domingo, 30 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio -libro séptimo-)


(Continuación del post anterior)

"...Cuando sus voces y sus sacrificios fueron escuchados por estas dos divinidades, ordenó que el cuerpo del viejo Esón fuera llevado a los altares. Tan acabado se encontraba, que apenas si podía sostenerse; después de dormirle en profundo sueño, le tendió sobre las hierbas que tenía preparadas y mandó alejarse a Jasón y a todos los que la acompañaban, ante el temor de que por sus miradas profanas no hicieran efecto sus encantamientos. Una vez que todos se alejaron, Medea, con los cabellos sueltos, se puso a dar vueltas en torno de los altares como una bacante; manchó dos antorchas con la sangre que vertió en las fosas, las encendió y las puso en los altares, purificando en tres diferentes posturas al viejo Esón: con agua, con fuego y con azufre. Mientras duraban estas ceremonias, en un gran vaso hacía cocer las hierbas que tenían el encanto más poderoso. Esta composición estaba hecha de raíces cogidas en el valle de Tesalia, de granos, de flores y de plantas ácidas y corrosivas. Había mezclado piedras cogidas en el Extremo Oriente, arena de las orillas del mar, hierbas regadas con el rocío que la Luna extiende durante la noche, carne y las alas de una lechuza; las entrañas de uno de esos lobos que aparecen algunas veces transformados en figura humana, la piel delicada de una tortuga del río Cinifeo, el hígado de un ciervo, el pico y la cabeza de una corneja que había vivido ciento nueve años, e infinidad de drogas desconocidas. Mezclaba todas estas cosas con una rama seca de olivo, que se tornó al punto verde y cubierta de hojas y olivas. En cualquier parte donde este poderoso jugo caía tornábalo fresco y florecido.
Cuando Medea vio que el medicamento se encontraba en su punto, abrió la garganta de Esón, hizo salir de sus venas la sangre que tenía, colocando en su lugar el licor que acababa de preparar. Apenas el brebaje se insinuó por el cuerpo del viejo Esón, su barba y sus cabellos blancos comenzaron a ennegrecerse, las arrugas desaparecieron de su rostro, tomando al punto la apostura y varonil esfuerzo que poseía cuarenta años antes.
Baco, que presenciaba desde el Olimpo tal prodigio, queriendo procurar tal ventaja a las Ninfas que le habían criado, suplicó a Medea se las rejuveneciera..."

lunes, 24 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio -libro séptimo-)

