miércoles, 22 de diciembre de 2010

La montaña mágica (Thomas Mann)

A quienes hayan leído esta obra, sólo me resta felicitarlos; a quienes aún no la han leído, se la recomiendo encarecidamente. Cada página está plena de sabiduría. Os aseguro que dada la riqueza del contenido, he dudado en cuáles párrafos postear, porque cada uno de ellos es digno de mención.

LA MONTAÑA MÁGICA

"...¿Qué es la vida? No se sabe. Tenía conciencia de ella misma, incontestablemente, desde el momento que era vida, pero ella misma no sabía lo que era. Indudablemente, la conciencia como sensibilidad se despertaba hasta cierto punto en las formas más inferiores, más primitivas de la existencia; era imposible unir la primera aparición de los fenómenos conscientes a un punto cualquiera de su historia general o individual, hacer depender, por ejemplo, la conciencia de la existencia de un sistema nervioso. Las formas animales inferiores no tenían sistema nervioso, tampoco tenían cerebro, y, sin embargo, nadie se hubiera atrevido a poner en duda que tuviesen reflejos. Además se podía detener la vida, la vida misma, no solamente los órganos particulares de la sensibilidad que la constituían, no solamente los nervios (...) ¿Qué era la vida? Nadie lo sabía. Nadie conocía el punto de la naturaleza de que nacía, o en qué se encendía. Nada era espontáneo en el dominio de la vida a partir de ese punto, pero la vida misma surgía bruscamente. Si se podía decir algo sobre ese punto era lo siguiente: su estructura debía ser de una índole tan evolucionada, que el mundo inanimado no tenía ninguna forma que se le asemejase ni remotamente (...)
¡La justicia! ¿Era ésta una idea digna de admiración? ¿Es un principio divino, un principio superior? Dios y la naturaleza eran injustos, tenían sus favoritos, procedían por selección, concedían a los unos ventajas peligrosas y preparaban a los otros una suerte fácil y banal. ¿Y el hombre provisto de voluntad? A sus ojos, la justicia era, por una parte, una debilidad que paralizaba y, por otra, una música que impelía al hombre a realizar actos irreflexivos. Se era justo, además, desde un punto de vista o desde otro (...)
Pero era todavía mucho peor cuando hablaban de ciencia, en la que no creía. No creía porque el hombre era absolutamente libre para creer o no creer. Era una fe como cualquier otra, pero más estúpida y más perjudicial, y la palabra "ciencia" era la expresión del realismo más estúpido que circulaba como el dinero. Era la cosa más desprovista de espíritu que se haya inculcado al género humano. ¿La idea de un mundo material existente por sí, no es la más ridícula de todas las contradicciones? (...) ¡Infortunada humanidad que, ante una larga exposición de cifras equivalentes a cero, se había dejado sugerir el sentimiento de su propia nulidad, se había dejado privar del sentido patético de su propia importancia (...) ¡Qué estúpida blasfemia el querer medir la distancia de la Tierra a una estrella de trillones de kilómetros o en años de luz, e imaginarse que con esas fanfarronadas se puede dar al espíritu humano una vista al infinito y a la eternidad, cuando el infinito no tiene nada en común con la distancia, ni la eternidad con la duración; cuando, por el contrario, la eternidad significa la abolición de lo que nosotros llamamos naturaleza..."








lunes, 13 de diciembre de 2010

La ruta interior (Hermann Hesse)

"... El equívoco en que había caído todo su mundo habitual, le había agotado y atormentado terriblemente. Había vivido un milagro al comprobar que la vida adquiere su mayor sentido precisamente cuando perdemos todos los sentidos y significados. Pero siempre le había atormentado la duda de que estas experiencias no fueran realmente esenciales, que no fueran más que pequeñas encrespaduras casuales en la superficie de una mente exhausta y enferma, desvaríos, fluctuaciones nerviosas. Ahora, ayer y hoy, había podido advertir que su experiencia era algo real. Algo había emanado de él, transformándolo y atrayendo a otro ser humano (...)
Todo lo que jamás percibiera con el ojo o el oído a través de hombres o libros, con placer o con dolor, y que luego había hundido dentro de sí, parecía haber vuelto a un mismo tiempo, revuelto y agitado como en un torbellino, sin orden, pero lleno de sentido, importante y significativo; nada, nada se había perdido (...)
Aquí empezaba un camino hacia nuevos jardines de representaciones y nuevos bosques de imágenes. Si se dirigía al futuro en este estado de alma, sentía surgir exuberantes sueños de felicidad, para él y para todos. No necesitaba lamentar, ni acusar ni condenar su vida pasada, sorda y corrompida, sino renovarla y transformarla en lo contrario, para que adquiriera nuevo sentido, y se llenara de alegría, de bondad y de amor. La gracia que había recibido tenía que reflejarse y actuar en otros (...)
Así lo habían enseñado todos los sabios del mundo, Buda y Schopenhauer, Jesús y los griegos. Existía sólo una sabiduría, sólo una fe, sólo una filosofía: el saber de Dios en nosotros. ¡Cuán torcido y falso era todo lo que se enseñaba en las escuelas, en las iglesias, en los libros y en las ciencias!
El espíritu de Klein volaba serenamente por las regiones de su mundo interior, de su saber, de su cultura. También aquí como en su vida exterior había bienes y tesoros y fuentes de sabiduría, pero todo aislado, muerto, sin valor. Ahora, bajo la luz del saber, surgía del caos el orden, el sentido y la forma; empezaba la creación, la síntesis vital, la armonía de los opuestos. Las sentencias nacidas del espíritu de contemplación se hacían evidentes y comprensibles, lo oscuro se aclaraba; hasta la tabla de multiplicar se convertía en un credo místico. También este mundo interior hallábase vivificado y ardiente de amor. Las obras de arte que amara en sus años mozos volvían con nuevo hechizo. Vio que el mágico misterio del arte se abría con la misma llave. El arte no era sino la contemplación del mundo en el estado de gracia y de iluminación; el arte revelaba a Dios detrás de cada objeto..."

viernes, 10 de diciembre de 2010

La judía de Toledo –Novela histórica– (Lion Feuchtwanger)

Y se encerró el rey con la judía durante casi siete años enteros y no se acordaba ni de sí mismo, ni de su reino, ni se ocupaba de nada más.

