy esperando."

Sé lo que cuesta la experiencia porque un día creí verla en mi camino, y le dije: "¡Eres tú!" Sin duda me equivocaba, porque ella retiró la mano.

Desde entonces me callo. Mi alma solitaria confía nuestra unión en el futuro al Dios que sabe unir las plantas de la tierra con hálito de los cielos.

A menos que, privándome para siempre de conocerla, la muerte se haya llevado ya a mi mujer aún niña. A ti, que naciste para ser mi esposa y no lo habrás sido nunca."


Pensamientos sobre el amor


"El hombre es dueño de arraigar el amor en su corazón; sólo hace falta que no lo corrompa dividiendo su naturaleza. El amor es, al mismo tiempo, sensación y pensamiento, como la belleza misma es forma y expresión. El amor está incompleto sin el beso, y también sin la ternura y la estimación. El arte de amar consiste en saber mezclar esas dos fuentes de felicidad en proporciones iguales, y no secarlas nunca. Cuando se ha pretendido apurar de un solo trago el agua de la voluptuosidad se ha encontrado que es bien poca cosa. El amor es esencialmente indivisible en sus placeres, y sólo es bueno cuando se paladea. La razón de esto es muy sencilla: el placer sensual, por grande que sea, es limitado y definido, pero la imagen que de él nos hacemos no tiene más límites que los que pueda tener la imaginación. Por otra parte, el amor moral, es decir, el sentimiento, no tiene medida en el corazón, supera siempre la intensidad de la crisis física; de ahí nace la penosa sensación de una desproporción entre el amor del corazón y el amor de los sentidos, que es expresión de aquél; como ambos amores son inseparables, la saciedad se comunica de uno a otro. Así, pues, nada es más fácil ni tampoco más funesto que la relajación; el que quiere alcanzar los extremos de la voluptuosidad, pronto lo consigue. En cambio, el hombre sensato se dosifica y reserva el placer; no consume de una vez su tesoro, sabe hacer infinito el amor físico, inagotable como el amor moral.
Los hombres sensuales debieran comprender que del trato con la mujer obtenemos más placeres tanto más delicados y encantadores cuanto más la respetemos. A la misma voluptuosidad le interesa el pudor."




lunes, 21 de febrero de 2011

Símbolo y señal (Graham Hancock)

Las ocultas riquezas de lugares secretos

"Todos los logros verdaderamente grandes del antiguo Egipto tuvieron lugar tempranamente. El período culminante se extendía desde la Tercera hasta la Quinta Dinastía, más o menos desde el año 2900 al 2300 a.C. Después, aunque lenta y con reacciones notables, la tendencia general fue siempre declinante. Este hecho, aceptado por todos los especialistas, me parecía totalmente coherente con la teoría de que la civilización fue traída al valle del Nilo durante el cuarto milenio a.C. desde alguna zona técnicamente avanzada aún sin identificar.
(...)
Poco antes del comienzo de la Primera Dinastía, más o menos en torno al año 3400 a.C., aparecieron de forma repentina la escritura, la aritmética, la medicina, la astronomía y una compleja religión, sin que hubiera, como ya se dijo, prueba alguna de una evolución anterior en estos campos. Al mismo tiempo se estaban construyendo monumentos y tumbas muy complejos que incorporaban avanzados conceptos arquitectónicos, también sin el menor rastro de evolución (...) Esta tendencia a una belleza y una excelencia cada vez mayores recibió lo que muchos especialistas modernos consideraban su expresión última en los notables edificios de piedra del complejo funerario del rey Zoser, el primer faraón de la Tercera Dinastía.
(...)
Pude ver que en la tradición egipcia el proyecto de construcción de todo el complejo de Zoser se había considerado obra de un solo genio creador, Amenhotep el Constructor, cuyos otros títulos eran sabio, mago, arquitecto, sumo sacerdote, astrónomo y médico (...) Con hazañas de ingeniería tan impresionantes como la pirámide de Zoser en su haber, Amenhotep me parecía un candidato obvio a miembro del culto de Toth. Los monumentos de Saqqara parecían confirmar de manera elocuente que había asimilado y puesto en práctica brillantemente la destreza técnica característica de este culto.
(...)
Después supe algo todavía más significativo: en la antigüedad, también a Moisés se le comparó con frecuencia a Toth (...) El hecho de que personajes tan alejados en la historia como Moisés y Amenhotep se viesen relacionados explícitamente a través del culto al dios-luna me parecía una fuerte prueba circunstancial, no sólo de la existencia de una tradición de sabiduría secreta, sino de lo duradero de esta tradición (...) Por desgracia, no hay noticia alguna del arquitecto que construyó la Gran Pirámide de Gizeh. Este edificio fue sin duda el logro máximo de la espléndida Cuarta Dinastía, durante la cual la civilización egipcia alcanzó su cenit. Como dice una autoridad,