Tres noches faltaban para que la Luna se llenara. Llena al fin, y Medea, con el vestido suelto, dejando flotar sus cabellos y con pie desnudo, salió sola, con paso incierto, en medio de la noche misteriosa. Un profundo silencio reinaba sobre la Tierra; los hombres, los pájaros, las bestias salvajes, todo gustaba de la dulce tranquilidad del sueño. Ni de los árboles ni del viento se siente el más leve ruido. Hay una serenidad absoluta y los astros brillan en el cielo. Medea, con los brazos alzados, volviéndose tres veces sobre el mismo lado, rociando otras veces sus cabellos en el agua del río, y retiñendo tres veces el aire con sus gritos, se prosternó e hizo este ruego:
"¡Oh, Noche, fiel confidente de los más misteriosos secretos!, ¡astros, y Luna que con vuestra luz suplís la luz del día!; ¡y vos, oh triple Hécate, a quien yo confío todos mis proyectos y de quien yo siempre he recibido protección! ¡Encantos, artes mágicas, hierbas y plantas cuya virtud es tan poderosa; aire, vientos, montañas, ríos, lagos, dioses de los prados, dioses de la noche, venid todos en mi ayuda! Vosotros que forzando el curso de los ríos los contenéis haciéndolos volver a su cauce primitivo; vosotros que dais a mis encantamientos la virtud de calmar la mar agitada, de excitar las tempestades, de disipar las nubes y volverlas a juntar, de parar la violencia impetuosa de los vientos, de romper la garganta de las serpientes, de arrancar de raíz los árboles y las rocas, de conmover las montañas, de hacer temblar la tierra, obligando a salir de sus tumbas las almas que ellas encierran. Yo te obligo, poderosa Luna, a bajar del Cielo para soslayar que seas eclipsada. Hago palidecer la Aurora y el carro del Sol, de cuyo dios desciende mi alcurnia. A vosotros, encantamientos poderosos, os debo matar el fuego que vomitaban los toros monstruosos; a vosotros, que animados por vuestros consejos hicisteis perecer los unos con los otros los hombres que nacieron del seno de la Tierra. ¿Y a quién, sino a vos, debo el poder robar mi esposo de las garras del dragón, el preciado tesoro para llevarlo a la Grecia?
Hoy quiero, tengo la necesidad de hierbas que posean el poder de reanimar una vejez lánguida; espero que la tierra no me las niegue; no en vano brillan los astros con tanto esplendor y yo veo descender del cielo este carro arrastrado por los dragones."
En efecto, descendió, Medea se subió a él y, después de acariciar a los dragones y tomar las riendas, fue transportada a través del aire. Después de pasar por el valle de Tempe se paró en los lugares donde había hierbas propias para sus encantamientos. Detúvose en el monte Osa, sobre el Pelión, sobre el Otris, sobre el Pindo y sobre el Olimpo. Algunas las arrancó de raíz, de otras no cortó sino las hojas. De las riberas del Apídane y del Anfriso cogió gran cantidad. También encontró de estas parecidas hierbas en las riberas del Sperchio y del Bebis. Cogió las hierbas poderosas del Atedón, no muy conocido por la metamorfosis de Glauco. Después de haber empleado nueve noches en recorrer todos los lugares en donde se encontraban esta suerte de plantas, volvió a Yolcos. Los dragones, que durante todo ese tiempo no habían tenido otro alimento que el olor que exhalaban estas plantas, recobraron un nuevo vigor, despojándose de su vieja piel. Medea, a su regreso, no quiso entrar en el palacio de su marido, rehuyendo todo contacto, pero deteniéndose cerca de la puerta levantó dos altares de césped en un lugar descubierto: el de la derecha estaba consagrado a Hécate, y el de la izquierda a Hebe, diosa de la juventud. Ambos los rodeó de verbena y de hojas campestres. Cavó dos fosas en la tierra, mató una oveja negra y dejó caer su sangre en ellas. Después de haber pronunciado algunas palabras, para invocar a los dioses de la Tierra, y verter vino en una de esas fosas y leche caliente en la otra, dirigió sus ruegos a Plutón y a Proserpina para que retardasen la muerte del viejo Esón...
(Continurá en el próximo post...)

lunes, 17 de enero de 2011

Las Metamorfosis (Ovidio, 43 a. C.–17 d. C.)