Alfonso el Sabio, Crónica General.
Alrededor de 1270.

Toledo (de la palabra hebrea Toledath, que significa Madre de los Pueblos).

"La Galiana tenía un gran parque. Dentro de los muros que lo rodeaban, blancos y severos, había siempre cosas nuevas que descubrir, y sobre cada una de ellas existían extraordinarias historias, y todas ellas iban ligadas a algún recuerdo (...)
Ambos conocían y disfrutaban hablando de la historia de aquella princesa Galiana cuyo nombre llevaba su propiedad. Su padre, el rey Galafré de Toledo, había construido el castillo para ella. Atraídos por la fama de su belleza, llegaron muchos pretendientes, entre ellos Bradamante, rey de la vecina Guadalajara, un hombre de gigantesca figura, y el rey Galafré le prometió a su hija en matrimonio. Pero también el rey franco Carlomagno había oído hablar de la belleza de la princesa Galiana. Llegó a Toledo bajo el nombre supuesto de Mainét, se puso al servicio de Galafré y venció al más poderoso enemigo del rey, el califa de Córdoba. Galiana se enamoró del heroico Carlos y el agradecido rey Galafré le prometió ahora a él la mano de la princesa. Pero entonces el decepcionado pretendiente, el gigantesco Bradamante, invadió Toledo declarándole la guerra al rey y retó a Mainét, a Carlos, a un duelo. Y éste lo aceptó, venciendo y dando muerte al gigante (...)
Los asuntos llenaban el día de Alfonso, recepciones, deliberaciones, el estudio de documentos (...)
Por la noche ardía de deseo, quería pensar en las obras de la fortaleza de Calatrava y en su disputa con el obispo de Cuenca. En lugar de esto, le venían a la memoria versos árabes que Raquel le había recitado, e intentaba reconstruir todo el poema, pero a pesar  de sus buena memoria no podía encontrar todas las rimas, y esto lo enfurecía. Veía claramente los labios de Raquel de los que brotaban los versos, pero no conseguía entenderla, ella intentaba ayudarle, y abría los brazos y lo esperaba. Y nuevos ardores lo invadían, sentía latir la sangre en las sienes y  no podía permanecer tumbado.
Ella le daba todo cuanto él deseaba, pero no bastaba. Ninguna caricia bastaba, ningún beso, ningún abrazo, ninguna unión. Él la deseaba cada vez más profundamente, frenéticamente, de modo que no había satisfacción para su deseo (...)
Y de nuevo el tiempo dejó de existir a su alrededor, no existía ni el ayer ni el mañana. Sólo un hoy lleno de plenitud..."


martes, 7 de diciembre de 2010

Fedro, o de la Belleza ( Platón )

"...Decíamos que la belleza brillaba entre aquellas realidades y que, una vez llegados acá, la captamos mediante el más claro de nuestros sentidos, por brillar ella también con especial claridad (...)
Ahora bien, el que no está recién iniciado, o se ha corrompido ya, no se traslada con rapidez de este mundo allá, a la belleza misma, cuando contempla lo que aquí lleva su nombre, de modo que no siente veneración al dirigir hacia ello sus miradas, sino que, entregado al placer, intenta enseguida cubrir y fecundar, como un animal de cuatro patas, y, familiarizado con la intemperancia, no siente miedo ni vergüenza de perseguir un placer contrario a la naturaleza. En cambio, el recién iniciado, el que ha contemplado mucho aquellas realidades, cuando ve un rostro divino, que imita bien la belleza verdadera, o un cuerpo igualmente hermoso, primero siente un estremecimiento y le invaden parte de sus terrores de entonces; después, dirigiendo sus miradas hacia él, lo venera como a una divinidad, y, si no temiera pasar por un loco exaltado, ofrecería sacrificios, como a una imagen santa o a una divinidad, a su amado (...)
El que perteneció, pues, al cortejo de Zeus, si es cogido, puede llevar con más dignidad la carga del dios que recibe su nombre de las alas. Por el contrario, los que fueron servidores de Ares y le acompañaron en su circunvalación, cuando han caído en las redes del Amor y creen haber padecido alguna injusticia por parte del amado, se tornan homicidas y están prontos a sacrificarse a sí mismos al mismo tiempo que al objeto de su amor. Y así los hombres se conducen según el dios a cuyo coro perteneció cada uno: mientras no se hayan corrompido y vivan la primera generación en esta tierra, se acomodarán al carácter de aquel dios en su trato y relaciones con los amados y con los demás..."

jueves, 2 de diciembre de 2010

Juan Salvador Gaviota (Richard Bach)



"La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar. Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros (...)
Juan Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver (...)
El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo (...)
Al amanecer había cerca de mil  pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban.
No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.
Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma esencia de su ser; que todo aquello que impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.
—¿Eliminado –dijo una voz en la multitud–, aunque sea la Ley de la Bandada?
—La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad –dijo Juan–. No hay otra."