Los faraones no volverían nunca a construir a tal escala ni con tal perfección. Y este nivel alcanzó a casi todas las demás artes y oficios. Durante la Cuarta Dinastía los muebles fueron los más elegantes, las ropas las más bellas, la escultura a la vez la de mayor fuerza y la más perfecta... Ciertas técnicas, como la fabricación de ojos para incrustar, alcanzaron niveles que bordean lo sobrenatural. Las dinastías posteriores sólo pudieron lograr versiones mediocres y esos conocimientos acabaron por desaparecer por completo.
(...)
En la misma línea, sir Isaac Newton había expresado la opinión de que "los egipcios ocultaban misterios que excedían de la capacidad del vulgo bajo el velo de ritos religiosos y símbolos jeroglíficos". Entre estos misterios, creía él, estaba el conocimiento de que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al contrario (...) La gran inteligencia y la erudición de Newton lo capacitaron para poner los cimientos de la Física como disciplina moderna. Entre sus logros concretos hubo descubrimientos que hicieron época en la Mecánica, la Óptica, la Astronomía y las Matemáticas (el teorema del binomio y los cálculos diferencial e integral), enormes pasos adelante en la comprensión de la naturaleza de la luz y, por encima de todo lo demás, la formulación de la ley universal de la gravitación, que alteró para siempre la visión del cosmos que tenía la humanidad..."

viernes, 18 de febrero de 2011

Estudio sobre la síntesis de Teilhard de Chardin (Bernard Towers-Anthony Dyson)

El origen de la vida y la visión del mundo de Teilhard de Chardin (1881-1955) :El aspecto creador de la evolución
(Francis G. Elliot, S. J.)

"...Cuando Teilhard de Chardin quiso comprender el lugar del hombre en la Naturaleza, hizo uso del concepto de evolución, que tomó prestado del vocabulario de la ciencia, pero dándole un significado dinámico y filosófico que iba mucho más allá del sentido positivo y particular que le atribuían los paleontólogos y los biólogos (...) Para Teilhard de Chardin, la "evolución" llegó a ser el concepto clave para una comprensión del hombre y de su lugar en el Universo.
(...)
Un hecho en particular puede ser destacado por su especial importancia en cuanto a nuestros fines: la extraordinaria similitud, en su composición bioquímica, de las criaturas vivientes. Todos los organismos poseen virtualmente la misma composición elemental (...) Todos los organismos son sistemas acuosos, es decir, soluciones basadas en agua y sales. La energía necesaria para su actividad se halla fijada en forma de hidratos de carbono, almacenados y transmitidos en esta forma, antes de ser utilizados por el propio organismo o por otros organismos (...) "Actuamos" gracias a los hidratos de carbono, principal fuente de energía, "pensamos" con la ayuda de las grasas, que constituyen la estructura de nuestras células nerviosas, pero "existimos" en virtud de las proteínas, que constituyen nuestra sustancia, y "envejecemos" porque nuestras proteínas han envejecido, o, en términos bioquímicos, se han "desnaturalizado".
(...)

