domingo, 9 de enero de 2011

Tristán e Isolda (Joseph Bédier 1864-1934)

Nota preliminar
Poema de heroísmo y amor, Tristán e Isolda no ha cesado de hallar cálida acogida entre el público lector de todos los tiempos. La leyenda del filtro mágico, símbolo de la fuerza irresistible del amor, ante la cual ceden los prejuicios más arraigados y debe inclinarse el hombre, satisface en el espíritu del lector ese anhelo de entrega, de pasión, que, aun en los tiempos más frívolos, se cobija en el alma de los seres humanos acaso, precisamente, porque encarna la nostalgia de un sentimiento superior e inmortal, tantas veces relegado a la categoría de mero pasatiempo o de instinto bestial.
Pero no es este sólo su atractivo: a través del relato de los apasionados amores de la rubia Isolda con el noble Tristán, es todo un mundo el que resurge ante el lector extasiado: un mundo de caballerosidad, de hazañas valerosas y esforzadas, de galanura cortesana, en el que Bédier supo conjugar admirablemente poesía, magia y realismo.

Tristán e Isolda

"Cuando se acercó el tiempo de entregar a Isolda a los caballeros de Cornualles, su madre cogió unas hierbas, flores y raíces, las mezcló con vino, y coció una pócima o brebaje poderoso. Habiéndolo preparado con ciencia y magia, lo guardó en un frasco y dijo secretamente a Brangien:
—Hija, tú debes seguir a Isolda al país del rey Marcos, y tú la amas con amor  fiel. Toma, pues, este frasco de vino y recuerda mis palabras. Ocúltalo de modo que ningún ojo lo vea ni ningún labio se acerque a él. Pero cuando llegue la noche nupcial y el momento en que se deja solos a los esposos, vertirás este vino de hierbas en una copa y la ofrecerás, para que la apuren juntos, al rey Marcos y a la reina Isolda. Cuida mucho hija mía de que sólo ellos puedan probar este brebaje. Porque tal es su virtud: quienes bebieran juntos de él se amarán con todos sus sentidos y con todo su pensamiento para siempre, en la vida y en la muerte.
Brangien prometió a la reina que obraría según su voluntad.
La nave, cortando las olas profundas, se llevaba a Isolda. Pero cuanto más se alejaba ella de la tierra de Irlanda, más tristemente la doncella se lamentaba. Sentada bajo la tienda donde se había encerrado con Bragien, su sirvienta, lloraba al recordar su país. ¿A dónde la llevaban aquellos extranjeros? ¿Hacia quién? ¿Hacia qué destino? Cuando Tristán se acercaba a ella y quería apaciguarla con dulces palabras, la doncella se irritaba, le rechazaba, y el odio henchía su corazón. Él, el raptor, el asesino de Morolt, había ido a arrancarla con astucia a su madre y a su país; no se había dignado quedársela para sí, y he aquí que se la llevaba como botín, sobre las olas, hacia tierra enemiga (...)
Sólo Isolda se había quedado a bordo, y una pequeña sirvienta. Tristán se acercó a la reina e intentaba calmar su corazón. Como sea que el sol ardía y tenían sed, pidieron una bebida. La niña buscó algo que beber, hasta que descubrió el frasco que la madre de Isolda había confiado a Brangien. "¡He encontrado vino!", les gritó la niña. No, no era vino: era la pasión, eran la áspera alegría y la angustia sin fin, y la muerte..."