Dafne, hija del río Peneo, fue quien primero acució el interés de Apolo. Esta pasión fue menos un efecto del azar que una venganza del Amor irritado contra él. Porque Apolo, presuntuoso de su éxito sobre la serpiente Pitón, viendo a Cupido con el apercibido carcaj, le amonestó: "Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar flechas certeras contra las bestias feroces y contra los feroces enemigos. Yo me he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías." "Sírvete tú de tus flechas como mejor te plazca –respondió el Amor– y hiere a quienes te lo pida tu ánimo. Mas a mí me place herirte ahora. La gloria que a ti viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible." Dichas estas razones, voló Cupido y se detuvo sobre el Parnaso; y disparó dos flechas; con una clavó el amor, y el desdén con la otra. Flecha de oro, la amorosa, aguda y sin remedio. Flecha plomiza, la desdeñosa, y roma. Aquélla atravesó el pecho de Apolo, y ésta el de la ninfa Dafne. Conoció el dios la pasión violenta y fue el amante de la hija de Peneo, la cual se refugió en el bosque pretendiendo, como Diana, dedicarse a la caza. Muchos la pretendieron; mas ella despreció a muchos por no cejar en sus silvestres gustos. Y decíale su padre: "Hija, yo desearía que te casaras. ¡Cuánto sueño con tener nietos!" Le sonrojaban tales deseos; el matrimonio le parecía un crimen; entre los brazos de su padre suplicaba por su virginidad, recordándole el don que a Diana concedió Júpiter. Peneo consintió, no sin decirle que su belleza y sus gracias eran los peores enemigos de su resolución. Apolo la vio; y verla fue enamorarse y sentir los apremios del deseo. Creyó con constancia conseguirla por fin. Vana espera. Fuego violento consumía el corazón varonil. Viendo los rubios cabellos de la ninfa caer sobre sus espaldas, se decía: "¿Cuál no sería su belleza si estuvieran peinados con arte?" Viendo sus ojos, rútilos como dos estrellas, su boca bermeja, sus dedos, sus manos y sus brazos desnudos, conmovíase. Y su amor se desbocaba imaginando otras bellezas ocultas. En vano la pretendió. Esquivábale ella con la ligereza del viento. "¡Espérame, hermosa mía! –clamaba Apolo–. ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de funestas ideas! ¡Húyale el cordero al lobo, el ciervo al león y la paloma al águila, porque sus enemigos son; pero no me huyas, porque únicamente el más inmenso amor me impulsa! ¡Espérame, porque pudieras caer sobre las espinas del camino, siendo yo, sin querer, la causa! ¡Sigues el rumbo más disparatado!... ¡Si moderas la ligereza de tu huida, moderaré la ligereza de mi persecución!... ¡Piensa que no soy pastor que conduzca rebaños al son de un caramillo y procura entender el precio de tu conquista! ¡Si me conocieras... seguro estoy de que, si no esperarme, no me esquivarías con ese ahínco!... Delfos, Claros, Teneros y Petara me rinden los honores debidos. Hijo de Júpiter soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la emoción de acordar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes con golpes certeros. Mas, ¡ay!, que me parece más certero quien dio en mi blanco. Siendo el inventor de la medicina, el Universo me adora como a un dios bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas..., pero ¿qué hierba existe que cure la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles para todos los mortales, únicamente para mí no tienen poder ni prodigio."
Mientras hablaba así logró Apolo acortar la distancia que les separaba; pero Dafne de nuevo huyó ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos... Sus cabellos dorados y flotantes... Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión, los pies ligeros... y arreció en su carrera. Y fue aquello... como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza?... Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas... ¡Y cómo palpita el corazón entonces!...
Llegó Dafne a las riberas del Peneo, su padre, y le dijo así, desconsolada: "¡Padre mío! Si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio..., o tú, tierra, ¡trágame!... porque ya veo cuán funesta es mi hermosura..."
Apenas terminó su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡qué bello aquel árbol! A él se abraza Apolo y casi lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser caricias. "Pues que ya –sollozó– no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de las victorias. Mis cabellos y mi lira no podrán tener ornamento más divino. ¡Hojas de laurel! Los capitanes romanos triunfantes, subidos a Capitolio, ostentarán coronas arrancadas de ti. Tú cubrirás los pórticos en el palacio de los emperadores; y así como mis cabellos permanecen sin encanecer nunca, así tus hojas jamás dejarán de aparecer verdes."
Cuando Apolo terminó de hablar, el laurel pareció descender sobre su cabeza, como aceptando los ofrecimientos que le acababa de hacer.


domingo, 9 de enero de 2011

Tristán e Isolda (Joseph Bédier 1864-1934)

Nota preliminar
Poema de heroísmo y amor, Tristán e Isolda no ha cesado de hallar cálida acogida entre el público lector de todos los tiempos. La leyenda del filtro mágico, símbolo de la fuerza irresistible del amor, ante la cual ceden los prejuicios más arraigados y debe inclinarse el hombre, satisface en el espíritu del lector ese anhelo de entrega, de pasión, que, aun en los tiempos más frívolos, se cobija en el alma de los seres humanos acaso, precisamente, porque encarna la nostalgia de un sentimiento superior e inmortal, tantas veces relegado a la categoría de mero pasatiempo o de instinto bestial.
Pero no es este sólo su atractivo: a través del relato de los apasionados amores de la rubia Isolda con el noble Tristán, es todo un mundo el que resurge ante el lector extasiado: un mundo de caballerosidad, de hazañas valerosas y esforzadas, de galanura cortesana, en el que Bédier supo conjugar admirablemente poesía, magia y realismo.