Para la comprensión de la evolución

...La proteína, con sus notables propiedades, no es esos millares de átomos de carbono, hidrógeno y azufre, sino la estructura en que éstos se encuentran enlazados, su combinación en aminoácidos, la secuencia ordenada de la cadena polipéptida, y, finalmente, la conformación de esta cadena según las exigencias de la estructura secundaria, terciaria, y posiblemente cuaternaria, en un edificio que es tan delicado como complicado y capaz de las actividades de la vida. La materia vive gracias a la disposición adoptada por los átomos (...) La complejidad de la proteína, lejos de ser desorden, es orden supremo. Una partitura musical es complicada para quien no sabe leer música, pero sería una gran incongruencia calificar de complicada la música de Bach. Lo intrincado y lo indescifrable son solamente el aspecto aparente y completamente externo de lo que es complejo. Sólo podemos hablar de "complejificación" en cuanto este término evoque una jerarquía, la aparición de estructuras e interconexiones, la formación del orden, y, más allá, el surgimiento de un dinamismo interno que es a la vez interiorizador y expansivo. Debemos confesar que ello equivale a empeñarse en obligar al término "complejificación" a cubrir muchas cosas.
Para expresar el mismo contenido parece preferible el término "concentración"; por lo menos no tiene el aire de un neologismo, aunque el significado que le da Teilhard sea nuevo. Pero este significado encaja tan perfectamente con la palabra, y la estructura de ésta expresa tan bien lo que significa –la unificación de la materia alrededor de un centro que revela, crea y se crea a sí mismo–, que no podemos resistir a la tentación de preferirlo al otro. Podemos agregar que la palabra "concentración" sirve también para describir en el hombre las condiciones de creación de materia en su forma más elevada y más íntima. La creación artística y el descubrimiento científico sólo surgen cuando el hombre ha alcanzado un grado de "concentración" suficiente para liberar su espíritu.
La reflexión sobre la palabra "concentración" nos conduce al mismo meollo del tema: la creatividad..."



viernes, 4 de febrero de 2011

Saber vivir, saber morir (Sogyal Rimpoché)

SABER VIVIR, SABER MORIR (según la sabiduría tibetana)

"Muchos de ustedes habrán oído hablar del Libro tibetano de los muertos (...) En esta enseñanza maravillosa, encontramos la totalidad de la vida y la muerte presentada conjuntamente como una serie de realidades transitorias y en constante cambio llamadas bardos...
Los bardos son oportunidades de liberación particularmente vigorosas porque, como lo muestran las enseñanzas, hay momentos que son mucho más poderosos que otros y están mucho más cargados de potencialidad, en los que todo cuanto uno hace tiene efecto decisivo y de largo alcance...

EL SAMSARA Y LA IMPERMANENCIA

Quizá la razón más profunda del miedo a la muerte es que ignoramos quiénes somos. Creemos en una identidad personal, única e independiente, pero, si nos atrevemos a examinarla, comprobamos que dicha identidad depende por completo de una interminable colección de cosas que la sostienen: nuestro nombre, nuestra "biografía", nuestros socios y familiares, el hogar, los amigos, las tarjetas de crédito... Es de este frágil y efímero sostén de lo que depende nuestra seguridad. Así que, cuando se nos quite todo eso, ¿tendremos idea de quiénes somos en realidad?
Sin nuestro decorado familiar, quedamos cara a cara con nosotros mismos: una persona a la que no conocemos, un extraño inquietante con quien hemos vivido siempre pero al que en el fondo nunca hemos querido tratar. ¿Acaso no es por eso que intentamos llenar cada instante de ruido y actividad, por aburrida y trivial que sea, para evitar quedarnos a solas y en silencio con ese desconocido? (...)
En nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Y, cuando se producen, procuramos anestesiarnos en la medida de lo posible. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo en tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. No obstante, la permanencia es sólo un espejismo, dado que la naturaleza del samsara consiste en la continua caducidad de nuestro mundo (...) ¿Qué es nuestra vida sino una danza de formas efímeras? ¿No está todo cambiando constantemente, las hojas de los árboles del parque..., las estaciones, el clima, la hora del día, la gente con que se cruza por la calle? ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no nos parece un sueño todo lo que hemos hecho en el pasado? Los amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nuestra infancia, las creencias y opiniones que en otro tiempo tan apasionadamente defendíamos, lo hemos dejado todo atrás (...) Las células de nuestro cuerpo mueren, las neuronas de nuestro cerebro se deterioran, hasta la expresión de nuestra cara está siempre cambiando según nuestro estado de ánimo. Lo que llamamos nuestro carácter básico sólo es una "corriente mental", nada más (...) Somos impermanentes, las influencias son impermanentes y en ninguna parte hay nada sólido o duradero que podamos señalar.
¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos? ¿Tiene usted idea de lo que va a pensar o sentir la semana que viene? Nuestra mente, en realidad, es tan vacía, tan impermanente y tan efímera como un sueño. Observe un pensamiento: viene, permanece un tiempo y se va. El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado. Lo único que tenemos en realidad es el ahora...

