viernes, 4 de febrero de 2011

Saber vivir, saber morir (Sogyal Rimpoché)

SABER VIVIR, SABER MORIR (según la sabiduría tibetana)

"Muchos de ustedes habrán oído hablar del Libro tibetano de los muertos (...) En esta enseñanza maravillosa, encontramos la totalidad de la vida y la muerte presentada conjuntamente como una serie de realidades transitorias y en constante cambio llamadas bardos...
Los bardos son oportunidades de liberación particularmente vigorosas porque, como lo muestran las enseñanzas, hay momentos que son mucho más poderosos que otros y están mucho más cargados de potencialidad, en los que todo cuanto uno hace tiene efecto decisivo y de largo alcance...

EL SAMSARA Y LA IMPERMANENCIA

Quizá la razón más profunda del miedo a la muerte es que ignoramos quiénes somos. Creemos en una identidad personal, única e independiente, pero, si nos atrevemos a examinarla, comprobamos que dicha identidad depende por completo de una interminable colección de cosas que la sostienen: nuestro nombre, nuestra "biografía", nuestros socios y familiares, el hogar, los amigos, las tarjetas de crédito... Es de este frágil y efímero sostén de lo que depende nuestra seguridad. Así que, cuando se nos quite todo eso, ¿tendremos idea de quiénes somos en realidad?
Sin nuestro decorado familiar, quedamos cara a cara con nosotros mismos: una persona a la que no conocemos, un extraño inquietante con quien hemos vivido siempre pero al que en el fondo nunca hemos querido tratar. ¿Acaso no es por eso que intentamos llenar cada instante de ruido y actividad, por aburrida y trivial que sea, para evitar quedarnos a solas y en silencio con ese desconocido? (...)
En nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Y, cuando se producen, procuramos anestesiarnos en la medida de lo posible. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo en tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. No obstante, la permanencia es sólo un espejismo, dado que la naturaleza del samsara consiste en la continua caducidad de nuestro mundo (...) ¿Qué es nuestra vida sino una danza de formas efímeras? ¿No está todo cambiando constantemente, las hojas de los árboles del parque..., las estaciones, el clima, la hora del día, la gente con que se cruza por la calle? ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no nos parece un sueño todo lo que hemos hecho en el pasado? Los amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nuestra infancia, las creencias y opiniones que en otro tiempo tan apasionadamente defendíamos, lo hemos dejado todo atrás (...) Las células de nuestro cuerpo mueren, las neuronas de nuestro cerebro se deterioran, hasta la expresión de nuestra cara está siempre cambiando según nuestro estado de ánimo. Lo que llamamos nuestro carácter básico sólo es una "corriente mental", nada más (...) Somos impermanentes, las influencias son impermanentes y en ninguna parte hay nada sólido o duradero que podamos señalar.
¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos? ¿Tiene usted idea de lo que va a pensar o sentir la semana que viene? Nuestra mente, en realidad, es tan vacía, tan impermanente y tan efímera como un sueño. Observe un pensamiento: viene, permanece un tiempo y se va. El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado. Lo único que tenemos en realidad es el ahora...

LA NATURALEZA DE LA MENTE

El descubrimiento todavía revolucionario del budismo es que la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar...
La mente tiene numerosos aspectos, pero hay dos que destacan. El primero es lo que los tibetanos llaman sem. Esta es la mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido. Así pues, sem piensa, hace planes, desea y manipula, monta en cólera, crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su "existencia" mediante la fragmentación, conceptualización y solidificación de la experiencia. Es la presa de las influencias externas, las tendencias habituales y el condicionamiento (...) Sem es taimada, escéptica y desconfiada, ducha en astucias y trapacerías. Esta mente ordinaria es donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.
Luego está la propia naturaleza de la mente, su esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y la muerte. Ahora se halla oculta dentro de nuestra propia sem, envuelta y velada por la fuga precipitada de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede descubrirnos vislumbres de esta naturaleza de la mente. Estos vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos proporcionan alguna luz de comprensión, sentido y libertad. Ello es así porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión. En tibetano la llamamos Rigpa, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo tiempo inteligente, cognoscente, radiante y siempre despierta. Se podría decir que es el conocimiento del propio conocimiento.
No cometa el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva. De hecho, es la naturaleza de todo. Nunca puede subrayarse demasiado que realizar la naturaleza de la mente es realizar la naturaleza de todas las cosas...