Tristán e Isolda

"Cuando se acercó el tiempo de entregar a Isolda a los caballeros de Cornualles, su madre cogió unas hierbas, flores y raíces, las mezcló con vino, y coció una pócima o brebaje poderoso. Habiéndolo preparado con ciencia y magia, lo guardó en un frasco y dijo secretamente a Brangien:
—Hija, tú debes seguir a Isolda al país del rey Marcos, y tú la amas con amor  fiel. Toma, pues, este frasco de vino y recuerda mis palabras. Ocúltalo de modo que ningún ojo lo vea ni ningún labio se acerque a él. Pero cuando llegue la noche nupcial y el momento en que se deja solos a los esposos, vertirás este vino de hierbas en una copa y la ofrecerás, para que la apuren juntos, al rey Marcos y a la reina Isolda. Cuida mucho hija mía de que sólo ellos puedan probar este brebaje. Porque tal es su virtud: quienes bebieran juntos de él se amarán con todos sus sentidos y con todo su pensamiento para siempre, en la vida y en la muerte.
Brangien prometió a la reina que obraría según su voluntad.
La nave, cortando las olas profundas, se llevaba a Isolda. Pero cuanto más se alejaba ella de la tierra de Irlanda, más tristemente la doncella se lamentaba. Sentada bajo la tienda donde se había encerrado con Bragien, su sirvienta, lloraba al recordar su país. ¿A dónde la llevaban aquellos extranjeros? ¿Hacia quién? ¿Hacia qué destino? Cuando Tristán se acercaba a ella y quería apaciguarla con dulces palabras, la doncella se irritaba, le rechazaba, y el odio henchía su corazón. Él, el raptor, el asesino de Morolt, había ido a arrancarla con astucia a su madre y a su país; no se había dignado quedársela para sí, y he aquí que se la llevaba como botín, sobre las olas, hacia tierra enemiga (...)
Sólo Isolda se había quedado a bordo, y una pequeña sirvienta. Tristán se acercó a la reina e intentaba calmar su corazón. Como sea que el sol ardía y tenían sed, pidieron una bebida. La niña buscó algo que beber, hasta que descubrió el frasco que la madre de Isolda había confiado a Brangien. "¡He encontrado vino!", les gritó la niña. No, no era vino: era la pasión, eran la áspera alegría y la angustia sin fin, y la muerte..."


miércoles, 22 de diciembre de 2010

La montaña mágica (Thomas Mann)

A quienes hayan leído esta obra, sólo me resta felicitarlos; a quienes aún no la han leído, se la recomiendo encarecidamente. Cada página está plena de sabiduría. Os aseguro que dada la riqueza del contenido, he dudado en cuáles párrafos postear, porque cada uno de ellos es digno de mención.

LA MONTAÑA MÁGICA

"...¿Qué es la vida? No se sabe. Tenía conciencia de ella misma, incontestablemente, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era. Indudablemente, la conciencia como sensibilidad se despertaba hasta cierto punto en las formas más inferiores, más primitivas de la existencia; era imposible unir la primera aparición de los fenómenos conscientes a un punto cualquiera de su historia general o individual, hacer depender, por ejemplo, la conciencia de la existencia de un sistema nervioso. Las formas animales inferiores no tenían sistema nervioso, tampoco tenían cerebro, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a poner en duda que tuviesen reflejos. Además se podía detener la vida, la vida misma, no solamente los órganos particulares de la sensibilidad que la constituían, no solamente los nervios (...) ¿Qué era la vida? Nadie lo sabía. Nadie conocía el punto de la naturaleza de que nacía, o en qué se encendía. Nada era espontáneo en el dominio de la vida a partir de ese punto, pero la vida misma surgía bruscamente. Si se podía decir algo sobre ese punto era lo siguiente: su estructura debía ser de una índole tan evolucionada, que el mundo inanimado no tenía ninguna forma que se le asemejase ni remotamente (...)
¡La justicia! ¿Era ésta una idea digna de admiración? ¿Es un principio divino, un principio superior? Dios y la naturaleza eran injustos, tenían sus favoritos, procedían por selección, concedían a los unos ventajas peligrosas y preparaban a los otros una suerte fácil y banal. ¿Y el hombre provisto de voluntad? A sus ojos, la justicia era, por una parte, una debilidad que paralizaba y, por otra, una música que impelía al hombre a realizar actos irreflexivos. Se era justo, además, desde un punto de vista o desde otro (...)
Pero era todavía mucho peor cuando hablaban de ciencia, en la que no creía. No creía porque el hombre era absolutamente libre para creer o no creer. Era una fe como cualquier otra, pero más estúpida y más perjudicial, y la palabra "ciencia" era la expresión del realismo más estúpido que circulaba como el dinero. Era la cosa más desprovista de espíritu que se haya inculcado al género humano. ¿La idea de un mundo material existente por sí, no es la más ridícula de todas las contradicciones? (...) ¡Infortunada humanidad que, ante una larga exposición de cifras equivalentes a cero, se había dejado sugerir el sentimiento de su propia nulidad, se había dejado privar del sentido patético de su propia importancia (...) ¡Qué estúpida blasfemia el querer medir la distancia de la Tierra a una estrella de trillones de kilómetros o en años de luz, e imaginarse que con esas fanfarronadas se puede dar al espíritu humano una vista al infinito y a la eternidad, cuando el infinito no tiene nada en común con la distancia, ni la eternidad con la duración; cuando, por el contrario, la eternidad significa la abolición de lo que nosotros llamamos naturaleza..."