LA NATURALEZA DE LA MENTE

El descubrimiento todavía revolucionario del budismo es que la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar...
La mente tiene numerosos aspectos, pero hay dos que destacan. El primero es lo que los tibetanos llaman sem. Esta es la mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido. Así pues, sem piensa, hace planes, desea y manipula, monta en cólera, crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su "existencia" mediante la fragmentación, conceptualización y solidificación de la experiencia. Es la presa de las influencias externas, las tendencias habituales y el condicionamiento (...) Sem es taimada, escéptica y desconfiada, ducha en astucias y trapacerías. Esta mente ordinaria es donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.
Luego está la propia naturaleza de la mente, su esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y la muerte. Ahora se halla oculta dentro de nuestra propia sem, envuelta y velada por la fuga precipitada de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede descubrirnos vislumbres de esta naturaleza de la mente. Estos vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos proporcionan alguna luz de comprensión, sentido y libertad. Ello es así porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión. En tibetano la llamamos Rigpa, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo tiempo inteligente, cognoscente, radiante y siempre despierta. Se podría decir que es el conocimiento del propio conocimiento.
No cometa el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva. De hecho, es la naturaleza de todo. Nunca puede subrayarse demasiado que realizar la naturaleza de la mente es realizar la naturaleza de todas las cosas...


domingo, 30 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio -libro séptimo-)


(Continuación del post anterior)

"...Cuando sus voces y sus sacrificios fueron escuchados por estas dos divinidades, ordenó que el cuerpo del viejo Esón fuera llevado a los altares. Tan acabado se encontraba, que apenas si podía sostenerse; después de dormirle en profundo sueño, le tendió sobre las hierbas que tenía preparadas y mandó alejarse a Jasón y a todos los que la acompañaban, ante el temor de que por sus miradas profanas no hicieran efecto sus encantamientos. Una vez que todos se alejaron, Medea, con los cabellos sueltos, se puso a dar vueltas en torno de los altares como una bacante; manchó dos antorchas con la sangre que vertió en las fosas, las encendió y las puso en los altares, purificando en tres diferentes posturas al viejo Esón: con agua, con fuego y con azufre. Mientras duraban estas ceremonias, en un gran vaso hacía cocer las hierbas que tenían el encanto más poderoso. Esta composición estaba hecha de raíces cogidas en el valle de Tesalia, de granos, de flores y de plantas ácidas y corrosivas. Había mezclado piedras cogidas en el Extremo Oriente, arena de las orillas del mar, hierbas regadas con el rocío que la Luna extiende durante la noche, carne y las alas de una lechuza; las entrañas de uno de esos lobos que aparecen algunas veces transformados en figura humana, la piel delicada de una tortuga del río Cinifeo, el hígado de un ciervo, el pico y la cabeza de una corneja que había vivido ciento nueve años, e infinidad de drogas desconocidas. Mezclaba todas estas cosas con una rama seca de olivo, que se tornó al punto verde y cubierta de hojas y olivas. En cualquier parte donde este poderoso jugo caía tornábalo fresco y florecido.
Cuando Medea vio que el medicamento se encontraba en su punto, abrió la garganta de Esón, hizo salir de sus venas la sangre que tenía, colocando en su lugar el licor que acababa de preparar. Apenas el brebaje se insinuó por el cuerpo del viejo Esón, su barba y sus cabellos blancos comenzaron a ennegrecerse, las arrugas desaparecieron de su rostro, tomando al punto la apostura y varonil esfuerzo que poseía cuarenta años antes.
Baco, que presenciaba desde el Olimpo tal prodigio, queriendo procurar tal ventaja a las Ninfas que le habían criado, suplicó a Medea se las rejuveneciera..."

lunes, 24 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio -libro séptimo-)

