viernes, 10 de diciembre de 2010

La judía de Toledo –Novela histórica– (Lion Feuchtwanger)

Y se encerró el rey con la judía durante casi siete años enteros y no se acordaba ni de sí mismo, ni de su reino, ni se ocupaba de nada más.

Alfonso el Sabio, Crónica General.
Alrededor de 1270.

Toledo (de la palabra hebrea Toledath, que significa Madre de los Pueblos).

"La Galiana tenía un gran parque. Dentro de los muros que lo rodeaban, blancos y severos, había siempre cosas nuevas que descubrir, y sobre cada una de ellas existían extraordinarias historias, y todas ellas iban ligadas a algún recuerdo (...)
Ambos conocían y disfrutaban hablando de la historia de aquella princesa Galiana cuyo nombre llevaba su propiedad. Su padre, el rey Galafré de Toledo, había construido el castillo para ella. Atraídos por la fama de su belleza, llegaron muchos pretendientes, entre ellos Bradamante, rey de la vecina Guadalajara, un hombre de gigantesca figura, y el rey Galafré le prometió a su hija en matrimonio. Pero también el rey franco Carlomagno había oído hablar de la belleza de la princesa Galiana. Llegó a Toledo bajo el nombre supuesto de Mainét, se puso al servicio de Galafré y venció al más poderoso enemigo del rey, el califa de Córdoba. Galiana se enamoró del heroico Carlos y el agradecido rey Galafré le prometió ahora a él la mano de la princesa. Pero entonces el decepcionado pretendiente, el gigantesco Bradamante, invadió Toledo declarándole la guerra al rey y retó a Mainét, a Carlos, a un duelo. Y éste lo aceptó, venciendo y dando muerte al gigante (...)
Los asuntos llenaban el día de Alfonso, recepciones, deliberaciones, el estudio de documentos (...)
Por la noche ardía de deseo, quería pensar en las obras de la fortaleza de Calatrava y en su disputa con el obispo de Cuenca. En lugar de esto, le venían a la memoria versos árabes que Raquel le había recitado, e intentaba reconstruir todo el poema, pero a pesar  de sus buena memoria no podía encontrar todas las rimas, y esto lo enfurecía. Veía claramente los labios de Raquel de los que brotaban los versos, pero no conseguía entenderla, ella intentaba ayudarle, y abría los brazos y lo esperaba. Y nuevos ardores lo invadían, sentía latir la sangre en las sienes y  no podía permanecer tumbado.
Ella le daba todo cuanto él deseaba, pero no bastaba. Ninguna caricia bastaba, ningún beso, ningún abrazo, ninguna unión. Él la deseaba cada vez más profundamente, frenéticamente, de modo que no había satisfacción para su deseo (...)
Y de nuevo el tiempo dejó de existir a su alrededor, no existía ni el ayer ni el mañana. Sólo un hoy lleno de plenitud..."