lunes, 13 de diciembre de 2010

La ruta interior (Hermann Hesse)

"... El equívoco en que había caído todo su mundo habitual, le había agotado y atormentado terriblemente. Había vivido un milagro al comprobar que la vida adquiere su mayor sentido precisamente cuando perdemos todos los sentidos y significados. Pero siempre le había atormentado la duda de que estas experiencias no fueran realmente esenciales, que no fueran más que pequeñas encrespaduras casuales en la superficie de una mente exhausta y enferma, desvaríos, fluctuaciones nerviosas. Ahora, ayer y hoy, había podido advertir que su experiencia era algo real. Algo había emanado de él, transformándolo y atrayendo a otro ser humano (...)
Todo lo que jamás percibiera con el ojo o el oído a través de hombres o libros, con placer o con dolor, y que luego había hundido dentro de sí, parecía haber vuelto a un mismo tiempo, revuelto y agitado como en un torbellino, sin orden, pero lleno de sentido, importante y significativo; nada, nada se había perdido (...)
Aquí empezaba un camino hacia nuevos jardines de representaciones y nuevos bosques de imágenes. Si se dirigía al futuro en este estado de alma, sentía surgir exuberantes sueños de felicidad, para él y para todos. No necesitaba lamentar, ni acusar ni condenar su vida pasada, sorda y corrompida, sino renovarla y transformarla en lo contrario, para que adquiriera nuevo sentido, y se llenara de alegría, de bondad y de amor. La gracia que había recibido tenía que reflejarse y actuar en otros (...)
Así lo habían enseñado todos los sabios del mundo, Buda y Schopenhauer, Jesús y los griegos. Existía sólo una sabiduría, sólo una fe, sólo una filosofía: el saber de Dios en nosotros. ¡Cuán torcido y falso era todo lo que se enseñaba en las escuelas, en las iglesias, en los libros y en las ciencias!
El espíritu de Klein volaba serenamente por las regiones de su mundo interior, de su saber, de su cultura. También aquí como en su vida exterior había bienes y tesoros y fuentes de sabiduría, pero todo aislado, muerto, sin valor. Ahora, bajo la luz del saber, surgía del caos el orden, el sentido y la forma; empezaba la creación, la síntesis vital, la armonía de los opuestos. Las sentencias nacidas del espíritu de contemplación se hacían evidentes y comprensibles, lo oscuro se aclaraba; hasta la tabla de multiplicar se convertía en un credo místico. También este mundo interior hallábase vivificado y ardiente de amor. Las obras de arte que amara en sus años mozos volvían con nuevo hechizo. Vio que el mágico misterio del arte se abría con la misma llave. El arte no era sino la contemplación del mundo en el estado de gracia y de iluminación; el arte revelaba a Dios detrás de cada objeto..."

viernes, 10 de diciembre de 2010

La judía de Toledo –Novela histórica– (Lion Feuchtwanger)

Y se encerró el rey con la judía durante casi siete años enteros y no se acordaba ni de sí mismo, ni de su reino, ni se ocupaba de nada más.

Alfonso el Sabio, Crónica General.
Alrededor de 1270.

Toledo (de la palabra hebrea Toledath, que significa Madre de los Pueblos).