Tres noches faltaban para que la Luna se llenara. Llena al fin, y Medea, con el vestido suelto, dejando flotar sus cabellos y con pie desnudo, salió sola, con paso incierto, en medio de la noche misteriosa. Un profundo silencio reinaba sobre la Tierra; los hombres, los pájaros, las bestias salvajes, todo gustaba de la dulce tranquilidad del sueño. Ni de los árboles ni del viento se siente el más leve ruido. Hay una serenidad absoluta y los astros brillan en el cielo. Medea, con los brazos alzados, volviéndose tres veces sobre el mismo lado, rociando otras veces sus cabellos en el agua del río, y retiñendo tres veces el aire con sus gritos, se prosternó e hizo este ruego:
"¡Oh, Noche, fiel confidente de los más misteriosos secretos!, ¡astros, y Luna que con vuestra luz suplís la luz del día!; ¡y vos, oh triple Hécate, a quien yo confío todos mis proyectos y de quien yo siempre he recibido protección! ¡Encantos, artes mágicas, hierbas y plantas cuya virtud es tan poderosa; aire, vientos, montañas, ríos, lagos, dioses de los prados, dioses de la noche, venid todos en mi ayuda! Vosotros que forzando el curso de los ríos los contenéis haciéndolos volver a su cauce primitivo; vosotros que dais a mis encantamientos la virtud de calmar la mar agitada, de excitar las tempestades, de disipar las nubes y volverlas a juntar, de parar la violencia impetuosa de los vientos, de romper la garganta de las serpientes, de arrancar de raíz los árboles y las rocas, de conmover las montañas, de hacer temblar la tierra, obligando a salir de sus tumbas las almas que ellas encierran. Yo te obligo, poderosa Luna, a bajar del Cielo para soslayar que seas eclipsada. Hago palidecer la Aurora y el carro del Sol, de cuyo dios desciende mi alcurnia. A vosotros, encantamientos poderosos, os debo matar el fuego que vomitaban los toros monstruosos; a vosotros, que animados por vuestros consejos hicisteis perecer los unos con los otros los hombres que nacieron del seno de la Tierra. ¿Y a quién, sino a vos, debo el poder robar mi esposo de las garras del dragón, el preciado tesoro para llevarlo a la Grecia?
Hoy quiero, tengo la necesidad de hierbas que posean el poder de reanimar una vejez lánguida; espero que la tierra no me las niegue; no en vano brillan los astros con tanto esplendor y yo veo descender del cielo este carro arrastrado por los dragones."
En efecto, descendió, Medea se subió a él y, después de acariciar a los dragones y tomar las riendas, fue transportada a través del aire. Después de pasar por el valle de Tempe se paró en los lugares donde había hierbas propias para sus encantamientos. Detúvose en el monte Osa, sobre el Pelión, sobre el Otris, sobre el Pindo y sobre el Olimpo. Algunas las arrancó de raíz, de otras no cortó sino las hojas. De las riberas del Apídane y del Anfriso cogió gran cantidad. También encontró de estas parecidas hierbas en las riberas del Sperchio y del Bebis. Cogió las hierbas poderosas del Atedón, no muy conocido por la metamorfosis de Glauco. Después de haber empleado nueve noches en recorrer todos los lugares en donde se encontraban esta suerte de plantas, volvió a Yolcos. Los dragones, que durante todo ese tiempo no habían tenido otro alimento que el olor que exhalaban estas plantas, recobraron un nuevo vigor, despojándose de su vieja piel. Medea, a su regreso, no quiso entrar en el palacio de su marido, rehuyendo todo contacto, pero deteniéndose cerca de la puerta levantó dos altares de césped en un lugar descubierto: el de la derecha estaba consagrado a Hécate, y el de la izquierda a Hebe, diosa de la juventud. Ambos los rodeó de verbena y de hojas campestres. Cavó dos fosas en la tierra, mató una oveja negra y dejó caer su sangre en ellas. Después de haber pronunciado algunas palabras, para invocar a los dioses de la Tierra, y verter vino en una de esas fosas y leche caliente en la otra, dirigió sus ruegos a Plutón y a Proserpina para que retardasen la muerte del viejo Esón...
(Continurá en el próximo post...)

lunes, 17 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio, 43 a. C.–17 d. C.)

