martes, 18 de octubre de 2011

Elogio de la locura (Erasmo de Rotterdam 1466–1536)

"Mejor fuera pasar por alto a los teólogos, y no agitar esa charca, ni tocar esa hierba pestilente. Gente tan puntillosa e irritable pudiera caer sobre mí en tromba con seiscientas conclusiones, obligándome a cantar la palidonia, y caso de negarme, me llamaría a voces hereje. Pues con este sambenito suelen aterrorizar a aquellos que no les son propicios. Ciertamente, no hay nadie que reconozca con menos agrado mis favores, aunque también ellos me estén obligados por diversos títulos nada despreciables. Sobre todo y principalmente porque su amor propio les hace vivir felices como en un tercer cielo, permitiéndoles mirar desde arriba al resto de los mortales como ovejas que se arrastran por el suelo, despreciándolos y compadeciéndose de ellos. Están tan pertrechados de definiciones escolásticas, conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas e implícitas, conocen también todos los subterfugios, que ni las mismas redes de Vulcano serían capaces de atraparlos. A fuerza de distingos lograrían burlarlas, cortando los nudos mejor que el hacha de dos filos de Ténedos. ¡Así de provistos están de neologismos y de términos misteriosos!
Además no se paran en barras hasta querer explicar los misterios más arcanos: cómo, por qué y para qué fue creado el mundo; por qué canales se filtró a la posteridad el pecado original; por qué medios, en qué medida y durante cuánto tiempo se formó el cuerpo de Cristo en el vientre de la Virgen; y finalmente cómo pueden subsistir los accidentes sin la sustancia de la Eucaristía. Pero esto es pan comido. Hay otros temas sólo dignos de grandes teólogos, que ellos llaman "iluminados", y que cuando surgen, les ponen alborotados. Tales son: ¿Hay un instante en la generación divina? ¿Hay varias filiaciones en Cristo? ¿Es posible la proposición: Dios Padre odia al Hijo? ¿Podría Dios haber tomado la forma de mujer, de diablo, de calabaza de guijarro? En ese caso, ¿de qué manera la calabaza podría haber predicado, hacer milagros y ser crucificada? Si Pedro hubiese consagrado mientras el cuerpo de Cristo estaba en la cruz, ¿qué habría consagrado? Durante ese mismo tiempo: ¿Se podría llamar hombre a Cristo? ¿Y después de la resurrección podríamos comer o beber? ¡Tan preocupados están ya de su hambre y sed futuras!
Quedan todavía innumerables sutilezas, mucho más refinadas, sobre nociones, relaciones, formalidades, quiddidades, ecceidades, que sólo los ojos de Linceo, cuya mirada percibía entre oscura tiniebla cosas que nunca existieron, podría distinguir. Añádanse a éstas sus "máximas", tan paradójicas, que las sentencias morales de los estoicos, conocidas vulgarmente como paradojas, nos parecen burdos juegos de palabras. Valga como ejemplo la siguiente: "Es un delito menor matar mil hombres que remendar una sola vez el zapato de un pobre en domingo." Y esta otra: "Es preferible dejar que se hunda el mundo con todo lo que hay en él –según la expresión vulgar– que decir una leve mentirijilla."
En estas refinadísimas sutilezas, entran en juego los diversos escolásticos. Te resultará más fácil salir del laberinto que del embrollo mental de realistas, nominalistas, tomistas, albertistas, escotistas. Y no he nombrado más que los principales. En todas ellas reina tal erudición y tal complejidad de dificultades que me imagino que los mismos apóstoles necesitarían otra vez del soplo del Espíritu Santo, si tuvieran que discutir hoy sobre estos temas con la nueva generación de teólogos.
(...)
Los apóstoles conocieron a la madre de Jesús, pero ¿se les ocurrió a alguno de ellos demostrar, tan filosóficamente como nuestros teólogos, cómo se vio libre de la mancha de Adán? Pedro recibió las llaves de manos de Aquel que no las hubiera entregado a quien no mereciera su confianza. Ahora bien, dudo que entendiera y menos llegara a captar alguna vez la sutileza que supone disponer de la llave de la ciencia sin poseer la ciencia. Los apóstoles bautizaban por doquier, y no se les ocurrió explicar la causa formal, material, la eficiente y final del bautismo. Tampoco dejaron ninguna mención sobre su carácter deleble e indeleble. Adoraban, es cierto, pero en espíritu y en verdad, según el dicho evangélico: "Dios es, espíritu. Y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad."
Pero no aparece en ningún sitio que les fuese revelado que se deba adorar con igual veneración a una imagencilla mediocre pintada a carbón en la pared que al mismo Cristo, con tal de que tenga dos dedos abiertos, larga cabellera, y una aureola con tres rayos que salen del cogote. ¿Quién que no haya machacado no menos de treinta y seis años estudiando la física y la metafísica de Aristóteles y de Escoto podría reparar en tales detalles?
De modo semejante los apóstoles insisten en la gracia, pero nunca distinguen entre gracia actual y gracia santificante. Exhortan a las buenas obras sin distinguir entre opus operantis y opus operatum. En todo momento están inculcando la caridad, pero no separan la infusa de la adquirida, ni tampoco explican si es accidente o sustancia, creada o increada. Detestan el pecado, pero, por mi vida, que nunca podrían definir eso que llamamos pecado, si no nos mentalizasen los escotistas.
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Como personas modestas que son, nuestros teólogos no condenan, sino que tratan de interpretar benévolamente algo que los apóstoles pudieron escribir sin elegancia, poco académico. Y lo hacen, supongo, por la deferencia debida tanto a la antigüedad como al nombre de los apóstoles. Sería injusto pedirles orientaciones sobre temas de los que su mismo maestro no les había hablado ni una palabra. Pero si aparecen semejantes expresiones en el Crisóstomo, Basilio o Jerónimo, apostillan al margen: "Inaceptable".
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Quizás alguien piense que estoy hablando como en broma. No me extraña, pues entre los mismos teólogos hay personas más doctas que no aguantan lo que ellos llaman frívolas argucias de teólogos. Otros juzgan como una forma de sacrilegio condenable y la peor clase de impiedad hablar de cosas tan santas –más dignas de reverencia que de explicación– con una lengua tan procaz. Tampoco consienten que se las discuta con argumentos profanos propios de gentiles, se las defina con tanta arrogancia y se manche la divina majestad de la teología con términos y principios tan triviales e incluso indignos.
Ellos, sin embargo, siguen satisfechos de sí mismos, aplaudiéndose mutuamente. Ocupados, día y noche, con esas embelesadoras memeces, no les queda ni un momento de ocio para dedicarlo a leer siquiera una vez el Evangelio o las cartas de san Pablo. Y mientras malgastan el tiempo en estas solemnes tonterías de escuela, piensan que sostienen con sus argumentaciones a la Iglesia –que de otro modo se derrumbaría–, lo mismo que según los poetas Atlas sostiene el Universo sobre sus hombros.
(...)
Sus cabezas están tan atiborradas e hinchadas con estas y otras mil necedades semejantes, que pienso que ni el mismo cerebro de Júpiter estaba tan grávido cuando pidió el hacha de Vulcano para poder parir a Palas Atenea. No os extrañéis, por tanto, que en las discusiones públicas aparezca su testa cuidadosamente cubierta con el birrete, porque de no hacerlo así les estallaría..."