"La Galiana tenía un gran parque. Dentro de los muros que lo rodeaban, blancos y severos, había siempre cosas nuevas que descubrir, y sobre cada una de ellas existían extraordinarias historias, y todas ellas iban ligadas a algún recuerdo (...)
Ambos conocían y disfrutaban hablando de la historia de aquella princesa Galiana cuyo nombre llevaba su propiedad. Su padre, el rey Galafré de Toledo, había construido el castillo para ella. Atraídos por la fama de su belleza, llegaron muchos pretendientes, entre ellos Bradamante, rey de la vecina Guadalajara, un hombre de gigantesca figura, y el rey Galafré le prometió a su hija en matrimonio. Pero también el rey franco Carlomagno había oído hablar de la belleza de la princesa Galiana. Llegó a Toledo bajo el nombre supuesto de Mainét, se puso al servicio de Galafré y venció al más poderoso enemigo del rey, el califa de Córdoba. Galiana se enamoró del heroico Carlos y el agradecido rey Galafré le prometió ahora a él la mano de la princesa. Pero entonces el decepcionado pretendiente, el gigantesco Bradamante, invadió Toledo declarándole la guerra al rey y retó a Mainét, a Carlos, a un duelo. Y éste lo aceptó, venciendo y dando muerte al gigante (...)
Los asuntos llenaban el día de Alfonso, recepciones, deliberaciones, el estudio de documentos (...)
Por la noche ardía de deseo, quería pensar en las obras de la fortaleza de Calatrava y en su disputa con el obispo de Cuenca. En lugar de esto, le venían a la memoria versos árabes que Raquel le había recitado, e intentaba reconstruir todo el poema, pero a pesar  de sus buena memoria no podía encontrar todas las rimas, y esto lo enfurecía. Veía claramente los labios de Raquel de los que brotaban los versos, pero no conseguía entenderla, ella intentaba ayudarle, y abría los brazos y lo esperaba. Y nuevos ardores lo invadían, sentía latir la sangre en las sienes y  no podía permanecer tumbado.
Ella le daba todo cuanto él deseaba, pero no bastaba. Ninguna caricia bastaba, ningún beso, ningún abrazo, ninguna unión. Él la deseaba cada vez más profundamente, frenéticamente, de modo que no había satisfacción para su deseo (...)
Y de nuevo el tiempo dejó de existir a su alrededor, no existía ni el ayer ni el mañana. Sólo un hoy lleno de plenitud..."


martes, 7 de diciembre de 2010

Fedro, o de la Belleza ( Platón )

"...Decíamos que la belleza brillaba entre aquellas realidades y que, una vez llegados acá, la captamos mediante el más claro de nuestros sentidos, por brillar ella también con especial claridad (...)
Ahora bien, el que no está recién iniciado, o se ha corrompido ya, no se traslada con rapidez de este mundo allá, a la belleza misma, cuando contempla lo que aquí lleva su nombre, de modo que no siente veneración al dirigir hacia ello sus miradas, sino que, entregado al placer, intenta enseguida cubrir y fecundar, como un animal de cuatro patas, y, familiarizado con la intemperancia, no siente miedo ni vergüenza de perseguir un placer contrario a la naturaleza. En cambio, el recién iniciado, el que ha contemplado mucho aquellas realidades, cuando ve un rostro divino, que imita bien la belleza verdadera, o un cuerpo igualmente hermoso, primero siente un estremecimiento y le invaden parte de sus terrores de entonces; después, dirigiendo sus miradas hacia él, lo venera como a una divinidad, y, si no temiera pasar por un loco exaltado, ofrecería sacrificios, como a una imagen santa o a una divinidad, a su amado (...)
El que perteneció, pues, al cortejo de Zeus, si es cogido, puede llevar con más dignidad la carga del dios que recibe su nombre de las alas. Por el contrario, los que fueron servidores de Ares y le acompañaron en su circunvalación, cuando han caído en las redes del Amor y creen haber padecido alguna injusticia por parte del amado, se tornan homicidas y están prontos a sacrificarse a sí mismos al mismo tiempo que al objeto de su amor. Y así los hombres se conducen según el dios a cuyo coro perteneció cada uno: mientras no se hayan corrompido y vivan la primera generación en esta tierra, se acomodarán al carácter de aquel dios en su trato y relaciones con los amados y con los demás..."

jueves, 2 de diciembre de 2010

Juan Salvador Gaviota (Richard Bach)



"La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar. Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros (...)
Juan Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver (...)
El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo (...)
Al amanecer había cerca de mil  pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban.
No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.
Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma esencia de su ser; que todo aquello que impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.
—¿Eliminado –dijo una voz en la multitud–, aunque sea la Ley de la Bandada?
—La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad –dijo Juan–. No hay otra."

lunes, 22 de noviembre de 2010

Fausto (Goethe)