Dafne, hija del río Peneo, fue quien primero acució el interés de Apolo. Esta pasión fue menos un efecto del azar que una venganza del Amor irritado contra él. Porque Apolo, presuntuoso de su éxito sobre la serpiente Pitón, viendo a Cupido con el apercibido carcaj, le amonestó: "Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar flechas certeras contra las bestias feroces y contra los feroces enemigos. Yo me he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías." "Sírvete tú de tus flechas como mejor te plazca –respondió el Amor– y hiere a quienes te lo pida tu ánimo. Mas a mí me place herirte ahora. La gloria que a ti viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible." Dichas estas razones, voló Cupido y se detuvo sobre el Parnaso; y disparó dos flechas; con una clavó el amor, y el desdén con la otra. Flecha de oro, la amorosa, aguda y sin remedio. Flecha plomiza, la desdeñosa, y roma. Aquélla atravesó el pecho de Apolo, y ésta el de la ninfa Dafne. Conoció el dios la pasión violenta y fue el amante de la hija de Peneo, la cual se refugió en el bosque pretendiendo, como Diana, dedicarse a la caza. Muchos la pretendieron; mas ella despreció a muchos por no cejar en sus silvestres gustos. Y decíale su padre: "Hija, yo desearía que te casaras. ¡Cuánto sueño con tener nietos!" Le sonrojaban tales deseos; el matrimonio le parecía un crimen; entre los brazos de su padre suplicaba por su virginidad, recordándole el don que a Diana concedió Júpiter. Peneo consintió, no sin decirle que su belleza y sus gracias eran los peores enemigos de su resolución. Apolo la vio; y verla fue enamorarse y sentir los apremios del deseo. Creyó con constancia conseguirla por fin. Vana espera. Fuego violento consumía el corazón varonil. Viendo los rubios cabellos de la ninfa caer sobre sus espaldas, se decía: "¿Cuál no sería su belleza si estuvieran peinados con arte?" Viendo sus ojos, rútilos como dos estrellas, su boca bermeja, sus dedos, sus manos y sus brazos desnudos, conmovíase. Y su amor se desbocaba imaginando otras bellezas ocultas. En vano la pretendió. Esquivábale ella con la ligereza del viento. "¡Espérame, hermosa mía! –clamaba Apolo–. ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de funestas ideas! ¡Húyale el cordero al lobo, el ciervo al león y la paloma al águila, porque sus enemigos son; pero no me huyas, porque únicamente el más inmenso amor me impulsa! ¡Espérame, porque pudieras caer sobre las espinas del camino, siendo yo, sin querer, la causa! ¡Sigues el rumbo más disparatado!... ¡Si moderas la ligereza de tu huida, moderaré la ligereza de mi persecución!... ¡Piensa que no soy pastor que conduzca rebaños al son de un caramillo y procura entender el precio de tu conquista! ¡Si me conocieras... seguro estoy de que, si no esperarme, no me esquivarías con ese ahínco!... Delfos, Claros, Teneros y Petara me rinden los honores debidos. Hijo de Júpiter soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la emoción de acordar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes con golpes certeros. Mas, ¡ay!, que me parece más certero quien dio en mi blanco. Siendo el inventor de la medicina, el Universo me adora como a un dios bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas..., pero ¿qué hierba existe que cure la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles para todos los mortales, únicamente para mí no tienen poder ni prodigio."
Mientras hablaba así logró Apolo acortar la distancia que les separaba; pero Dafne de nuevo huyó ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos... Sus cabellos dorados y flotantes... Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión, los pies ligeros... y arreció en su carrera. Y fue aquello... como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza?... Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas... ¡Y cómo palpita el corazón entonces!...
Llegó Dafne a las riberas del Peneo, su padre, y le dijo así, desconsolada: "¡Padre mío! Si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio..., o tú, tierra, ¡trágame!... porque ya veo cuán funesta es mi hermosura..."
Apenas terminó su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡qué bello aquel árbol! A él se abraza Apolo y casi lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser caricias. "Pues que ya –sollozó– no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de las victorias. Mis cabellos y mi lira no podrán tener ornamento más divino. ¡Hojas de laurel! Los capitanes romanos triunfantes, subidos a Capitolio, ostentarán coronas arrancadas de ti. Tú cubrirás los pórticos en el palacio de los emperadores; y así como mis cabellos permanecen sin encanecer nunca, así tus hojas jamás dejarán de aparecer verdes."
Cuando Apolo terminó de hablar, el laurel pareció descender sobre su cabeza, como aceptando los ofrecimientos que le acababa de hacer.


domingo, 9 de enero de 2011

Tristán e Isolda (Joseph Bédier 1864-1934)

Nota preliminar
Poema de heroísmo y amor, Tristán e Isolda no ha cesado de hallar cálida acogida entre el público lector de todos los tiempos. La leyenda del filtro mágico, símbolo de la fuerza irresistible del amor, ante la cual ceden los prejuicios más arraigados y debe inclinarse el hombre, satisface en el espíritu del lector ese anhelo de entrega, de pasión, que, aun en los tiempos más frívolos, se cobija en el alma de los seres humanos acaso, precisamente, porque encarna la nostalgia de un sentimiento superior e inmortal, tantas veces relegado a la categoría de mero pasatiempo o de instinto bestial.
Pero no es este sólo su atractivo: a través del relato de los apasionados amores de la rubia Isolda con el noble Tristán, es todo un mundo el que resurge ante el lector extasiado: un mundo de caballerosidad, de hazañas valerosas y esforzadas, de galanura cortesana, en el que Bédier supo conjugar admirablemente poesía, magia y realismo.

Tristán e Isolda

"Cuando se acercó el tiempo de entregar a Isolda a los caballeros de Cornualles, su madre cogió unas hierbas, flores y raíces, las mezcló con vino, y coció una pócima o brebaje poderoso. Habiéndolo preparado con ciencia y magia, lo guardó en un frasco y dijo secretamente a Brangien:
—Hija, tú debes seguir a Isolda al país del rey Marcos, y tú la amas con amor  fiel. Toma, pues, este frasco de vino y recuerda mis palabras. Ocúltalo de modo que ningún ojo lo vea ni ningún labio se acerque a él. Pero cuando llegue la noche nupcial y el momento en que se deja solos a los esposos, vertirás este vino de hierbas en una copa y la ofrecerás, para que la apuren juntos, al rey Marcos y a la reina Isolda. Cuida mucho hija mía de que sólo ellos puedan probar este brebaje. Porque tal es su virtud: quienes bebieran juntos de él se amarán con todos sus sentidos y con todo su pensamiento para siempre, en la vida y en la muerte.
Brangien prometió a la reina que obraría según su voluntad.
La nave, cortando las olas profundas, se llevaba a Isolda. Pero cuanto más se alejaba ella de la tierra de Irlanda, más tristemente la doncella se lamentaba. Sentada bajo la tienda donde se había encerrado con Bragien, su sirvienta, lloraba al recordar su país. ¿A dónde la llevaban aquellos extranjeros? ¿Hacia quién? ¿Hacia qué destino? Cuando Tristán se acercaba a ella y quería apaciguarla con dulces palabras, la doncella se irritaba, le rechazaba, y el odio henchía su corazón. Él, el raptor, el asesino de Morolt, había ido a arrancarla con astucia a su madre y a su país; no se había dignado quedársela para sí, y he aquí que se la llevaba como botín, sobre las olas, hacia tierra enemiga (...)
Sólo Isolda se había quedado a bordo, y una pequeña sirvienta. Tristán se acercó a la reina e intentaba calmar su corazón. Como sea que el sol ardía y tenían sed, pidieron una bebida. La niña buscó algo que beber, hasta que descubrió el frasco que la madre de Isolda había confiado a Brangien. "¡He encontrado vino!", les gritó la niña. No, no era vino: era la pasión, eran la áspera alegría y la angustia sin fin, y la muerte..."


miércoles, 22 de diciembre de 2010

La montaña mágica (Thomas Mann)

A quienes hayan leído esta obra, sólo me resta felicitarlos; a quienes aún no la han leído, se la recomiendo encarecidamente. Cada página está plena de sabiduría. Os aseguro que dada la riqueza del contenido, he dudado en cuáles párrafos postear, porque cada uno de ellos es digno de mención.