"Escrito está: "En el principio era el Verbo." Aquí me atasco ya. ¿Quién me ayudará a proseguir? Imposible me es dar tanto valor a la palabra. Si el espíritu me ilumina lo traduciré de otra manera: "En el principio era el pensamiento." Reflexiona bien esta primera línea y no dejes que tu pluma se apresure. Porque ¿realmente es pensamiento quien hace y ordena todo? Mejor debiera estar escrito: "En el principio era la Fuerza." Sin embargo, escribiendo esto algo me dice ya que no haga hincapié en ello. Pero siento que el espíritu viene en mi ayuda; ahora comienzo a ver claro y me decido a escribir con seguridad: "En principio era la Acción." (...)
¡Ay! Bien sé que sea cual fuere el vestido que me pusiera había de seguir sintiendo la angustiosa pena de la estrecha vida. Soy demasiado viejo para sólo pensar en divertirme, aunque sí lo suficientemente joven aún como para que no hayan muerto mis deseos... ¿Qué puede, pues, ofrecerme el mundo? ¡Es preciso que te prives! ¡Debes privarte! He aquí la eterna canción que a todos nos resuena en los oídos y que durante la vida entera nos aturde roncamente hora tras hora..."

jueves, 18 de noviembre de 2010

El alquimista trovador (Luis Racionero)

"El cielo fue medido por los antiguos en doce grandes divisiones, a las que dieron el nombre de casas del zodíaco. Dentro de estas casas o signos se mueven los astros. Si consideras que a cada signo del zodiaco le corresponde una letra y que cada planeta tiene también su letra, el cielo se convierte en un alfabeto en movimiento en el que las letras planetarias van a colocarse delante de cada una de las letras fijas zodiacales. Así están escritos en los cielos los nombres que encontraremos en todas las grandes religiones: Ishwatra o Iesus-rex, Mayah o Mariah, Maha-Maya, o la Virgen de las grandes Aguas Celestiales. Todo está escrito en letras de fuego en el firmamento desde el inicio de los tiempos (...)
Cada letra es símbolo de una fuerza o tendencia expresada en un planeta o una casa del zodíaco; una palabra hecha de letras es, pues, una fórmula que expresa una combinación de fuerzas. Es la combinación de fuerzas que hace existir y ser como es a la cosa nombrada por ese conjunto de letras (...) Por eso el cabalista supremo y primigenio que es Dios, lo creó todo con el sonido, y por eso mismo en el principio era el verbo..."

domingo, 14 de noviembre de 2010

Demian (Hermann Hesse)

"La mayoría de las cosas que nos enseñan son seguramente verdaderas, pero se pueden ver desde otro punto de vista que el de los profesores y generalmente se entienden entonces mucho mejor. Por ejemplo, no se puede estar satisfecho con la explicación que se nos da de Caín y la señal que lleva en su frente (...) Que uno mate a su hermano en una pelea, puede pasar; que luego le de miedo y se arrepienta, también es posible; pero que precisamente por su cobardía le recompensen con una distinción que le proteja y que inspire miedo, eso me parece muy raro (...)
El estigma fue lo que existió en un principio y en él se basó la historia. Hubo un hombre con algo en el rostro que daba miedo a los demás. No se atrevían a tocarle; él y sus hijos les impresionaban. Quizás, o seguramente, no se trataba de una auténtica señal sobre la frente, de algo como un sello de correos; la vida no puede ser tan tosca. Probablemente fuera algo apenas perceptible, inquietante: un poco más de inteligencia y audacia en la mirada. Aquel hombre tenía poder, aquel hombre inspiraba temor. Llevaba una "señal". Ésta no se explicaba como lo que era, es decir, como una distinción, sino como todo lo contrario. La gente dijo que aquellos tipos con la "señal" eran siniestros; y la verdad, lo eran. Los hombres con valor y carácter siempre les han resultado siniestros a la gente. Que anduviera suelta una raza de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo; y les pusieron un sobrenombre y se inventaron una leyenda para vengarse de ellos y justificar un poco todo el miedo que les tenían..."

lunes, 8 de noviembre de 2010

Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar)