LA MONTAÑA MÁGICA

"...¿Qué es la vida? No se sabe. Tenía conciencia de ella misma, incontestablemente, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era. Indudablemente, la conciencia como sensibilidad se despertaba hasta cierto punto en las formas más inferiores, más primitivas de la existencia; era imposible unir la primera aparición de los fenómenos conscientes a un punto cualquiera de su historia general o individual, hacer depender, por ejemplo, la conciencia de la existencia de un sistema nervioso. Las formas animales inferiores no tenían sistema nervioso, tampoco tenían cerebro, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a poner en duda que tuviesen reflejos. Además se podía detener la vida, la vida misma, no solamente los órganos particulares de la sensibilidad que la constituían, no solamente los nervios (...) ¿Qué era la vida? Nadie lo sabía. Nadie conocía el punto de la naturaleza de que nacía, o en qué se encendía. Nada era espontáneo en el dominio de la vida a partir de ese punto, pero la vida misma surgía bruscamente. Si se podía decir algo sobre ese punto era lo siguiente: su estructura debía ser de una índole tan evolucionada, que el mundo inanimado no tenía ninguna forma que se le asemejase ni remotamente (...)
¡La justicia! ¿Era ésta una idea digna de admiración? ¿Es un principio divino, un principio superior? Dios y la naturaleza eran injustos, tenían sus favoritos, procedían por selección, concedían a los unos ventajas peligrosas y preparaban a los otros una suerte fácil y banal. ¿Y el hombre provisto de voluntad? A sus ojos, la justicia era, por una parte, una debilidad que paralizaba y, por otra, una música que impelía al hombre a realizar actos irreflexivos. Se era justo, además, desde un punto de vista o desde otro (...)
Pero era todavía mucho peor cuando hablaban de ciencia, en la que no creía. No creía porque el hombre era absolutamente libre para creer o no creer. Era una fe como cualquier otra, pero más estúpida y más perjudicial, y la palabra "ciencia" era la expresión del realismo más estúpido que circulaba como el dinero. Era la cosa más desprovista de espíritu que se haya inculcado al género humano. ¿La idea de un mundo material existente por sí, no es la más ridícula de todas las contradicciones? (...) ¡Infortunada humanidad que, ante una larga exposición de cifras equivalentes a cero, se había dejado sugerir el sentimiento de su propia nulidad, se había dejado privar del sentido patético de su propia importancia (...) ¡Qué estúpida blasfemia el querer medir la distancia de la Tierra a una estrella de trillones de kilómetros o en años de luz, e imaginarse que con esas fanfarronadas se puede dar al espíritu humano una vista al infinito y a la eternidad, cuando el infinito no tiene nada en común con la distancia, ni la eternidad con la duración; cuando, por el contrario, la eternidad significa la abolición de lo que nosotros llamamos naturaleza..."








lunes, 13 de diciembre de 2010

La ruta interior (Hermann Hesse)

"... El equívoco en que había caído todo su mundo habitual, le había agotado y atormentado terriblemente. Había vivido un milagro al comprobar que la vida adquiere su mayor sentido precisamente cuando perdemos todos los sentidos y significados. Pero siempre le había atormentado la duda de que estas experiencias no fueran realmente esenciales, que no fueran más que pequeñas encrespaduras casuales en la superficie de una mente exhausta y enferma, desvaríos, fluctuaciones nerviosas. Ahora, ayer y hoy, había podido advertir que su experiencia era algo real. Algo había emanado de él, transformándolo y atrayendo a otro ser humano (...)
Todo lo que jamás percibiera con el ojo o el oído a través de hombres o libros, con placer o con dolor, y que luego había hundido dentro de sí, parecía haber vuelto a un mismo tiempo, revuelto y agitado como en un torbellino, sin orden, pero lleno de sentido, importante y significativo; nada, nada se había perdido (...)
Aquí empezaba un camino hacia nuevos jardines de representaciones y nuevos bosques de imágenes. Si se dirigía al futuro en este estado de alma, sentía surgir exuberantes sueños de felicidad, para él y para todos. No necesitaba lamentar, ni acusar ni condenar su vida pasada, sorda y corrompida, sino renovarla y transformarla en lo contrario, para que adquiriera nuevo sentido, y se llenara de alegría, de bondad y de amor. La gracia que había recibido tenía que reflejarse y actuar en otros (...)
Así lo habían enseñado todos los sabios del mundo, Buda y Schopenhauer, Jesús y los griegos. Existía sólo una sabiduría, sólo una fe, sólo una filosofía: el saber de Dios en nosotros. ¡Cuán torcido y falso era todo lo que se enseñaba en las escuelas, en las iglesias, en los libros y en las ciencias!
El espíritu de Klein volaba serenamente por las regiones de su mundo interior, de su saber, de su cultura. También aquí como en su vida exterior había bienes y tesoros y fuentes de sabiduría, pero todo aislado, muerto, sin valor. Ahora, bajo la luz del saber, surgía del caos el orden, el sentido y la forma; empezaba la creación, la síntesis vital, la armonía de los opuestos. Las sentencias nacidas del espíritu de contemplación se hacían evidentes y comprensibles, lo oscuro se aclaraba; hasta la tabla de multiplicar se convertía en un credo místico. También este mundo interior hallábase vivificado y ardiente de amor. Las obras de arte que amara en sus años mozos volvían con nuevo hechizo. Vio que el mágico misterio del arte se abría con la misma llave. El arte no era sino la contemplación del mundo en el estado de gracia y de iluminación; el arte revelaba a Dios detrás de cada objeto..."