"Como todo el mundo, sólo tengo a  mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el estudio de mi mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los errores particulares de perspectiva que nacen entre sus líneas. He leído casi todo lo que han escrito nuestros historiadores, nuestros poetas y aun nuestros narradores, aunque se acuse a estos últimos de frivolidad; quizá les debo más informaciones de las que pude recoger en las muy variadas situaciones de mi propia vida. La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos. En cambio, y posteriormente, la vida me aclaró los libros.
Pero los escritores mienten, aun los más sinceros. Los menos hábiles, carentes de palabras y frases capaces de encerrarla, retienen una imagen pobre y chata de la vida; algunos, como Lucano, la cargan y abruman con una dignidad que no posee. Otros, como Petronio, la aligeran, la convierten en una pelota hueca que rebota, fácil de recibir y lanzar en un universo sin peso. Los poetas nos transportan a un mundo más vasto o más hermoso, más ardiente o más dulce que el que nos ha sido dado, diferente de él y casi inhabitable en la práctica. Para estudiarla en toda su pureza, los filósofos hacen sufrir a la realidad casi las mismas transformaciones que el fuego o el mortero hacen sufrir a los cuerpos; en esos cristales o en esas cenizas nada parece subsistir de un ser o de un hecho tales como los conocimos (...)
Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera..."


Sinuhé, el egipcio (Mika Waltari)


"Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por la esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza de la inmortalidad, como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.
Porque todo lo que se ha escrito hasta ahora lo fue para los dioses o para los hombres. Y sitúo entonces a los faraones también entre los hombres porque son nuestros semejantes en el odio y en el temor, en la pasión y en las decepciones. No se distinguen en nada de nosotros aun cuando se sitúen mil veces entre los dioses. Son hombres semejantes a los demás. Tienen el poder de satisfacer su odio y de escapar a su temor, pero este poder no les salva la pasión ni las decepciones, y cuanto ha sido escrito lo ha sido por orden de los reyes para halagar a los dioses o para inducir fraudulentamente a los hombres a creer en lo que ha ocurrido. O bien para pensar que todo ha ocurrido de una manera diferente de la verdad..."

sábado, 6 de noviembre de 2010

Demian (Hermann Hesse)

"Yo había jugado a menudo con imágenes del futuro y soñado con papeles que me pudieran estar destinados, de poeta quizá, de profeta, de pintor o de cualquier otra cosa. Aquellas imágenes no valían nada. Yo no estaba en el mundo para escribir, predicar o pintar; ni yo ni nadie estaba para eso. Tales cosas sólo podían surgir marginalmente. La misión verdadera de cada uno era llegar a sí mismo. Se podía llegar a poeta o a loco, a profeta o a criminal; eso no era asunto de uno: a fin de cuentas, carecía de toda importancia. Lo que importaba era encontrar su propio destino, no un destino cualquiera, y vivirlo por completo. Todo lo demás eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad. La nueva imagen surgió terrible y sagrada ante mis ojos, presentida múltiples veces, quizá pronunciada ya otras tantas, pero nunca vivida hasta ahora. Yo era un proyecto de la naturaleza, un proyecto hacia lo desconocido, quizás hacia lo nuevo, quizás hacia la nada; y mi misión, mi única misión, era dejar realizarse este proyecto que brotaba de las profundidades, sentir en mí su voluntad e identificarme con él por completo..."



jueves, 4 de noviembre de 2010

La escritura del Dios (Jorge Luis Borges)

Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.

viernes, 22 de octubre de 2010

EL ARTE DE AMAR (Una investigación sobre la naturaleza del amor, de Erich Fromm)

"El amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias, por lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el centro de su existencia. Sólo en esa "experiencia central" está la realidad humana, sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor. Experimentado en esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos. Sólo hay una prueba de la presencia del amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce al amor.
Así como los autómatas no pueden amarse entre sí tampoco pueden amar a Dios. La desintegración del amor a Dios ha alcanzado las mismas proporciones que la desintegración del amor al hombre. Este hecho hállase en evidente contradicción con la idea de que estamos en presencia de un renacimiento religioso de nuestra época. Nada podría estar más lejos de la verdad. Lo que presenciamos (si bien hay excepciones) es una regresión a un concepto idolátrico de Dios, y una transformación del amor a Dios en una relación correspondiente a una estructura caracterológica enajenada. Es fácil comprobar tal regresión. La gente está angustiada, carece de principios o fe, no la mueve otra finalidad que la de seguir adelante; por lo tanto, siguen siendo criaturas, confiando en que el padre o la madre acuda a ayudarlos cuando lo necesiten..."